En una época en que el Estado pretende ser el responsable o el dueño de la educación, y busca orientarla en la línea atea, constructivista, etc. (1), a través de una Ley de Educación, quisiéramos plantear una educación humana y cristiana a través de las S. Escrituras y la Lectio divina; basándonos en la frase de S. Pablo: "Toda Escritura divinamente inspirada es útil para enseñar, para argüir, para corregir, para instruir en la justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, bien preparado para toda obra buena" (II Timoteo 3, 16 s.). Es decir que planteamos la educación no como el mero aprendizaje de las matemáticas u otra ciencia, ni buenos modales; sino la educación como el camino hacia la perfección del hombre de Dios, del cristiano; perfección humana y cristiana, natural y sobrenatural, perfección de toda la persona, en todas sus potencias y capacidades, con la gracia, para el buen obrar.
La Sagrada Escritura es evidentemente un libro santo; pero dejaremos de lado, para los especialistas, la exégesis, lo que podríamos llamar el estudio "científico" de la Biblia, con sus griegos, hebreos y latines y arqueologías, y nos ocuparemos de lo que hace a la lectio divina, como un modo de acercarnos a la Palabra de Dios. Queremos recibir de Dios la Palabra, todos nosotros que somos bautizados y que somos hijos de Dios, y que para nosotros se ha escrito la Biblia, no sólo para los exegetas.
En toda la tradición cristiana y judía (anterior a Cristo), las Sagradas Escrituras inspiraron la santidad; pensemos en los primerísimos en recibir la Palabra de Dios: Adán y Eva. Dice Sto. Tomás que ellos, junto a los patriarcas y los profetas, recibieron una revelación especial sobre el misterio de Dios, como cabeza que eran de la humanidad y del Pueblo de Dios. Dios mismo hablaba con el hombre en el Paraíso, Dios mismo se presentó ante Abraham (Gen. 18), el Dios Uno y Trino.
"Era necesario que el misterio de la encarnación de Cristo, en todo tiempo y de alguna manera, fuera creído por todos; de distinta manera según la diversidad de tiempos y personas. Antes del estado de pecado el hombre tuvo fe explícita en la encarnación de Cristo, en cuanto se ordenaba a la consumación de la gloria...
Después del pecado fue creído explícitamente el misterio de la encarnación de Cristo, no sólo en cuanto a la encarnación sino también en cuanto a la pasión y resurrección, por las que el género humano se libraría del pecado y de la muerte; pues de otra manera no hubieran prefigurado la pasión de Cristo por ciertos sacrificios antes de la Ley y bajo la Ley. De los cuales sacrificios conocían el significado los mayores [patriarcas, profetas] explícitamente, pero los menores [el pueblo] tenían un cierto conocimiento velado" (S. Th., II-II, q. 2, a. 7).
Los mayores recibieron esta revelación de un modo más intenso, profundo y claro que lo que leemos en el texto bíblico.
En el Nuevo Testamento vemos el uso frecuente de la Sagrada Escritura, tanto por parte de Cristo como de los hagiógrafos; lo mismo hacen los Padres de la Iglesia y toda la tradición católica. La Biblia es considerada el libro propio del cristiano, junto con la tradición. S. Juan Crisóstomo insistía en que todo cristiano debía leer con frecuencia los sagrados textos, y no solamente los monjes.
"Si quieres saber cuán alta ganancia se obtiene de leer las Escrituras, examínate a ti mismo y observa en qué estado te encuentras cuando oyes el canto de los salmos... Necesitamos de continuo los cantos del Espíritu Santo... Una palabra tomada de las Escrituras ablanda mejor que el fuego a un alma endurecida y la deja preparada para toda obra buena" (2).
San Efrén ve en la Biblia una fuente inagotable, un alimento que satisface las necesidades de cada uno (como el maná en el desierto) (cfr. Ex. 16, 18), el árbol de la vida del Paraíso cargado de frutos; por eso debemos recurrir a ella con frecuencia, de modo que lo que no asimilamos por nuestra debilidad lo hacemos por la perseverancia (3). Según Evagrio Póntico el uso frecuente de la Biblia favorece la pureza interior, arranca el espíritu de las preocupaciones terrenas y lo dispone para el más alto grado de contemplación (4). La Biblia nos enseña a vivir según la voluntad de Dios; sólo apoyándose en la Palabra de Dios, depositada y custodiada por la Iglesia, podrá alcanzar el cristiano la cima de la perfección cristiana. Por esto se explica el esfuerzo por guardar en la memoria páginas y páginas de la Biblia, incluso toda entera, de los padres del desierto, a través de la lectura y de la "rumiación" de las palabras sagradas, no sólo para aprenderlas sino para asimilarlas, para grabarlas en la propia naturaleza: todo el hombre se apropia del texto bíblico; y una vez poseído no deja de repetirlo, "masticarlo", concentrando todas sus potencias en cada frase, sacando el jugo a cada palabra (5).
Pero vamos a ver en qué consiste la lectio divina, es decir la lectura espiritual de la Palabra de Dios:
"La lectio divina es la lectura de la Palabra de Dios contenida en los libros de la S. Escritura; y por concomitancia, los comentarios de los Santos Padres a la misma, en cuanto ayudan a comprender mejor la Escritura" (6).
Los comentarios de los Santos Padres, esos geniales y santos exégetas, nos ayudan a nosotros, que somos ignorantes, a comprender mejor (católicamente) la Palabra de Dios; negamos (católicamente) la libre interpretación bíblica, y nos sujetamos a la interpretación que el Espíritu Santo inspiró a los santos, en el seno de la Iglesia, pues vivieron de acuerdo al Evangelio (7).
Antes de explicar el tema, pondremos dos verdades básicas:
Primero: Dios está en la Biblia. Abrir la Biblia es encontrar a Dios, la lectio divina consiste en Vacare Deo, o sea estar con Dios; su objetivo es la búsqueda de Dios en su palabra escrita. Dice Orígenes: "en las Escrituras contemplamos a Dios con el rostro descubierto", en referencia a lo que dice S. Pablo, que los judíos, hasta hoy, leen la Biblia con el rostro cubierto con un velo, pues no comprenden el sentido pleno de las Escrituras.
"El Padre que está en los cielos sale amorosamente al encuentro de sus hijos, en los libros sagrados, para conversar con ellos" (Dei Verbum 21).
