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Meditación sobre la muerte de Jesús III
Epílogo

A veces se nos censura a los cristianos que lo somos de viernes santo; cristianos que reducen su fe y su religión a valorar por encima de todo el dolor, el sufrimiento, el sacrificio, la muerte; es decir cristianos de la cruz.

Esa acusación da pie a que consideremos qué día de los grandes de la Semana santa refleja cómo vivimos nuestra fe.

Cristianos de domingo de Ramos: aclaman la llegada de Jesús, como el pueblo de Jerusalén, “bendito el que viene en el nombre del Señor” el domingo, y el viernes, instados por sus jefes religiosos, gritan “crucifícale”. Cristianos cuya fidelidad a Dios depende de donde sople el viento. Fe poco arraigada, el miedo a los hombres es más fuerte que su fe.

Cristianos de jueves santo. Han hecho del amor y del servicio la razón de su vida. Ven en ello la voluntad de Dios y aceptan el dolor que exija ese compromiso, como Cristo en Getsemaní. Jueves santo es Eucaristía y Getsemaní, rito que significa y se cumple en la entrega de la vida, es banquete pascual y compromiso de amor, que conlleva sudar sangre.

Cristianos de Viernes santo. Ven el dolor de Cristo, su pasión y muerte, se estremecen por ella, pero olvidan el amor que llega a su culmen en ese momento de la muerte. Olvidan que antes del viernes santo, y dándole sentido, está el jueves. Son pesimistas, a veces masoquistas, creen que la eficacia está en el dolor que exija lo que se proponen. Entienden la vida como sacrificio, y el sacrificio como sangre, dolor y renuncia. Y lo es, pero el viernes santo es también el día de la entrega amorosa de la vida para la salvación de todos. Olvidan que el sacrifico es ante todo ofertorio, no sangre.

Cristianos de sábado santo. Cristianos del silencio y el recogimiento; algo muy positivo como medio para encontrarse con Dios y consigo mismo. Pero no si es “por miedo a los judíos”, como los apóstoles. Cristianos cerrados en sí mismos, apartados de la marcha de la historia, que tienen miedo al mundo y el miedo les atenaza, no salen de sí mismos y no se comprometen con nada ni nadie. Lamentan el sepulcro donde está Jesús, en vez de buscarle entre los vivos. “No busquéis entre los muertos al que vive”.

Cristianos de domingo de Pascua. Saben del triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la esperanza sobre el miedo. No se apoyan en evidencias, sino en signos, sepulcro vacío, compartir el pan, escuchar a alguien que te expone la Escritura, ver llagas en el hombre herido, para descubrir que Cristo está presente. Sólo desde el amor se descubre la verdad de Dios y la presencia de Cristo. Son testigos de la resurrección en su vida por la alegría que aflora en ellos, también en medio de la dificultad.


Fray Juan José de León Lastra, O.P.

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