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Predicador

Introducción.

Colegiata de BelmonteSanto Domingo ha pasado a la historia precisamente por ser predicador y por fundar la Orden de los Frailes Predicadores. La predicación es el signo más distintivo de su relevancia histórica. Pero no fue el fundador de la predicación, que va unida al mismo ser de la Iglesia, sino un modo de predicar. Este modo será el objeto de nuestra reflexión. Puede parecer que está dirigida exclusivamente a los que han hecho de la predicación el ejercicio de su vocación; sin embargo, al pensarlas, tengo en la mente algo más generalizado, común al ser humano, la intercomunicación entre personas.

1. Predicador desde el amor

1.1. No es la simple reflexión sobre lo que serían sus deberes de sacerdote lo que le condujo a dar un giro a su vida, olvidarse de Osma, de su cabildo, y dedicarse a la predicación en el sur de Francia. Es el impacto afectivo que le produce ver a hombres y mujeres descarriadas, arrastradas por la secta albigense, sometidas a la dureza del maniqueísmo. Condenaba éste todo lo ligado a la condición corporal del ser humano, como el matrimonio, el afecto mutuo, hasta la misma felicidad; y presentaba un Dios espiritualizado, lejano a la condición humana, dispuesto siempre a pedir cuentas a hombres y mujeres, sin hacer nada por ellos.

1.2. Es el corazón de Domingo quien le lleva a sus compromisos con las personas. Ese afecto le hace ser paciente con ellas. El diálogo largo y continuado es el modo de manifestar su interés por las personas. No es el catedrático que expone y defiende una tesis, para que triunfe la verdad, sin más. Domingo es predicador, va directamente al interior de la persona, les predica porque sufre con ellas, sus preocupaciones son las suyas, hace suyo su dolor, su error, su pecado y quiere caminar junto con ellas para superar todo lo que haya de negativo. Me gustaría desarrollar algo más esto en esta reflexión.

2. "Caritas veritatis"

Detalle: Sto. Domingo vende los libros - SXIII Galeria Capodimonte (Nápoles)2.1. A la espiritualidad de su Orden pertenece la expresión, que completa el lema general "veritas", de "caritas veritatis". La verdad querida, apasionadamente buscada, incluso con "studium", con fervor. Sin embargo, la expresión "caritas" va más allá de lo que podríamos llamar apasionamiento por la verdad. Este apasionamiento puede tenerlo el matemático ante una ecuación que trata de resolver un complicado problema. Pero la "caritas" hace alusión directa a las personas. Es la verdad de las personas y para las personas la que se busca y ofrece: sólo la persona puede ser objeto de la caridad. Precisamente porque se pensó más en la verdad que en las personas, porque se entendió la "caritas veritatis", al margen de las personas, se desarrolló en la Iglesia la inquisición o las cruzadas.

2.2. Por ello, a su predicación pertenece la escucha del otro, el captar sus preocupaciones y también sus argumentos. Cuenta con el encuentro con las personas. Y con el diálogo con ellas. Dialogar supone escuchar; discutir los argumentos exige estar atento a lo que el otro arguye. Es el estilo que Domingo desarrolla en Servian, Beziers, Carcasona, Montreal, Fanjeaux…etc. Y es que el predicador ha de estar pendiente de las dos direcciones de la verdad: la verdad escuchada, y la verdad expuesta. Amar la verdad es amar su escucha y su transmisión.

3. La verdad aprendida

3.1. Al predicador le toca comunicar la verdad. Pero antes ha de tener capacidad de recibirla. En la recepción de la verdad, los oídos han de estar abiertos, ser perspicaces para encontrarla. Domingo la encuentra en la Sagrada Escritura: sabe de memoria el evangelio de San Mateo y las cartas de San Pablo.

3.2. Pero también la encuentra en la gente con los que halla en su camino, incluso en los cátaros. Ha apreciado en ellos, por ejemplo, la fuerza de la pobreza, de la sencillez, frente a la ampulosidad de los predicadores oficiales. Una vez más la verdad está en las personas. La caridad hacia la verdad empieza por la cercanía cordial a las personas, para descubrir en ese trato cordial primero el valor absoluto del ser humano y después, que, serán herejes, pero la herejía está secuestrando verdades que existen en esa persona, verdades que hay que liberar.

