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RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO (INVOCACIÓN A JESÚS Y A MARÍA)

RELOJ DE LA PASIÓN

O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos

 de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo

SAN ALFONSO DE LIGORIO

alfonsomarialigorio

INVOCACIÓN A JESÚS Y A MARÍA

¡Oh Salvador del mundo! ¡Oh amor de las almas! ¡Oh Señor! objeto el más digno de toda nuestra ternura. Vos habéis venido a conquistar nuestro corazón por vuestra pasión, en la que habéis hecho brillar el inmenso amor que nos tenéis, consumando la obra de una redención que para nosotros ha sido un océano de bendiciones, y para Vos un océano de dolores y de ignominias. Habéis principalmente instituido el Santísimo Sacramento del altar con el fin de perpetuar su memoria. Para que la memoria de un tan gran beneficio, dice santo Tomás, permaneciera viva y constante entre nosotros, él ha dejado su cuerpo en comida a los fieles [Ut autem tanti beneficii jugis in nobis maneret memoria, corpus suum in cibus fidelibus dereliquit. D. Th. Ospuc. 57.Y mucho tiempo antes había dicho san Pablo: «Todas las veces que comiereis este pan, anunciaréis la muerte del Señor» [Quotiescumque enim manducabitis panem hunc, mortem Domini annuntiabitis. I Cor. XI, 26.] Con tantos prodigios de amor habéis obtenido ya de tantas almas santas que, consumidas en las llamas de vuestra caridad, renunciaran a todos los bienes de la tierra para consagrarse enteramente a amaros a Vos solo, ¡Oh Señor! el más amable de los señores! ¡Ah! haced, pues, oh Jesús mío, que me acuerde siempre de vuestra pasión; y que yo, miserable pecador, vencido, en fin, por tantas finezas de amor, llegue a amaros y daros con mi pobre amor algunas señales de gratitud por el amor excesivo que me habéis manifestado, Vos Dios mío y Salvador mío. Acordaos, Jesús mío, que yo soy una de aquellas tiernas ovejas vuestras, por cuya salud habéis venido a la tierra para sacrificar vuestra vida divina. Yo sé que después de haberme redimido con vuestra muerte no habéis cesado de amarme, y que al presente me tenéis el mismo amor que por vuestra bondad me tuvisteis al morir por mí. No permitáis que yo viva más tiempo siéndoos ingrato, mi Dios, que tanto merecéis el ser amado, y tanto habéis hecho para ser amado de mí.
Y Vos, Santísima Virgen María, que tan grande parte tuvisteis en la pasión de vuestro Hijo, ¡ah! por los méritos de vuestros dolores obtenedme la gracia de experimentar alguna parte de aquella compasión que tanto afligió a vuestra alma en la muerte de Jesús, y pedid para mí una centella de aquel amor que hizo todo el martirio de vuestro corazón condolido.
«Os suplico, Señor mío Jesucristo, que la fuerza de vuestro amor, más ardiente que el fuego, más dulce que la miel, absorba mi alma, a fin de que yo muera por el amor de vuestro amor, ya que os habéis dignado morir por el amor de mi amor» [Absorbeat, quaeso, Domine Jesu Christe, mentem mean ignita et melliflua vis amoris tui, ut amore amoris tui moriar, qui amore amoris mei dignatus es morí. Oral. S. Francisc. Ass.]

CAPÍTULO PRELIMINAR.

Cristo crucificado

De cuan útil sea la meditación sobre la pasión de Jesucristo.

