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“Todos seremos transformados por la victoria de N.S. Jesucristo”


Lo que hay de más común en la vida de los creyentes es la convicción de que su fe los libera y los salva. Este arraigado sentimiento liberador se asienta en ese caudal de esperanza que brota de la experiencia de convivir con otros y aprender con ellos, donde está y cuál es, el lugar desde el que entendemos mejor el lenguaje de Dios. Éste es un desvelamiento que nos lleva tiempo y constituye el camino a través del cual vamos descubriendo qué significa la libertad de todos (social), también la personal y, sobre todo, la amistad plena con Dios y entre nosotros. Nos ponemos en camino porque necesitamos llegar a ese otro lugar, abandonamos la tierra de Ur para llegar a otra que no sabemos aún muy bien cuál es, y en el caminar esperamos descubrir esa experiencia que es la raíz de toda experiencia, no susceptible de ser completamente expresada en ninguna idea, sensación o sentimiento. Ese abandono de nuestro lugar “familiar” en busca de la madurez del sentido último que colme nuestros anhelos, hoy nos puede llevar más allá de los límites de nuestra tradición. El Misterio que atrae al cristiano que ha puesto su fe y su amor en Cristo y que ve en Cristo el símbolo de la vida y de la Verdad, es el mismo misterio que atrae a todos los demás seres humanos, deseosos de superar su condición presente. Y así, tomados por el Misterio nos ponemos en camino sin saber todavía cuál y cómo es la Meta.

Pero no podemos separar el Camino de la Meta: no solo hay diferentes caminos que conducen a la cumbre, sino que la cumbre misma se derrumbaría si los caminos desaparecieran. La cumbre es el resultado de las vertientes que conducen a ella. No obstante, tampoco podemos identificar la Meta con ninguno de los caminos o de los medios de alcanzarla. Aunque Cristo es el Misterio, y ver a Cristo es alcanzar el Misterio, no podemos identificar totalmente el Misterio con Cristo. Cristo es solo un aspecto del Misterio en su totalidad, aunque para nosotros Cristo sea el único camino mientras estamos en él. Solo hay “muchos” caminos cuando no los recorremos, es decir, cuando no son para nosotros más que líneas en el mapa. Pero solo hay un camino para el caminante. Este camino solo es único y solo es camino si lleva a la cumbre. Una vez alcanzada la cumbre, el cristiano descubre que su experiencia del Misterio es inseparable de su propia persona y que ambas se confunden. Es entonces cuando descubre a Cristo presente en todos aquellos que han alcanzado el Misterio, aunque no hayan seguido el camino Cristiano. Nuestra humanidad común más profunda no está en que a todos nos gusten las mismas cosas y deseemos los mismos objetos; está en nuestra insatisfacción común, nuestra inquietud, nuestro deseo de felicidad y nuestro anhelo de superación. Es decir, nuestra común humanidad se debe a que, a pesar de las diversidad de nuestras creencias, todos vivimos por la fe.

Fr. José Ramón López de la Osa

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