Es la misma figura del Paraíso, al cual Dios, al atardecer ("la hora de la oración") bajaba para conversar con Adán: la presencia de Dios más allá del mero texto bíblico ("La letra sola mata, el Espíritu vivifica").
Segundo presupuesto: Cristo está en la Biblia;
"Para los Padres de la Iglesia, la Biblia es Cristo, pues cada una de sus palabras nos conduce hacia el que las ha pronunciado y nos pone en su presencia" (8).
Consumían la Palabra como se consume el Cuerpo y la Sangre Eucarísticas, con un valor casi sacramental.
Todo esto es un aliciente para quienes accedemos al texto bíblico por traducciones que pueden ser deficientes, pero que son superadas por la presencia viva y real de Quien es la Palabra esencial.
¿Qué es entonces la lectio divina? Es la acción de Dios por la que El se posesiona de un hombre y se le revela; como sucede con el profeta: "me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir" (Jeremías). Recordemos que todos, por el Bautismo, somos partícipes del profetismo de Cristo, y aquí ejercitamos ese don de la profecía: Dios se apodera de nosotros, se presenta dentro de nosotros y se revela a nosotros, siendo su toque no sólo una iluminación sino una purificación.
Por eso, si queremos traducir al castellano la palabra Lectio divina, debemos decir: leer a Dios, descansar en Dios, leer el corazón de Dios, oír a Dios, estar atentos y asombrados ante Dios, sumergirse en Dios, abandonarse en las manos de Dios como si no hubiera nada más en el mundo que El.
Características de la lectio divina
1) La Fe: fe sobrenatural; creemos que el Espíritu Santo habló a través de los profetas, que el texto bíblico que tenemos en nuestras manos (pese a las deficiencias de la traducción) es la Palabra de Dios, y lo proclamamos cada vez que lo leemos en la Santa Misa; no como piensan los exegetas racionalistas, que gastan sus horas de estudio en considerar sólo la parte humana de la Biblia, sin llegar a la parte divina, que es lo propio y formal de la Revelación como Palabra de Dios.
Dice el Bto. Pablo Giustiniani:
"El monje [y todo cristiano] debe acercarse a la Palabra, no para entretenerse, no para estu- diar, sino como si subiera al altar de Dios, con grandes preparativos de alma y cuerpo, con un profundísimo respeto".
Como cuando vamos a Misa, la Misa católica en la cual Dios se hace presente. Vamos a Misa, no para entretenernos, no para estudiar ni escuchar una conferencia, sino para estar con Dios.
2) la lectio divina es algo personal: Dios se comunica conmigo, no al modo de revelaciones privadas (como en Fátima).
"Dios no responde a cada uno por revelaciones privadas, porque ha preparado una Palabra que puede solucionar todos los problemas. En la Escritura, si sabemos buscar, encontraremos respuesta a cada una de nuestras necesidades". (S. Gregorio).
"Abiertos nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que a diario nos amonesta la voz divina que clama" (Regla de S. Benito, Prólogo 9).
3) Es una lectura sapiencial: "El sabio busca lo oculto de los proverbios, vive en lo escondido de las parábolas" (Eccli, 39, 3). Sapiencial significa que es algo desinteresado, en lo cual no se busca ninguna ganancia, no se busca producir nada, sino sólo el estar con Dios, para escuchar a Dios, para saborear el Verbo y vivir en el Espíritu Santo que vivifica la letra, de la cual en el ejercicio de la lectio divina fácilmente nos desentendemos para atender a Dios. Dice Sto. Tomás que la sabiduría es gozosa y desinteresada, casi como un juego; lo cual no quita la seriedad o sobriedad, y no quita la cruz que es el árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la Sabiduría, "locura para los paganos, escándalo para los judíos, pero para nosotros fuerza y sabiduría de Dios" (I Cor, 1, 23).
Dice S. Gregorio: "aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios, para que tiendas con mayor ardor a las cosas eternas, para que tu mente se encienda en mayores deseos de los gozos celestiales". Pues esta sabiduría no es sólo para este mundo, sino que es un motor que nos hace "saltar hasta la vida eterna".
4) es una lectura orante: la oración debe interrumpir la lectura; pues no se trata de estudiar, sino de estar con Dios. La oración nos hace comprender las cosas divinas, pues aquello que no comprendemos por el estudio lo pedimos a Dios en la oración.
"Nadie, por más inteligente que sea, debe omitir lo que le pueda excitar la devoción; más bien lo que lee o estudia debe conducir a Cristo, hablando con El, y pidiéndole la comprensión del texto. Muchas veces, cuando está estudiando, debe apartar los ojos del libro por algún tiempo, y cerrados los ojos, esconderse en las llagas de Cristo, y después volver al libro. A veces debe levantarse, y puesto de rodillas, dirigir hacia el cielo, hacia Dios, con brevedad, alguna oración encendida, según lo lleve el ímpetu del espíritu." (S. Vicente Ferrer, Tratado de la vida espiritual, cap. XI).
5) es una lectura inteligente: no es algo sentimental; sino que busca comprender el sentido literal del texto, para descubrir en él el sentido espiritual (9). Ambos sentidos son verdaderos y útiles para el cristiano.
6) Es una lectura eclesial: no leemos por cuenta propia, sino a la luz de la tradición y del Magisterio de la Iglesia:
"Pues debéis saber ante todo que ninguna profecía de la Escritura es objeto de interpretación personal, porque la profecía no ha sido jamás proferida por voluntad humana, sino que llevados del Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios" (II Pedro 1, 20).
Y dice el Papa Juan Pablo II al presentar el documento antes citado.
"Ser fiel a la Iglesia significa situarse resueltamente en la corriente de la gran tradición que, con la guía del Magisterio, que cuenta con la garantía de la asistencia especial del Espíritu Santo, ha reconocido los escritos canónicos como palabra dirigida por Dios a su pueblo, y jamás ha dejado de meditarlas y de descubrir su riqueza inagotable" (10).
Tampoco vale la autoridad de algún teólogo o exegeta famoso o de moda, sino en la medida que nos ayude a comprender mejor el sentido que el Espíritu Santo ha escondido en el texto.
