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El Santo Rosario: una dulce melodía digital


¿Quién de nosotros no acudió a la ayuda cómplice de los dedos de sus propias manos cuando aprendíamos matemáticas en la escuela primaria y nuestros maestros nos enseñaban a sumar las primeras cifras? Para comprender el total de una suma recurríamos durante nuestra niñez a la inocente ayuda de los dedos para obtener mentalmente el resultado de una adición.

 De igual manera aprendimos durante nuestra infancia en las clases de música que la melodías brotaban sorprendentemente de los instrumentos musicales gracias a la infantil sincronización de los dedos con nuestro aliento, como la flauta “dulce” que aprendimos a tocar mediante el acompasado movimiento de nuestros dedos infantiles posados rítmicamente sobre los orificios del pequeño cilindro musical, dentro del cual el aire exhalado por nuestra boca se convertía en celeste melodía gracias a la mágica coordinación de nuestro aliento con el ritmo de nuestros dedos movidos al compás sobre los agujeros encantados de la flauta. 

Así, el aire, los dedos y un objeto cilíndrico vacío se transformaban milagrosamente en instrumento sonoro de hermosas melodías para elevar el espíritu hasta enaltecer los más nobles sentimientos. Al rítmico contacto con nuestro aire y nuestros dedos, una inerte flauta cobraba vida de manera prodigiosa cuando el aire que brotaba de nuestros pulmones ingresaba en el melódico cilindro mientras los dedos lograban arrancar de sus entrañas las inolvidables y hermosas armonías que acompañaron con su dulce encanto nuestro despertar infantil.

 Después conocimos los “hermanos de las flautas”: saxofones, trompetas, oboes… varios de ellos elaborados en metal unos y muchos otros en madera, pero todos con la misma técnica de coordinación de aire y dedos para la mágica interpretación de una melodía o armonía. Descubrimos así el maravilloso encanto de unir nuestro aliento al rítmico compás de nuestras manos para engendrar el milagroso fenómeno de la palabra que se une a la música para articular la entonación que transporta el espíritu tal como nos los enseñan los salmos. 

Hace pocos días, a la salida de un concierto observé con atención desprevenida a un joven que salía del teatro de la ópera con el delgado estuche de una pequeña flauta colgado en su cintura. Fue inevitable que mi mente imaginara al instante el rosario que llevamos los hijos e hijas de Domingo colgado a la cintura… nuestra “flauta dominicana”… el mágico instrumento de oración con el cual aprendimos a coordinar nuestro aliento y los dedos para producir la mágica melodía del Santo Rosario, distribuido en 20 armónicas canciones a las cuales hemos dado tradicionalmente el nombre de “misterios”, que nos transportan al encanto maravilloso de la contemplación del único misterio: Cristo, la más dulce melodía que han llegado a escuchar nuestros oídos, bajo la batuta de una maternal arreglista musical: la Maestra del Ave María!

 Nuestra “flauta dominicana” suele ser de madera o de material semejante; con ella podemos interpretar veinte preciosas melodías de gozo, pasión, luz y gloria; tiene doscientos movimientos de compás que llamamos “Avemarías”, veinte cadencias iniciales de ritmo maestro que conocemos como “Padrenuestros” y otros veinte compases finales de gloria trinitaria. Lo curioso de nuestra flauta es que las celestes melodías no brotan de un mágico cilindro sonoro sino directamente de nuestros labios y se conjugan rítmicamente con el movimiento de los dedos sobre esferas de compás contemplativo. Ahora bien, no somos nosotros los compositores de tan extraordinarias y celestiales melodías sino sus intérpretes, el autor de tan excelsas armonías es un Aliento Divino y portentoso cuyo nombre es tan dulce y sonoro como la más hermosa música jamás compuesta: el Espíritu Santo. A su vez, nos guía como Director y supremo Maestro el Hijo del Padre, el mismo a quien dedicamos a diario nuestra melódica oración del rosario para cantar un día con él la gloria eterna en el escenario glorioso de su Reino Celestial. 

Ahora bien, esta dulce melodía fue interpretada por primera vez con música de ángeles en la voz del melodioso mensajero celestial, enviado por el Supremo Autor de tan dulce canto para entonar en Nazaret por primera vez aquel saludo de rítmica composición divina, para declarar su amor eterno a la futura madre de su Hijo. La dulce voz del ángel Gabriel entona por primera vez el divino saludo del Creador para dedicar a la Hija de Sión su más bello canto de amor: “Ave María”, la misma e inenarrable melodía que siglos después inspiraría a Schubert o Gounod y que día a día arranca a nuestro aliento el más dulce suspiro filial que se convierte en canto de esperanza al invocar con anhelo infinito a la Madre Llena de Gracia.

 Después de aquella maravillosa entonación del ángel celestial correspondería el turno para completar el saludo en dúo magistral a la armonía terrenal, interpretada en la voz femenina de la prima santa de Ain-Karim. Será entonces la voz emocionada de Isabel la segunda parte del divino saludo, pronunciado esta vez por una voz terrena, de la misma sangre y raza de la prima virgen: “bendita entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. Desde entonces millones de voces humanas han aprendido siglo tras siglo esta dulce melodía que el Maestro Domingo y sus frailes han entonado con especial versión armónica en la Iglesia desde hace ocho siglos. 

Un artículo de fray Orlando RUEDA ACEVEDO, O.P. 

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