1. Marco:
¿Qué celebraba el pueblo judío en esta fecha?.
Era el memorial actualizante de la liberación de Egipto. Era la conmemoración anual y solemne de su libertad. Y lo celebraban de generación en generación. La fiesta pascual propiamente dicha duraba la tarde-noche del 14 de Nisán (en el apéndice recojo los rasgos más importantes del ceremonial y el contenido de esta Fiesta). Luego se prolongaba (Ácimos) durante una semana.
La Última Cena se celebró en el marco de la Cena Pascual.
Los relatos evangélicos (Mateo, Marcos y Lucas) de la Última Cena supone que fue una Cena Pascual (en el apéndice indico algunos detalles que conducen a esta afirmación, aunque los relatos de los tres se armonizan más con el de Juan en cuanto a cronología de la fecha de la Cena y la Muerte de Jesús)
2. Gestos de Jesús en esa noche:
La jaburá-grupo pascual.
Es el grupo de personas necesario para que la celebración se realice adecuadamente en cuanto al ceremonial y en cuanto a la posibilidad de consumir todo el cordero pascual en esa noche. Jesús se reúne con los Apóstoles formando una "jaburá" (comunidad o grupo pascual). Es necesario subrayar este sentido de comunión y de intimidad como marco general de la celebración. Este gesto ilumina ya el contenido de cuanto sucedió aquella tarde y de la celebración-memorial que durante los siglos sigue realizando la Iglesia cuando celebra el sacramento pascual en cualquier tiempo o lugar.
Lavatorio de los pies (Juan 13).
Se trata de un "signo" de su entrega y anticipo del don total de la vida en la cruz. No entenderíamos bien la intención del evangelista Juan al recogerlo en su relato si pensásemos que se trata de un simple gesto de humildad y servicio. Es mucho más y con un contenido cristológico y eclesial mucho más profundo: es un verdadero "signo" en el sentido joánico del término, es decir, un gesto que tiene consistencia en sí mismo pero cuya verdadera razón de ser consiste en dirigir la mirada de la mente y revelar en profundidad un aspecto importante del ser y de la misión de Jesús. Este signo anticipa de alguna manera el acontecimiento fundamental de la Cruz como expresión suprema del don de la vida de Jesús por la humanidad.
Por la reacción de Pedro, expresada en las palabras "tú no me lavarás los pies jamás", nos percatamos de la novedad del gesto, de lo incomprensible del mismo para Pedro. Incluso en cierto sentido le resultaba desconcertante y escandaloso. Lavar los pies era el último oficio que se pedía al último esclavo de la casa. ¡Y esa noche están celebrando la fiesta de la libertad¡ ¡Y Jesús es el Señor y el Maestro! ¡A él habría que lavar los pies! Recuérdense las palabras de Juan el Bautista: "No soy digno de desatarle las correas de las sandalias". Era un especial honor el que se permitiera a un discípulo transportar al hombro las sandalias de su maestro. Todo este conjunto de detalles nos ayuda a iluminar el gesto y a entenderlo en su sentido profundo y provocador para los discípulos de Jesús. Estar siempre dispuestos al don de la vida por los demás.
Donde se conserve la práctica de realizar el lavatorio de los pies de algunos de los asistentes recuérdese este sentido cristológico y eclesial profundo y adviértase a los participantes en el rito la significación verdadera del mismo: quien lo realiza está diciendo con su gesto que está dispuesto a dar la vida por cada uno y por la comunidad como lo hizo Jesús.
Institución de la Eucaristía.
Institución de la Eucaristía.
Jesús toma un pan en sus manos y realiza un gesto inesperado y sorprendente para los discípulos. Eso que tiene en las manos es él mismo en cuanto se entrega a la muerte por la humanidad. Y lo mismo hace con la copa. Este gesto desborda totalmente el ceremonial judío en cuanto al sentido del pan y de la copa. En este gesto algo totalmente nuevo se está produciendo en la historia. Y será un "memorial" (anámnesis-recuerdo actualizador) de todo el misterio salvador de Jesús.
