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La estabilidad del corazón en el marco de la lectio divina. hna. Marta Hana I.M.D.


Hna. Marta Hanna

Instituto Mater Dei


La realidad del movimiento, de la inestabilidad y, con ellos, de la contingencia de este mundo, se impuso a los hombres como algo digno de ser considerado. Y en torno a este problema nació la Filosofía.

Panta rei, fue la sentencia lapidaria de Heráclito. Todo fluye, todo cambia, se muda, pasa, se desvanece. Una profunda mutabilidad afecta a todas las cosas y, de un modo particular, al hombre, siempre inquieto, siempre lanzado fuera sí mismo, en la búsqueda de nuevos horizontes.

Por la verdad que encierran estas palabras del filósofo de Éfeso, se emparentan con aquellas otras de la Verdad: "El mundo pasa y sus concupiscencias con él" (I Jn 2, 17).Todo cambia, el mundo pasa, todo lo que hay en él de perecedero, de caduco y, sobre todo, de pecado, el cual es -en el clarividente pensamiento de San Agustín- tendencia al no-ser. El mundo pasa; "sólo Dios permanece para siempre" (Is 40, 8).

Así, el corazón inquieto del hombre, devorado por la an-siedad, en tensión permanente hacia "El Más- allá de todo", sólo puede hallar descanso y estabilidad en Dios. "Porque nos creaste, Señor para Ti, nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" (1).

¿Cómo conciliar estas dos fuertes tendencias que nos dividen: estas ansias que nos desbordan, lanzándonos fuera de nosotros mismos, y este clamoroso deseo de reposo, de estabilidad? ¿Dónde hallar estabilidad? ¿Sobre qué cimiento fundarla, sino sobre Aquel en Quien "no hay transmutación ni oscurecimiento de alteración" (Sant. 1, 17)?

Esta paradoja, inherente a nuestra condición, fue captada por los antiguos. Es lo que parece haber vislumbrado Heráclito, pues señala que -por el cambio- todas las cosas son una y lo mismo. "Unamos -dice- lo completo y lo incompleto, lo convergente y lo divergente, lo consonante y lo disonante..." (2), andar y permanecer, y puede ser que -en el marco de las Escrituras Santas- descubramos que peregrinar -esto es, ir de un lado a otro-, se identifica de algún modo con permanecer -morar de un modo estable-

Consideraremos, entonces, el papel de la estabilidad en la vida cristiana, en cuanto que, más que una virtud, es la condición de toda virtud. Y esto lo veremos primero a la luz de la Tradición y, posteriormente, en el marco de las Sagradas Escrituras.



Estabilidad y vida cristiana

El tratamiento de la estabilidad nos conduce primeramente a la Regla de San Benito y al, así llamado, voto de estabilidad. La palabra stabilitas (stabilitate, etc.) aparece numerosas veces en la Regla. En ella se dice que el que desea abrazar la vida monástica debe comprometerse a "perseverar en la estabilidad" (3), vale decir, a asumir todas las exigencias de este estado de vida, según la expresión concreta de la Regla, "bajo la cual quiere militar" (RB. 58, 10). Todo lo que la Regla impera debe ser practicado, con toda diligencia, en "el claustro del monasterio y la estabilidad en la comunidad" (4). Por eso, el monje promete, delante de toda la comunidad, que permanecerá en ella para ejercitarse en la búsqueda de Dios y en el amor a Jesucristo por sobre todas las cosas: "... prometa su estabilidad y conversión de sus costumbres y obediencia, delante de Dios..." (5).

Aunque característica de esta familia monástica, la estabilidad es una propiedad de toda consagración religiosa; más aún, de la misma vida cristiana, en cuanto que por el bautismo, todos somos consagrados a Dios. Por eso, desde sus orígenes, la vida religiosa ha estado ligada a la estabilidad. Un hermoso apotegma nos da cuenta de ello.

"Un hermano preguntó a abba Antonio: ¿Qué debo hacer para agradar a Dios? Y respondió el Anciano: Guarda lo que te digo: dondequiera que vayas ten siempre a Dios delante de tus ojos. Cualquier trabajo que hagas, hazlo a ejemplo de las Sagradas Escrituras. Y dondequiera que residas, no te muevas enseguida de allí, sino permanece, con paciencia, en el mismo sitio. Porque si cumples estas tres cosas, te salvarás" (6).

La enseñanza que el Padre de los monjes da a este hermano se resume en otras palabras, comunes entre los Ancianos: "Permanece en tu celda y ella te lo enseñará todo".

¿Por qué esta insistencia en la permanencia en un sitio -stabilitas in congregatione, in monasterio-? (7). Varios son los motivos. En primer lugar, porque los antiguos padres habían comprendido la estrecha relación que existe entre estabilidad, incluso en un sentido local, y perseverancia en el estado de vida abrazado libremente. Por eso los Ancianos enseñaban que el deseo de deambular, de cambiar de celda o de monasterio - según los casos- solía ser fruto de la acedia y podía acarrear la pérdida de la vocación.

En segundo lugar, porque dada su naturaleza, el hombre necesita signos sensibles, externos, que le hablen de lo que no está al alcance de sus sentidos y, en este caso, que le recuerden el compromiso asumido.

En tercer lugar, porque la estabilidad en la celda es maestra de vida. "Tu celda te lo enseñará todo". ¿Qué es ese "todo", sino aquello "bueno que hay que hacer para obtener la vida eterna" (cf. Mt 19, 16)? Para salvarse, ante todo, es preciso "cumplir los mandamientos" (v. 17). Pero esto solo no basta para "ser perfectos como el Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48). Se precisa algo más; algo que puede expresarse mediante una multitud de preceptos -como hace San Benito en el capítulo 4º de la Regla-, o en una breve frase: "Amar es cumplir la Ley entera" (Rm 13, 10).

Todas estas obras buenas, que en última instancia lo son en tanto y en cuanto proceden del amor y lo manifiestan, deben cumplirse en el "taller" (officina, dice la RB, 4, 78), que es la celda o el monasterio. Perseverar allí es ya prenda de salvación, puesto que "sólo el que persevere hasta el fin, se salvará" (Mt 24, 13). Aún a riesgo de parecer tautológico, hay que decir que solamente aprende a perseverar el que persevera, el que permanece, el que guarda fielmente aquella disposición inicial -el amor primero (cf. Ap 2, 4)- que lo llevó a ingresar en el monasterio.

De lo dicho se desprende que la estabilidad es mucho más que la mera permanencia en un lugar, aunque esto también sea importante. Es más, incluso, que la mera conservación de un estado, por inercia. Stabilitas es la fidelidad a la palabra dada; es la respuesta conciente y libre, mantenida firmemente a lo largo de la vida. Es el fiat de la Virgen Madre, actualizado renovadamente hasta llegar a la Cruz, y más allá de ella, en virtud de lo cual María Santísima se constituye en Corredentora, partícipe de modo eminente en el misterio de la Pasión y Resurrección de su Hijo.

La Virgen Madre es el arquetipo de la estabilidad. Ella es Virgo Fidelis, Virgen fuerte y fiel, potente en la resistencia, perseverante hasta el fin. De ello da testimonio el discípulo amado diciendo simplemente: "Stabant - eistékeisan - iuxta crucem Iesu Mater eius, ..." (Jn 19, 25). Aquí, para gozar del texto, es bueno detenerse unos momentos en su riqueza semántica.

El Evangelista dice de María Santísima que stabat. El corazón de este verbo sto, -as, -are (equivalente del griego ístemi) es la raíz sta, que indica permanencia (8). Ambos verbos pueden traducirse sencillamente como estar; pero, si bien significan la presencia en un lugar (y ese sería el primer sentido literal de la frase: "Junto a la Cruz de Jesús, estaban su Madre, ...), no se agotan en esto. Pues, por empezar, designan un modo peculiar de presencia: un estar de pie, derecho, erguido. De allí que ambos se usen para significar la permanencia en un sitio, la firmeza, tanto en relación con el lugar como con el tiempo. Así se dice, p.e., de las naves ancladas y del mástil, que están. De este modo está la Virgen junto a la Cruz: de pie, erguida.

Por extensión, indican no sólo una postura física, sino una actitud del ánimo. Está el que persevera, el que tiene la disposición del combatiente y mantiene firmemente su posición; el que, de hecho, combate, el que subsiste, el que es fiel (9).

Así estaba María al pie de la Cruz. Por esta vía encontramos el sentido pleno de la perícopa: la Madre, de pie, erguida, persevera fielmente en el fiat pronunciado una y mil veces en su corazón, sin desfallecer. Se mantiene con constancia en su puesto de combate, junto a la Cruz, abrazando plenamente su condición de Corredentora.

Y, como la Virgen, así el monje. Y no sólo él, sino también el sacerdote, los esposos, todos aquellos que han abrazado libremente un estado de vida (no hay estado sin estabilidad) que sea escuela de santidad.

Al respecto es muy esclarecedor el comentario de G. Colombás a la RB:

"La estabilidad de la RB representa el compromiso monástico total, lo cual implica perseverancia en dicho compromiso hasta la muerte, la pertenencia a una comunidad determinada, la permanencia habitual en el recinto del monasterio en el que vive dicha comunidad..." (10).

Parafraseándolo, podemos decir que la estabilidad en el sacerdocio o en el matrimonio representa el compromiso sacerdotal o matrimonial total, lo cual implica perseverar en dicho compromiso hasta la muerte. De esta estabilidad es expresión la fórmula matrimonial, por la cual los esposos se prometen ser fieles , el uno al otro, "en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad,..." amándose y respetándose todos los días de su vida (cf. Ritual de sacramentos).

Hay que tener claro desde el primer momento que "muerte" no es solamente la separación del cuerpo y el alma. Hay algo de muerte en todo dolor, en toda contradicción, en las frustraciones e incomprensiones, que no faltan en ningún estado de vida. Es muerte la abnegación, indispensable para la buena convivencia. Más aún, es justamente en estos momentos de muerte cuando más firmemente hay que mantener la posición, el compromiso. El centinela no permanece en su puesto de guardia toda la noche, para abandonarlo en el momento en que divisa al enemigo; el piloto no sostiene firmemente el timón para soltarlo en el preciso instante en que se abate el temporal. Un varón no se compromete en una empresa, cualquiera sea, se trate de la conquista de un reino o de la conquista de un reinado en el corazón de una mujer, incluido el arrebato del Reino de los Cielos, para echarse atrás en el momento de probar su vigor. Por el contrario, es en estos momentos en los que aparece con todo su esplendor aquella disposición del corazón que llamamos stabilitas. Si para algo sirve esta disposición es para perseverar en medio de las pruebas, con paciencia y en la esperanza, lo cual es condición necesaria para cualquier victoria (11).

Pasamos así, de una primer sentido marcadamente local (aunque no exclusivo), a un sentido ético más profundo. La stabilitas es mucho más que permanencia en un lugar, es perseverancia en un compromiso asumido, en la palabra dada, en el estado de vida elegido.

"El monje permanece en el monasterio porque permanece en Cristo", comenta bellamente Von Balthasar (12). Este es el secreto de la auténtica stabilitas (13). El monje permanecerá en la vida monástica activamente y no por inercia, a condición de guardar aquel amor primero, que lo une con el Señor Jesús. Análogamente, el sacerdote, los esposos, todo cristiano, perseverará en lo suyo si permanece en Jesús, firmemente fundado en su Palabra, en su Amor inmutable (14).

Este es el sentido más profundo de la estabilidad: stabilitas es permanecer en Aquel que Es. Por eso a Santa Catalina de Siena, que anhelaba morar en la soledad de su retiro, establemente, a solas con El solo, al tiempo que se le ordena salir de su encierro se le enseña a permanecer en su celda. No ya la celda exterior, sino la celda interior, la del corazón, la de la hondura del alma, allí donde mora Dios (15). Las monjas tienen su clausura: paredes y rejas. Catalina tendrá la suya: sumergida en la Trinidad Santísima, Dios será su clausura, pues en El "vive, se mueve y es" (cf. Hch 17, 28 b).



Estabilidad y peregrinación

Comenzamos afirmando la caducidad de todas las cosas, su contingencia. Y constatamos que también nuestra vida está sometida a este continuo pasar. Estamos en el mundo, pero no somos de él (cf. Jn 17, 16), pues "no tenemos aquí ciudad permanente, antes buscamos la futura" (Hbr 13, 14). La nuestra es condición de "peregrinos y extranjeros" (Hbr 11, 13b) (16). A pesar de ello, la perseverancia aparece como conditio sine qua non para alcanzar, nada más y nada menos, que la Patria Futura, hacia la cual caminamos. Entonces surge claramente la exigencia de estabilidad.

Pero hay que tener presente que no se trata de oponer rigidez o quietud a la mutabilidad que afecta a todas las cosas -incluídos nosotros-. Aquí es donde volvemos a echar mano de las palabras de Heráclito, para buscar el camino por el que los contrarios se reducen a una misma cosa. Lo que queremos decir con esto es que la stabilitas es el corazón de la peregrinación, que la auténtica peregrinación sólo es posible para aquel que permanece.

En este continuo andar, que es nuestra vida, se esconde un permanecer. La vida cristiana es peregrinación porque es permanencia en Cristo; es un constante pasar por este mundo, por sobre las cosas de este mundo, porque es un estar en Dios. Algunos pasajes de las Escrituras Santas nos dan la clave de esto.

Leemos en el libro del Génesis que Dios ordenó a Abraham:

"Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te lo he de dar" (13, 17).