4. La verdad transmitida. La compasión.

4.1. La transmisión de la verdad del predicador no es la del que se sube al púlpito y, desde su altura y distancia, pronuncia su sermón. "Una cosa es predicar y otra dar trigo", responde la sabiduría popular a ese estilo de predicación. Se usa con frecuencia la palabra "compasión" para manifestar el sentimiento que le producían las gentes a las que se dirigía en su predicación. Puede resultarnos un tanto paternalista en el significado que tiene en nuestra lengua; pero, si buscamos su etimología, vemos que es la misma que la palabra griega "simpatía". Las dos quieren decir "compartir sentimientos". Es decir lo que se necesita para predicar es sintonizar afectivamente con la gente, sentir sus alegrías y sus tristezas, estar en su onda, "sentir su química", como dicen ahora. En expresión sencilla y evangélica, significa querer a aquellos a los que se predica: no buscar ni la gloria propia, ni el triunfo de una idea, sino su salvación, su liberación. Esa es la compasión de Domingo.

4.2. Sin esa compasión no hay predicación evangélica. Sólo profesionalismo clerical, lecciones magisteriales, imposición de tesis, lucimiento personal, búsqueda no de la salvación de las personas, sino del fortalecimiento del grupo, etc. El ejemplo de esto lo percibieron él y el obispo Diego de Aceves en los prelados predicadores, enviados por el Papa.

5. La paciencia del predicador

5.1. El problema que conlleva ese estilo evangélico de predicación es su lentitud. Se somete al ritmo de la reflexión y decisión libre del ser humano. Se enfrenta con las prisas de la necesidad del éxito experimentado y celebrado. Algo que fue de siempre y que hoy se hace más apremiante en esta sociedad que tiene necesidad de satisfacciones inmediatas. Frente a ese proceso lento, están las prisas de los que bautizan asperjando a la multitud.

5.2. También, y sobre todo, los que buscan otros objetivos distintos de la salvación o liberación de las personas. Los que buscan el sometimiento de éstos a sus intereses económicos, políticos o de grupo. Entonces el diálogo es rebasado por la "inquisición" o por la violencia generalizada. La verdad del evangelio se usa como pretexto para conseguir ambiciones nada evangélicas. Y aparecen las cruzadas. La predicación de Domingo fue rebasada por la cruzada contra los albigenses; la discusión, el diálogo fueron superados por la violencia. En Muret triunfaron los "cruzados", pero perdió la predicación evangélica. Se perdió la confianza en que la verdad se impone por sí misma.

Vidriera del Claustro Dominicano - Huissen

Conclusiones: nuestra "predicación" hoy

¿No hemos sentido, también hoy, la urgencia del éxito inmediato de nuestra predicación? ¿No hemos buscado, más que la liberación real de las personas, el triunfo de nuestras ideas, incluso de algunas tan nobles como por ejemplo la de "liberación"? ¿No hay una muy reciente tentación de profesionalizar la predicación en la Iglesia, actuando los "predicadores" como maestros que se creen únicos poseedores de toda la verdad? Miremos a Domingo. Algo nos dirá ante esos peligros. Será una auténtica denuncia de ellos.

Pero la figura de santo Domingo no ha de servir tanto para denunciar actitudes, como para anunciar la grandeza de la predicación. Grandeza que se cifra: en la aproximación cordial al mundo en que vivimos, al que predicamos; en el gozo de ver cómo las semillas del Verbo están extendidas por tantas culturas y sociedades y cómo somos capaces de descubrirlas, para disfrutar del diálogo con hombres y mujeres de buena voluntad; en la conciencia de que todos necesitamos estar atentos a la escucha del soplo del Espíritu que sopla donde quiere. Grandeza que no se mide por las multitudes que la escuchan, ni por el número de las "conversiones", sino por el diálogo paciente, como el de Domingo con el posadero, por la disponibilidad para escuchar en el simple trato personal, en la disponibilidad para extender la mano para ofrecer ayuda o para solicitarla. En definitiva, grandeza porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo, el liberador de la condición humana. Y siempre desde la simpatía, sintonía, compasión, cariño hacia los hombres y mujeres a los que llega esa predicación. Algo que está al alcance de todos, porque todos tenemos algo que decir y mucho que aprender.