  1. El amante de las almas, nuestro amabilísimo Redentor, ha declarado que su fin principal al venir al mundo y hacerse hombre era el de encender en todos los corazones el fuego de su santo amor [Ignem veni mittere in terram: et quid volo, nisi ut Accendatur. Luc. XII, 49.].Y ¡qué llamas de caridad tan bellas no ha encendido en tanto número de almas, con las penas de muerte que quiso sufrir, a fin de mostrarnos la inmensidad de su amor a los hombres! ¡Oh! ¡Cuántos corazones dichosos sé han penetrado del fuego del amor de Jesús en sus llagas como en unas hogueras ardientes, de tal suerte que no han rehusado consagrarle totalmente los bienes, la vida, y aun a sí mismos; venciendo con un valor generoso todas las dificultades que encontraban en la observancia de la divina ley por amor de aquel Señor que, siendo Dios quiso sufrir tanto por su amor! Este fue puntualmente el consejo que nos ha dado el Apóstol, no solo para no desfallecer sino para correr con más ligereza en los caminos del cielo [Recogitate eum qui talem sustinuit adversus semetipsum a peccatoribus contradictionem, ut ne fatigemini animis vestris deficientes, Hebr. XII, 3.] 
  2. Por eso, San Agustín en los transportes de su amor, puesto en presencia de Jesús cubierto de llagas y enclavado en la cruz, hacia esta tierna oración: «Grabad, Señor y amabilísimo Salvador mío, grabad en mi corazón todas vuestras llagas, a fin de que yo lea siempre en ellas vuestro dolor y vuestro amor; el dolor para sufrir por Vos todo dolor, y el amor para menospreciar por Vos todo amor » [Scribe, Domine, vulnera tua in corde meo, ut in eis legam dolorem et amorem: dolorem, ad sustinendum pro te omnem dolorem: amorem, art contemnendum pro te omnem amorem.] Sí, porque teniendo delante de la vista la grandeza del dolor que por mí habéis sufrido, sufriré yo con paciencia todas las penalidades que me sucedieren; y mirando al amor que me habéis mostrado en la cruz no amaré ya ni podré amar otra cosa que a Vos.
  3. ¿Y de dónde han sacado los Santos el valor y constancia necesarios para sufrir las torturas, el martirio, la muerte, sino de las llagas de Jesús crucificado? El capuchino san José de Leonisa viendo que se le quería atar con cordeles para sufrir una operación dolorosa que el cirujano debía hacerle, tomó en las manos su Crucifijo y exclamó: «¡Qué cordeles! ah! ved aquí mis cordeles: mi Señor atravesado con clavos por mi amor; este es el que con sus dolores me ata y obliga a sufrir toda suerte de penas por su amor.» Y de este modo sufrió la operación sin quejarse, viendo a Jesús que, como un tierno cordero bajo la mano de quien le esquila, enmudecía y no abria su boca» [Quasi agnus coram tondente se obmutescet, et non aperiet os suum. Isai. LIII, 7.] ¿Quién jamás podrá decir que sufre injustamente mirando a Jesús despedazado todo por nuestros delitos? [Altritus est propter scelera nostra. Isai. LIII, 5.] ¿Quién podrá jamás excusarse de obedecer a pretexto de alguna incomodidad, habiéndose hecho Jesús obediente hasta la muerte?[Factus obediens usque ad mortem. Phil. II, 7.] ¿Quién jamás podrá rehusar las ignominias viendo a Jesús tratado como un insensato, como un rey de burla, como un malhechor, abofeteado, azotado, cubierto de salivas y clavado en un infame madero?
  4. ¿Quién podrá en adelante amar otro objeto que a Jesús, viéndole que para cautivar nuestro amor muere entre tantos dolores y menosprecios? Un piadoso solitario pedía a Dios que le enseñara qué era lo que podía hacer para llegar a amarle perfectamente. El Señor le reveló que para llegar a un perfecto amor de Dios, no había ejercicio más útil que el de meditar con frecuencia en su pasión.Santa Teresa se lamentaba amargamente de ciertos libros que le habían aconsejado que dejase de meditar la pasión, como si esta fuera un obstáculo para la contemplación de la Divinidad, sobre la cual exclama la Santa: ¡Oh Señor de mi alma y bien mío Jesucristo crucificado! No me acuerdo ver de esta opinión que tuve, que no me dé pena; y que parece que hice una gran traición, aunque con ignorancia… ¿es posible, Señor mío, que cupo en mi pensamiento ni una hora, que Vos me habíades de impedir para mayor bien? ¿De dónde vinieron a mi todos los bienes, sino de Vos? Enseguida añade: «Veo yo claro y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos desta humanidad sacratísima, en quien dijo su «Majestad deléita.» (Vida, cap, XXII, n.° 3).
  1. En conformidad de esto, el bienaventurado Baltasar Álvarez decía, que la ignorancia de los tesoros que tenemos en Jesucristo era causa de la ruina de los cristianos. Por tanto, el punto más favorito y más ordinario de sus meditaciones era la pasión de Jesús, en la que meditaba especialmente estos tres grandes padecimientos: su pobreza, sus humillaciones y sus dolores; y exhortaba a sus penitentes a meditar frecuentemente la pasión del Salvador, diciéndoles, que no creyesen haber hecho progreso alguno, si no llegaban a tener grabado siempre en el corazón a Jesús crucificado.