Y más adelante:

"Cuando Abram tenía noventa y nueve años, se le apareció YWHW y le dijo:’Yo Soy El Shadday, anda en Mi presencia y sé perfecto" (17, 1).

En ambos pasajes, el verbo hebreo es el mismo: "hitpael", que puede traducirse por: andar, deambular, rondar de aquí para allá, de casa en casa. Este es su sentido propio, con el que aparece en el primer texto (13, 17; cfr además Gn 3, 8; S 105, 13; 35, 14; 43, 2) (17). En todos estos casos, los LXX lo tradujeron por el verbo griego diodeuo, que significa: viajar, pasar por, a través de (18). Tal será la condición de Abrán: no será sino un nómade. Dios le promete una tierra y le manda recorrerla de un extremo a otro; mas no plantará su tienda de modo definitivo; no podrá construirse en ella una morada permanente; sólo una sepultura (cfr. Gn 23). Claramente lo dice la Carta a los Hebreos: "Por la fe, Abraham, ... peregrinó en la tierra de sus promesas como en tierra extraña, habitando en tiendas (...) Porque esperaba él ciudad asentada sobre cimientos firmes, cuyo arquitecto y constructor sería Dios" (Hbr 11, 9-10).

Sin embargo, éste no es el único sentido del verbo hebreo. En sentido impropio y ético el verbo significa lo contrario: no ya andar, sino morar habitualmente, con familiaridad, vivir en tierna compañía con, y, también, conducirse con confianza (19). Este es, evidentemente, el significado del verbo hitpael cuando se afirma de Henoc y de Noé que "anduvieron en la Presencia de Dios" (cfr. Gn 5, 22. 24; 6, 9). Ambos fueron gratos a Dios, pues se conducían rectamente, piadosamente, ante El. Así lo entendieron los LXX que, en estos casos, no tradujeron diodeuo sino euaresteo, que significa complacer, hacer grato, dar probadas muestras de benevolencia a alguno (20). Cuando traduce el hitpael, significa andar de continuo, pero también, llevar una vida santa, agradable a Dios, de cara a Dios. Complacer a Dios por la probidad e integridad de vida.

A Abraham lo llamamos "nuestro padre en la fe". En él tenemos el prototipo del creyente; por eso nos interesa especial- mente dilucidar qué le pide Dios. ¿Cuál es el sentido del mandato de Gn 17, 1?

Los LXX entendieron el verbo hitpael en el sentido impropio y ético, en cuanto designa una conducta; y así lo tradujeron por un verbo que no significa simplemente viajar sino, además, vivir en la presencia de Dios, siéndole grato (21). Tal como ellos lo tradujeron Dios le dice a Abraham: "Sé grato ante Mí y deviene irreprochable", poniendo el acento en el modo de vida.

Pero si nos atenemos al verbo hebreo (en su forma hitpael), Dios le manda peregrinar de continuo la tierra prometida toda, permaneciendo en Él. Abraham recorrerá la tierra de la promesa -y en esto está la peregrinación, el continuo pasar-, en Dios, como si pudiésemos decir "sin salirse" de Dios -y en esto está la estabilidad, la permanencia (22). Así, el mismo verbo significa andar continuamente y morar habitualmente, en la más íntima y cordial amistad con Dios (23). Esta ambigüedad no es signo de pobreza de lenguaje; mucho menos de pobreza de conceptos. Por el contrario, es signo de que se ha captado en profundidad la paradoja que entraña la vida humana, y en particular, la vida del creyente: está en Dios y, por ese motivo, no tiene aquí ciudad permanente. De allí que no haya porqué optar entre uno y otro sentido del verbo; perfectamente pueden combinarse ambos.

Hay que tener presente que Abraham no es ya "Abram", el hombre viejo; aun cuando, en ambos casos, todavía no ha recibido "el nombre nuevo" (cf. Ap 2, 17c), él ya es hijo de la resurrección. Dios le ha dicho primero: anastás, surge!, levántate!. Es el verbo de la resurrección. Y Dios lo dice y lo hace, lo nombra y lo crea.

Como hombre nuevo, recreado (y todo lo que es recreado, lo es a imagen de Cristo), tiene su vida "escondida -con Cristo- en Dios" (Col 3, 3). Allí tiene su morada, su permanencia, su corazón. Estándose allí, peregrina; quedándose habitualmente en Dios, camina sobre la tierra, a semejanza de la Semejanza Perfecta que "caminando por la tierra, tocaba el Cielo" (Sab 18, 16b).

Pero aún queda una cuestión por resolver: establecer si el verbo griego autoriza también esta lectura. Euaresteo encierra, según hemos visto un doble significado; pero no parecieran ser los mismos que los del verbo hebreo. Por el contrario, parecería que en todo caso da la idea de un andar, no de algún "estar". Sin embargo, en esta palabra y en la cosa por ella nombrada, creemos que se encierra, como la semilla en el corazón del fruto, la stabilitas. Hay que buscar dentro de la palabra hasta llegar a su raíz.

Euaresteo es un verbo compuesto por el prefijo eu = bueno y el verbo aresteo, que significa agradar, complacer. Se trata de un buen agradar. El verbo se emparenta con el sustantivo areté, que generalmente se traduce como "virtud", pero que expresa mucho más: la plenitud de una forma, particularmente de la humana, la eminencia, el estado de perfección alcanzado por alguna cosa, especialmente el hombre. También ingresan en la familia de esta palabra los adjetivos areion y aristos: mejor, más excelente, más fuerte, más valiente; el mejor (24).

Si profundizamos aún más, el verbo parece encerrar la raíz sta, la del verbo sto, -as, -are y su equivalente griego, la del sustantivo stabilitas, la del adjetivo stabiliter. No puede ser de otro modo, ya que euaresteo no significa un complacer momentáneo, pasajero, sino uno modo de vida, que indica de suyo permanencia. ¿Acaso afirmaría la Escritura de un varón que lleva una vida proba, de cara a Dios, si esto fuese solamente un episodio, un hecho circunstancial? Evidentemente no. Cuando dice de Henoch, de Noé y de Abraham, entre otros, que anduvieron en la presencia de Dios, que le fueron gratos, afirma que lo fueron de un modo habitual, a lo largo de su vida, establemente.

Volvamos al principio. Unamos andar y permanecer, y resulta que, de algún modo, andar es permanecer. Esto, porque Abraham era nómade, peregrino, no sólo "en espíritu" ("sintiéndose extranjero en una tierra extraña", como leemos en la Carta a los Hebreos), sino "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 24). O, tomando otra expresión de San Juan: "no sólo de palabra... sino con obras y de verdad" (1 Jn 3, 18).

Con obras, porque estabilidad no es inercia, sino dinamismo. Con obras, ¿y cuáles, sino aquellas que es preciso obrar para alcanzar la vida eterna? Esto, como vimos anteriormente, puede expresarse de varios modos: Al pueblo de Israel, por mediación de Moisés, las obras buenas le fueron indicadas en la Ley. Sin embargo, de entre la multitud de preceptos, es posible espigar el primero, el principal, el precepto capital del cual dependen todos los otros. Y así le respondió Jesús al doctor de la Ley (Mc 12, 29-31). También para nosotros, el Señor Jesús resumió toda la Ley en un precepto antiguo y nuevo, diciéndonos: "amaos los unos a los otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34).

A Abraham, no se le dijo ni de éste ni de aquel modo. El Señor le dijo simplemente: "sé grato ante Mí y deviene irreprochable" y con esto le dijo todo.

También a nosotros, como a nuestro padre Abraham, el Señor nos dice: levántate y camina! ¿Cómo? En Mi presencia, ante Mi, en Mi, permaneciendo en Mi, porque "...sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15, 5b); nada saludable, nada para alcanzar la vida eterna. También a nosotros como a aquel paralítico que le llevaron entre cuatro (25) nos dice: levántate y camina! (cf. Mt 9, 5), perdonando nuestros pecados, para que podamos devenir perfectos, "santos e irreprochables ante Dios por el amor" (Ef 1, 4).

ooooooooooooooooooooo

NOTAS

(1) S. Agustín, Confesiones, I, 1.

(2) Frag. 10.

(3) "Si promeserit de stabilitate sua perseverancia..." RB 58, 9. S. Benito, Regla de los monjes, Edición bilingüe, trad. P. Pablo Sáenz, o.s.b., ECUAM, 1990.

(4) "Officina vero ubi haec omnia diligenter operemur claustra sunt monasterii et stabilitas in congregatione" RB 4, 78.

(5) "Suscipiendus autem in oratio coram omnibus promittat de stabilitate sua et conversatione morum suorum et oboedientia, coram Deo..." RB 58, 17.

(6) Ap. 108, Recensión del Pseudo Rufino.

(7) El consejo de permanecer en la celda es un lugar común de la espiritualidad monástica. San Basilio, p.e., sólo admite el cambio de monasterio por motivos gravísimos, cuando hay serio peligro para el alma. Cf. García Colombás, El Monacato Primitivo, t. II. BAC, Madrid, 1975, p. 201- 203.

(8) La raíz STA y sus derivados, indican siempre lugar o permanencia en un lugar. 1- Basic form: *STA - : Latin: stare, status, statua, statutus, statura. Russian: suffixed from "staretz" (old, long standing. Middle Dutch: "stad", place, latin: ‘statio". Old English: " stede", place. 2- Suffixed form "stau -ro". Latin: "instaurare", etc. Greek: "stauros", cross, post, etc. 3- Reduced form st. Latin: "sistere" = prefix: ad-, con-, de-, ex-, in-, per-, re-, sub-. Greek: "histanai"= prefix: apóstasis, katastasis, éxtasis, etc.; "histos", web, tissne > "histo-" ; "stylos", pillar etc. Cf. INDO- EUROPEAN ROOTS, in The American Heritage, Dictionary, Willam Morris, N. York, 1969.

(9) Cf. Voz STO- AS- ARE en Blásquez Fraile, Diccionario Latino-Español, Sopena, Barcelona, 5º Ed.

(10) G. Colombás - Aranguren, La Regla de San Benito, B.A.C., Madrid, 1979, p. 461.

(11) Sabias son las palabras de San Ignacio de Loyola al respecto: "En momento de turbación, no mudar de decisión".

(12) Citado por Colombás-Aranguren, op. cit., p. 463.

(13) Por donde se ve claramente que la stabilitas loci (en el lugar) es signo de la stabilitas cordis (del corazón).

(14) "Porque los montes se correrán y las colinas se derretirán, pero mi amor de ti no se separará, dice YWHW , que tiene compasión de ti". (Is 54, 10).

(15) Se puede ver al respecto el trabajo del P. Alberto Justo, o.p., Catalina de Siena, Contemplativa, en Cuadernos de Espiritualidad y Teología, III, nº 5, 1993.

(16) En referencia a esto, escribe el P. Spicq de los verdaderos cristianos, aquellos que tienen conciencia de su condición de peregrinos sobre la tierra que "su único anhelo es mudarse de casa para estar con Cristo (cfr. Flp 1, 23), ‘ir a domiciliarse junto al Señor’ (II Cor 5, 8), porque El les ha asegurado que, en la am- plia mansión de Su Padre, hay muchas moradas (monai pollai)) , que les ha preparado una sitio (topon) y que allí donde El esté estarán también ellos (Jn 14, 2 - 3) ... De ahí que la vida presente (...) No puede ser vista más que como una peregrinación". Spicq, C., Vida Cristiana y Peregrinación según el Nuevo Testamento, B.A.C., Madrid, 1977, pp. 49- 50.

(17) En este sentido propio, puede connotar un modo de andar triste, errático, decaído, como lo indica el contexto del S. 35, p. e. Cfr. Lexicon Zorrel: hitpael: ambulare. 1. Sensu propio: CIRCUMIRE (Gn 3, 8); huc illuc migrare (Gn 13, 17 Ps 105, 13; tristis migrare (Ps 35, 14; 43, 2).

(18) H. G. Liddell & R. Scott, Greek-English Lexicon, Oxford, 1968, voz dio- deuo: travel through ; march through; pass away, of the cause of diseanse.

(19) Lexicon Zorrell, hitpael, 2- sensu impropio et ethico: pie familiariter conversari cum Deo: Gn 5, 22- 24; 6, 9; vivere coram deo, in servitio dei, I Sam. 2, 30; Gn 24, 40; 48, 15; 2 R 20, 3; Ps 56, 14; 116, 9.

(20) euaresteo: placeo, complaceo, documenta benevolentia alicui exhibeo. Gn 17, 1: vitam coram me probatam agas; ambulare coram Deo = Deo placere ob probitatem ac integritatem vitae. Cf. J. Schleusner, Novus Theraurus Philologico-Criticus.V.T., Lipsig, 1820. Aresko, anzropareskos, areskeia, arestos, euarestos, euaresteo: In the LXX , Aresko always means "to please", and the compound euaresteo is used to translate where this denotes the walk before God: Gn 5, 22, 24; 6: ; 17: 1 (euarestei enantion emou kai ginou amemptos); 24: 40; 48: 15; Ps 26:3; 35: 14; 56: 13; 116: 9; Sri. 44: 16. In Gn 39: 4 it is used por ... . This shows that the LXX uses euaresteo for an attitude. Cf. Kittel, Lexicon of the N.T.

(21) La Vulgata traduce en ambos casos, Gn 13, 17 y 17, 1, de modo semejante: "Perambulare" en el primero y "ambulare", en el segundo, dando la idea de movimiento de traslación.