Marx decía: "de una cosa estoy seguro: yo no soy marxista". Santo Domingo de Guzmán ¿se sentiría hoy dominico? Después de haber repasado las líneas que definen su personalidad, su espiritualidad, su modo de actuar, nos podemos preguntar: ¿encontraríamos algo de eso en quienes pertenecen a la familia que él fundó?

Matisse - Ceramica : Capillade VenceFray José Antonio Solórzano ha preparado un vídeo sobre santo Domingo de Guzmán en el que el fundador vuelve a su pueblo natal de Caleruega y hace una reflexión sobre cómo fue evolucionando la Orden que el fundó a lo largo de la historia. ¿Reconocería hoy Domingo de Guzmán en los dominicos y dominicas a los frailes que él congregó en torno a sí?

1. Domingo y sus primeros seguidores

1.1. Domingo, en el poco tiempo que transcurre desde la fundación de la Orden hasta su muerte, poco más de cuatro años, tuvo tiempo de percibir la fidelidad a sus proyecto en los frailes y también las desviaciones que se producían. Tuvo que luchar, por ejemplo, para que sus frailes fueran pobres; no sólo sus frailes, sino los conventos. Vio frailes animosos en su predicación, y otros que se retiraban por miedo o por cansancio y desilusionados por el poco éxito; conoció la perseverancia de muchos en la Orden, a pesar de las dificultades, y la defección de algunos.

1.2. Más aún, no podemos pensar que Domingo tuviera perfectamente claro todos los aspectos que habían de configurar su Orden. Incluso en algo que le preocupaba tanto, y sobre lo que tomó posturas terminantes, como la pobreza, tenía sus vacilaciones. Aceptó que a las monjas de San Sixto se le asignaran diezmos y otros ingresos que les concedieron en el sur de Francia. La ley de la dispensa era ya una manifestación de la necesidad de ir acomodando la vida al objetivo de la predicación. Domingo, digámoslo en pocas palabras, no vio una Orden de perfectos. Ni creo que soñase con ella. Sabía que la Orden estaba constituida por pecadores. Sabía que la confianza que se depositaba en los frailes podía llevar a desvíos en la intención fundacional…

2. Las dos preguntas

Dicho esto, nos preguntamos: ¿Domingo se encontraría a gusto entre los dominicos y dominicas o buscaría otra Orden que creyera más fiel a su idea de fraile predicador?. ¿Domingo, en la hipótesis de no querer cambiar de Orden, la reformaría hasta que surgiera una Orden distinta, más observante? (Tentación permanente en la Orden, que se superó, a diferencia de otras, manteniendo la unidad).

2.1. La primera pregunta tiene una clara razón histórica. Después de él, se fue generalizando en la Iglesia las órdenes predicadoras. En realidad, ninguna orden religiosa renuncia a la predicación. Casi es pretencioso tener como nombre el de "predicador", ¿qué instituto religioso no cree serlo? Sólo la razón histórica de ser los primeros podría justificar nuestro nombre. A no ser que nuestro estilo de predicación sea realmente distinto y realmente el heredado del fundador. Pero para esta reflexión he apuntado unas notas bajo el epígrafe "Domingo predicador". A ellas me remito, si queremos detectar un estilo peculiar en nuestra predicación.

2.2. La segunda pregunta: ¿se encontraría santo Domingo feliz en medio de los dominicos de hoy? ¿Por el contrario diría: "ésta no es mi Orden, me la han cambiado"?

Pregunta que podríamos desmenuzar en otras varias: ¿Nos esforzamos en llevar una vida pobre, evitando al menos lo superfluo, en medio del mundo del exceso, siendo especialmente sensibles a aquellos que les falta lo esencial? ¿Seguimos buscando los lazos de fraternidad y amistad, que hagan real y profundamente común nuestra vida? ¿Hemos sido sensibles a la presencia de los "cumanos", los "alejados" diríamos hoy, en nuestros proyectos pastorales? ¿Participamos con gozo en la oración comunitaria? ¿Tenemos la audacia y - la preparación - para decir una palabra evangélica en el mundo de la cultura, de la universidad? ¿Participamos con gozo en la oración comunitaria, y no olvidamos la soledad para dedicar tiempo al estudio y la oración? Y tantas preguntas más como podíamos formularnos.

