Un Regalo de adviento...
Sabiendo que deseas conocer cuanto voy a narrar, te informo que
existe en nuestros tiempos un hombre, el cual vive actualmente pleno de
grandes virtudes, llamado Jesús, que es inculcado por el pueblo como el
profeta de la verdad, y sus discípulos dicen que es hijo de Dios, Creador
del cielo y de la Tierra y de todas las cosas que se hallan y hayan estado en
ella; en verdad, ¡oh César! Cada día se oyen cosas maravillosas de ese
Jesús: resucita a los muertos, cura los enfermos, en una sola palabra: es un
hombre de estatura justa y muy bello en el aspecto, y hay tanta majestad en
su rostro, que aquellos que lo ven son forzados a amarlo o a temerlo. Tiene
los cabellos color de almendra muy madura, son distendidos hasta las
orejas, y de las orejas hasta las espaldas, son del color de la tierra, pero más
relucientes.
Tiene en medio de su frente una línea separando los cabellos, en la
forma en uso por los nazarenos, su rostro es lleno, el aspecto es muy
sereno, ninguna arruga o mancha se ve en su cara, de un color moderado;
la nariz y la boca son irreprensibles.
La barba es espesa, mas semejante a los cabellos, no muy larga, pero
separada por el medio, su mirada es muy afectuosa y grave; tiene los ojos
expresivos y claros, lo que sorprende es que resplandezcan en su rostro
como los rayos del sol, pero nadie puede mirar fijamente su semblante,
porque cuando brilla, asusta, y cuando enternece hace llorar; se hace amar
y es alegre con gravedad.
Dícese, que nadie nunca lo vio reír, más bien llorar. Tiene los brazos
y las manos muy bellas; en la plática, alegra mucho, pero raramente lo hace
y, al aproximarse a él, se verifica que es muy modesto en la imagen y en
la persona. Es el hombre más bello que se pueda imaginar, muy semejante
a su Madre, la cual es de una belleza muy singular, no habiéndose visto
jamás una mujer tan bella.
Sí Tu Majestad, ¡oh César! Desea verlo, como en aviso pasado
escribiste, dame órdenes, que no faltaré en mandarlo lo más deprisa posible.
De letras, se hace admirar en toda la ciudad de Jerusalén; pues sabe
todas las ciencias y nunca estudió nada. Él camina descalzo y sin nada en
la cabeza. Muchos se ríen, viéndole así, pero en su presencia, hablando con
él, tiemblan y se admiran.
Dicen que un hombre tal nunca fue oído por estas partes. En verdad
según me dicen los hebreos, no se oyeron, jamás, tales consejos, de gran
doctrina, como enseña este Jesús; muchos judíos lo tienen como Divino y
muchos me querellan, afirmando que es contra la ley de Tu Majestad; yo
sufro grandes molestias a causa de estos malignos hebreos.
Dícese que este Jesús nunca hizo mal a quien quiera que sea, mas,
por el contrario, aquellos que le conocen y que han practicado con él,
afirman haber recibido grandes beneficios y salud, pero a tu obediencia
estoy siempre dispuesto y aquello que Tu Majestad ordene será cumplido.
Por la Gracia de Tu Majestad, fiel y reconocidísimo.
Publio Léntulus, Presidente de Judea.
Séptima lindizioni, segunda luna.
(Este documento fue encontrado en el archivo del Duque de
Cedanini, en Roma. Esta carta, donde se hace el retrato físico y moral de
Jesús, fue enviada de Jerusalén al Emperador Tiberio César, en Roma, en
los tiempos de Jesús).
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