(22) Abraham es llamado amigo de Dios (2 Cro 20, 7; Sant 2, 23), porque vive en íntima y cordial amistad con Él como puede verse claramente en el hermoso diálogo que mantienen con motivo del castigo de Sodoma (Gn 18, 23-33).

(23) X. León - Dufour afirma que "Israel, siempre nómada y luego exiliado, no ha experimentado nunca verdaderamente lo que es ‘permanecer’. Ni siquiera dispone de una palabra que exprese exactamente esta idea.... Hay que aguardar lo equivalentes griegos para lograr nuestras imágenes familiares de casa, estabilidad, permanencia.. Y sin embargo, este pueblo, siempre en marcha, sueña con reposar de las fatigas del desierto: querría instalarse y vivir en paz en la tierra que le ha prometido Dios (cf. Gn 49, 9.15; Dt 33, 12- 20)." Cfr. voz permanecer en X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 1978. Esta afirmación sólo puede ser válida si se entiende "permanecer" reductivamente, en cuanto estabilidad en un lugar y en relación al pueblo nómade, pues, el mismo autor, un poco más adelante menciona numerosas citas del Antiguo Testamento donde aparecen claramente las ideas de estabilidad, permanencia, constancia, inmutabilidad: cf. S 104, 5; Gn 8, 22; Dn 6, 27; etc. De todas maneras, el P. Spicq señala tres pasajes del A.T., en los cuales los LXX utilizan el verbo steko (mantenerse en pie, inmóvil, quedarse en su sitio): Ex 14, 13; Jue 16, 26; I Re 8, 11. Cf. Spicq C., Vida Cristiana y Peregrinación, ed. cit, p. 146- 147.

(24) Cf. supra Kittel. Boisacq, Emile, Dictionnaire Étimologique de la Langue Grecque, Paris, 1938.

(25) Aunque en los tres casos, la Vulgata traduce: "surge et ambula", exactamente igual que en el caso que nos compete, los Sinópticos emplean aquí otros verbos: "egeire kai peripatei". Sin embargo, se conserva aún así el sentido de resurrección, no sólo por el contexto -esta devolución de la potencia locomotiva es signo de la nueva vida que el paralítico recibe, al serle perdonados sus pecados-, sino además, porque se trata del mismo verbo que los Evangelistas emplean para expresar la Resurrección del Señor Jesús.Cf. Mt 27, 63-64: Meta treis emeras egeiromai. keleuson oun asfaliszenai ton tafon eos tes trites emeras, mepote elzontes oi mazetai autou klepsosin auton kai eiposin to lao, Egerze apo ton nekron, kai estai e esjate plane jeiron tes protes

Sin medios y sin por-qué .Fr. A. E. Justo O.P.


Splendor aeternae gloriae

Incomprehensa Bonitas

Amoris tui copiam

da nobis per praesentiam


PENSAMIENTOS VARIOS

PROPÓSITOS SIN POR-QUÉ

1. Expectación. Prosiguen estos días... ¿qué decir? Sólo insinuar que ya no estamos donde pensábamos estar una vez. Es preciso confesarlo. El lugar se ha convertido, de algún modo, en un accidente. La historia tiene su lenguaje como lo tiene la vida. En realidad uno y otro se identifican en el plano más profundo.

2. El hombre asediado. Es el hombre de hoy. Importa saber de qué se trata, en qué consiste el asedio. Y es que aquellos que circundan y preparan un asalto primero y otro después, no ven ni saben lo que persiguen. Dan terribles manotazos al aire sin aferrar cosa alguna. Parece que avanzan en distancia y en conquistas, pero, sin saberlo ellos, caminan hacia atrás. El sitio no es tal, porque -en realidad- se alejan. Esto no excluye que los sitiados sufran y, a veces, mucho...

3. Pero la lucha posee un encanto. Porque cuando reposamos en la Verdad, esto es en la misma Voluntad de Dios, hallamos la paz profunda que no tiene precio.

4. Es conveniente explicar algo..., de modo que quien lo precisa sea confirmado en su búsqueda. Pero un análisis, aún el más cuidadoso, que vuelva y revuelva sobre el objeto sin pudor, puede alejar de él y causar perplejidad. La penetración más honda no se siente, sólo se sospecha. Y es muy necesario insistir en ello porque cuando más nos parece saber es cuando sabemos menos.

5. Confianza y nueva confianza. Abandono en un instante... Quien no ha sufrido... (¿se halla alguien así en alguna parte?)... ¿puede comprender a quien peregrina doliente por las sendas de este mundo? Como dijo León Bloy: sufrir pasa, haber sufrido no pasa jamás...

6. Es muy doloroso observar el desvarío y la necedad. En los días que corren constituyen el espectáculo más frecuente. Pero es aquí, en las sendas espinosas de este mundo, donde se descubre la Historia como Cruz. En efecto, no es un cierto mundanismo (permítasenos llamarlo así) de corte optimista e irreal, lo que ha de esgrimirse para recordar el Misterio de la Encarnación, sino el sentido profundo de todas las cosas a partir de una rebelión y de una redención efectivamente operada y realizada y vertiéndose, a cada instante, en nuestra vida a través de acontecimientos y latidos de todo género. Esto nos pone frente al sufrimiento, que es la puerta a la humildad y al abandono.

7. Vienen de camino. ¿Quienes? La respuesta es la siguiente: -nadie. Bueno es darse cuenta, de una vez por todas, que eso que -tantas veces- nos dicen los sentidos y nos cuenta el miedo, que todo eso, en el fondo (que es donde interesa) no es.

8. Pasamos de una a otra. Pretendemos definirnos y ubicamos. O soy de Pablo o soy de Apolo. O soy especulativo o soy práctico. O compatriota o extranjero. O estoy inclinado hacia el realismo o hacia el idealismo... Nada de esto nos interesa ahora. Son alternativas exteriores o muy superficiales. Nuestra vocación es pujar por penetrar en las honduras y llegar allí donde no existe división ni dualismo alguno.

9. ¡Es tan grande el secreto! En un instante los ojos de mi alma se levantan y son raptados por Dios. En un instante. ¡Cuánto cuesta convencerse de que no hay que complicar, ni analizar, ni distraer! ¡Mirada simple, simplicísima! Raptada y levantada sobre cualquier laberinto. Pero simple y una. No por virtud de mi antojo sino por don y regalo de la Gracia divina. Es el Espíritu Santo que opera este rapto cuando me dejo absolutamente penetrar. Como el aire por el sol, como el madero por el fuego... Pero mucho, mucho ¡tanto! más, que el Amor de Dios no conoce medida, ni medio, ni por-qué. ¿Dónde están las distinciones, dónde las diferencias? ¿Para qué andar tras el lodo y las cosas pequeñas? La simplicidad, la unidad no se quiebran. Dios nos convierte, nos adelgaza hasta volvernos totalmente sutiles para entrar en Él y para que Él entre en el alma, que es lugar de su delicia y de su reposo.

10. Nada que no seas Tú-mismo, en Ti, sin modo ni medida. Dios en Dios... Que tantas imágenes acaban oprimiendo y desconcertando, llevándonos caprichosamente con ellas y fijándonos en mil intermediarios... Pienso ahora, detenidamente -aunque sin esfuerzo alguno- en la mirada simple...

11. Terribles son las amenazas de los celadores. Los hay por todas partes. Quieren obligar a otros a hacer esto o aquello. Parece que están convencidos de que no existe salvación sin magia, sin los ritos que ellos mismos inventan y establecen. ¿Qué ha de hacer el hombre? Simplemente, seguir su camino.

12. En estos días se sufre... sin querer. Pero la luz brilla a pesar de todo. De eso yo estoy seguro.

13. Sólo en la Noche puede ser desposado el Misterio. La Vida...

14. La apertura del horizonte siempre nuevo es el camino de la poesía. El esplendor del verbo rasga los velos oscuros y despierta, a la luz, zonas desconocidas.

15. Alguien ha dicho, asombrado, algo perplejo: si son monjes, ¿qué necesidad tienen ellos de pintar? Digo yo: quien haya alcanzado el camino esencial no necesita decir más. Se ha hecho poesía, música nueva, esa misma que es de todas la primera.

16. Dios es la misma Belleza.

17. Quien sabe recibir la poesía, quien escucha, atiende y acoge lo dicho por otro, él mismo, el receptor, es poeta. Y, ciertamente, no de los vulgares si ha prestado su genio escondido para asir el secreto que transmiten la palabra y el símbolo.

18. Una palabra solamente. Es como el color en distintas intensidades y manifestaciones. ¿Es posible descubrir, de un golpe, la belleza y la armonía de las infinitas tonalidades?

19. Todo cuerpo es velo y símbolo privilegiado. Es tanto lo que manifiesta... ¡pero infinitamente más lo que esconde!

20. Puedes abandonar cualquier obra para consagrarte a la única Obra... Quien pueda entender que entienda...

21. San Juan de la Cruz, pintor, artista, sobre todo poeta... Se consagró a la... obra Esencial.

22. Un artista, en verdad, descubrirá esta puerta y pasará por ella. La obra esencial se realiza más allá de toda definición o explicación. Es un toque que abre una cámara nueva, escondida e infinita.

23. La obra esencial no se realiza fuera sino dentro. ¿Es posible hacerse poesía? Desde luego, cuando se es transformado en la causa de toda poesía.

24. La Belleza es Dios mismo, Dios mismo es Belleza... Es maravilloso. Como San Juan de la Cruz: vámonos a ver en tu Hermosura.

25. Adivino la nueva voz, que siempre es nueva. Es tan maravilloso y admirable reposar más hondo en el Corazón... Las honduras son descubiertas una y otra vez. El alma se domicilia más en ellas, se hunde en la inmensidad plena de Luz. Es el mismo Espíritu... En Él y desde Él. En su Unidad.



VARIEDADES DE UN MISMO DOLOR

26. No hay duda ...: el sufrimiento resurge cada vez como inédito y desconocido. Sus abismos son insospechables e indescriptibles.

27. Terrible burla de la ignorancia y de la petulancia. ¿Cómo entender eso? En la nueva soledad se descubre el horror del infierno. Es algo así como una ausencia vacía, fría y oscura, en los muelles de un puerto maloliente. Nadie atiende si alguien pasa. La mirada perdida no se detiene ni se fija jamás. Rostros que no miran y ojos que no ven...

28. ¿Quién sabe de... desamparo? Siempre clama el corazón. Dios lo oye.

29. Es preciso hundirse y meditar en el amor este misterio del desamparo. En el abandono en la Cruz...



LA ORACIÓN CONTINUA

30. Cuando ores, no pongas condiciones. Este levantamiento ha de ser muy simple y, sobre todo, bien silencioso.

31. ¿Sabes cómo late el corazón? Aprende que cada latido pronuncie el Nombre del Señor. Hazlo con la aspiración que te levanta al Cielo, que te levanta a Dios.

32. La aspiración es la interiorización profunda de tu deseo, encendido por el Fuego del Espíritu Santo. Es el mismo Espíritu el que aspira y te levanta y te hace uno con Él.

33. La oración y la misma vida contemplativa no se dan ni existen fuera del orden de la Providencia. En efecto, trascender el tiempo es sólo posible desde el mismo tiempo, entre tiempo y tiempo, en el instante. El recogimiento se nutre de pruebas y asedios, porque la perfección sólo se alcanza en la médula de la Redención. Una vida que eludiera el combate entre la Luz y las tinieblas quedaría al margen y extraña a Dios. A Dios se lo descubre y se lo ve recibiendo su Misericordia y su Salvación. La vida mística se da en el mismo corazón de la historia y del Misterio... El Amor y la Unión consiguiente comportan el gigantesco y sublime drama según la Voluntad del Padre.

34. La oración continua no se interrumpe con acontecimiento alguno... El orante ha de comprender que todo la favorece. Porque el Señor es sublime y delicado maestro. El Espíritu sopla donde quiere y como quiere... ¡Alabado sea Dios!

35. Decisivo juzgo el papel y el lugar de la Historia en el camino ascético de todo peregrino. Porque la perfección se alcanza con la disponibilidad y no tanto con la elección, tal vez caprichosa, de las características del andar. Orar siempre es abrir el corazón siempre. Es, sobre todo, aprender a descubrir a Dios en todo y por todo. Es -siempre- ver más allá de lo que se presenta inmediatamente a los sentidos exteriores en orden a una inmediatez más profunda en el espíritu. Ver, pues, más allá. Horadar hechos y cosas. Asir el acontecimiento en cuanto tiene de más hondo o en cuanto esconde o manifiesta. La inteligencia humana tiene esta vocación... Así como se percibe la belleza en todo.

36. A veces, las molestias en la oración constituyen una advertencia del Señor acerca de la provisoriedad de esta hora. Redoble, el peregrino, su plegaria, seguro de la fecundidad del asedio.

37. En el tiempo de la prueba y de la gran tentación no ha de pretenderse la desaparición de una cierta angustia. Son estas asperezas del camino las ocasiones que Dios brinda para subir aún más alto.

38. La escala y el lugar del Misterio son un testimonio que quiere decir: aceptación. Serás testigo y mártir; esto quiere decir: hágase. En el fiat de Getsemaní y de Nazaret se halla el secreto de toda la vida.

