La caridad gusta de la vida eterna
El premio a la caridad es la vida eterna
Esta caridad, hija mía Benedicta, gusta de la vida eterna. Ella da plenitud y consuma todas nuestras virtudes. Ella nos da luz perfecta con paciencia verdadera. Ella nos hace fuertes y perseverantes para que no volvamos la cabeza hacia atrás para mirar el arado (Lc 9,62) sino que perseveremos hasta la muerte, deleitándonos por estar en el campo de batalla por Cristo crucificado.
Y Él nos pone delante su sangre a fin de que ella nos impulse a la batalla como a verdaderos caballeros.
Veste nupcial de la caridad
Por eso, hija, nos es tan útil y necesaria, y tan deleitable la caridad.
Sin caridad, estamos en continua amargura y recibimos la muerte, y quedan al descubierto nuestras vergüenzas.
Sin caridad, en el último día del juicio nos avergonzaremos ante todo el universo mundo y ante la naturaleza angélica y ante todos los ciudadanos de la vida eterna, pues la vida eterna es vida sin muerte y luz sin tinieblas, y en ella se da perfecta y común caridad, participando y gustando cada uno del bien de los otros por afecto de amor.
Ha de ser, pues, abrazada esta dulce reina, y hay que vestir esta veste nupcial de la caridad.
Hay que disponerse a la muerte cultivando el ansiado y dulce deseo de poseerla a cualquier precio; y, cuando ya la poseemos, hemos de disponernos a sufrir cualquier pena, venga de donde viniere, hasta la muerte, para poder así conservarla y hacer que crezca en el jardín de nuestra alma.
Vivir fundados en la verdad y caridad
Yo no veo, hija mía, que haya otro modo de vida ni otra vía para nosotros. Por eso te dije que deseaba verte bien fundada en la verdad y en la perfecta caridad.
Te ruego, pues, por amor a Cristo crucificado, que trates de apoyarte en estos fundamentos. Si lo haces, no tendrá lugar para ti el temor servil, ni cabrá el pánico ante vientos contrarios por molestias del demonio y de las criaturas, vientos contrarios que tratan de impedir nuestra salvación.
Pero, a ejemplo del árbol plantado en el valle, único árbol que no puede ser agitado por los vientos, sé tú misma humilde y mansa de corazón.
No te digo nada más. Permanece en la santa y dulce dilección de Dios. Jesús dulce, Jesús amor.
Santa Catalina de Siena:Carta 113
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