El relato de Lucas nos recuerda estas palabras en labios de Jesús: "Haced esto en memoria mía" para perpetuar su presencia entre los suyos. Esta tarea es propia de sus ministros ordenados (sacerdocio ministerial). En aquel marco pascual, transformado por Jesús profundamente en su contenido, es instituido el sacerdocio ministerial que se ha prolongado en la Iglesia durante los siglos y seguirá prologándose. Hoy es un día especial para los ministros de Jesús.
La Institución de la Eucaristía es el gesto más importante de los realizados por Jesús. Con él establece el marco que ha de llenarse con el acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección. En adelante el cuerpo de Jesús que es la Iglesia (nueva jaburá pascual) realizará y renovará constantemente su comunión profunda con el Maestro y entre todos sus miembros mediante la celebración sacramental de aquel gesto aparentemente sencillo, pero profundamente cargado de realidad cristológica y eclesial. La celebración eucarística será el lugar y el momento de renovar en profundidad la comunión eclesial. Es el sacramento central de la fe y de la experiencia cristiana.
Sería conveniente y urgente insistir hoy a nuestros fieles en lo que significa la celebración-actualización (anámnesis) que se realiza en el altar. Instruirlos para que la celebración sea una fiesta, la fiesta de la salvación y del amor de Dios visualizado en el amor entre los hermanos enviados al mundo a ser testigos de este amor auténtico que empuja hasta el don de la vida.
Jesús decide no comer ni beber aquella noche.
¿Por qué toma una decisión tan sorprendente y singular? Al parecer Jesús decide no comer ni beber nada en la Cena. Otro gesto sorprendente, máxime si se recuerda que era obligatorio comer un trocito de cordero equivalente a una aceituna y beber un poquito de las cuatro copas rituales para participar en el sacramento pascual y su eficacia salvadora.
Quizá sorprenda esta afirmación. El relato de los tres evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas) es concorde en esta afirmación. Estamos tan acostumbrados a pensar que Jesús comió y bebió que también nos sorprende a nosotros. Pero a los primeros que sorprendió fue a los Apóstoles. En años anteriores Jesús participó plenamente del banquete pascual. Sólo en esta ocasión decide no probar bocado. ¿Por qué toma esta extraña decisión? Este gesto nos obliga a centrar la atención en otro valor de la Última Cena: el clima dramático que en ella se respiró (al menos según lo entendieron los primeros cristianos y nos lo han transmitido los evangelistas). Esta decisión está relacionada íntimamente con la misión de Jesús. La última semana (en la presentación actual que hacen los evangelistas) se multiplicaron los signos reveladores por parte de Jesús. Israel corre un grave peligro de cerrarse a la revelación de Dios en Jesús y de rechazar a su verdadero Mesías y con ello anular el sentido histórico de su misión. Jesús insiste intensamente en la última semana para que el pueblo de Dios le acoja como a su Mesías verdadero. El gesto de no comer y ni beber tiene un profundo sentido intercesor e imprecatorio. ¡Pronto, muy pronto aparecerá con toda su fuerza el reino de Dios! ¡Pronto, muy pronto Dios va a intervenir definitivamente en la historia! ¡Es necesario abrirse a su oferta! Este es el sentido auténtico del "ayuno pascual" de Jesús. Se trata de un gesto profundo, urgente y cargado de sentido revelador.
Es conveniente recordar a nuestros fieles que nuestro ayuno del Viernes Santo tiene un sentido cristológico, eclesial y salvador. Que no se trata de la simple privación de comida y bebida como un sacrificio (que ya es un valor). Se trata más bien de algo más urgente, y más cargado de sentido.