Existen tres criterios para interpretar la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (11).
a) el contenido y la unidad de toda la Escritura: el centro y el corazón de la Escritura es Cristo, y desde Cristo muerto y resucitado podemos entender las profecías.
b) La Tradición, pues la Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en el texto escrito.
c) la analogía de la fe, o sea la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en la totalidad de la Revelación.
7) es una lectura asidua: la lectio divina es asidua porque es cotidiana, es constante, no se puede abandonar. La lectio se nos hace ardua y difícil, a pesar que Dios es lo más bueno y gozoso que existe; pero nosotros no tenemos la disposición adecuada y suficiente para estar con Dios; la lectio se nos hace aburrida, cansadora, nos dormimos, y preferimos seguir leyendo "para ocupar mejor el tiempo": y así matamos el fruto espiritual de la lectio divina.
Leamos el Salmo Iº, el que abre y nos introduce al Salterio, el Salmo de la lectio divina:
"Bienaventurado el varón
que no va a la reunión de los impíos
y no se detiene en el camino de los pecadores
y no se sienta en la sede pestilente.
Sino que en la Ley del Señor está su voluntad
y medita en su Ley de día y de noche;
será como un árbol plantado junto al correr de las aguas
que da fruto a su tiempo y sus hojas no se secan:
Todo lo que hace llega a buen fin".
Dice "varón" no por la diferencia de sexo, sino por la madurez, contraponiéndolo con el niño; porque "en la ley de Dios está su voluntad" pues la cumple a gusto, no coaccionado, ni por un rato, sino "de día y de noche" (12).
Pero "no basta amar la ley de Dios, sino que hay que meditar en ella de día y de noche. ¿Cómo? La meditación de la ley no consiste en leer sino en obrar. ‘Si coméis o bebéis, hacedlo para la gloria de Dios’. Si doy una limosna, medito en la ley de Dios; si visito a un enfermo, mis pies meditan la ley de Dios; si cumplo lo que se me mandó, lo mismo. Los judíos meditan, con la boca, pero nuestra meditación es una obra" (13).
La ley de Dios no es sólo los 10 mandamientos, sino toda la Palabra de Dios, o mejor: toda la Revelación.
De libros y de Maestros
En un reportaje hecho a un famoso escritor de ciencia ficción, Rayd Bradboury, éste se quejaba de que en la educación se ha incorporado demasiado la computadora y los aparatos electrónicos, y decía que para aprender "hacen falta buenos libros y buenos maestros"; sin buenos libros y sin buenos maestros no se aprende. Se puede aprender a manejar aparatos o instrumentos, pero no se aprende la ciencia (y mucho menos la sabiduría).
En la lectio divina tenemos buenos libros y buenos maestros. Buenos libros: la Biblia, los escritos de los Santos Padres y de los Santos en general, los signos sagrados que nos hacen presente a Dios, la liturgia: "debemos entrar en la Biblia del mismo modo en que subimos al altar de Dios" (Bto. Pablo Giustiniani), pues así como la lectio divina asemeja a un acto litúrgico, la liturgia debemos vivirla como un ejercicio de la lectio divina.
La lectio divina no se limita a un texto; para las sectas cristianas la Biblia, subordinada a la libre interpretación, es lo más importante, el fundamento; pero para los católicos el fundamento es Dios (14). Y Dios se da a conocer, además de en la Biblia, en los símbolos, en los signos sagrados, el hábito de los religiosos, etc. Se puede estar en la presencia de Dios y adorarlo, en el colectivo, en un Banco, en la Universidad, en la calle, en todos lados. Para los que no saben leer, "Dios hizo las creaturas para que en ellas puedan leer. Por esto la Iglesia hizo las imágenes, para leer en ellas los que no pueden en los libros" (15).
Y buenos maestros: el primero y absoluto Maestro es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien purifica, eleva e ilumina desde la esencia misma del hombre. La Sma. Virgen María, que guardaba todo lo que le fue revelado, meditándolo en su Corazón Inmaculado, donde hacía ella su lectio divina.
Santo Domingo de Guzmán, que restauró la práctica de la lectio divina en la Iglesia, tenía este modo de orar tan devoto y agradable.
"Siempre sobrio y embebido del espíritu de devoción que había asimilado en las palabras divinas que se cantaban en el coro o se leían en el refectorio, se retiraba a un lugar solitario, en la celda o en otro sitio para leer u orar, hablando consigo y estando con Dios; se sentaba tranquilamente y después de hacer la señal de la Cruz, abría el libro y leía. Consolábase en su voluntad muy dulcemente, como si oyese al Señor Dios hablar, como se lee en el Salmo (84, 9): "quiero escuchar en mí qué dice Dios", y como si estuviera discutiendo con otro compañero, parecía que no podía contener el gesto y la voluntad, ora que oyese en silencio, ora que disintiese, ora que convenciese; alternaba la lucha, la risa y el llanto; unas veces levantaba la vista, otras la bajaba, hablaba de nuevo en voz baja o se golpeaba el pecho. Si algún curioso, en secreto, hubiese observado al Santo Padre, le habría parecido semejante a Moisés, cuando, entrando en el desierto y llegado al monte Horeb, contemplaba la zarza ardiendo y postrado en tierra oía que el Señor le hablaba: ¿Este monte de Dios no era quizás la figura profética del paso de la lectura a la oración, de la oración a la meditación, de la meditación a la contemplación? (16).
Así, pues, la lectio divina no queda merodeando un texto, sino que escucha y habla a estas personas que están vivas ante Dios; pues "Dios es un Dios de vivos" (Mc. 12, 27):
"Ten por consejeros a Moisés, Isaías, Jeremías, Pedro, Pablo, Juan, y el gran consejero Jesús Hijo de Dios, para llegar al Padre. Con ellos conversas, con ellos es toda tu consulta, toda tu meditación, como meditaba David, y ésta era su única meditación" (17).
Disposiciones
¿Cómo preparar el ánimo para practicar la lectio divina? Debemos ante todo purificarnos de los vicios y ejercitarnos en las virtudes:
"Para alcanzar la ciencia espiritual [el conocimiento contemplativo de la S. Escritura] debemos desear la pureza. ‘Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios’. Sin la ciencia práctica [el ejercicio de las virtudes] no se puede alcanzar la pureza de la contemplación; pues el conocimiento de la ley no se alcanza por la meditación sino como el fruto de la vida" (18).
