La Orden de Predicadores “se sabe que fue especialmente instituida desde el principio para la predicación y la salvación de las almas” (Constituciones Primitivas). La Constitución Fundamental de la Orden de Predicadores subraya la prioridad de este apostolado. Los cinco elementos distintivos que forman el modo de vida genuinamente dominicano “conjuntamente nos preparan y nos impulsan a predicar; dan a nuestra predicación su personalidad.” Por su profesión religiosa, los dominicos se hacen “completamente consagrados a predicar la Palabra de Dios en su totalidad” de forma que viven “una vida apostólica en sentido pleno, en la cual la predicación y la enseñanza deben emanar de la abundancia de la contemplación.
Hay tanta gente que vive la angustia del centurión del Evangelio que ruega a Jesucristo: “Di solo una palabra, y mi siervo quedará curado” (Mt 8:8). Los dominicos predican para dar esa Palabra de curación al mundo. En una carta a Santo Domingo y sus hermanos, el Papa Honorio III escribió, “Aquél que incesantemente fecunda la Iglesia con nuevos hijos, … os inspiró el santo deseo de… consagraros a la predicación de la palabra de Dios”. Los dominicos predicamos porque ardemos en este deseo. El propósito de la predicación dominicana es dar vida a otros: “El objeto de nuestra predicación es, bien provocar el nacimiento de la fe, bien permitir que esta penetre más profundamente en todas las dimensiones de la vida de las personas.” (Constituciones Fundamentales). Más que un mensaje, los dominicos predican la persona y el acontecimiento de Jesucristo: el Hijo Encarnado de Dios cuya voz podemos oír todavía, cuyo rostro podemos ver todavía, cuya Pasión nos está salvando todavía, y cuyo corazón nos llama a un encuentro transformador. El gran predicador dominico San Vicente Ferrer (+1419) exhortó a los predicadores, “Que la gente encuentre en vosotros a un padre lleno de compasión por sus hijos.”
Los dominicos predican la Palabra de Dios de todas las maneras posibles, incluyendo predicación litúrgica, misiones parroquiales, predicación de retiros, conferencias ocasionales, discursos en congresos religiosos, predicación en la calle, enseñanza, escritura (especialmente libros), a través del arte (especialmente cine, televisión, y teatro), y aprovechando las ventajas ofrecidas por Internet y otros avances de la era digital, sin sacrificar nunca el papel indispensable de presencia personal por el que la comunicación se convierte en verdadera comunión. El dominico Humberto de Romans resume esto en su famoso Tratado sobre predicación del siglo XIII: “Cuán necesario es el oficio de la predicación, sin el cual el corazón humano no se elevaría a la esperanza del cielo.”
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