Quizá sorprenda esta afirmación. El relato de los tres evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas) es concorde en esta afirmación. Estamos tan acostumbrados a pensar que Jesús comió y bebió que también nos sorprende a nosotros. Pero a los primeros que sorprendió fue a los Apóstoles. En años anteriores Jesús participó plenamente del banquete pascual. Sólo en esta ocasión decide no probar bocado. ¿Por qué toma esta extraña decisión? Este gesto nos obliga a centrar la atención en otro valor de la Última Cena: el clima dramático que en ella se respiró (al menos según lo entendieron los primeros cristianos y nos lo han transmitido los evangelistas). Esta decisión está relacionada íntimamente con la misión de Jesús. La última semana (en la presentación actual que hacen los evangelistas) se multiplicaron los signos reveladores por parte de Jesús. Israel corre un grave peligro de cerrarse a la revelación de Dios en Jesús y de rechazar a su verdadero Mesías y con ello anular el sentido histórico de su misión. Jesús insiste intensamente en la última semana para que el pueblo de Dios le acoja como a su Mesías verdadero. El gesto de no comer y ni beber tiene un profundo sentido intercesor e imprecatorio. ¡Pronto, muy pronto aparecerá con toda su fuerza el reino de Dios! ¡Pronto, muy pronto Dios va a intervenir definitivamente en la historia! ¡Es necesario abrirse a su oferta! Este es el sentido auténtico del "ayuno pascual" de Jesús. Se trata de un gesto profundo, urgente y cargado de sentido revelador.
Es conveniente recordar a nuestros fieles que nuestro ayuno del Viernes Santo tiene un sentido cristológico, eclesial y salvador. Que no se trata de la simple privación de comida y bebida como un sacrificio (que ya es un valor). Se trata más bien de algo más urgente, y más cargado de sentido.
3. Palabras de Jesús en la Última Cena:
Nota: nuestro punto de referencia es casi exclusivamente el Discurso de despedida (Juan 13-17). En toda celebración pascual hay una "hagadá" (homilía-explicación) en la que se recordaban los motivos por los que se celebra la fiesta y se instruía a los participantes. Jesús también realiza su propia "hagadá" pascual. Podemos orientar nuestra reflexión en algunas líneas más importantes. Las palabras de Jesús (en la versión muy interpretada del evangelista Juan, los otros tres no recogieron un discurso de despedida semejante al de Juan) tratan de descubrir el sentido profundo de todo lo que sucedió y sucede en el Cenáculo.
Revelación del Padre.
Jn 14,1-14 y 21-24: El que me ve a mi ve al Padre. En la casa de mi Padre hay lugar para todos. Si me conocierais a mi conoceríais también a mi Padre. Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Yo me voy al Padre. Cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. El que me ama será amado por mi Padre. Revelación del rostro de un Padre que encontramos en Jesús, que ama a los discípulos, que se interesa por ellos y que les prepara un lugar donde vivir con él como su familia para siempre. Tenemos delante una de las revelaciones del rostro del Padre más profunda y más completa de la Escritura. En el clima de la Última Cena, Jesús quiso revelarlos definitivamente al Padre que nos ama y a todos los hombres porque por ello envió a su propio Hijo.
Revelación del Espíritu Santo.
Revelación del Espíritu Santo.
Jn 14,16-17; 14,26; 15,26-27; 16,7-11; 16,12-15. El Parácletos-Espíritu Santo será enviado como un don por el Padre a petición y ruegos de Jesús. Estará con la comunidad de discípulos (y con la Iglesia de todos los tiempos) para garantizar su comunión profunda como familia de Dios, para defenderla y para habitar en la intimidad de cada de uno de sus miembros. Vendrá a enseñar, es decir, a profundizar en el corazón de los discípulos, las palabras de Jesús a recordarles constantemente el Evangelio. Un recuerdo que trabaja equilibradamente entre la fidelidad a las raíces (Jesús mismo) y la permanente y necesaria creatividad para la actualización del Evangelio en todos los lugares, en todos los tiempos y en todas lasb culturas humanas. Será testigo y acompañará el testimonio de los discípulos de Jesús hasta el martirio con el don de la vida por la fidelidad al Evangelio y al amor del Padre. Será quien se encargue de desenmascarar, en la conciencia de los creyentes, el juicio injusto que los representantes del pueblo de Israel realizaron contra Jesús declarando que realmente solo Jesús era el verdadero Mesías, que sólo creyendo en Él se consigue la salvación y sólo en Él es posible al esperanza del encuentro definitivo con el Dios que nos hizo para la vida y la felicidad. El Espíritu será el encargado de interpretar para la Iglesia todo el misterio de Jesús y de la propia Iglesia.