Además es necesario el silencio:
"Si la persona que lee recoge la doctrina con presteza y la deposita con esmero en el santuario de su alma, guarecida por el silencio, ocurrirá con esa doctrina lo que con los vinos olorosos y suaves, que alegran el corazón del hombre... y así toda la dirección que imprime a tu vida esa ciencia [divina] y su meditación constante, no serán más que una incesante rumia de la ley divina" (19).
Y junto con el silencio se necesita tiempo libre, tiempo en el cual no haya nada programado para hacer, como es el Domingo y la fiesta: tiempo ocioso para ocuparnos de Dios; una disposición interior de entregarnos al plan de Dios sobre nosotros, a dejarle actuar.
Y perseverar ante la fatiga, el tedio, el desgano, para ejercitarnos cada día en la lectio divina.
Efectos de la lectio divina
La lectio divina nos educa, nos lleva a la perfección, la madurez cristiana. ¿En qué consiste?
"Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Lc. 18, 17); "Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños" (Mt. 11, 25).
Es decir que para ser mayores debemos hacernos menores, empequeñecernos delante de Dios, en una verdadera humildad. ¿Qué somos ante Dios? Ni siquiera somos niños, aunque nos creamos "laicos adultos".
La lectio divina engendra en nosotros las virtudes de la niñez o infancia espiritual: la obediencia y la confianza en Dios.
Obediencia, pues el hacer la lectio divina nos exige escuchar y obedecer a Dios; no escuchamos a Dios para dialogar con El, sino para seguir su santa voluntad.
"No quisiste sacrificios ni ofrendas, entonces me abriste el oído; y yo dije: aquí estoy, para hacer tu voluntad". (Sal. 39, 7).
Tenemos el ejemplo de Cristo, que cuando vino a este mundo dijo: "aquí estoy, para hacer tu voluntad (Heb. 10, 8).
Confianza, como los niños con su padre y su madre; no es sólo querer obedecer, sino descubrir que la voluntad de Dios es inmensa, que su providencia es infalible, lo cual engendra en nosotros la confianza absoluta que llamamos ‘el santo abandono’.
"Lo que constituye la excelencia del Santo Abandono, es la incompatible eficacia que posee para remover todos los obstáculos que impiden la acción de la gracia, para hacer practicar con perfección las más excelsas virtudes, y para establecer el reinado absoluto de Dios sobre nuestra voluntad." (20).
Debemos amar la obediencia y el abandono en Dios a través de la lectio divina; y esta madurez cristiana (fin de la educación) nos lleva al conocimiento contemplativo de Dios, la "ciencia espiritual".
Dice S. Gregorio de Nisa:
"La contemplación de Dios no consiste en ver ni oír, ni tampoco se alcanza por los medios ordinarios de entender, porque "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que lo aman" (I Cor. 2). Cuanto más progresa el espíritu, a medida que se acerca a la contemplación, ve más claro que la naturaleza divina es invisible. El espíritu penetra más interiormente hasta que por sus deseos de entender tiene acceso a lo invisible, lo incomprensible. Allí ve a Dios" (21).
NOTAS
(1) CAPONNETTO, Antonio, La Falacia de la escuela nueva, en OIKOS: Ante el colapso de la educación, Bs. As., 1994, p. 60: "En una entrevista concedida a principios de 1994, el Ministro de Educación, Jorge Rodríguez, no dejó lugar para las dudas. "Hay que cambiar el modelo", aseguró; el que hemos pensado es el de la "escuela nueva", cuyos antecedentes hay que buscarlos en pensadores como "Pestalozzi... Herbart... Dewey... Montessori". Entonces, "las destrezas manuales o el taller" tendrán más importancia que "las asignaturas teóricas"; se adoptará "la teoría constructivista" y "la democracia escolar" funcionará a pleno, "con elecciones y reuniones deliberativas del consejo estudiantil" y "organización de comités de responsabilidades comunitarias" (La Nación, 19-02-94, p. 8).
En la misma línea, Inés Aguerrondo, Subsecretaria de Programación, anunciaba al "constructivismo" (como) la metodología didáctica (sic) que será propuesta", junto a otras profundas innovaciones, como la superación de "lo que se llama el modelo de la clase frontal... organizadas con filas de bancos", y la presencia en cada ciclo de un "coordinador... que no será precisamente un docente sino un gerente administrador". Todo lo cual capacitará al alumno para el supremo fin: "insertarse en áreas de producción" (La Prensa, 24-04-94).
(2) S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías Sobre S. Mateo, II, 5, Tradición, México, 1978.
(3) Cfr. P. GARCÍA COLOMBÁS O.S.B., El monacato primitivo, II, p. 77, BAC.
(4) Ibíd.
(5) Ibíd., p. 80.
(6) P. GARCÍA COLOMBÁS, La lectura de Dios; aproximación a la lectio divina; Ediciones Monte Casino, Zamora, 1982. P. 25.
(7) "Los Padres enseñan a leer teológicamente la Biblia en el seno de una tradición viva, con un auténtico espíritu cristiano". La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Pontificia Comisión Bíblica, 1993, III, B, 2.
(8) EVDOKIMOV, Paul, citado por el P. Colombás, ibíd. P. 28.
(9) Cfr. La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Pontificia comisión bíblica, II, B, 2.
(10) Ibíd., Discurso de presentación, nº 10.
(11) Cfr. Cat. De la Igl. Cat. Nº 112, 113, 114.
(12) Cfr. S. Bruno, Comentario a los Salmos, Sal. 1.
(13) S. JERÓNIMO, Comentario a los Salmos, Sal 1.
(14) "Los protestantes consideran a la Sagrada Escritura como la norma única de la fe: 'sola sacra Scriptura -decían-: sólo por la Sagrada Escritura', aislándola de la Iglesia y de la Tradición original, lo mismo que de la interpretación dada por la tradición sucesiva; lo que no les libraba de conceder a continuación, prácticamente a cada lector de la Biblia, la capacidad de deducir de ella un sentido según el propio agrado, de acuerdo con una pretendida iluminación del Espíritu Santo, y por ello, en daño tanto del contenido doctrinal como de la unidad de la fe", Pablo VI, 01-07-70.
(15) Bto. HUMBERTO de ROMANS, Comentario a la Regla de S. Agustín.
(16) Los nueve modos de orar de Santo Domingo, en Cuadernos de Espiritualidad y Teología, nº 6, Centro de Estudios San Jerónimo, Santa Fe, 1993, p. 219.
