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"Cierto es que la vida santa y conforme al servicio de Dios, claro está que la oración la produce y maravillosamente la guarda como un tesoro en nuestras almas. Porque sea que uno ame la virginidad, sea que se esfuerce por guardar la moderación propia del matrimonio, o por superar la ira, o por familiarizarse con la mansedumbre, o por vencer la envidia, o por cumplir cualquier otro deber, teniendo por guía a la oración que le vaya hallando la senda del modo de vivir que haya escogido, hallará expedita y fácil la carrera de la piedad. "


San Juan Crisóstomo
La oración dominicana

Cristo es el centro de la vida dominicana. Él --Palabra y Eucaristía--, es la misma razón de ser de nuestra Orden, de ahí que "La contemplación de las cosas divinas, el coloquio íntimo y la familiaridad con Dios han de buscarse no sólo en las celebraciones litúrgicas y en la lectura divina, sino también en la asidua oración privada, los frailes han de cultivar esta oración diligentemente" (LCO 66, I).
Por ello, aunque tradicionalmente se habla de la oración dominicana referida expresamente a la oración litúrgica, siguiendo la antiquísima vena de la tradición canonical en la que la Orden se encuentra enraizada, no deja por ello de referir su contemplación en una perspectiva de oración más amplia, que implica tanto la solemne oración litúrgica como la oración comunitaria en otras diversas devociones propias y, por supuesto, la oración privada así vocal como mental.


Más allá de las celebraciones litúrgicas --la celebración de la Eucaristía y del Oficio divino--, la oración dominicana busca la verdad de Aquel que como Verdad se le manifiesta en el estudio asiduo de la palabra de Dios, de allí que la devoción al misterio eucarístico tenga una especial dimensión en la oración dominicana (cf. LCO 67, I). No extraña, pues, que una de las figuras más representativas de esta devoción eucarística en la historia dominicana y aún de la historia de la Iglesia sea el propio santo Tomás de Aquino, a quien debemos los admirables himnos y plegarias del Oficio de la fiesta del Corpus Christi.

La devoción dominicana "hacia la santa Madre de Dios, reina de los apóstoles y ejemplo de meditación en las palabras de Cristo y de docilidad en la propia misión" (LCO 67, II), forma parte de la vida misma de la Orden de Predicadores desde sus orígenes, como nos lo recuerdan el beato Jordán de Sajonia y todos los cronistas de la primera hora dominicana, en múltiples pasajes.

Más aún, la más antigua tradición del rosario, remonta el origen de esta devoción tan acendrada en el pueblo de Dios, a la íntima devoción del propio santo Domingo de Guzmán, quien, si bien no es el autor material del salterio de María --como también es llamado y cuya larga historia de desarrollo abarca no pocos siglos--, influye indudablemente en la fusión de la meditación de los misterios de la fe al rezo de las salutaciones angélicas, elemento esencial de la devoción del rosario como actualmente lo conocemos nosotros, gracias a los esfuerzos de los venerables Alan de la Roche y Jacobo Sprenger.

De allí que los dominicos, como parte de sus propias Constituciones incluyan la ordenación siguiente: "Recen cada día una tercera parte del rosario, en común o privadamente... Esta forma de orar nos lleva a la contemplación del misterio de la salvación, en el que la Virgen María está unida a la obra del Hijo" (LCO 67, II). La devoción a padre santo Domingo, se reviste en la Orden de un dejo de piedad filial y profundo agradecimiento. Con él los santos y santas de la Orden tienen también su lugar como espejos y ejemplos de la vida dominicana (cf. LCO 67, III). Pero podría argumentarse, y con justa razón, que no sólo los dominicos están llamados a la oración eucarística o mariana, y que aun la devoción a los santos dominicanos no está necesariamente ligada a los miembros de la Orden. ¡Verdad incuestionable! Veamos ahora la perspectiva dominicana de la oración. Si la espiritualidad dominicana es una espiritualidad en la que la contemplación está en orden a la predicación (contemplari et contemplata aliis tradere), la oración dominicana deberá tener, por tanto este mismo sello característico. ¡La oración también es apostólica! En primer lugar, la oración litúrgica dominicana, inserta en el dinamismo de la vida espiritual de toda la Iglesia, tiene por su propia naturaleza una dimensión de proclamación de la Verdad Sagrada. La liturgia es de hecho ya, una cierta forma de predicación, y difícilmente podrá encontrarse momento más propicio para la predicación propiamente dicha, que la misma celebración de la liturgia, especialmente de la Eucaristía. Cuando se habla de la predicación dominicana, se habla, y no sin razón, de una predicación doctrinal.
La oración eucarística dominicana, centrada en la adoración del misterio eucarístico, lleva también consigo esta misma característica. Es la contemplación del misterio que se presenta como comprensible a la inteligencia humana, aunque no sea abarcable en su totalidad. Es la contemplación del amor divino que se hace palpable sacramentalmente, para fortalecer nuestro caminar hacia el Padre. La oración eucarística invade el ser dominicano, preparándole, aun anímicamente, para la predicación de la verdad que la misma Eucaristía encierra. Por su parte, la oración dominicana referida a la devoción mariana que se hace concreta de manera especial en el rosario, no es sino contemplación de los misterios de la fe que, degustados íntimamente en la plegaria, se proyectan como preparación directa para la predicación. Y la oración referida a la devoción a santo Domingo y los santos de la Orden, nos lleva también a la imitación de aquellos hermanos y hermanas nuestros, fieles testigos de la fe que estamos llamados a proclamar. La oración dominicana es también oración privada, y se transforma entonces, para el dominico, en un tránsito connatural entre la Verdad contemplada y la Verdad amada. Verdad que el dominico hace suya, que lo llena y lo desborda en plegaria y predicación. Así, la relación entre la oración y el estudio, es elemento fundamental del ser dominicano. Y porque "el estudio asiduo alimenta la contemplación", llega a formar parte de la misma oración dominicana que así, se transforma en una oración doctrinal, es decir, una oración en que la comprensión de la doctrina de la fe es base fundamental del diálogo amoroso con Dios. La oración dominicana es también una oración apostólica. Parte importante de la misma predicación es la oración por aquellos a quienes se predica. A ejemplo de santo Domingo, que no dejaba de orar por los pecadores, la oración del dominico debe permanecer constante en su vertiente de intercesión por los demás. Tanto así, que el propio santo Tomás de Aquino define la oración como aquel "elevar la mente a Dios, y pedirle las cosas necesarias para nuestra salvación".
Fr. Carlos Amado Luarca

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