Revelación de la realidad de la Iglesia.
Jesús nos reveló en la Cena (siempre según la versión e interpretación del evangelista Juan) tres aspectos fundamentales sobre la realidad de la Iglesia.
- La Iglesia en sí misma.
Juan 15, 1-17. Jesús revela la naturaleza profunda e íntima de la Iglesia. Es como una cepa y sus sarmientos. La cepa es Jesús y los sarmientos los discípulos. La unión y la comunión entre ellos es vital. Jesús asume la imagen que se encontraba en el Antiguo Testamento para definir al pueblo de Israel como la viña del Señor (Is 5 y Jr 2). Pero Jesús realiza una profunda condensación: la auténtica cepa (no viña) soy yo. Es la imagen mas poderosa para definir a la Iglesia y con raíces en la revelación. Eso quiere Jesús que sea su Iglesia: una realidad viva de la que Él se el centro vitalizador y de cohesión.
En este marco de las palabras de Jesús sobre la Iglesia en sí misma hay que encuadrar la proclamación del mandamiento del amor fraterno (Jn 13, 34-35; 15, 12-17; cf. 1Cor 13; 1Jn 4,7-21). El pensamiento central es que este amor es causa de la unidad, signo ante el mundo y empuje a dar la vida por el otro si fuera necesario.
- La Iglesia frente al mundo:
Juan 15,18-16,4. Esta Iglesia correrá la misma suerte que la que corrió Él: será perseguida hasta la muerte martirial. Para cumplir esta misión recibe el don del Espíritu.
- La Iglesia es una comunidad viva unida y enviada en misión.
Jn 17. Es necesario permanecer unidos en la revelación del Nombre del Padre, en la participación de la Gloria y en la escucha de la Palabra traducida en el amor fraterno en comunión para que el mundo crea y conozca que Jesús es el verdadero enviado del Padre y, por lo tanto, el único Salvador de la humanidad. El único que le da sentido a la historia de la humanidad.
Síntesis: "Dichosos vosotros si sabiendo esto lo ponéis en práctica". "Haced esto en memoria mía". Jesús está presente ahora y durante toda la historia hasta su vuelta gloriosa que es anunciada en el Memorial. El mandamiento del amor mutuo y la solidaridad humana. La Iglesia ha de vivir en la unidad para que el mundo crea en que Jesús está vivo y presente como Señor y Salvador.
Este comentario está incluido en el libro: La Palabra fuente de vida. Ciclo A. Editorial San Esteban, Salamanca 2004.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El misterio del Amor entregado
Iª Lectura: Éxodo 11,1-8.11-14: Pascua: memoria histórica y espiritual de la liberación de Dios
I.1. La Pascua judía: es el primer mes, el de Abib (marzo-abril; cf. Ex 13.4), llamado también de Nisán (cf. Neh 2,1; Est 3,7). Pascua del Señor: La fiesta de Pascua, por estar relacionada con la liberación de los israelitas de su esclavitud en Egipto, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo (Lv 23,5; Nm 9,1-5; 28,16; Dt 16,1-2). En el NT adquiere un significado especial para los cristianos, ya que se interpreta como figura de la obra redentora de Cristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Pascua (heb. pésaj) se asocia con el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto o pasar de largo. Cf. v. 27. Estos son algunos de los elementos que se nos recuerdan en este texto de Ex 12, de una importancia decisiva para la fe de Israel y que tiene sus resonancias teológicas y espirituales para los cristianos en esta lectura del Jueves Santo.