39. Afirmación, amén, que surge del mismo Espíritu Santo en el corazón, en la única vida nueva...

40. El testigo es teóforo. Vida deificada que supera toda expresión.

41. ¿Qué es decir-que-sí-a -Dios? La formulación de este interrogante puede no ser feliz, pero ensayamos una respuesta recordando que desde lo más profundo el alma se dispone. ¿Quién conoce esa llama que arde en la misma fuente y baña y transforma todo el ser? Es preciso partir de lo más pobre y despojado. No se avergüence el peregrino ni busque perfecciones químicas o mecánicas o... técnicas. Deje nacer. Nunca imponga y acepte las limitaciones que, sin duda, experimenta. Nunca sentirá decir-que-sí-con-toda-el-alma. Le resultará extraño no percibir fuego material alguno. Pero así ha de ser. Así ha de comprobar hasta dónde lo levanta Dios. Y Dios no lo hace sin contar con su feliz pequeñez. Lo pequeño es grande y lo grande es pequeño.

42. A pesar de esas limitaciones, ore. Arrójese sin reparos, que Dios lo arrebata cuando se entrega a Él...

43. En muchas ocasiones se hallará solo y sin méritos que alegar o invocar. Le parecerá que es muy poca cosa y el pensamiento de la indignidad lo asaltará una y otra vez. Pues bien, no importa. No se detenga el peregrino. Alégrese en su pequeñez, alégrese. Que nada hay más grande que vivir de la Muerte y Resurrección del Salvador, del Amor y Misericordia del Padre y de la animación del Espíritu Santo. Húndase en el inmenso mar de la Deidad, enamórese del Amor que lo lleva y lo transforma. Su pequeñez es la mejor garantía. Alégrese y ore, que su gozo es, también, dichosa plegaria y susurro de unidad inefable.

 

EREMITISMO INTERIOR

44. La vida solitaria no halla mejor lugar ni espacio que el corazón. Allí deja todo cuidado, y descubre -el peregrino- la misma realidad de su soledad...

45. La soledad más significativa es la que vive el alma en cualquier relación con las creaturas. Éstas no dan jamás lo que se pide de ellas, porque para solo Dios hemos sido creados y sólo en Él hallamos el cumplimiento de nuestro deseo.

46. Las vidas de los Santos Padres del Yermo, como aquellas de los Mártires, serán siempre prototípicas ya que señalan el camino interior. Es propio de la inteligencia humana ver-más-allá-del-símbolo y descubrir los múltiples secretos que encierra una figura. Por ello es urgente aprender a leer por debajo de la letra y ganar un sentido espiritual que nos guíe hacia el monte del corazón.

47. ¿Cómo huir hoy al desierto? Es necesario formular otra pregunta previa, a saber: -¿cuál es el desierto verdadero, dónde está? Pues bien, el desierto que se entrega a nuestros ojos, el desierto, el despoblado, es un símbolo; es, sobre todo, un símbolo. ¿Hacia dónde nos lleva este símbolo? Hacia la inmensidad. Es lo que yo no puedo medir, ni -tampoco- decir. La inmensidad es aquí el alma sin confines, donde se halla a Dios. Es el Centro, la apertura infinita, inefable. San Juan de la Cruz lo señala de esta manera: (..) esta sabiduría mística tiene propiedad de esconder al alma en sí; porque, demás de lo ordinario, algunas veces de tal manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura, de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad donde no puede llegar alguna humana criatura, como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más profundo, ancho y solo, donde el alma se ve tan secreta cuanto se ve sobre toda temporal criatura levantada (Noche oscura 17, 6).

48. En este desierto mora el alma más allá de cualquier circunstancia local. Pero es verdad que esta singularísima soledad sabe a llaga... Porque el conocimiento y la habitación en ella se sigue de la experiencia de un camino señaladamente áspero, que consiste en las pruebas de esta hora.

49. La vida eremítica, que tiene por domicilio el corazón, es una suerte de estado, de estilo, género y modo de vida que caracteriza a toda la persona y a su conducta. Se trata de un rostro nuevo...

50. La vida eremítica, en el corazón, comporta aceptar el silencio cuando la obediencia o una situación cualquiera nos hacen callar. Esto, que puede parecer forzado y una pérdida de oportunidades, es -sin embargo- de insospechada fecundidad. En efecto, es dejarle la palabra a Dios en la dimensión que Él mismo quiere, en su manifestación honda... Decía un Cartujo que es oportuno recordar que, con frecuencia, cuando nos sentimos más impotentes y como desamparados por Dios es cuando Él más obra en lo secreto de las almas... Gloria Dei est celare verbum (Prov. 25, 2).

51. ¿Cómo dirigirse a Dios? ¿Aún hacemos semejante pregunta? ¿Es necesario dirigirse? Sosiéguese el peregrino y calle. Oiga el latido de su corazón y sepa que vive... No vaya más allá porque se aleja. No se dirija a ninguna parte. Quédese; no parta como aquellos que una vez recibido el alimento no tienen más que buscar. Quédese; aunque no tenga tarjeta de invitación. ¿Qué sabe? ¡Quédese!, en fin, cuando ya no vea a nadie.

52. Dios no es un objeto del cual se pueda disponer. El eremita interior descubre. Ha visto en el instante que es toda su vida.

53. A veces la casa... parece vacía. Es precisamente entonces cuando no debe dejarla. Descanse, el eremita, en el Corazón de Dios. Goce de esa intimidad que es unidad inefable. No lo olvide nunca: ya no son dos sino uno en el Espíritu.

54. Aludo a un respiro, a la vida, a los latidos del corazón... Todo ello es signo de la realidad infinitamente mayor. No hay distancias. Reposa en el Corazón del Señor. ¡Quédate! Permanece.

55. Permanecer. Es actitud fundamental en la ermita del desierto interior. Es necesario discernir la permanencia y la fidelidad en cada cosa, en cada acontecimiento, a cada momento. Permanecer en la celda...

56. ¿Deseas orar? Oye, inclínate, atiende y adhiere al Señor. Allí, precisamente, donde presientes un latir más profundo en tu corazón. Y permanece aunque se vaya todo el mundo.

57. El que descubre la soledad no la halla en un lugar determinado sino en su propia vida. El silencio surge de lo más interior, como un don superior e inefable, como el Misterio que se revela en lo más alto del alma. Querer forzar esa soledad sin haberla descubierto en el hondón de nuestra peregrinación, es pretender fabricar con buenos decorados exteriores la realidad irrepetible de dentro.

58. No es posible decir... todo lo que quisiéramos. No es posible siquiera pensarlo. Sólo en el abandono fecundo hallamos todo abierto y pasamos...

59. Cuando el peregrino carece de fuerzas y apenas puede andar... A veces todo olvida... ¿Qué es lo que ocurre? Sólo el abandono confiado es la respuesta. Es entonces cuando se revela la misericordia del Señor... Pero no lo siente quien camina. El Señor se ha velado para hacerse... más presente (si así pudiera decirse). ¿No lo percibimos así?

60. El Señor ha venido delicadamente. ¿Ha venido? Hablamos desde donde sospechamos y descubrimos y, desde luego y sobre todo, creemos. Yo he visto a Quien ya estaba y está desde siempre. Yo no hago más que balbucear, porque la expresión verdadera es el silencio. ¿Sabías que hay una visión mayor que la de los ojos? Ella sólo se abre en el desierto.

61. El peregrino es un viviente orientado ¿Qué es esto? Desde antes de nacer, desde siempre, desde la Eternidad, vive en el Amor que lo conoce, prepara y aguarda. Es conocido y amado. Preexiste, más allá del tiempo, en el mismo Dios que todo lo ordena para él y a él para Sí. Desde que abrimos la Sagrada Escritura sabemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Entonces ya no podemos concebirnos solos, sin destino ni sentido, sino pensados, amados y llamados a la Vida en plenitud.

62. No olvidemos jamás esta ordenación de nuestra propia naturaleza. Dios (si así puede decirse) ha pensado primero la vida sobrenatural y a ella ha subordinado todo... El íntimo y natural deseo de Dios es nuestra raíz y la capacidad y disposición para oír el llamado y cumplir nuestro destino.

63. No hemos de concebir al hombre solo, sin Dios. El hombre es, verdaderamente y siempre, con Dios. Lo contrario es la deserción, la rebelión, el pecado.

64. Todo lo que pienses, todo lo que digas, puede convertirse en oración, si quieres. Porque en Dios somos, nos movemos y existimos y sólo Él está en nuestra más profunda intimidad.

65. Este es el valor y la grandeza de la vida. Mira a María. Su vida y su misión no pueden separarse del Hijo. Mira a José, todo él es para el Señor. A veces parece que el Señor no atiende especialmente a su Madre... Cuando, en efecto, leemos el Evangelio vemos que Él le recuerda que ha de ocuparse en las cosas de su Padre; y sin embargo nadie está tan cerca de Jesús como su Madre. Pues bien, las vocaciones más altas no tienen por qué definirse con límites precisos y demasiado humanos. Y mucho menos por la abundancia de citas y de grados y de antecedentes y de autorías y de todas esas cosas. La vocación más alta es la más sumergida en el mismo Misterio de Dios.

66. Déjate llevar y hundir donde no sabes. Deja ser el Ser. No impongas rótulos ni te pases las horas midiendo... Juega, juega, olvídate, respira, vive, que Dios es la Vida.

67. No importa que te desgarren por ahí. Después de todo ¿qué es lo que tienes que dejar o que decir? Todo tiene su hora. Surgirá, en el horizonte de tus días, la aurora más maravillosa.

68. La vida eremítica en el corazón es una particular inmersión en el Misterio de Dios, por obra de la Gracia y según una vocación especial, que no ha de circunscribirse a modo ni medida.

69. El eremita, escondido con Dios en el corazón, aceptará lo que otros juzgan sinrazones o los despropósitos que lo puedan circundar. No busque lógica humana en el acontecer cotidiano. Insista en descubrir la luz escondida, detrás de las apariencias y de la tosquedad manifestada en tantas cosas.

70. No prefiera esto o aquello ni sueñe con edades-de-oro. Ya sabe que todo instante desemboca igualmente en la Eternidad y que sólo interesa el tiempo de Dios.

71. No hay tiempos de ayer ni de hoy que pueda juzgar más o menos favorables. Todo es ocasión de Dios y las lecciones de la Historia no se detienen jamás.

72. En la misma noche se halla un valle recogido en silencio encantador... ¡Se descubre tan rápido! cuando se pronuncia el Nombre en el corazón. Y, sin embargo, nada puede representarlo, ni sonido, ni perfil, ni sospecha. Pero el Amor lo descubre, nos lo descubre, sin lenguaje, inmediato, en la propia unión.

73. ... Su Madre conservaba todo en su corazón (Luc., 2, 51) Todo de Dios y todo Dios. El Corazón de la Madre es, desde siempre, Morada... Y es Cielo...

74. María fue mártir en su Corazón. En ese Corazón testigo de su Hijo y de su abandono inabarcable. Corazón abierto y entrañado en el Corazón de Dios.

75. El martirio interior es propio del misterio del desierto. Es su coronación y su plenitud. Vano es el desierto si no nos lleva al cielo...

76. Hay una desapropiación difícil de explicar, pero que -tarde o temprano- urge en nuestra peregrinación. Es aquella que renuncia a lo que podemos llamar: los exámenes aprobados. En efecto, es la aprobación un consuelo y un recurso al que apelamos con frecuencia, sobre todo para valorar los aciertos o desaciertos en nuestras obras. Ahora bien, en el desierto no hay demasiada posibilidad para ello. El caminante es desconocido en profundidad, no se sabe muy bien de dónde viene y a dónde va. Él mismo vive un abandono peculiar... Y, a veces, más percibirá la desaprobación que el aplauso o el aprecio...

77. ¿Qué hacer? Pues nada. Sólo paz. Siga el peregrino en obediencia y quietud silenciosas, aunque nadie lo acepte y aunque, alguna vez, él mismo sufra la tentación de la duda. Persevere en dejar a Dios ser Dios en su corazón y no pretenda otro dominio ni quiera andar por otro paraje.

78. No busque ni intente un rostro diverso... No sabe, el peregrino, cuál es el suyo porque de él se goza sólo Dios. Descubra su condición en la apertura infinita de su corazón en el Señor.

79. Vuelve, vuelve a casa siempre. El desierto es entrar siempre más en el corazón. Entráñate allí en Dios. No temas. Él siempre nos llama, nos aguarda, nos perdona. Entra en el misterio de la Misericordia. Deja tu cuidado.

80. Abre las puertas de tu alma a fin de pasar más allá. Toda imagen o figura esconde una puerta, un paso, a través del cual se la trasciende y supera. La imagen halla su plenitud en su propia superación.

81. El desierto posee mil puertas. Es preciso tenerlo presente. No hablaremos de ellas. El eremita interior aprenderá a descubrirlas maravillado... El Espíritu sopla donde quiere...

82. El eremitismo interior consiste en la vivencia, por vocación y por gracia, del retiro secreto de Jesús con el Padre. Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Es la obra del Espíritu. Quien adhiere a Dios se hace un espíritu con Él.

83. Las intenciones de nuestras plegarias son siempre, en primer lugar, las que se hallan en el Corazón de María.

* * *

84. Antes y después del desierto, se diseña la corona del martirio. Ya la hemos encontrado ¡tantas veces! Ahora refulge nuevamente cuando se ahonda en nuestra vocación de teóforos.



EXPERIENCIA INEFABLE DEL ESPÍRITU

85. La más alta experiencia de lo divino (por decirlo así) puede hallar su ocasión en el acontecer del sufrimiento o del rechazo...

86. Todo acontecer puede ser ocasión de una experiencia de lo divino. Aún el dolor más intenso. Téngase en cuenta el lugar central del abandono.

