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Santa Catalina de Siena, Oración XI.


"¡Oh María, María templo de la Trinidad! Oh María portadora de fuego; María, dispensadora de misericordia; María, germinadora del fruto; María, redentora del género humano, porque sufriendo tu carne en Cristo, fue redimido el mundo. Cristo lo redimió con su pasión, tú con el dolor del alma y del cuerpo.

Oh María, mar apacible; oh María, donadora de paz; María, tierra fecunda. Eres tú, María, planta joven de la que tuvimos una fragante flor, la Palabra, el unigénito Hijo de Dios, pues en ti, tierra fértil, fue sembrada esa Palabra. Tú eres la tierra, tú eres la planta.

¡Oh María, carro de fuego! Tú diste tu manto al fuego escondido y velado bajo la ceniza tuya, es decir, en nuestra condición humana. (2 R 2, 12-13)

Oh María, vaso de humildad en el que está y arde la luz del verdadero conocimiento con cuya luz te elevaste sobre ti misma, y por eso agradaste al Padre y te raptó y llevó a sí, amándote con amor singular. Con la misma luz y el fuego de tu amor y con el aceite de tu humildad, atrajiste e inclinaste a la humildad divina a que viniera a ti, si bien, ya antes era Dios atraído a venir a nosotros por el ardentísimo fuego de su ardiente amor.
Oh María, que tuviste esta luz y no fuiste necia, sino prudente, y por esa prudencia quisiste saber del ángel cómo sería posible lo que te anunciaba. ¿Acaso tú no sabías que esto era posible al Dios omnipotente? Creías, sin ninguna duda. ¿Por qué, pues, decías, pues no conozco varón? (Le 1, 34) No dijiste esto porque te faltase la fe, sino que lo dijiste por la profunda humildad con que considerabas tu indignidad, aunque no dudases que esto fuera posible a Dios.

Oh María, ¿te turbaste por miedo a la palabra del ángel? No parece, mirándolo a la luz de Dios, que te turbases por miedo, aunque mostrases algún gesto de admiración y alguna turbación ¿De qué te maravillaste? Ciertamente, porque veías la gran bondad de Dios y te admirabas, considerándote a ti misma, cuan indigna eras de recibir tan grande gracia. Estabas, pues, admirada y estupefacta ante la consideración de la grande e inefable gracia divina en ti infundida y la consideración de tu indignidad y debilidad. Así, pues, preguntando con prudencia demostraste tu profunda humildad. Así que, como queda dicho, no tuviste temor sino admiración ante la inmensa bondad de Dios y la consideración de tu pequeñez y de la casi nulidad de tu valía.

Tú, oh María, hoy fuiste hecha libro en que se halla descrito nuestro modo de actuar. En ti hoy se halla descrita la sabiduría del Padre eterno, en ti hoy se manifiesta la fortaleza, la dignidad y la libertad del hombre. Digo que se manifiesta la dignidad del hombre porque, si te miro a ti, María, veo que la mano del Espíritu Santo describió hoy en ti a toda la Trinidad, cuando formó en ti la Palabra encarnada, el Hijo unigénito de Dios: describió en ti la sabiduría del Padre, es decir, la misma Palabra, unigénito de Dios; describió también la potencia del mismo Padre, pues fue poderoso para realizarlo; describió la clemencia del mismo Espíritu Santo, pues sólo por benevolencia y clemencia divina fue llevado a cabo tan grande misterio".

(Santa Catalina de Siena V.O.T., Oración XI, en el día de la Anunciación, 1379: ed. G. Cavallini, Roma, 1978, pp. 119-123).

(Imagen: Santisima Virgen Maria, con el Divino Niño, San Juan Bautista y Santa Catalina de Siena, por Rutilio Manetti).

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