I.2. La Pascua, antes, era la fiesta de la primavera; propiamente era fiesta de los pastores nómadas que debían comenzar su nueva peregrinación con los ganados en busca de pastos, y para ello ofrecían sus primicias de ganados buscando ser protegidos y bendecidos. Por tanto, el sentido de "salir", de "peregrinar" tenía ya un sentido ancestral que el pueblo de Israel asumirá con la salida y la liberación de Egipto y con la ofrenda de los animales y su sangre para que fueran protegidos por el "ángel del Señor". La fiesta de los panes sin levadura (v. 17), que duraba siete días y seguía inmediatamente a la Pascua, llegó a considerarse como parte de ésta (Dt 16,1-8; Cf. Lv 23,6-8; Nm 28,17-25), aunque tenía un sentido distinto y era propio de grupos sedentarizados y no ya nómadas. En Ex 12,1-28 se nos narra la razón por la cual los judíos celebraban la fiesta pascual.
I.3. La narración está compuesta de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos. Se relacionó estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23. Y ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como conmemoración de la liberación del éxodo. La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20. Este es el contexto más adecuado para todo lo que se celebra en las grandes fiestas judías porque ha de coincidir con los últimos momentos de la vida de Jesús y con la última cena de Jesús, fuera ésta una cena pascual o de despedida de los suyos.
IIª Lectura: 1 Corintios 11, 23-26: Memorial y vida de la última Cena del Señor
II.1. Se suele explicar el contexto de estas palabras o tradición de la "última cena" de Jesús según las divisiones sociales e indeológicas que alimentaban los grupos de las comunidades de Corinto. El tratado más extenso de la Cena del Señor lo encontramos en 1Corintios 10 -11. La profunda división de los creyentes corintos dio como resultado que sus reuniones para la Cena del Señor causaran más daño que bien (11,17-18). Ellos estaban participando de la Cena de una "manera indigna" (11,27). Evidentemente los ricos, no queriendo comer con las clases sociales más bajas, venían más temprano a las reuniones y se quedaban en ellas por tanto tiempo que acababan borrachos. Para empeorar las cosas, al momento que llegaba la clase trabajadora de creyentes, retrasados por las restricciones del empleo, toda la comida ya se había acabado y ellos regresaban a sus hogares con hambre (11,21-22). Algunos de los corintios fallaban en reconocer lo sagrado de la Cena, una comida de pacto (11,23-32). Los abusos eran tan escandalosos que había dejado de ser la Cena del Señor y a cambio se había convertido en su "propia" cena (11,21). Es así que Pablo pregunta, ¿acaso no tenéis casas donde comer y beber?" Si el objetivo era simplemente comer su propia comida, eso se hubiera resuelto con una cena en casa. Su egoísmo de clases y divisiones, cuando no de envidias, traicionó, de manera absoluta, la esencia misma de lo que significaba la Cena del Señor.
II.2. Sea como fuere, aquí tenemos en Pablo la tradición de las palabras de la última cena, unos de los pocos testimonios que nos ofrece el apóstol sobre el Jesús histórico, de sus palabras o de sus hechos. Sabemos que esta tradición está presente en Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,15-20. Pablo y Lucas forman una variantes al respecto de la que forman Mc y Mt., que quizás responde a sus orígenes, la paulino-lucana se conoce como "antioquena" y la de Mc-Mt como "jerosolimitana". Pero es uno de los momentos decisivos de la vida de la comunidad, de la liturgia y de la espiritualidad, donde la comunidad "recordando" las última palabras de Jesús experimenta todo su vida histórica y la fuerza de la vida nueva que ahora nos entrega como Señor resucitado. No es un simple recordatorio del pasado, sino un verdadero "zikkaron" que actualiza todo un proceso espiritual-salvífico. El ser humano puede hacer "memoria viva" y con ello logra una presencia real, verdadera, como promesa del mismo Jesús en ese mandato de "haced esto en memoria mía".