87. El desamparo es un prodigio de fecundidad espiritual. Cuando el peregrino vuela llevado por el Amor no conoce fronteras; y en todos los tiempos y en todos los lugares halla su bien.

88. En el Misterio del abandono descubrimos el hecho de la Filiación en el Unigénito. Las respuestas más profundas las brinda el Amor. En su deslumbrante Misterio todo es Luz y Transparencia.

89. ¿Lo feo, puede conducir a lo bello? La pregunta es demasiado práctica. De hecho el hombre topa diariamente con cosas o situaciones decididamente desagradables. Esas que constituyen la máxima penitencia o el martirio cotidiano, o como se le quiera llamar. Todo ello parece el reducto de la fealdad o que constituye un lugar poco o de ninguna manera habitable... Es claro que esta suerte de insipidez no lleva a lo alto, a Dios. Es una esclavitud, impuesta por los modos del mundo, que aplasta en las más variadas direcciones.

Ahora bien, una respuesta en profundidad requiere suma atención. Primero porque no todos sufren por igual y hay quienes padecen notablemente lo que a otros deja indiferentes. Luego porque la experiencia no es la misma en todos los casos, es decir: cada uno ha padecido situaciones muy diversas...

En general afirmamos que el alma está creada para la Belleza y halla connaturalmente lo bello. Por esta razón sólo puede servirse de la fealdad o de la torpeza por oposición, por nostalgia, por deseo ardiente, cuanto más se la priva de lo que le es propio.

Pero más profundamente el corazón puede descubrir este camino de ausencia en el único abandono del Hijo y padecer con ello la más alta experiencia de Dios.

90. El silencio ocupa todo el espacio. Sobre todo si no entramos con estrépito. Quien no persigue el primer lugar es conquistado por el silencio y halla la paz.

91. No procures la calificación más alta ni el primer rango en nada. Si te corresponde, déjalo y no te ocupes más. Sosiégate y aquiétate... La grandeza consiste en no-reclamar.

93. Tu corazón es silencio y es aurora. Si allí fuera hay ruido, o lo que sea, el santuario permanece -siempre- inviolable. No lo olvides jamás.

94. Si lo que más tenías en cuenta y lo que tanto te interesaba ahora no lo tienes, o tus fuerzas no te lo dejan realizar como quisieras ... : ¡no te avergüences ni te descorazones por ello! Por el contrario, acepta este despojo como un don singular, que lo hace más preciado para Quien ve lo secreto del corazón.

95. Los accidentes y asperezas del camino y de la noche, apenas hablan del misterio de tu descenso. Hay parajes que no se clasificarán jamás. El asedio que el peregrino experimenta supera la alternativa de aceptación o rechazo. Es, por ahora, noticia de gran lejanía...

96. No te turbe el acoso de diablos y de otras creaturas. Deja, abandona, huye. Permanece erguido como un roble cabe el agua que pasa...

97. La impertinencia de nuestra edad disfraza sus excesos con filantropía. Pero miente. Como el viejo traidor no procura bien alguno sino quedarse con algo que está en la bolsa...

98. ¿Has renunciado al poder? Entonces no presiones, en ningún sentido, ni exterior ni interior, para que las situaciones se resuelvan según tu parecer...

99. ¿Quieres el Cielo? Entonces no te pienses más o menos con puntaje para ello. Deja a Dios pensar en ti. No, no te veas con exámenes aprobados, ni diplomas, ni nada. ¿No has aprendido la lección de la misericordia?

100. Ama al Cielo por el Cielo. No seas curioso que ni ojo vio ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que le aman...

101. No tropieces contigo ni con tu sombra... Los antojos pueden llegar a ser muy sutiles. Deja y deja tu cuidado. Ve en paz... , no corras.

102. La hora es la de Dios. Las Actas de los Mártires no nos dan detalles del curso de la vida del testigo sino sólo su testimonio... Haz de tu vida una gozosa perseverancia, sin cuidarte de lo que dicen o de lo que callan. Vive -cotidianamente- el gozo de tu confesión.

103. No te acobarde luchar. Tampoco te retires de la batalla cuando descubres alguna herida. Es posible y hasta necesario persistir y triunfar con más de un rasguño. El enemigo te quiere vencido sin mucho trabajo de su parte y rendido ante la primera sangre. Nada de eso. Persevera y confiesa sin desfallecer.

104. Recibirás la contemplación más sublime cuando menos la aguardes. No eres tú quien elige el lugar ni el tiempo. Y con mayor razón cuando trasciendes todo lugar y todo tiempo. Reposa, desde lo más hondo, en el Corazón de Dios.

105. Cuando te recuestas en el Corazón de Jesús... En lo más interior brota una aspiración nueva que todo lo inunda y lo baña de luz. Y lo penetra, y lo transforma, y lo levanta... ¿Qué sabes? Lo más maravilloso hoy está oculto. Pero esa condición es tan luminosa y gloriosa que no halla expresión que le sirva. Lo oculto se vuelve, de algún modo, manifiesto en el Fuego del Espíritu Santo.

106. No olvides que la muerte, si así puede decirse, como tal no es. Aspira, con toda tu alma, a lo más profundo del Cielo. ¿No te encuentras ya mismo en el Corazón de Dios? En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

107. En el Corazón del Señor. Uno. Es donde descubro permanentemente la hondura de mi ser. Ser en sólo Él... Este secreto consiste en no abandonar el celado esconderse en el Señor. Dios nace en el alma que lo acoge, recogiéndose en el abandono y entregándose (consagrándose) a cada instante.

108. Esconderse en el Señor. Es volver, decididamente, inicialmente, al propio interior. Aquí no hay límites, sino una apertura infinita. ¡Tesoro escondido! ¡Admirable realidad, tan profunda! Con mi alma te deseo durante la noche y con mi espíritu también, en mi seno, estoy buscándote a Ti. (Is. 26, 9). ¡Mi alma te busca y sabe que no te buscaría si no te hubiera hallado ya! Y mi espíritu en mi corazón, en mi interior, a Tí se abraza y en Tí se arroja y por Tí arde y se transfigura -¡amada en el Amado transformada!

109. No te retires de la batalla cuando sólo te hieren... Por el contrario, continúa sin desmayo, que llevas algo así como una prueba, una experiencia de la lucha, que no es ilusoria.

110. Quizá ya no son estas las horas del paisaje umbroso y quieto, signo de silencio, de paz y de oración. Queda escondido y bien real en el interior del alma, donde nada ni nadie lo viene a turbar. Es el jardín donde está el templo de Dios. Con semejante paraíso en el corazón, no dudamos de que estas sean las horas de la nueva milicia, de la lucha singular de los últimos tiempos.

111. La milicia, la nueva milicia de estos días, como la de todos los tiempos, ha de asumirse con infinita cortesía. La vida espiritual descansa sobre virtudes que distinguen al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Una de ellas, y no de las menores, es la delicadeza.

112. Uno de los mayores gestos de la cortesía es descender. 0, si se prefiere, no-retener. Sin negar pasado o presente alguno... Nadie puede dejar si primero no ha poseído.

113. La vocación a la soledad, tiene -lo hemos dicho- innúmeras posibilidades. Sería un error cerrar las puertas a quienes descubren las sendas de un silencio interior, en simplicidad y disponibilidad a Dios. La soledad se descubre cuando no hay consuelo que nos ayude o cuando cualquier marginación o postergación acontece en nuestras jornadas. Y no porque esto sea culpa de alguien. Simplemente ocurre en razón de la misma vocación a ser levantados sobre toda creatura. Quien desciende con Dios es levantado con Él y por Él.



ALGO MÁS ACERCA DE LA CONTEMPLACIÓN

114. No sé si en los prados o en los bosques, en el mar o en las montañas, en los desiertos o en los valles... Muchos procurarán éste o aquél lugar. Pero en poblados o en despoblados, en aldeas o en ciudades no se hallará el espacio soñado. No hay sitio ni plaza en las parcelas, zonas o parajes de este mundo. Alguno tentará de obtener una propiedad circundada que lo proteja. Otro levantará, y con mucha razón y tino, una morada bien defendida. Y así, a cada uno, parecerá oportuno o conveniente esto o aquello. ¡Cómo no resguardarse de los gemidos dolientes y fúnebres de un mundo en precipitada caída! Las preciosas margaritas, los cantos de las aves, el silencio y majestad de la naturaleza, hablan en verdad de Dios... Sí, hablan de Dios ¡cómo no! ¡Quién se atreve a negar la gloria que se manifiesta en el cielo descubierto, los ecos sublimes de los vientos, el rumor del agua, la grandeza de la tempestad! ¡Quién no queda deslumbrado ante los levantes de la aurora, el amanecer dichoso o el ardiente ocaso!... Y, sin embargo, no es esto ni es aquello, por más sublime e inigualable que sea, sólo es Camino, Verdad y Vida: el abandono en la Cruz.

115. ¿Cuál es la figura de santidad y de contemplación que procuramos señalar ahora? Se trata del mártir. El sentido profundo es el de un testigo que lo es, sobre todo, en y desde su corazón hecho uno con el Señor en el Espíritu. En efecto, el mártir es aquél que desciende hasta el punto donde el Espíritu lo lleva para que se cumpla el misterio de esta unidad. Sólo será unido en el descenso, o en el abandono, ya que el Verbo de Dios vino a buscar al hombre y, para levantarlo a su altura, se hizo carne Él mismo, y obediente al Padre hasta la muerte y muerte de Cruz.

116. Pero no todo el Misterio se ha de descubrir. El pudor y la delicadeza velan las mayores maravillas. En la misma medida que se manifiesta: se oculta; cuando dice: calla y se silencia. El esplendor de la Palabra nos sumerge en lo inefable que no permite publicación ni ruido.

117. El silencio del Misterio. ¡Es tan presente! La Presencia todo lo llena, lo supera y lo rebalsa, derramándose con generosidad jamás sospechada. Pero nunca resulta violenta y siempre permanece como delicado soplo de brisa inefable.

118. Desde hace un tiempo todo se quiere difundir. Se hacen ediciones y ediciones para un público cada vez mayor. El afán por enormes auditorios aumenta y las masas, que todo lo invaden, también. Los justificativos son miles y los medios, innumerables... Pero aquí nos referimos a un secreto, a un tesoro escondido, a lo que se dice o se descubre solamente en el silencio...

119. Es el mártir monje por la soledad y penitencia de su vida. Es testigo verdadero, y como testigo, el mártir es apóstol y, como luchador, caballero poseedor de honor. Y lleva vida escondida -¡tan escondida y secreta!- porque, en realidad, nadie sabe verdaderamente de él. Desconoce, él mismo, la dimensión y el alcance de su misión...; y en esto es profeta: porque ignora el cumplimiento definitivo de su anuncio y la gloria de su testimonio. Todo lo lee y lo sabe en el Amor y por la Gracia, pero no acaba de expresarlo o de decirlo. Sabe de Luz y de Silencio y reposa, con certeza, en el Corazón de Dios que es su Centro y su Vida. Es claro que no se habla aquí -solamente- de quien muere víctima de la violencia de los perseguidores, sino de todos aquellos que, a imitación de María, son mártires en el corazón.

120. En el solitario se halla la figura del mártir y del predicador. Este ha descendido con su Señor por el camino escondido, con un Nombre nuevo que sólo él conoce, porque sólo él lo recibe, en silencio, en la unidad del Espíritu.

121. ¿Cuál es el lugar? Ni lugar, ni tiempo. El instante inefable en el descenso, allí mismo en la Unidad que no acertaremos nunca a expresar.

122. Nuestra lectura, aún nuestro estudio, es una Lectio divina, cuyo fin es el diálogo amoroso con Dios en el mismo corazón.

123. La Palabra es una sola... Ella lo dice todo y es la misma Sabiduría que se entraña en la unidad del Espíritu, en nuestro corazón. Hemos pretendido decir y añadir cosas y cosas... Con frecuencia percibimos algo así como una ambición de expresarnos muy bien. Buscamos los enunciados más completos y satisfactorios, a saber: cuando hemos comenzado por un principio y seguimos por la mitad para acabar en la conclusión luminosa... Ahora bien, no es sólo éste el camino. Por el contrario, de esa manera nos apartamos por los vericuetos de la lejanía. Lo propio es entrañarse en el mismo Misterio, con despojo y abandono.

124. Se me olvidó lo que venía diciendo... (!) No hay duda: el Espíritu nos devuelve al Presente inefable para transformarnos en Silencio ardiente. Es aquí y ahora, en Espíritu y en Verdad.

125. El Nombre Nuevo. ¡Amable y definitivo Misterio! Buscando mi Centro, busco a Dios. Dejándome entrañar en mi propio centro, me dejo entrañar en Él y por Él. Ahora bien, aquí se da el ... Nombre nuevo, que sólo conoce quien lo recibe... (Apoc., 2, 17). En efecto, el Profeta ha anunciado este nuevo ser, que es -desde luego- una transformación inefable ... : Y se te dará un nombre nuevo, que el Señor determinará con su boca... (Is., 62, 2). Y también: el Señor (... ) a sus siervos les dará otro nombre (Is., 65, 15). Otro nombre... Ese mismo que es nuestro ser profundo. El Nombre nuevo: Del vencedor haré una columna en el templo de mi Dios, del cual no saldrá más; y sobre él escribiré el nombre de Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo viniendo de mi Dios, y el nombre mío nuevo (Apoc., 3, 12)... y verán su rostro y el Nombre de Él estará en sus frentes (Apoc., 22, 4)...