(17) S. AMBROSIO, Comentario al Salmo 118.
(18) JUAN CASIANO, Colaciones, XIV, IX, Nebli, Madrid 1961.
(19) Idem. XIV, XIII.
(20) DOM LEHODEY, Vital, El Santo Abandono, Patmos, Madrid, 1977, p. 499.
(21) S. GREGORIO DE NISA, Vida de Moisés, Ed. Sígueme, Salamanca 1993, p. 102-104.
La Sagrada Escritura es evidentemente un libro santo; pero dejaremos de lado, para los especialistas, la exégesis, lo que podríamos llamar el estudio "científico" de la Biblia, con sus griegos, hebreos y latines y arqueologías, y nos ocuparemos de lo que hace a la lectio divina, como un modo de acercarnos a la Palabra de Dios. Queremos recibir de Dios la Palabra, todos nosotros que somos bautizados y que somos hijos de Dios, y que para nosotros se ha escrito la Biblia, no sólo para los exegetas.
En toda la tradición cristiana y judía (anterior a Cristo), las Sagradas Escrituras inspiraron la santidad; pensemos en los primerísimos en recibir la Palabra de Dios: Adán y Eva. Dice Sto. Tomás que ellos, junto a los patriarcas y los profetas, recibieron una revelación especial sobre el misterio de Dios, como cabeza que eran de la humanidad y del Pueblo de Dios. Dios mismo hablaba con el hombre en el Paraíso, Dios mismo se presentó ante Abraham (Gen. 18), el Dios Uno y Trino.
"Era necesario que el misterio de la encarnación de Cristo, en todo tiempo y de alguna manera, fuera creído por todos; de distinta manera según la diversidad de tiempos y personas. Antes del estado de pecado el hombre tuvo fe explícita en la encarnación de Cristo, en cuanto se ordenaba a la consumación de la gloria...
Después del pecado fue creído explícitamente el misterio de la encarnación de Cristo, no sólo en cuanto a la encarnación sino también en cuanto a la pasión y resurrección, por las que el género humano se libraría del pecado y de la muerte; pues de otra manera no hubieran prefigurado la pasión de Cristo por ciertos sacrificios antes de la Ley y bajo la Ley. De los cuales sacrificios conocían el significado los mayores [patriarcas, profetas] explícitamente, pero los menores [el pueblo] tenían un cierto conocimiento velado" (S. Th., II-II, q. 2, a. 7).
Los mayores recibieron esta revelación de un modo más intenso, profundo y claro que lo que leemos en el texto bíblico.
En el Nuevo Testamento vemos el uso frecuente de la Sagrada Escritura, tanto por parte de Cristo como de los hagiógrafos; lo mismo hacen los Padres de la Iglesia y toda la tradición católica. La Biblia es considerada el libro propio del cristiano, junto con la tradición. S. Juan Crisóstomo insistía en que todo cristiano debía leer con frecuencia los sagrados textos, y no solamente los monjes.
"Si quieres saber cuán alta ganancia se obtiene de leer las Escrituras, examínate a ti mismo y observa en qué estado te encuentras cuando oyes el canto de los salmos... Necesitamos de continuo los cantos del Espíritu Santo... Una palabra tomada de las Escrituras ablanda mejor que el fuego a un alma endurecida y la deja preparada para toda obra buena" (2).
San Efrén ve en la Biblia una fuente inagotable, un alimento que satisface las necesidades de cada uno (como el maná en el desierto) (cfr. Ex. 16, 18), el árbol de la vida del Paraíso cargado de frutos; por eso debemos recurrir a ella con frecuencia, de modo que lo que no asimilamos por nuestra debilidad lo hacemos por la perseverancia (3). Según Evagrio Póntico el uso frecuente de la Biblia favorece la pureza interior, arranca el espíritu de las preocupaciones terrenas y lo dispone para el más alto grado de contemplación (4). La Biblia nos enseña a vivir según la voluntad de Dios; sólo apoyándose en la Palabra de Dios, depositada y custodiada por la Iglesia, podrá alcanzar el cristiano la cima de la perfección cristiana. Por esto se explica el esfuerzo por guardar en la memoria páginas y páginas de la Biblia, incluso toda entera, de los padres del desierto, a través de la lectura y de la "rumiación" de las palabras sagradas, no sólo para aprenderlas sino para asimilarlas, para grabarlas en la propia naturaleza: todo el hombre se apropia del texto bíblico; y una vez poseído no deja de repetirlo, "masticarlo", concentrando todas sus potencias en cada frase, sacando el jugo a cada palabra (5).
Pero vamos a ver en qué consiste la lectio divina, es decir la lectura espiritual de la Palabra de Dios:
"La lectio divina es la lectura de la Palabra de Dios contenida en los libros de la S. Escritura; y por concomitancia, los comentarios de los Santos Padres a la misma, en cuanto ayudan a comprender mejor la Escritura" (6).
Los comentarios de los Santos Padres, esos geniales y santos exégetas, nos ayudan a nosotros, que somos ignorantes, a comprender mejor (católicamente) la Palabra de Dios; negamos (católicamente) la libre interpretación bíblica, y nos sujetamos a la interpretación que el Espíritu Santo inspiró a los santos, en el seno de la Iglesia, pues vivieron de acuerdo al Evangelio (7).
Antes de explicar el tema, pondremos dos verdades básicas:
Primero: Dios está en la Biblia. Abrir la Biblia es encontrar a Dios, la lectio divina consiste en Vacare Deo, o sea estar con Dios; su objetivo es la búsqueda de Dios en su palabra escrita. Dice Orígenes: "en las Escrituras contemplamos a Dios con el rostro descubierto", en referencia a lo que dice S. Pablo, que los judíos, hasta hoy, leen la Biblia con el rostro cubierto con un velo, pues no comprenden el sentido pleno de las Escrituras.
"El Padre que está en los cielos sale amorosamente al encuentro de sus hijos, en los libros sagrados, para conversar con ellos" (Dei Verbum 21).
Es la misma figura del Paraíso, al cual Dios, al atardecer ("la hora de la oración") bajaba para conversar con Adán: la presencia de Dios más allá del mero texto bíblico ("La letra sola mata, el Espíritu vivifica").
