El hombre para vivir mira a su alrededor buscando estímulo en el testimonio de otras personas. A veces lo encuentra intentando asemejarse a personas que se han distinguido por una actividad ejemplar. A veces lo encuentra en las enseñanzas de unas personas que le sirven de guía. A veces lo encuentra en personas cuya palabra y actividad quedan en la sombra pero su figura se convierte en compañero que anima a recorrer el propio camino.
Santo Domingo es una de esas personas que no llama la atención sobre sí mismo sino que te devuelve la mirada para que recobres la fe en ti mismo, para que te veas como creador responsable de tu vivir. Sto. Domingo aprendió desde niño que la vida es como un caminar siempre por nuevos caminos. Un caminar que nunca se repite y que nunca se acaba. Por eso él vivió como un itinerante. Su figura de itinerante es una inspiración para todos aquellos que intentan hacer su camino sin ataduras preconcebidas y sin caer en la imitación están dispuestos para aprender de cualquiera.
La vida de Sto. Domingo puede ser entendida como la historia de un itinerante. No como el peregrino que tiene prefijado su itinerario y su punto de destino, pues el itinerante no tiene lugar de destino y su itinerario se va trazando durante la marcha. Tampoco como el vagabundo que no tiene criterio en su itinerario y sus pasos son vividos momentánea y transitoriamente, pues el itinerante posee el don del discernimiento y de la fidelidad y sabe que un paso ha nacido del anterior y ha de responsabilizarse de su herencia. Sto. Domingo fue un itinerante desde su niñez hasta su muerte en su forma de pensar, en su forma de vivir, en su actividad y oración. No se dejó engañar por el camino fácil, ni por la vida cómoda, ni por intereses propios momentáneos. Sopesaba las posibilidades que tenía ante él, probaba pacientemente su respuesta y llegado el momento hacía su opción con coraje.
Contemplando la figura de Sto. Domingo se percibe la grandeza de tener un corazón que está en contínua búsqueda y que esa búsqueda es un tesoro sagrado. El sentir la búsqueda como un tesoro sagrado llena al itinerante y le aligera de otros pesos. Solo necesita luz y acompañamiento, es decir, discernimiento libre y responsable, y capacidad para mantener una relación humana con honestidad y honradez.
El itinerante también conoce el cansancio. Un cansancio que le invita a la autocomplacencia, a abandonar el propio discernimiento para que sea hecho por otros o por una ideología o a cargar pesos innecesarios sobre los hombros de los compañeros. Por eso le es necesario renovar sus decisiones cada día en una oración llena de silencio.
No es una forma de vivir fácil pero en este continuo caminar el hombre descubre una felicidad que no pierde su frescor.
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