126. ¡Calla tu secreto formidable! Pero no dejes de meditar en él. Sumérgete en las profundidades de un desierto que te sobrepasa... ¡Has topado con tanto dolor en tu caminar! Sobre todo te oprime, hoy como ayer, una desilusión que quiebra y derrite las entrañas. Ahora mismo te encuentras donde no quisieras... Y es que tampoco lo sabes muy bien... ¿Recuerdas? ... cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. (Jn., 21, 18).

Pedro huía, con razón, de Roma, escapando de sus verdugos. Su vida era preciosa para la Iglesia. Pero vio al Señor llevando la Cruz y le preguntó enseguida: -Señor ¿a dónde vas? (Quo vadis, Domine? ) y Él le respondió: -voy a Roma a que me crucifiquen de nuevo... Y comprendió el príncipe de los apóstoles que debía ocupar el lugar al que estaba llamado para morir por muchos.

127. Semejante lugar no puede ser abarcado. Es lugar de Dios. Allí, ahí mismo, donde Él nos encuentra, esto es: en Él mismo que es morada nuestra. Cualquier análisis o explicación condenan al fracaso y a la desilusión, en razón de reducir lo más alto y lo más grande a medidas o dimensiones mezquinas.

128. Sólo la Deidad en la misma Deidad. Sólo Él. Sólo Tú mismo. Y siempre lo digo sin decirlo, porque mi lenguaje es asaz pequeño. Y repito -sin repetir, desde luego- y, así, voy de camino sin saber... ¿Dónde y cuándo estoy? ¿Dónde y cuándo voy o vengo? ¿Dónde y cuándo soy? Proseguía y miraba hacia adelante o, por lo menos, lo que por delante me parecía hallar. En realidad no hallaba nada, ni entonces, ni ahora. Porque por allí no hay... nada. Inmensa, tal vez, la llanura y altas las montañas y profundo el mar... Quizá. Luego multitud de cosas y de objetos, sombras de ilusiones al pasar... Conmigo gemían algunos en la desolación de la lejanía, poco dispuestos a aceptar esas invitaciones vanas y vacías. ¿Dónde o por dónde ir?

La hora es peculiar y nadie la sospecha. Confusión y perplejidad en las plazas... ¡Camino o senda que no existe! ¡Cuánta y cuán grande es la tensión por encontrar lo que no está! Y seguimos, unos y otros, y las huellas se borran después de pasar... ¿Qué hay por delante? ¿Vamos hacia algún lugar? ¿Qué paraje atravesamos?

Ni lugar, ni paraje. Ni esto, ni aquello; ni aquí, ni más allá. ¡Qué esfuerzo terrible para arrojarse hacia adelante, estirarse y proyectarse en vacío abismal! ¡Cuántos fantasmas, cuántas imágenes: ídolos siempre, que presto morirán!

Hasta que oí detrás de mi, pero dentro, que no a mis espaldas, una Voz Sublime que no he de decir. Entonces me volví y fui hallado: entonces vi.

En soledad, la misma Belleza... Vuelto al Padre con el Hijo en el Espíritu. La misma intimidad: y de esto no he de hablar.

129. Es preciso no olvidar que el Señor triunfó por su fracaso, habiendo elegido libremente el camino del dolor. Acerca de la fecundidad de los pasos más terribles no hemos de dudar... Aún en el silencio y en el despojo del abandono, aún cuando las más duras humillaciones y angustias acongojen el alma, nunca dudemos de la misteriosa e inmensa fecundidad de la Sangre del Señor.

130. Ha dicho un santo monje que gocemos de la incomparable alegría de sólo ser conocidos por Dios. Descubrir el propio sujeto, ser sí-mismo en lo profundo, por decirlo de alguna manera, es recibir la Luz que nos ilumina y nos arranca de las tinieblas, liberándonos del mundo sin sentido de los objetos. Como aquellas pinturas de la Natividad del Señor donde el artista ha plasmado, en admirable juego de colores, la realidad misma: la Luz es el Niño en el pesebre, sólo Él es la Fuente, porque es la misma Luz. Los personajes presentes aparecen, están y son allí (y en cualquier parte) en la misma medida en que reciben la Luz del Niño, en que son alumbrados por Ella.

131. La Luz tiene una admirable correspondencia con el Deseo del corazón del hombre... Él abre las puertas, se deja iluminar, quiere y busca la Luz. Porque la Luz lo despierta y la misma Luz lo hace capaz de la Luz. Pero él ha de querer la Luz, ha de desearla, luego que los levantes de la Aurora quebraron su oscuridad y su nada.

132. En la ermita interior se aprende algo maravilloso: aquello que está por manifestarse, la transformación y transfiguración de la vida y de todo. El Misterio de la Deificación se va realizando en conversión escondida. Por ello puedo decir, sin temor a equivocarme: -yo seré. Porque siendo ya, ahora recibo el Nombre nuevo impreso en la Piedra, he de ser siempre en Él y con Él, en la unidad del Espíritu. Ahora, pues -ya-, es aurora de la Luz eterna.



¿Dónde está el Desierto?

133. Ni aquí, ni allí. Aguarda y piénsalo muy bien: te dirán que el Desierto se halla en oriente o, tal vez no tan lejos, en algún paraje de tu propia tierra. Nada de eso. Esos lugares son una manifestación muy pequeña, un signo, de la inmensidad que tú sueñas, esa misma que llevas contigo.

134. ¿Huir al desierto? Es quizá una bella y prometedora expresión... Será cuestión de hacer las valijas o de abandonar todo equipaje y partir. Pero, ¿hacia dónde? Desde hace mucho tiempo búscase aquí o allá... Y siempre es preciso seguir y seguir. Nada resulta suficiente, o porque está demasiado cerca, o porque es demasiado lejos... O porque, ni cerca ni lejos, aparecieron algunos turistas y quizá hasta los cobradores de impuestos. O porque hay tantos que llaman a la puerta y hacen mucho ruido... ¡Quizá la Cartuja! ¡Bendita sea! Sí, desde luego, pero si Dios no te llama allí o tu salud no es muy a propósito ¿qué harás?

Mira, yo te digo que te vayas al desierto ya mismo y donde estás. Déjate alcanzar por el Creador y olvida lo creado, recuerda lo que decía San Juan de la Cruz: Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior y estarse amando al Amado. ¿Prefieres las palabras del Cardenal Newman? Myself and my Creator. Quien pueda entender que entienda y acuda.

135. El desierto consiste, también, en ese ámbito que quisieras de tal manera y no se da ni se encuentra. ¡Curioso esto del ámbito! Los hombres aguardan decorados y temperaturas que, luego, no aparecen. ¡Tanto es lo que brilla por su ausencia! Decimos que el desierto no premia con consolación, comprensión o estrépito. Es realidad de otra índole, que se la sabe presente por mortificada ausencia. Desde luego que no se ha de buscar esta sequedad, pero cuando desaparezcan los consuelos o se extingan las luces sabremos muy bien el origen de lo que ocurre.

136. El desierto existe y está dispuesto para la transfiguración. El desierto esconde el jardín más maravilloso. Y, con frecuencia, deja ver y gustar su tesoro. Del desierto que no oculta nada y a nada lleva no hablamos aquí. Nuestra vocación es al Paraíso...



AQUELLO...

137. No, no hay desiertos, ni planicies, ni mares, ni montañas... Ya subes por donde no sabes y no puedes decir más. Tampoco sabes si subes, a veces te parece que bajas. Es que nada, nada importa, y nada hay que no tengas ya. Lo que tu seas lo serás, porque brotan exultantes las fuentes más allá de tus imágenes y más altas -sobre todo- que tus medidas...

138. ¿Sabes que eres lo que esperas? Es claro, serás lo que ahora posees en la Esperanza... Pero así como te conviertes en lo que amas, te aseguro que te vuelves lo que esperas. Toda tu vida es un tesoro de esperanza, vive, pues, ya, ya mismo, ahora, el Misterio cuyo cumplimiento definitivo aguardas.

139. ¿Querías saberlo todo? Pues todo lo sabes y lo eres en Aquél que ya llega. ¿Quién eres? Quien seré... Soy en Quien llama a mi puerta; me dice que le abra presto y que lo ame así y aquí, como soy y donde estoy ahora. Que no aguarde un segundo más...

140. Vive, vive en Él. Él vive en ti. No puedes sumar dos, porque el Amor ni suma ni resta, simplemente es Unidad.

141. Pero no has de decir, ni de relatar... El Silencio te enseñará -cada vez- lo más admirable. El Silencio es plenitud. Basta sólo mencionar. Nada más. El Silencio es el respiro inefable, la brisa vivificante del Espíritu.

142. El silencio es el clima del corazón y de la vida... Se lo descubre cuando el peregrino persevera sin desfallecer. A pesar de todas las demoras, de las contramarchas, de los acontecimientos que parecen adversos...

143. El silencio se descubre cuando realizamos lo que parece inútil y nos arriesgarnos a... derrochar.

144. El apotegma de un monje, dice así: el silencio ha de encontrarse en el fondo del corazón: entonces todo ruido exterior resulta como las olas del mar: éstas son impresionantes y terribles para quien se halla en la superficie del agua, pero inexistentes para quien vive abajo, escondido, en la profundidad.

145. Cuanto más se despliega y corre el tiempo, más se esconde lo real en el corazón. Es preciso descubrir esto y no vacilar. Parece que muchas cosas, figuras e imágenes, pierden su gusto o que el fracaso nos amenaza más. Pero no es así. Lo que ha acontecido es que todo se cela más íntimamente y desciende en el corazón, buscando la plenitud del silencio original.

146. La grandeza y la gloria del corazón, es la Presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu en el más hondo y desconocido silencio. Tal silencio, que impregna la vida toda, es plenitud y sublime Palabra. Lo que yo percibo como abismo es, en realidad, la Vida, la Vida misma. El Padre engendra al Hijo y el Espíritu, que procede y que es Amor, desborda en sublime unidad y penetra el alma toda, levantándola al hacerla Suya.

147. ¡Inmensa es la Luz callada! El Nacimiento no precisa pregoneros de roncas voces. Antes de la aurora fui conocido.

148. Reposa en la Brisa suave. Adormécete en el mismo Corazón del Señor. Es tu Vida, tu Morada, tu Instante... Abre los ojos sólo en los Suyos. Es que... no tienes que decirlo. ¿Para qué? Sólo Él y nada más.

149. Es lo más simple, lo más profundo, lo más inmediato... Es lo más silencioso y sin prisa. Tan presto como el instante que atraviesa el tiempo y lo levanta, trascendiéndolo para siempre.

150. Tibi silentium laus.

Nuevas sendas en la montaña. Fr. Alberto E. Justo O.P.


PREFACIO

Lector: Tienes en tus manos los testimonios de una lucha singular: esa que se desarrolla en lo alto o, quizá, en lo bajo y que no aparece manifiesta a la mirada indiscreta de nadie. Es el misterio admirable de las montañas del Desierto. Es el “Desierto Vertical”, que no tiene zona ni lugar preciso sobre este planeta y sobre ningún otro. Porque lo esencial esta velado a los ojos de la carne y sólo se deja descubrir de los “despojados” en el espíritu...

Pues bien, de todo ello trataremos de susurrar aquí alguna cosa para animarte en ese andar de peregrino en el que te descubres todos los días. Sabemos cuán grandes son tus deseos y con cuánta frecuencia los dejas frustrados a la vera del camino... Y no es cuestión de dejarlos caer así nomás. Es preciso, ahora y siempre, aprender algo de la transformación y de la realidad escondida, oculta por las apariencias que atraen y engañan.

No sé si hallarás consuelo en estos garabatos. No es mi pretensión resolver problemas insolubles ni dar con secretos mágicos. Lo que pretendo es leer más hondo, ver, sobre todo ver más profundo, con ese tercer ojo que nos ha sido regalado y del cual disponemos y nunca empleamos...

Aventúrate conmigo. No es el caso quedarse a la puerta sin decidirse. Emprendamos nuestro viaje en el Nombre de Dios.



JORNADA PRIMERA

No comenzamos por ningún principio sino por el mismo paraje donde nos hallamos en cualquier momento. Ese lugar y ese tiempo tienen siempre una raíz. Porque hemos de remontarnos, de algún modo, a la fuente permanente, al brotar primero del sol y del agua.

No desesperes pensando que falta mucho. Nunca falta mucho. Lo más probable es que llegues a tu destino en un santiamén. De un solo golpe.

Para ello hay que comenzar por callar e inmediatamente atender y escuchar...  Luego, levantarse con presteza y sin titubeos ni dudas...

Hermano, no temas el dolor. Es preciso que ahora te arrojes sin mirar atrás ni a los costados. Muchas son las falacias y manifestaciones del enemigo. Sí, en verdad son muchas. Y, aparentemente, él tiene un gigantesco poder. Pero no es así, en realidad. Simplemente no ahorrará medios para disuadirte de tu partida y para asustarte no sé con cuáles fantasmas.

El arrojo comporta la liberación. Desde luego, lo repito, sin desviar la mirada. Ese arrojo es contemporáneo al olvido. Al olvido de cuitas y de planes, de ambiciones y de propósitos y, aún, de la “estatura moral personal”. ¿Sabes lo que es esto? Pues que no andarás más detenido en lo que tienes ni en lo que eres. Que te habrás liberado de ti en la medida en que no sepas otra cosa que lo que amas. O mejor: que no quieras a otro que no sea Aquél a quien amas y que te regaló su Amor. Sólo así llegarás a juntarte a Él hasta el punto que tú vivirás en Él y Él en ti, sin parecer que haya distinción o fisura o separación alguna. Y así es, más de lo que yo digo o pueda expresar en vocablos humanos.