3. Las respuestas.

Permitidme que me aventure a ofrecer algunas respuestas desde mi experiencia, ya larga, como dominico, y desde lo que pude observar desde los puestos para los que los frailes me han ido destinando. Pienso en los que pertenecemos a la Familia dominicana. Pero también en aquellos que quieren conocernos, tras saber algo de nuestro fundador: ¿con qué se encontrarían si quisieran entrar en contacto con nosotros?

Fr Angelico R. Zarlenga, OP3.1. Pobreza.- No somos los frailes todo lo pobres que debiéramos ser. La tentación de lo superfluo, de la comodidad es muy fuerte, seguramente más que en la época del santo. Nuestra cultura económica y social está montada sobre la generación de falsas necesidades. Pero hay inquietud en muchos lugares por nuestra pobreza. Quizás la preocupación por los pobres ha dejado aparte la preocupación por la pobreza propia: los hay que parecen optar por los pobres desde la riqueza propia que les permite ayudarles. Sigue siendo un desafío, como lo fue desde el principio de la Orden. Algo que nos deja inquietos, insatisfechos. El dominico hoy sí es un fraile que vive de su trabajo, no de rentas recibidas. Y no son pocos los que viven de la ayuda de otros frailes. Hay una solidaridad importante, aunque aún tenemos nuestros pequeños "huertos" provinciales o comunitarios. Estoy seguro de que santo Domingo sería mucho mejor que la mayoría de nosotros, pero no se encontraría en un ambiente ajeno a su Orden estando con nosotros, y …con nuestros ordenadores, teléfonos móviles, viajando en automóvil o en avión...

3.2. La comunidad. Hay una mayor reflexión sobre nuestras relaciones comunitarias que la que se tuvo, incluso, en momentos que estimamos gloriosos en nuestra Orden. Existe la sensibilidad de que el buen "tráfico comunitario" no es suficiente para crear comunidad: que buscar un solo corazón y una sola alma es una tarea de toda una vida, pero que merece la pena. Nuestra castidad nos habla de templanza, pero sobre todo de compromiso afectivo, empezando por los de casa. Con esa magnífica extensión que es la familia dominicana. Hay un auténtico renacimiento de la sensibilidad de ser de la Orden, sin el monopolio que hasta ahora pudieron imponer los frailes. Quizás habría que buscar más la cercanía cordial, la colaboración en la misión, que la reivindicación de puestos legales. (Dicho sea esto como reflexión "doméstica". Domingo se sentiría feliz, pienso, viviendo en comunidades donde hay preocupación por quererse; y en una familia que quiere colaborar, codo con codo, en la misión de la Orden.

3.3. Cátaros, cumanos… Es cierto que tenemos iglesias y santuarios, así como parroquias, que exigen atender a los que se acercan a ellos. Santo Domingo buscó siempre para sus frailes una iglesia donde pudieran predicar. (Escribo esto en Santa Sabina, Roma, que fue una gracia, un gran don, que el santo recibió del Papa, para sus frailes). También lo es que puede que ese ministerio nos haya hecho menos itinerantes y más predicadores de "convencidos". Que pasen delante de nuestras iglesias muchedumbres a las que no nos acercamos, o que haya lugares de "cumanos" a los que no predicamos. Mas es indudable que no tenemos que salir de nuestra Orden, de nuestra familia dominicana, porque en esto las religiosas pueden precedernos, para ver nuestra presencia en el mundo de las misiones, donde el evangelio no ha sido predicado, o en los lugares de conflicto o donde las situaciones de vida son inhumanas. Tenemos mártires, frailes y religiosas que viven y predican donde la predicación es un peligro; que se han hecho pobres con los pobres y perseguidos con los perseguidos. Lo que necesitamos es dejarnos todos evangelizar por ellos, que es la primera consecuencia de una vida comunitaria. Y sobre todo incorporar a nuestra vida, tentada por la instalación en lugares cómodos, la disponibilidad para hacernos presentes donde la Orden nos requiera.