Segundo presupuesto: Cristo está en la Biblia;
"Para los Padres de la Iglesia, la Biblia es Cristo, pues cada una de sus palabras nos conduce hacia el que las ha pronunciado y nos pone en su presencia" (8).
Consumían la Palabra como se consume el Cuerpo y la Sangre Eucarísticas, con un valor casi sacramental.
Todo esto es un aliciente para quienes accedemos al texto bíblico por traducciones que pueden ser deficientes, pero que son superadas por la presencia viva y real de Quien es la Palabra esencial.
¿Qué es entonces la lectio divina? Es la acción de Dios por la que El se posesiona de un hombre y se le revela; como sucede con el profeta: "me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir" (Jeremías). Recordemos que todos, por el Bautismo, somos partícipes del profetismo de Cristo, y aquí ejercitamos ese don de la profecía: Dios se apodera de nosotros, se presenta dentro de nosotros y se revela a nosotros, siendo su toque no sólo una iluminación sino una purificación.
Por eso, si queremos traducir al castellano la palabra Lectio divina, debemos decir: leer a Dios, descansar en Dios, leer el corazón de Dios, oír a Dios, estar atentos y asombrados ante Dios, sumergirse en Dios, abandonarse en las manos de Dios como si no hubiera nada más en el mundo que El.
Características de la lectio divina
1) La Fe: fe sobrenatural; creemos que el Espíritu Santo habló a través de los profetas, que el texto bíblico que tenemos en nuestras manos (pese a las deficiencias de la traducción) es la Palabra de Dios, y lo proclamamos cada vez que lo leemos en la Santa Misa; no como piensan los exegetas racionalistas, que gastan sus horas de estudio en considerar sólo la parte humana de la Biblia, sin llegar a la parte divina, que es lo propio y formal de la Revelación como Palabra de Dios.
Dice el Bto. Pablo Giustiniani:
"El monje [y todo cristiano] debe acercarse a la Palabra, no para entretenerse, no para estu- diar, sino como si subiera al altar de Dios, con grandes preparativos de alma y cuerpo, con un profundísimo respeto".
Como cuando vamos a Misa, la Misa católica en la cual Dios se hace presente. Vamos a Misa, no para entretenernos, no para estudiar ni escuchar una conferencia, sino para estar con Dios.
2) la lectio divina es algo personal: Dios se comunica conmigo, no al modo de revelaciones privadas (como en Fátima).
"Dios no responde a cada uno por revelaciones privadas, porque ha preparado una Palabra que puede solucionar todos los problemas. En la Escritura, si sabemos buscar, encontraremos respuesta a cada una de nuestras necesidades". (S. Gregorio).
"Abiertos nuestros ojos a la luz de Dios, escuchemos atónitos lo que a diario nos amonesta la voz divina que clama" (Regla de S. Benito, Prólogo 9).
3) Es una lectura sapiencial: "El sabio busca lo oculto de los proverbios, vive en lo escondido de las parábolas" (Eccli, 39, 3). Sapiencial significa que es algo desinteresado, en lo cual no se busca ninguna ganancia, no se busca producir nada, sino sólo el estar con Dios, para escuchar a Dios, para saborear el Verbo y vivir en el Espíritu Santo que vivifica la letra, de la cual en el ejercicio de la lectio divina fácilmente nos desentendemos para atender a Dios. Dice Sto. Tomás que la sabiduría es gozosa y desinteresada, casi como un juego; lo cual no quita la seriedad o sobriedad, y no quita la cruz que es el árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la Sabiduría, "locura para los paganos, escándalo para los judíos, pero para nosotros fuerza y sabiduría de Dios" (I Cor, 1, 23).
Dice S. Gregorio: "aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios, para que tiendas con mayor ardor a las cosas eternas, para que tu mente se encienda en mayores deseos de los gozos celestiales". Pues esta sabiduría no es sólo para este mundo, sino que es un motor que nos hace "saltar hasta la vida eterna".
4) es una lectura orante: la oración debe interrumpir la lectura; pues no se trata de estudiar, sino de estar con Dios. La oración nos hace comprender las cosas divinas, pues aquello que no comprendemos por el estudio lo pedimos a Dios en la oración.
"Nadie, por más inteligente que sea, debe omitir lo que le pueda excitar la devoción; más bien lo que lee o estudia debe conducir a Cristo, hablando con El, y pidiéndole la comprensión del texto. Muchas veces, cuando está estudiando, debe apartar los ojos del libro por algún tiempo, y cerrados los ojos, esconderse en las llagas de Cristo, y después volver al libro. A veces debe levantarse, y puesto de rodillas, dirigir hacia el cielo, hacia Dios, con brevedad, alguna oración encendida, según lo lleve el ímpetu del espíritu." (S. Vicente Ferrer, Tratado de la vida espiritual, cap. XI).
5) es una lectura inteligente: no es algo sentimental; sino que busca comprender el sentido literal del texto, para descubrir en él el sentido espiritual (9). Ambos sentidos son verdaderos y útiles para el cristiano.
6) Es una lectura eclesial: no leemos por cuenta propia, sino a la luz de la tradición y del Magisterio de la Iglesia:
"Pues debéis saber ante todo que ninguna profecía de la Escritura es objeto de interpretación personal, porque la profecía no ha sido jamás proferida por voluntad humana, sino que llevados del Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios" (II Pedro 1, 20).
Y dice el Papa Juan Pablo II al presentar el documento antes citado.
"Ser fiel a la Iglesia significa situarse resueltamente en la corriente de la gran tradición que, con la guía del Magisterio, que cuenta con la garantía de la asistencia especial del Espíritu Santo, ha reconocido los escritos canónicos como palabra dirigida por Dios a su pueblo, y jamás ha dejado de meditarlas y de descubrir su riqueza inagotable" (10).
Tampoco vale la autoridad de algún teólogo o exegeta famoso o de moda, sino en la medida que nos ayude a comprender mejor el sentido que el Espíritu Santo ha escondido en el texto.
Existen tres criterios para interpretar la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (11).
a) el contenido y la unidad de toda la Escritura: el centro y el corazón de la Escritura es Cristo, y desde Cristo muerto y resucitado podemos entender las profecías.
b) La Tradición, pues la Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en el texto escrito.
c) la analogía de la fe, o sea la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en la totalidad de la Revelación.