Como nace el sol desde el oriente e ilumina toda la vastedad de un paisaje, así, a un tiempo, te introduces en el Misterio inefable cuyas manifestaciones no se han de detallar ni de explicar. Allí surge el sufrimiento que es, ante todo, comunión. En efecto, pasas en un instante, sin darte cuenta, al Corazón de JesuCristo. En las mismas alas del Espíritu eres portado y entrañado... Es esto, sí, no lo olvides, lo que efectivamente acontece...¡Cuánto habría que decir y nada, absolutamente nada, ninguna palabra puede pronunciarse acerca de esta realidad!

Ahora el “abandono” ha de ser total. Ahora nos descubrimos en el mismo Huerto para velar con Él. Sin condiciones. Por ello es preciso atender y no dormirse.

¡El Huerto! Un “jardín” del alma que pocos frecuentan... Es muy posible que la oscuridad lo cubra con su manto... Nadie ve, nadie sospecha... Todo es secreto. Las horas transcurren en silencio, en soledad: “sin modo ni manera” acertaríamos de decir. Aunque se desplome un mundo por fuera permanece este ámbito muy dentro. No tiene tiempo ni espacio. Se trata de “otro tiempo” y no hay camino alguno para llegar a él.

En el Huerto nos hallamos en silencio y en Él... En el Huerto podemos estar siempre, porque hemos de aceptar –cada vez, en libertad- la invitación y la vocación a velar con Él “una hora”. Y sin embargo descubrimos la connaturalidad admirable con tan noble situación. Pareciera (y es así nomás) que toda nuestra vida y nuestro respiro adquieren en esa y esta Noche su sentido y su lugar propios.

Es, pues, en Él y allí. Dígase como quiera decirse. Vamos acercándonos cuando comenzamos a caer en la cuenta de algo muy nuevo y sorprendente. El dolor ha llamado a nuestras puertas. Ha llegado precedido por la sinrazón, por lo inesperado..., hasta por lo escandaloso... Porque ¡hay escándalos! Aunque no es cuestión de que nos escandalicemos.

Estamos en nuestro lugar que es el mismo, que es el Suyo. Nos hacemos cargo de una incomprensión infinita que vela la realidad más profunda. Porque ya no hay espectáculos. Éstos, como se dijo hace mucho tiempo, han pasado a la zona de la Bestia. Lo nuestro no es espectacular, no es notable pero es nobilísimo. Y no acabaríamos de tejer su elogio.

Sí, es en la hora del dolor, de la incomprensión, de la humillación... El “hombre noble” ha de saber que lo más alto es abandonar, es decir: descender. Se decía en un tiempo que “cuanto más se es, más hay que dejar de ser”. En efecto, la capacidad mayor ábrese a algo aún más grande que sólo se manifiesta en el descenso y, mejor aún, en la muerte.

Aquí está el secreto de la vida. ¿Cómo revelar la luz escondida, cuya magnitud –tantas veces- se torna oscuridad?

La única respuesta que conozco es abrazar el Misterio de la Cruz. En efecto: se trata de la aparente derrota, del abandono de todo poder engañoso y de la total consignación en la Providencia y Voluntad divinas. Desde luego que semejante paso comporta la continuación de una lucha y de una obra que es aún más fecunda porque se halla enraizada en el sufrimiento. Pero, entiéndase bien, en un sufrimiento que no es “propio” sino de Dios. Otra vez se manifiesta la luz de la hora en vela, de la hora en la oración de la Agonía... Es la hora “escondida” que se revela por sí sola, por la sola virtud de la Gracia de Dios.

La severidad de los tiempos halla su pleno significado y sentido en este abandono nuevo y en la aceptación de un verdadero martirio. En efecto, se trata de un testimonio luminoso y velado a un mismo tiempo. ¿Quién pudiera apreciarlo en verdad? ¿Quién descubrirlo? La grandeza de estas jornadas consiste, precisamente, en pasar por el silencio y en manifestarse en la soledad.

JORNADA SEGUNDA

Desde lo profundo. En medio de los acontecimientos..., escondida en sucesos de todo tipo, aparece una llama singular. Quisiéramos que todos la vieran o, al menos, la tuvieran como cosa nuestra, como salida de no sé qué mundos nuestros... Y, desde luego, que no se nos escapara nunca. Tranquilos con el botín conquistado no sé dónde ni en qué tipo de aventura...

¡Ah! Si pudiera establecer una frontera, levantar una muralla y alzar esas torres que a todos imponen respeto. Ahora bien, hace mucho que el camino se alejó de esos parajes y nos encontramos, ahora, al pie de las montañas, muy distantes de los puertos donde nos embarcábamos ayer.

¡Cuántas diferencias! Y, sin embargo, a pesar de las sorpresas, las aceptamos así no más. Queríamos encontrar una región que nos comunicara su armonía, su paz, su quietud... ¡Quién nos diera lo que en ninguna parte se halla! Pero ¿cómo formular, así no más, esta pregunta, sabiendo dónde está –desde siempre- lo que buscamos?

“Señor ¿dónde moras?” Porque mi gozo, mi alegría y mi paz... sólo eres Tú mismo. Y lo único que importa es allí, aquello, donde vienes, donde estás. Y es el momento que no conozco más retiro que ese corazón que eres Tú mismo y que soy yo en Ti o, mejor, Tú en mí...

Pero eres Tú... Quiero decir: no soy yo, porque yo mismo no soy. Eres Tú, el Único, que no hay otro... Y, ahora velando, descubro tu Presencia en el Huerto, en el Huerto que, de algún modo, es mi propia tierra. Tierra que, sin cesar, desde el principio, riegan tus lágrimas, tu sudor, tu sangre.

En esta tierra pues... ¿No es éste, quizá, el campo donde el tesoro se halla escondido? ¿Y hemos de darlo todo por comprarlo? Sin duda. Porque allí está el secreto, aunque nadie acierte a verlo. ¡Cuántos acabarán diciendo: “es locura”! La mayoría nunca ve ni esto ni aquello. Pero ¿qué importa? No hemos nacido para las votaciones de un mundo vano sino para que el mismo Dios naciera en nosotros.

Y para mejor inteligencia de todo esto ha de saberse que aquí están las razones celadas de lo que vivimos y padecemos diariamente.

Porque el Huerto es lección a la hora del martirio. Y los tiempos parecen reclamar testimonios insospechados. La Historia, en efecto, camina con mayor rapidez a su acabamiento y el Amor de Dios no se retrasa.

Quizá no se reconozca después de un solo golpe de vista el sentido de tantos pasos. Quizá nos preguntemos, una y otra vez, el “por-qué” de esto o de aquello. Sobre todo cuando el “padecer” nos agobia y no hallamos consuelo ni salida. Pero hemos de saber muy bien que todo es camino que nos conduce hacia el Fin.

Porque es hora de decirlo, y con todas sus letras, un feroz racionalismo ha levantado barreras que se muestran infranqueables y nos arrojan en un mar de dudas y de perplejidades. En efecto, perdido el sentido sobrenatural (digámoslo así) de nuestra vida, eliminado el lugar de Dios, ya no tenemos existencia verdadera; sólo somos sombras que vagan en los bajos territorios sublunares, perdidos, sin destino.

Recuérdese siempre que habiendo sido el hombre creado a “imagen y semejanza de Dios” sólo halla en Dios su sentido, su centro y su vida. Y habiendo sido redimido y elevado en inefable nueva creación, no puede ser concebido sin la Gracia.

Por ello es preciso reconocer a los impostores que impiden el camino de los pequeños y su ascenso a las montañas. Esgrimen razones y más razones, se amparan en pretendidas ciencias y apabullan con sus magias de laboratorio... Pero no pueden más que causar ciertas inquietudes a los no advertidos con su huera palabrería. Nada más que inquietar o atemorizar con insufrible jerigonza. Pero nada más. La respuesta será seguir adelante con total entrega y confianza en Dios.

No se haga caso de la necedad, no se oiga la predicación de la mentira. Resonarán siempre, como terrible viento y terremoto en el desierto, las voces cacofónicas de las tentaciones, en tediosa repetición. No hay poder por ese lado. Son los fantasmas los que apabullan. La Realidad es más profunda. No existe nada en el nivel superficial al cual tantas veces se presta atención.

Recibida, en el corazón, la Palabra Divina, resuena allí profunda siempre con nuevas y deleitables armonías. Sigue ese maravilloso coro ejecutando las mayores sinfonías. Y a ello sí debemos atender, abriendo el corazón a la vida nueva. Y no hay laberintos que debamos atravesar sino recibir el don en la simplicidad luminosa de una pureza que Dios mismo da, transformando en templo viviente el corazón de sus hijos.

¿Cómo descubrir semejante deleite? ¿Cómo penetrar en el Misterio que todo lo envuelve? Una suprema y altísima fuente se abre, inmensa, para nuestro deseo... Se trata, nada menos, del SILENCIO DE DIOS...

En efecto, Dios rechaza toda violencia y calla ante la agresión de los hombres. El primer paso de toda actitud auténticamente liberadora consiste en renunciar a cualquier imposición. La fecundidad está en el padecer, nunca en la coerción totalitaria... Desde luego que se trata de la esfera personal, porque no hablamos aquí de otro orden. Pero el Padre cuenta con adoradores en espíritu y en verdad, por tanto con aquellos que, al solo modo del Hijo predilecto, asumen el misterio de la Cruz del cual participan por Gracia. Padecer es resucitar...

La historia contemporánea proporciona situaciones pródigas en ocasiones de lucha y de prueba. En efecto, hoy más que nunca nos damos cuenta de la inutilidad del uso de la  agresión, descubriéndose, en toda su amplitud el valor de la resistencia y la constancia. Esta perspectiva parece ahondar en un camino de muerte, porque precisamente la fecundidad y la victoria se manifiestan con semejante rostro. Será preciso continuar la peregrinación y padecer, ofreciendo en sacrificio todo aquello que se nos presenta a nuestra mirada atónita de testigos.

Pero sin desfallecer. La sorpresa que nos aguarda en cada esquina es demasiado grande. Esto es así y así, con coraje, debe ser recibida y asumida en el ámbito superior del Misterio. Con entero abandono y confianza en la acción y presencia de Dios, aún cuando experimentemos una ausencia imposible de describir. La Fe ha de desnudarse de toda vestimenta que oculte su único y solo esplendor. Y nuestro corazón reposar con mayor dejadez en el Corazón del Señor...

En este andar, tan especial y difícil y, sobre todo, tan inesperado, hemos de descubrir el camino más alto que no tiene programas ni métodos. Los valles y montañas, que vamos atravesando, son la ocasión de una sublime pedagogía pero, también, de una realidad que se hace patente sólo cuando no nos queda ya oportunidad alguna para elegir a nuestro capricho.

Es el acontecimiento privilegiado, sin calificaciones, que supera nuestros tratados y, sobre todo, que supera la razón y lo razonable. Ya estamos más allá de los pronósticos y de las maneras atendibles. Nuestra lógica nos decía que resultaba más coherente y proficuo un aire, un lugar o un ambiente determinados o, quizá, hasta una institución mejor que ésta o aquélla. Lo lógico sería, ahora, huir de Roma ante la persecución desencadenada y ante los peligros que son evidentes y que se pueden adivinar según lo padecido hasta aquí. Pero he aquí que la presencia del mismo Señor, presencia silenciosa y tenue, casi imperceptible, nos cruza, atraviesa los senderos de fuga, portando la cruz e indicando que Él va precisamente a Roma para que lo crucifiquen de nuevo...

Al alba del día siguiente, luego de convencernos de que debíamos permanecer, surge la terrible duda. ¿Será así realmente? La insoportabilidad de los hechos y de los rumores, las amenazas y los fantasmas son de tal envergadura que tornamos al punto de partida, sin atrevernos a resolver nada nuevo. Ni partir, ni quedarnos.

JORNADA TERCERA

Nuestro nuevo paraje es éste mismo. La duda se ha presentado en el dintel de nuestra puerta... ¿Y ahora? Es natural pedir algún consejo... No hallamos a nadie en este desierto sin confines. ¿Abrir la Biblia al azar? Tampoco, tampoco. No es seguro. El problema está precisamente ahí, a saber: no es seguro, no encontramos ya “seguridad”.

La situación es desagradable. Por otra parte, para colmo de males, se acercan y nos cercan problemas de toda especie. Son como latigazos, cuestiones sin respuestas ni soluciones. En suma, no hay recursos para salir del atolladero. El sitio es completo.

Pues, entonces, ¿adónde y a quién preguntar? ¿Es posible hallar “seguridad”? Lo que supimos ayer, lo que entonces nos parecía evidente y seguro ahora tambalea. ¿Qué es esto? ¿Y nuestra “memoria”, y nuestra firmeza, y todo eso que debería prestarnos ayuda?

Sólo el silencio responde, un silencio, a veces, aterrador. Y nosotros nos quedamos en el mismo lugar o escapamos precisamente por donde no hay que ir.

El deseo es medida grande. Sí, sin dudarlo en ningún momento, debemos estimar en mucho esa tensión que nos empuja y que nunca nos deja conformes. Pero para hacerlo con tino, para sacar el agua pura del hondo pozo, hemos de aceptar con gozo el lugar en el cual nos hallamos. No hay ni puede haber otro mejor. “Deseo” y “aceptación” se complementan una y otra vez, siempre.

