San Bartolomé
Apóstol
Las fiestas de los apóstoles revisten gran importancia en la liturgia y en el sentir del pueblo cristiano. La existencia, misión y martirio del apóstol (de todo apóstol) es lo que recordamos y veneramos, aunque en concreto sepamos poco de la vida de San Bartolomé.
Con toda probabilidad —aunque hay que recordar que ha habido opiniones divergentes— se trata de la misma persona que en los Evangelios es conocida con dos nombres, entonces cosa corriente. Natanael sería el nombre personal (jn 1, 45-50; 21, 2) y Bartolomé el apellido, sobrenombre o patronímico, cuyos elementos son aramaicos: Bar-Talmai, hijo de Talmai (Mt 10, 3; Mc 3, 18; Le 16, 14; Hch 1, 13). (Como ocurre con Simón Bar-Jona). Bajo dos nombres diferentes es siempre el mismo hombre, el mismo discípulo, el mismo apóstol.
Los evangelistas sólo nombran a Bartolomé en la lista de los apóstoles, que creemos identificado con el Natanael que nace en Caná de Galilea y que el apóstol Felipe presenta a Jesús. […]
Misión Evangelizadora
Según la tradición, más o menos consistente, después de la Ascensión del Señor, a Bartolomé se le atribuyen largos viajes en misión predicando el Evangelio en la India, tal vez también en Frigia y Armenia, etc. En el siglo II, Panteno, fundador de la Escuela Catequética de Alejandría, en un viaje por el Oriente descubre el apostolado de San Bartolomé; y trae como recuerdo del apóstol, un ejemplar en arameo del primer Evangelio, el Evangelio de Mateo.
San Bartolomé confirma con su vida apostólica el cumplimiento de las palabras de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación, El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará”. (Mc 16, 15-16), como dice Mateo: «Id y haced discípulos a todos los pueblos (28, 19). De este modo, Bartolomé encara el camino y el futuro entre diáspora y cercanía, entre universalidad y amistad, entre palabra y gesto, entre esperanza y riesgo.
Por y con la experiencia de la Resurrección del Señor, los apóstoles son hechos testigos de la fe y misioneros de la buena noticia, aventureros de la mejor ventura. Bartolomé, con la misma franqueza con la que aparece en el diálogo-alabanza con Jesús, debió lanzarse por los caminos del mundo anunciando a su 'Rey de Israel» que es el Resucitado, esto es, que lo imposible es posible, corno la fe esperanzada y amorosa, esperanzante y amante, será creer lo increíble, esperar lo inesperado y amar a aquellos que son considerados menos amables.
Misión evangelizadora también para nosotros o cómo ser narración de la vida de Dios, del Dios-Amor para el mundo. Ésta es siempre la cuestión y el reto. La invitación: Jesús proclama e interpela a la mente. Tras resucitar, su proclama se toma vivencia e interpela a la vida. Y se hace experiencia y misión de amor contagioso y vivificador. El compromiso: cómo lograr que nuestra vida sea una visibilidad llamativa, testimonial, del amor operativo de Dios. […]
Martirio por el Evangelio
No está claro el género de martirio que sufrió San Bartolomé: ¿crucifixión, decapitación, desollamiento? Pero sí que su vida y apostolado fueron coronados por el martirio.
Los apóstoles recibieron de Jesucristo la misión de ser testigos «en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8), para que todos los hombres y los pueblos «encuentren en la Iglesia el sacramento de la salvación» (oración colecta). El ministerio apostólico es testimonial y martirial.
Ser testigo fiel abre las puertas al martirio, pues es prueba de un Dios que no abandona nunca a su pueblo, del Jesús pastor que no deja el rebaño ante la dificultad, de un Dios Amor que prueba cada día el amor, dando la vida por los amigos, por el mundo. Mártir es aquel que vive en sintonía existencial con Cristo vivo, que pone a Cristo y a su Reino como núcleo central de su vida. La muerte violenta es el coronamiento de su vida. […]
La misión evangelizadora lleva inherente el paso por la cruz, la proclama de que uno solo es el Señor, contra idolatrías e idólatras; la proclamación de la paternidad de Dios y de la fraternidad universal, contra atropellos e injusticias, marginación y exclusión, lleva también a exponerse a la pasión y muerte y a dejarse la piel en el empeño. El arte se ha complacido en pintar vivamente el martirio de San Bartolomé, simbolizándolo con una piel de desollado sobre el brazo y con el cuchillo del verdugo. Despojarse y «despellejarse». El apóstol se sacrifica por los demás y así consagra su vida. Se expropia a favor del otro y de los otros, a causa del Señor Jesús y como él, y por este «vía crucis» llega a la corona de la gloria. […]
Dejarse la piel será siempre una expresión de elocuente y generosa dedicación al trabajo, a la familia, a la misión. Cosa bien distinta significará quitar la piel a alguien o desollarle vivo. Así como, a causa de la tradición del desollamiento, a San Bartolomé se le atribuye el patrocinio sobre las enfermedades de la piel y sobre algunas profesiones emparentadas con su especial martirio, bien podría interceder para que el amor fraterno de palabra y de obra pase siempre por dejarse la piel en la entrega y nunca por quitarla a nadie.
Tras diversas peripecias, las reliquias habrían arribado a Roma, donde se las venera en la isla del Tíber. Vicisitudes y peripecias que no deben distraernos de lo fundamental: su mejor reliquia es su vida y su muerte, hechas evangelio. Para ello, en la liturgia latina celebramos su recuerdo festivo el 24 de agosto.
Bartomeu Bennássar
Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.
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