II.3. Por tanto, es un acto memorial por medio del cual el creyente se reafirma en el "pacto", en la "alianza" misma que Cristo quiso hacer presente en aquella noche en que les entregó a los suyos su vida antes de que se la quitaran o se la robaran injustamente por un proceso legal según ellos, pero injusto. Los profetas siempre han creado gestos extraordinarios que van mucho más allá de un significado cerrado. Este pacto une a la Iglesia con Jesús, a todos sus discípulos; hace a la misma Iglesia, como Pablo quiere recordar en todo el conjunto de 1Cor 10-11. E salgo que acontece en la celebración litúrgica con la comunidad de fe a través del tiempo y el espacio, y con toda la humanidad por la cual Cristo murió; ese es el sentido de su entrega, de su muerte de dar la vida y entregarla en el pan y en la copa de la alianza. En la celebración de la Cena del Señor expresamos la plenitud de nuestra fe, es decir, dramatizamos el evento decisivo de nuestra fe: ¿Cómo? Afirmando la presencia del Señor en medio de su Iglesia. Nos unimos como miembros de la familia de Dios alrededor de la mesa comunitaria. Tenemos un momento de comunión personal con el Señor. Afirmamos nuestra unidad con el cuerpo de Cristo. Proclamamos la victoria final de Jesucristo como Señor de lo creado y vencedor sobre la muerte. Renovamos nuestro pacto con Dios por medio de Jesucristo. porque todo lo mejor del ser humano en relación con Dios, debe renovarse continuamente.
III. Evangelio: Juan 13, 1-15: El servidor del amor, ceñido para la lucha
III.1. Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí una relato asombroso, un gesto profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche última de su vida. San Juan dice que había llegado su “hora” de pasar de este mundo al Padre… y esa hora no es otra que la del amor consumado. El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción del pan partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente complementarse. No sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos conocer su origen, aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido especial, profético y creador. Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que si bien es la parte más semejante a la de los sinópticos, tienes varias cosas muy diferentes, y una es esta del lavatorio de los pies. Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo es para muchos… sino un triunfo que se apunta desde este comienzo de la pasión joánica.
III.2. Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a riesgo de no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como los antiguos profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño (léntion) y lavando los pies a sus discípulos secándoselos con el paño que se había ceñido. Todo esto se encierra apretadamente en los vv. 4-5. Normalmente se ha dado relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto más humillante, culmina de forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno estético, sino que merecen nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría empobrecida. Juan quiere decirnos algo mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó un paño» (léntion) y cuando les seca los pies con el paño que se había ceñido (kai ekmássein tô lentíô ô ên diezôsménos). Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a insistir en el léntion con que se había ceñido? Tampoco era necesario repetir esto cuando hubiera bastado con decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético, entonces debemos desentrañar todas las acciones significantes. Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho más significante de lo que aparece a primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.
III.3. La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El quien impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y no es posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como impone el odio sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si se tratara de una simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del procurador (Jn 19,7). Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte redentora. Jesús no lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo.
III.4. Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús, entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de los fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida por los suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar porque los vv. 6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el recurso estilístico de las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre Jesús y Pedro: «hay que aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de un acto de humildad no es desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una humillación, un acto de humildad y un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la significación inmediata es la libertad de Jesús de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente, los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando como resultado una acción profético-simbólica perfecta recogida en la narración de los vv. 4-5.
III.5. Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte, representada prolépticamente (adelantada proféticamenmte) en el lavatorio de los pies, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23). Jesús, pues, se ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo. En su muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús como una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor. Jesús también va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor con que ha actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte soteriológica. Toda esta explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del cinturón de la lucha, y de haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una exégesis rebuscada, pero se debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el evangelio de Juan, que ya de por sí es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son ciertamente inagotables en algunos aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades insospechadas. Con ello no ponemos en duda, aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Enviar comentario al autor
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Enviar comentario al autor
Este comentario está incluido en el libro: Sedientos de su Palabra. Comentarios bíblicos a las lecturas de la liturgia dominical. Ciclos A, B y C. Editorial San Esteban, Salamanca 2009.