Pero ¿qué es lo que, en realidad, deseamos? ¿No hemos comprobado más de una vez lo difícil que resulta reconocernos? No nos vemos como nos ven, ni nos oímos como nos oyen... Entonces, ¿será verdad que deseamos realmente lo que se nos antoja ahora mismo pretender? Al menos demos un espacio a la quietud y a la meditación... No somos, desde luego, eso que suponemos o eso que deseamos...

Las precisiones son inalcanzables en este campo en el cual nadie puede definir ni dominar... Sólo Dios sabe y si alguna luz tenemos acerca de las cosas más altas a Él la debemos. Pero no es de explicaciones de lo que ahora nos ocupamos. Vamos a lo más simple, a lo más inmediato.

Hemos comprobado que no alcanzamos seguridades absolutas, ni definitivas soluciones, ni estados ideales... Sabemos que no abriremos este o aquél libro al azar y hallaremos la “respuesta milagrosa”. Nada de eso, porque la respuesta para mí es, ante todo, mi propio ser recibido y, desde luego, la Fe.

¿Entonces? ¿Qué es lo que buscamos? ¿Está siempre inquieto nuestro corazón? ¿Sabemos lo que realmente queremos? ¿Cómo entender e interpretar sucesos y hechos dolorosos, que acaecen por aquí o por allí, en un mundo tan complejo? Y, desde luego, ¿qué tiene que ver todo esto con nuestra vida espiritual?

Los pasos de nuestras jornadas se tornan cada vez más complejos y difíciles, es cierto, y tienen la particularidad de distraer y desordenar nuestro andar... Pero hay una realidad más profunda y esto es lo indiscutible. Toda nuestra ansiedad y nuestro dolor se debe a no atender las honduras y a quedar alcanzados y prisioneros por los artilugios de un enemigo que constantemente procura descolocarnos... Por ello los fantasmas son feroces y terribles para acobardar nuestro paso y dejarnos a la puerta de entrada sin poder pasar más allá.

La clave de todo es volver presto y sin dilaciones al corazón más profundo. Y es ésta la respuesta que damos y nos damos: Si el Señor ha venido a habitar íntimamente en el corazón, precisamente a hacer su morada, a morar allí mismo entrañándose, es este acontecimiento lo primero que debemos atender. La realidad de la Presencia que, por otra parte, funda nuestro ser, ha de acaparar, inicialmente, toda la atención y el cuidado, hasta el punto de dar razón de todos y cada uno de los instantes de nuestra vida. Y sabemos que lo expresamos débilmente, que no alcanzamos a decir casi nada y que nuestro lenguaje es apenas un ensayo, incapaz de reflejar la magnitud de lo que intentamos insinuar.

Se quiere señalar aquí el principio y el contenido de la vida. Su más alta dimensión y sentido. Eckhart y Tauler hablaron del nacimiento de Dios en el alma. Creemos decir ahora lo mismo, ya que se trata de uno y de lo mismo...

Pero no hemos de descuidar la doble perspectiva: un mundo exterior y una dimensión de profundidad. Ambas no siempre se encuentran, sin –tampoco- permanecer paralelas. Aquí hay dos caras y poseen una interesante particularidad: están muy cerca y enormemente lejos ¡y tan lejos! como lo están el anverso y el reverso de una hoja de papel, las cuales no podrán superponerse jamás.

Se trata de lo que llamamos el misterio de la hondura. Sólo lo alcanzamos por símbolos o metáforas. Y su descubrimiento se vuelve esencial...

Con esta maravillosa noticia, firmes en la Fe, pasamos a la

JORNADA CUARTA

Los pasos en el ámbito de la profundidad comienzan en el día más nublado, cuando todo parece callarse o nada abre camino. Es condición de esta aventura no hallar senda alguna ya abierta. Y no ha de acobardarse el peregrino. Por el contrario, deberá desafiar la oscuridad y arrojarse hacia delante, abriendo camino él mismo con confianza.

Y no ha de dudar. La certeza está íntimamente arraigada en el corazón en virtud de la Gracia divina. No es posible ya detenerse. Aunque vengan degollando; aunque nadie se conmueva. Nada importa. El peregrino ha de lanzarse con la máxima confianza... ¡DIOS ESTÁ AQUÍ!

Y esto es lo que cuenta. No hay más, porque Dios ES TODO. En mil acontecimientos, en los lugares más insospechados... ¿Qué necesidad de mayores aclaraciones?

Pero es verdad que se trata de una soledad insospechada. Es una soledad en verdad repleta, es la soledad menos solitaria... El peregrino descubre la hondura de su propio corazón como morada verdadera. Y sabe que la hondura de su corazón es hondura de Dios. Efectivamente, ya no debe buscar fuera ni lejos; ya no tiene por qué preguntar a nadie... Íntimamente sabe que el Señor se da, viene a él a morar en él. Vendremos a él y haremos en él morada...

Esta morada es única e irrepetible y no sufre comparación con ninguna mansión de la tierra. Es claro que no podemos imaginarla, pero la sabemos entrañable y entrañada, más real que cualquier otra cosa.

Cuanto más entramos en ella, más desaparecen sus contornos (que en realidad no tiene); cuanto más se hace nuestra menos nos parece poseerla...

Es esta morada nuestro mismo corazón que ya no reconoce distancia alguna con el Señor. Hacer morada comporta una transformación inefable que no corresponde describir sino abandonarse a ella. No existen calificativos ni es oportuno buscarlos. Es la más simple y confiada aceptación, a pesar de los índices negativos que puedan percibir los sentidos exteriores o las impertinencias del mundo ya definitivamente dejado lejos.

JORNADA QUINTA

Ahora han de derrumbarse los bastiones y las murallas... Desencájate y sepárate, deja que se desprendan esas costras y que desaparezcan los disfraces. Despégate de todo, ya no permanezcas en las cosas sino apenas cerca de algunas de ellas. El llamado DESASIMIENTO es ya, sin tardanza, tu camino y tu ambiente.

Pero, me dirás, ¿cómo es eso que me invitas a un paso negativo en el que sólo sé lo que debo dejar pero no a lo que he de adherir? Y yo te respondo así: si dejas lo que te cubre y disfraza, si te apartas para siempre de todo lo que te oprime, si te olvidas de opiniones y usos implacables y, sobre todo, de lo que tu alma pretende con obsesión...; entonces –no lo dudes- se descubrirá tu corazón y lo que en él se oculta, tendrás a raudales el agua pura escondida en la hondura de la tierra y aparecerá luminoso tu bien...

Es claro que la luz precede, porque la Gracia es desde luego anterior. Pero tú no lo sabes. Lo único que puedes entrever es que Dios te llama. La puerta de tu corazón recibe el llamado del Señor. No tardes, no, en abrirle, pero despójate de todo lo que impida su paso y su habitación en tu alma. Si te quedas libre Él ocupara todo el lugar.

Ahora bien, ha llegado el momento de atender y de disponerse al Misterio. Fíjate: ni hoy ni ayer tienes enemigos que aparezcan claramente a tus sentidos, enemigos que puedas señalar y, consecuentemente, cuidarte de ellos. Tampoco logras diseñar doctrinas o ideas (por llamarlas así) que se te opongan con claridad. Tienes, sin embargo, la experiencia y la certeza de la lucha. Sabes que hay asedio y que hay pruebas y tentaciones; sabes, en suma, hasta qué punto la vida es “milicia en esta tierra”.

¿Entonces? Esto es secreto porque está escondido, pero es un camino de contemplación altísimo... Tu oponente no tiene perfiles: es el sin-sentido, la sin-razón, lo indeterminable –al menos por ahora. Frente a este enemigo has de confesar tu Fe. Es una afirmación heroica y sin testigos. Sólo tú eres el testigo, sólo tú y Dios. Es este el “abandono” verdadero, una participación (si quieres decirlo así) del único abandono del Señor. Tu grito se asimila a aquél inmenso ¿por qué?, que resuena en toda la Historia y que en transformación misteriosa y gloriosa halla su sentido pleno en la Eternidad.

Vuelve constantemente a este centro. Aquí se cumple la Voluntad divina. Tú ruegas todos los días para que así sea. La vida es un gigantesco Amén. Pero es necesario trascender los límites de nuestra estrechez. Si queremos la Voluntad de Dios (y aquí está el secreto admirable) es preciso dejarla... Sí, dejar la Voluntad de Dios por la Voluntad de Dios. ¿Qué quiere decir esto? ¿No lo entiendes? En efecto, no puedes reducir a Dios a ninguna medida. ¿Qué es la Voluntad del Padre? Desde luego que es Él mismo... No hay distinción entre Dios y su Voluntad, enseñaba el Padre Vayssière... Pues bien, entonces abre el alma y deja que el Espíritu hable en el lenguaje que sólo entiende el corazón en secreto. Y, sobre todo, abandónate, sin detenerte en nada.

JORNADA SEXTA

Abandono quiere decir: dejar ser el Ser. Respeta profundamente la presencia de la vida. Pero, al mismo tiempo, implica dejarte levantar sobre todas las creaturas... Déjalas, en efecto, a todas. No te detengas más en el camino. Los sempiternos enemigos del alma amenazan con no sé qué escrúpulos. Vuelve a tu interior en silencio; escucha atentamente el silencio. Fíjate bien: has buscado aprobaciones por todas partes, esperas el asentimiento de un lado o del otro... Quieres asegurarte y te empeñas en obtener toda clase de certificados y de pruebas... Como si cada paso de la vida precisara de una demostración... Y no ha de ser así. Repara en un hecho indudable: Dios mismo no te sujeta ni está a tu vera para medir tus pasos. Está en ti, en tu corazón y tú vives y subsistes en Él. Pero no te sigue Él a ti para ver qué haces ni controla tus movimientos. La realidad es otra, la verdad es diferente.

Sigue pues tu andar, no te detengas por el vértigo que sientes ni por la espiral que se abre a tus pies. El honor del “abandono” consiste, propiamente, en no aferrarse desesperadamente a nada. Siente con coraje la ausencia. Es ésta una prueba maravillosa. Deja que el dolor te llague, no temas las heridas ni los rasguños del camino... Es honor del peregrino llevar en su cuerpo los sellos de la Pasión que el Señor regala y participa. Esos signos no se ven ni aún se manifiestan con la claridad que deseáramos, porque son más luminosos y más profundos que nuestra capacidad de descubrirlos. ¿Qué más da? Son siempre un don, un decoro del Amor Infinito, que sólo se hace oír en el silencio del mismo corazón.

Calla y sosiégate. El abandono es prenda de paz. Estima más tu silencio que tus pretendidas obras. Los latidos de tu corazón valen más que todo lo que puedas decir o hacer. Retírate, cálmate, ora. Aquiétate una y otra vez. Necesitarás muchas ocasiones y se te darán las oportunidades (no las desaproveches) para ingresar e introducirte en el Misterio que es tu vida...

Tienes la certeza del invariable Amor Divino. Lo repito: abandónate confiado. Que tu mano izquierda ignore lo que hace tu derecha. Ríe y llora, dale todo a Dios...¡olvídate! Deja que todo quede crucificado aguardando la muerte salvadora y la transformación que esperamos.

Déjate absorber por el Fin Último que ya te atrae y te arrebata. Los ruidos y los fastidios que te envuelven son producidos por las criaturas que escapan y que se dejan arrastrar por un mundo que va a la muerte. Ofrece por ellas, ruega por ellas. Pero no te detengas como ellas. Cuando te acerques a ellas aprovecha para llevarlas, con tu oración, al Corazón de Cristo, pero no te detengas, no atiendas la sinrazón. Recuerda lo que se narra en la vida de Santo Tomás de Aquino, a saber, que el santo Doctor no consentía las conversaciones vanas y, cuando oía hablar en su presencia de cosas profanas, discretamente se apartaba y se retiraba.

Lo que me importa subrayar es que nada ni nadie puede ya apartarte de Dios, si te has entrañado en Él y Él en ti... Si has querido, si le has abierto con tu voluntad, que es la puerta que lo deja pasar e introducirse en la infinita intimidad como el Fuego en el madero. No son las angustias ni los dolores, no es la fatiga ni el trabajo, ni las envidias de los otros, que tendrán poder alguno sobre ti. Tu perseverancia en el silencio y en el sufrimiento tiene el constante y maravilloso premio de la fidelidad de Dios, presente en tu corazón y en tu vida. No temas, que tu tesoro jamás podrá ser arrebatado. Y es porque tú ya estás escondido con Cristo en Dios y ya te encuentras, de algún modo, en el cielo... Conversatio nostra in coelis est.

¿Qué más puedo decir para confirmarte en la fe? Sólo invitarte a la experiencia cotidiana, luminosa e inmediata. Yo sé que la Gracia no ha de faltar, que todo es Gracia. Estas jornadas son una invitación al silencio más profundo y a la confianza más audaz... Y también -¡cómo no!- a horadar los cielos desde el corazón y descansar la mirada, audazmente, en los ojos de Dios.

Nuestra oración no ha de ser mezquina ni apocada. Por el contrario, ha de lanzarse en el abrazo indescriptible, consintiendo en esa sublime aspiración que se hace realidad en el Espíritu. Desciende Fuego nuevo del Cielo y enciende el holocausto y se lleva el corazón transformado y hecho uno consigo.

Pero nadie puede dar cuenta de ello. Esta inigualable historia está escondida a los testigos. La piedrecita blanca sólo es conocida por quien la recibe...

Es la hora del silencio, en el Nombre de Dios. Amén.