7) es una lectura asidua: la lectio divina es asidua porque es cotidiana, es constante, no se puede abandonar. La lectio se nos hace ardua y difícil, a pesar que Dios es lo más bueno y gozoso que existe; pero nosotros no tenemos la disposición adecuada y suficiente para estar con Dios; la lectio se nos hace aburrida, cansadora, nos dormimos, y preferimos seguir leyendo "para ocupar mejor el tiempo": y así matamos el fruto espiritual de la lectio divina.
Leamos el Salmo Iº, el que abre y nos introduce al Salterio, el Salmo de la lectio divina:
"Bienaventurado el varón
que no va a la reunión de los impíos
y no se detiene en el camino de los pecadores
y no se sienta en la sede pestilente.
Sino que en la Ley del Señor está su voluntad
y medita en su Ley de día y de noche;
será como un árbol plantado junto al correr de las aguas
que da fruto a su tiempo y sus hojas no se secan:
Todo lo que hace llega a buen fin".
Dice "varón" no por la diferencia de sexo, sino por la madurez, contraponiéndolo con el niño; porque "en la ley de Dios está su voluntad" pues la cumple a gusto, no coaccionado, ni por un rato, sino "de día y de noche" (12).
Pero "no basta amar la ley de Dios, sino que hay que meditar en ella de día y de noche. ¿Cómo? La meditación de la ley no consiste en leer sino en obrar. ‘Si coméis o bebéis, hacedlo para la gloria de Dios’. Si doy una limosna, medito en la ley de Dios; si visito a un enfermo, mis pies meditan la ley de Dios; si cumplo lo que se me mandó, lo mismo. Los judíos meditan, con la boca, pero nuestra meditación es una obra" (13).
La ley de Dios no es sólo los 10 mandamientos, sino toda la Palabra de Dios, o mejor: toda la Revelación.
De libros y de Maestros
En un reportaje hecho a un famoso escritor de ciencia ficción, Rayd Bradboury, éste se quejaba de que en la educación se ha incorporado demasiado la computadora y los aparatos electrónicos, y decía que para aprender "hacen falta buenos libros y buenos maestros"; sin buenos libros y sin buenos maestros no se aprende. Se puede aprender a manejar aparatos o instrumentos, pero no se aprende la ciencia (y mucho menos la sabiduría).
En la lectio divina tenemos buenos libros y buenos maestros. Buenos libros: la Biblia, los escritos de los Santos Padres y de los Santos en general, los signos sagrados que nos hacen presente a Dios, la liturgia: "debemos entrar en la Biblia del mismo modo en que subimos al altar de Dios" (Bto. Pablo Giustiniani), pues así como la lectio divina asemeja a un acto litúrgico, la liturgia debemos vivirla como un ejercicio de la lectio divina.
La lectio divina no se limita a un texto; para las sectas cristianas la Biblia, subordinada a la libre interpretación, es lo más importante, el fundamento; pero para los católicos el fundamento es Dios (14). Y Dios se da a conocer, además de en la Biblia, en los símbolos, en los signos sagrados, el hábito de los religiosos, etc. Se puede estar en la presencia de Dios y adorarlo, en el colectivo, en un Banco, en la Universidad, en la calle, en todos lados. Para los que no saben leer, "Dios hizo las creaturas para que en ellas puedan leer. Por esto la Iglesia hizo las imágenes, para leer en ellas los que no pueden en los libros" (15).
Y buenos maestros: el primero y absoluto Maestro es Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, quien purifica, eleva e ilumina desde la esencia misma del hombre. La Sma. Virgen María, que guardaba todo lo que le fue revelado, meditándolo en su Corazón Inmaculado, donde hacía ella su lectio divina.
Santo Domingo de Guzmán, que restauró la práctica de la lectio divina en la Iglesia, tenía este modo de orar tan devoto y agradable.
"Siempre sobrio y embebido del espíritu de devoción que había asimilado en las palabras divinas que se cantaban en el coro o se leían en el refectorio, se retiraba a un lugar solitario, en la celda o en otro sitio para leer u orar, hablando consigo y estando con Dios; se sentaba tranquilamente y después de hacer la señal de la Cruz, abría el libro y leía. Consolábase en su voluntad muy dulcemente, como si oyese al Señor Dios hablar, como se lee en el Salmo (84, 9): "quiero escuchar en mí qué dice Dios", y como si estuviera discutiendo con otro compañero, parecía que no podía contener el gesto y la voluntad, ora que oyese en silencio, ora que disintiese, ora que convenciese; alternaba la lucha, la risa y el llanto; unas veces levantaba la vista, otras la bajaba, hablaba de nuevo en voz baja o se golpeaba el pecho. Si algún curioso, en secreto, hubiese observado al Santo Padre, le habría parecido semejante a Moisés, cuando, entrando en el desierto y llegado al monte Horeb, contemplaba la zarza ardiendo y postrado en tierra oía que el Señor le hablaba: ¿Este monte de Dios no era quizás la figura profética del paso de la lectura a la oración, de la oración a la meditación, de la meditación a la contemplación? (16).
Así, pues, la lectio divina no queda merodeando un texto, sino que escucha y habla a estas personas que están vivas ante Dios; pues "Dios es un Dios de vivos" (Mc. 12, 27):
"Ten por consejeros a Moisés, Isaías, Jeremías, Pedro, Pablo, Juan, y el gran consejero Jesús Hijo de Dios, para llegar al Padre. Con ellos conversas, con ellos es toda tu consulta, toda tu meditación, como meditaba David, y ésta era su única meditación" (17).
Disposiciones
¿Cómo preparar el ánimo para practicar la lectio divina? Debemos ante todo purificarnos de los vicios y ejercitarnos en las virtudes:
"Para alcanzar la ciencia espiritual [el conocimiento contemplativo de la S. Escritura] debemos desear la pureza. ‘Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios’. Sin la ciencia práctica [el ejercicio de las virtudes] no se puede alcanzar la pureza de la contemplación; pues el conocimiento de la ley no se alcanza por la meditación sino como el fruto de la vida" (18).
Además es necesario el silencio:
"Si la persona que lee recoge la doctrina con presteza y la deposita con esmero en el santuario de su alma, guarecida por el silencio, ocurrirá con esa doctrina lo que con los vinos olorosos y suaves, que alegran el corazón del hombre... y así toda la dirección que imprime a tu vida esa ciencia [divina] y su meditación constante, no serán más que una incesante rumia de la ley divina" (19).
