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El Porqué de las Herejías


Del Libro Las Grandes Herejías
del Canónigo Cristiani

En la oración sublime que los exegetas llaman «oración sacerdotal», Cristo pide al Padre, con cierta angustia, que sus discípulos guarden para siempre la unidad: «Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has confiado, a fin de que sean Uno, como Nosotros,.. No te ruego sólo por ellos, sino también por los que, movidos por su predicación, crean en Mí, para que todos sean uno, como Tú, Padre mío, eres en Mí y Yo en Ti, para que también ellos sean uno en nosotros, a fin de que el mundo sepa que me has enviado» (San Juan, XVII, 11, 20-24).

Cristo sabía a la vez el precio y dificultad de la unidad, que sería la señal principal de la verdadera Iglesia. Pero habría divisiones, rupturas de la unidad, divergencias de opinión, en una palabra: herejías. Éste es, en efecto, el significado de este término de origen griego que, adoptado por el latín, fue casi desconocido por la lengua clásica, y, en cambio, frecuentemente empleado en la de los Padres de la Iglesia. ¿De qué provienen las herejías? De la diversidad de espíritus, de caracteres, de temperamentos, y, en definitiva, del hecho mismo de la libertad humana. La fe en la palabra de Dios es libre. Dios no obliga a nadie. Pero es inevitable que la Fe exija por parte del hombre un esfuerzo de sumisión y obediencia. Esta obediencia es una opción. El papel de las herejías es dar relieve a esta opción. Por ello pudo decir San Pablo: «Es necesario que haya herejías a fin de que los hermanos de virtud probada se manifiesten entre nosotros» (I Corintios, XI, 19).

Y Tertuliano, ciento cincuenta años más tarde, escribía: «Las circunstancias de nuestro tiempo nos obligan a advertir que es necesario no asombrarse de las herejías, ni de su existencia, que ya fue profetizada, ni de que arruinen la fe de muchos, puesto que tienen por razón de ser el probar la fe, tentándola».

Si intentamos contemplar esta ley de la necesidad de que la fe sea probada, constataremos que forma parte del conjunto de leyes esenciales que rigen los espíritus. Los ángeles fueron sometidos a una prueba que no conocemos, pero cuya realidad nos consta por la existencia indudable de los demonios. Eran ángeles como los demás. Pero sucumbieron a la prueba. Los hombres deben, también, ser «tentados», es decir, «probados». Es fácil ver lo que ocurre en el nacimiento de una herejía. Se pueden distinguir en el hecho de la herejía tres aspectos diferentes: el aspecto filosófico, el aspecto paradójico y el aspecto positivo. Desde el punto de vista filosófico, la herejía nace del conflicto o contraste entre la verdad revelada y los diversos sistemas filosóficos ya establecidos en las mentes de los que reciben esta revelación. En efecto, la fe no siempre desciende sobre las almas bien preparadas para recibirla. Cristo eligió a sus apóstoles entre hombres poco instruidos. Pero incluso los apóstoles tenían sus ideas, sus tradiciones y sus propias concepciones sobre el reino mesiánico. Por su parte, los escribas y fariseos se creían mucho más ilustrados que los humildes pescadores del lago de Galilea. En todos, pues, encontraba la fe obstáculos y prejuicios que vencer. Y si pasamos de los judíos a los paganos, los conflictos filosóficos entre la fe y los sistemas dominantes de la época tendrían que ser aún más agudos. Hasta el fin de los tiempos debería ser así. No siempre es posible el acuerdo entre las filosofías humanas y la verdad revelada. Los pensadores cristianos tendrían que llevar a cabo una inmensa tarea de adaptación entre la razón y la fe.

Del aspecto filosófico de las herejías se pasa inevitablemente a su aspecto paradójico. Por aspecto paradójico entendemos que la verdad revelada, a causa de su origen divino, ha de presentar necesariamente a la razón sombras impenetrables para ésta. Es lo que expresamos diciendo que la fe siempre encierra misterios. Reflexionando sobre ello, se comprende fácilmente que una religión sin misterios no sería divina. Ante la fe que viene de Dios, es necesario que la razón confiese su impotencia. Ella es la que da a la herejía su aspecto paradójico. La herejía pone de manifiesto la realidad antinómica y paradójica del misterio de la fe. Finalmente, la herejía se explica además por su aspecto positivo.

En efecto, en ella no todo es falsedad. Contiene siempre una intuición justa, pero falseada por la interferencia de un sistema filosófico en contradicción con la fe, o por una negación explícita o implícita de un misterio. En toda herejía aparece, pues, una rebelión contra la Verdad revelada, y en ello se manifiesta su sentido profundamente anticristiano.

Esta forma de entender la herejía es tradicional en la Iglesia. Siempre se ha insistido también en el bien obtenido de ese gran mal que es la herejía. Cada herejía ha sido ocasión de un progreso en la comprensión de la fe y en la consolidación de la unidad en el seno de la Iglesia.

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