  2. El que quiere, dice san Buenaventura, adelantar siempre en virtud y gracia, debe meditar siempre en la pasión del Señor [Si vis, homo, de virtute in virtutem, de gratia in gratiam proficere, quotidie mediteris Domini passionem. S. Bonav.] Y añade: «Que no hay un ejercicio más útil para santificar el alma, que la frecuente meditación de las penas de Jesucristo» [Nihil enim in anima ita operatur universalem sanctificationem, sicut meditatio passionis Christi. S. Bonavent.] 
  3. Además, san Agustín (apud Bernard. de Bustis) decía, que una sola lágrima vertida en memoria de la pasión de Jesús aprovecha más que una peregrinación a Jerusalén y que un año de ayunos a pan y agua. Así es que, con efecto, no ha sufrido tanto nuestro amable Salvador, sino para hacernos considerar sus muchos padecimientos, y porque es imposible pensar en ellos sin encenderse en el amor divino: «La caridad de Jesucristo nos estrecha» dice san Pablo [Caritas enim Christi urget nos. II Cor. V, 14.]. Jesucristo solo es amado de un pequeño número, porque también es pequeño el número de los que meditan las penas que por nosotros ha sufrido; mas el que las medita con frecuencia no puede vivir sin amar a Jesús, porque «la caridad de Jesucristo nos estrecha.» Se sentirá tan obligado por su amor, que no le será posible negarse a amar a un Dios tan amante, y que tanto ha sufrido para ser amado.
  4. Por eso decía el Apóstol, que «no quería saber otra cosa que a Jesús, y Jesús crucificado»[Non judicavi me scire aliquid inter vos, nisi Jesum Christum, et hunc crucifixum. I Cor. II, 2.] es decir, el amor que nos ha manifestado en la cruz. Y a la verdad, ¿en qué otros libros podemos aprender mejor la ciencia de los Santos, que es la ciencia de amar a Dios, que en Jesús crucificado? Al gran siervo de Dios, el hermano Bernardo de Corleon, capuchino, no sabiendo leer, querían enseñarle sus hermanos los religiosos. Al punto vuela a tomar consejo del Crucifijo; mas Jesús le responde desde la cruz: « ¡Qué libros! ¡Qué leyendas! Solo yo soy vuestro libro, en el que podéis leer siempre el amor que os he tenido.» ¡Oh! este es el más grande tema de meditación durante toda la vida y por toda la eternidad. ¡Un Dios muerto por nuestro amor! un Dios muerto por nuestro amor! ¡Oh! ¡Tema grande a la verdad!
  5. Pagando un día santo Tomas de Aquino la visita a san Buenaventura, le preguntó ¿de qué libro se había valido para consignar en sus obras tan bellos pensamientos? San Buenaventura le mostró la imagen de Jesús crucificado, todo gastado por los muchos besos que le había dado, diciéndole: «Ved aquí el libro, del cual he sacado todo cuanto yo he escrito; este es el que me ha enseñado lo poco que he aprendido.» Todos los santos sin excepción han aprendido a amar a Dios estudiando el crucifijo. El hermano Juan de Avernia, cada vez que ponía los ojos en Jesús cubierto de heridas, no podía contener las lágrimas. El hermano Jacobo de Tuderto, oyendo leer la pasión del Salvador, no sólo lloraba a lágrima viva, sino que también prorrumpía en profundos sollozos, oprimido por el amor en el que se abrazaba a su tierno Maestro.
  6. La dulce escuela del Crucifijo es la que hizo a San Francisco un serafín sobre la tierra. Cuando meditaba en las penas de Jesucristo lloraba tan continuamente, que casi llegó a perder la vista. Cierto día se le encontró que daba gritos lastimosos, y preguntado lo que tenía: ¡Ah! Respondió, ¿qué puedo tener yo? Lloro por los padecimientos y afrentas de mi Salvador; y mi dolor, añadió, se aumenta viendo la ingratitud de los hombres que no le aman y viven sin pensar en él. Siempre que oía balar un cordero, se sentía conmovido hasta derramar lágrimas, por el pensamiento de la muerte de Jesús, cordero sin mancilla, inmolado sobre la cruz por los pecados del mundo. Y abrasado todo de amor, no sabía este Santo recomendar nada a sus hermanos con tanto encarecimiento como la frecuente memoria de la pasión del Salvador.
  7. Jesús crucificado: tal es el libro en el que nos leeremos frecuentemente a nosotros mismos. En él aprenderemos por una parte a temer el pecado, y de otra a abrasarnos de amor a un Dios tan amante; leyendo en sus llagas aprenderemos la malicia del pecado, que ha condenado a Dios a sufrir una muerte tan cruel para satisfacer a la Justicia divina, y también el amor que nos ha mostrado el Salvador queriendo sufrir tanto, para hacernos comprender lo que nos amaba.
  8. Pidamos a la divina María que nos alcance de su Hijo la gracia de entrar nosotros mismos en estos hornos de amor donde tantos corazones se abrasan dulcemente; a fin de que renunciando a todos nuestros deseos terrenos, podamos también abrasarnos en estas dichosas llamas que hacen a las almas santas en la tierra y bienaventuradas en el cielo.Así sea.

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