Mosteiro Sta. Maria - Lisboa3.4. Universidad, culturas. Hay unos alejados que son especialmente difíciles y donde la "predicación" genera dificultades especiales porque el predicador está expuesto, no sólo a encontrar oídos sordos, sino al desprecio o a la oposición intelectual bien fundamentada por personas sabias. Es el mundo del pensamiento, de la universidad. En ningún sitio fueron los primeros dominicos tan rechazados como en el mundo universitario de París. Y eso que allí se hizo presente nada menos que Tomás de Aquino. Entonces la persecución venía de dentro de la misma Iglesia. Luego, el pensamiento se haría laico, cuando no ateo, ajeno a lo que sonara a fe o a otro conocimiento que no fuera el que viene de la sola razón; el evangelio revelado no tendría lugar en él. Ha habido retirada a lugares más cómodos de predicación: ¿ha faltado el estudio?, ¿ha faltado la comprensión del mundo moderno y nos hemos reducido a estudiar lo que responde a otra época, pero que hoy no dice nada?; ¿nos falta la audacia para enfrentarnos a un mundo donde seremos duramente atacados o, lo que es peor, ignorados o despreciados?; ¿no nos hemos dejado llevar por el éxito inmediato de la predicación a los aquiescentes o la atención a los menesterosos agradecidos? Es un mundo donde la suma más importante puede que fuera la "Summa contra gentiles", pero cambiando lo de "contra" por "en diálogo" con los gentiles. De ese diálogo ha sabido mucho santo Domingo. Creo que se sentiría a gusto en él. Vería que este no es momento de cruzadas, ni de inquisición, que "basta la fuerza de la palabra" y …del testimonio, algo muy querido por su talante de predicador. Me temo que en esta dimensión de nuestro ser dominico, santo Domingo sentiría que su Orden hoy no le es fiel, ni a él y ni a tantos frailes como Tomás de Aquino o Francisco de Vitoria. Creo que "refundaría" este aspecto fundamental de nuestro carisma.

3.5. Oración. Hemos simplificado nuestra oración comunitaria. Sí es breve y sucinta como él quería. A veces demasiado breve y sucinta. Los frailes están interesados, más que en otros tiempos, en participar con alegría y creatividad en esa oración. Pero sienten sobre ellos el tirón de la urgencias de la misión que dicen no dejar tiempo para la oración, la reflexión, el estudio. El santo fundador sabía de la dispensa de las observancias regulares para ocuparse de la predicación; pero también gustaba de animar a sus frailes en la oración comunitaria y de pasar muchas horas de oración solo. Hoy percibiría que sus hijos buscaban ese equilibrio necesario entre la oración y la misión, bajo la presión, - la tentación - del trabajo rentable, que tan valorado está en la sociedad del "negocio", "nec-otium".

A modo de conclusión.

En fin, Domingo se sentiría dominico hoy. Sabría asumir nuestras debilidades, como asumió la de los frailes con los que convivió. No entendería que era necesaria un refundación de la Orden o una reforma de la Orden para fundar los dominicos descalzos o mendicantes que vivieran exclusivamente de limosna, que tuvieran que interrumpir el descanso para cantar los maitines o que no pudieran vestir otra cosa que hábitos de lana. Como se dice en el vídeo al que aludí al comienzo de esta reflexión, santo Domingo hubiera dicho "que había merecido la alegría" el fundar la Orden.

Pero sigue siendo una referencia necesaria para la fidelidad de frailes, monjas, religiosas y laicos el carisma que él estableció en la Iglesia. Mirarse en él es de sabios y de honrados, para quienes se llaman dominicos, dominicas.

Más aún, nos atrevemos a invitar a los jóvenes a que nos visiten, que vengan a nuestras comunidades de frailes, monjas o religiosas, que conozcan nuestras fraternidades laicas, porque, a pesar de nuestras limitaciones, podrán descubrir que el espíritu de Domingo de Guzmán sigue alentando nuestras vidas.

Juan José de León Lastra, OP

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