Los paralelismos entre Vicente y Domingo son grandes. La predicación itinerante de la verdad frente al error es el denominador común
Escribo este artículo en la ciudad de Valencia en España. En esta tierra San Vicente Ferrer tiene mucho tirón y se considera un referente. Claro, él nació aquí a mediados del siglo XIV. También en Valencia sintió la llamada a ser fraile predicador entrando en el Convento de Predicadores a los 17 años. Desde aquí inició su aventura cristiana y dominicana. Una aventura universal que le conducirá prácticamente por todo el occidente europeo de su tiempo.
Cuando se lee la biografía de nuestro personaje, uno queda impresionado por la riqueza de facetas y matices de su rica personalidad. Vicente Ferrer es profesor de filosofía y de teología, predicador itinerante, pacificador, taumaturgo, consejero político y eclesial, promotor de causas sociales… Nada parece escapar al interés de este hombre en quien se halla una muestra del valor integrador y humanizador del evangelio. Y es que la fe correlaciona y aúna, desde el proyecto de Jesús, los distintos aspectos que conforman la vida humana: una vida llamada a la plenitud y al sentido. La vocación dominicana refleja muy bien esta perspectiva integradora y equilibrada.
Con todo, si se me pidiera hacer un esfuerzo y destacar alguna faceta de la fecunda personalidad de San Vicente no dudaría en apuntar en la dirección de su dedicación a la predicación itinerante. Y esto por dos razones convergentes: porque así fue la vida de Jesús de Nazaret y porque así fue la vida de Domingo de Guzmán. En este breve artículo quisiera a ilustrar esta idea mostrando la relación directa entre Vicente y Domingo, hermanados por un mismo carisma y, por tanto, muy conscientes de “la fuerza de la predicación”.
El último tramo de la vida de San Vicente Ferrer estuvo ocupado por una incesante predicación itinerante (1399-1419). Liberado de sus responsabilidades en la corte del papa Luna, San Vicente se sintió llamado con una fuerza irresistible a la predicación de la Palabra como legado de Cristo. A ella se va a consagrar hasta el final de sus días. No es extraño que percibiera esta llamada. Formaba parte de su vocación dominicana desde siempre. Ahora quería consagraste enteramente a ella y según el modelo de Santo Domingo: recorriendo senderos y caminos. La interpelación era muy intensa. No pudo negarse.
El 17 de diciembre de 1403, San Vicente escribía una carta al Maestro de la Orden de Predicadores (Fray Juan de Puynoix) desde la ciudad de Ginebra. La carta explicaba la actividad predicadora de San Vicente desde su último encuentro con él en Romans (escribe: he sacado un poco de tiempo en medio de mis ocupaciones a lo largo de muchos días semanas y meses para, al menos, relatarle los caminos que he seguido). En concreto, da cuenta de los 21 meses de frenética actividad apostólica transcurridos desde entonces. Según va detallando en la epístola, San Vicente ha realizado un itinerario apostólico que le ha llevado por el Delfinado (tres meses) y por Lombardía (trece meses), hasta llegar a Saboya (cinco meses) y, más en concreto, a la ciudad de Ginebra desde donde escribe; incluso, se anuncia entre líneas el horizonte próximo de su andadura apostólica por la zona: Lausana.
Llama la atención en el texto de la carta la sucinta presentación de lo que supone su tarea predicadora. Por lo que apunta, se percibe que es una labor agotadora. Dice San Vicente: con mucha frecuencia me he visto obligado a predicar dos veces al día, en ocasiones hasta tres veces y, además, celebrar solemnemente la misa cantada. Por todo ello apenas me queda tiempo para viajar, comer, dormir y otros menesteres. Es más, me veo obligado a preparar mis sermones mientras estoy de camino.
Con todo, lo más interesante de lo que relata nuestro santo en su carta es la identificación de quiénes son los destinatarios de la predicación. Cuando los presenta y enumera, viene inmediatamente al recuerdo la figura de Santo Domingo de Guzmán en el Sur de Francia, en el mismo instante del nacimiento de la Orden de Predicadores. San Vicente, en esto, se revela como un fiel seguidor de su fundador.
En efecto, San Vicente explica que, en la misión por Lombardía y Saboya, su predicación, fundamentalmente, había tenido como objeto combatir la herejía asentada por aquellas tierras. En concreto, cita a valdenses y cátaros, viejos conocidos de la predicación de Santo Domingo en el Midi francés; a los que añade otros dos tipos de herejes establecidos en Ginebra y Lausana: las cofradías de santo oriente y adoradores del sol. Comenta sobre estos casos: me he encontrado en estas tierras con un error muy extendido, que es la reunión en cofradías con el nombre de ‘santo oriente’ y que celebran su fiesta solemne todos los años, el día siguiente al Corpus Christi…; tengo el plan de entrar pronto en la diócesis de Lausana. En esta región es muy común también adorar en público al sol como Dios, especialmente entre los aldeanos, dirigiendo al amanecer oraciones y reverencias al sol.
Como en el caso de su padre santo Domingo, san Vicente percibe que la razón de la proliferación de estas herejías hay que buscarla en la dejación de la actividad predicadora por parte de los responsables eclesiales. Razona nuestro santo: advertí que la causa principal de estas herejías y errores es la ausencia en ellas de predicación, pues como supe con certeza de las mismas gentes, habían pasado más de 30 años sin que nadie les predicase, salvo los herejes valdenses, que acostumbran a visitarlos dos veces al año… Por todo ello, considere, reverendo Maestro, cuánta culpa tienen los prelados de la Iglesia y otros que por su oficio o profesión están obligados a predicar y, sin embargo, prefieren quedarse tranquilos en las grandes ciudades y villas, viviendo en lujosas mansiones, rodeados de todas las comodidades.
Los paralelismos entre Vicente y Domingo son grandes. La predicación itinerante de la verdad frente al error es el denominador común. En ambos casos, otro punto compartido, es que el éxito de la predicación, a pesar de las dificultades, se tradujo en la conversión impactante de mucha gente (¿qué tiene la Palabra que modela y transforma la existencia?). San Vicente, por ejemplo, iba a acompañado de grupos de penitentes que testificaban visiblemente el cambio que, la aceptación de la Palabra, había acarreado en sus vidas. A ello hay que añadir otro rasgo muy destacado en la evangelización vicentina: los milagros. La fuerza de la predicación no sólo se nota en la conversión. La fuerza de la predicación también es la fuerza del reino ya presente; una fuerza que se deja notar en los signos y prodigios que acompañan al predicador.
No lo olvidemos, San Vicente Ferrer fue hombre polifacético, pero, sobre todo, predicador de la buena nueva por los caminos del mundo. El vivió a pleno pulmón la fuerza de la predicación, como nuestro padre Santo Domingo. Todo un reto para nosotros…. ¿no os parece?
Fr. Vicente Botella Cubells
Real Convento de Predicadores, Valencia/ser.dominicos.org
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