Y junto con el silencio se necesita tiempo libre, tiempo en el cual no haya nada programado para hacer, como es el Domingo y la fiesta: tiempo ocioso para ocuparnos de Dios; una disposición interior de entregarnos al plan de Dios sobre nosotros, a dejarle actuar.
Y perseverar ante la fatiga, el tedio, el desgano, para ejercitarnos cada día en la lectio divina.
Efectos de la lectio divina
La lectio divina nos educa, nos lleva a la perfección, la madurez cristiana. ¿En qué consiste?
"Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Lc. 18, 17); "Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños" (Mt. 11, 25).
Es decir que para ser mayores debemos hacernos menores, empequeñecernos delante de Dios, en una verdadera humildad. ¿Qué somos ante Dios? Ni siquiera somos niños, aunque nos creamos "laicos adultos".
La lectio divina engendra en nosotros las virtudes de la niñez o infancia espiritual: la obediencia y la confianza en Dios.
Obediencia, pues el hacer la lectio divina nos exige escuchar y obedecer a Dios; no escuchamos a Dios para dialogar con El, sino para seguir su santa voluntad.
"No quisiste sacrificios ni ofrendas, entonces me abriste el oído; y yo dije: aquí estoy, para hacer tu voluntad". (Sal. 39, 7).
Tenemos el ejemplo de Cristo, que cuando vino a este mundo dijo: "aquí estoy, para hacer tu voluntad (Heb. 10, 8).
Confianza, como los niños con su padre y su madre; no es sólo querer obedecer, sino descubrir que la voluntad de Dios es inmensa, que su providencia es infalible, lo cual engendra en nosotros la confianza absoluta que llamamos ‘el santo abandono’.
"Lo que constituye la excelencia del Santo Abandono, es la incompatible eficacia que posee para remover todos los obstáculos que impiden la acción de la gracia, para hacer practicar con perfección las más excelsas virtudes, y para establecer el reinado absoluto de Dios sobre nuestra voluntad." (20).
Debemos amar la obediencia y el abandono en Dios a través de la lectio divina; y esta madurez cristiana (fin de la educación) nos lleva al conocimiento contemplativo de Dios, la "ciencia espiritual".
Dice S. Gregorio de Nisa:
"La contemplación de Dios no consiste en ver ni oír, ni tampoco se alcanza por los medios ordinarios de entender, porque "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que lo aman" (I Cor. 2). Cuanto más progresa el espíritu, a medida que se acerca a la contemplación, ve más claro que la naturaleza divina es invisible. El espíritu penetra más interiormente hasta que por sus deseos de entender tiene acceso a lo invisible, lo incomprensible. Allí ve a Dios" (21).
NOTAS
(1) CAPONNETTO, Antonio, La Falacia de la escuela nueva, en OIKOS: Ante el colapso de la educación, Bs. As., 1994, p. 60: "En una entrevista concedida a principios de 1994, el Ministro de Educación, Jorge Rodríguez, no dejó lugar para las dudas. "Hay que cambiar el modelo", aseguró; el que hemos pensado es el de la "escuela nueva", cuyos antecedentes hay que buscarlos en pensadores como "Pestalozzi... Herbart... Dewey... Montessori". Entonces, "las destrezas manuales o el taller" tendrán más importancia que "las asignaturas teóricas"; se adoptará "la teoría constructivista" y "la democracia escolar" funcionará a pleno, "con elecciones y reuniones deliberativas del consejo estudiantil" y "organización de comités de responsabilidades comunitarias" (La Nación, 19-02-94, p. 8).
En la misma línea, Inés Aguerrondo, Subsecretaria de Programación, anunciaba al "constructivismo" (como) la metodología didáctica (sic) que será propuesta", junto a otras profundas innovaciones, como la superación de "lo que se llama el modelo de la clase frontal... organizadas con filas de bancos", y la presencia en cada ciclo de un "coordinador... que no será precisamente un docente sino un gerente administrador". Todo lo cual capacitará al alumno para el supremo fin: "insertarse en áreas de producción" (La Prensa, 24-04-94).
(2) S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilías Sobre S. Mateo, II, 5, Tradición, México, 1978.
(3) Cfr. P. GARCÍA COLOMBÁS O.S.B., El monacato primitivo, II, p. 77, BAC.
(4) Ibíd.
(5) Ibíd., p. 80.
(6) P. GARCÍA COLOMBÁS, La lectura de Dios; aproximación a la lectio divina; Ediciones Monte Casino, Zamora, 1982. P. 25.
(7) "Los Padres enseñan a leer teológicamente la Biblia en el seno de una tradición viva, con un auténtico espíritu cristiano". La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Pontificia Comisión Bíblica, 1993, III, B, 2.
(8) EVDOKIMOV, Paul, citado por el P. Colombás, ibíd. P. 28.
(9) Cfr. La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Pontificia comisión bíblica, II, B, 2.
(10) Ibíd., Discurso de presentación, nº 10.
(11) Cfr. Cat. De la Igl. Cat. Nº 112, 113, 114.
(12) Cfr. S. Bruno, Comentario a los Salmos, Sal. 1.
(13) S. JERÓNIMO, Comentario a los Salmos, Sal 1.
(14) "Los protestantes consideran a la Sagrada Escritura como la norma única de la fe: 'sola sacra Scriptura -decían-: sólo por la Sagrada Escritura', aislándola de la Iglesia y de la Tradición original, lo mismo que de la interpretación dada por la tradición sucesiva; lo que no les libraba de conceder a continuación, prácticamente a cada lector de la Biblia, la capacidad de deducir de ella un sentido según el propio agrado, de acuerdo con una pretendida iluminación del Espíritu Santo, y por ello, en daño tanto del contenido doctrinal como de la unidad de la fe", Pablo VI, 01-07-70.
(15) Bto. HUMBERTO de ROMANS, Comentario a la Regla de S. Agustín.
(16) Los nueve modos de orar de Santo Domingo, en Cuadernos de Espiritualidad y Teología, nº 6, Centro de Estudios San Jerónimo, Santa Fe, 1993, p. 219.
(17) S. AMBROSIO, Comentario al Salmo 118.
(18) JUAN CASIANO, Colaciones, XIV, IX, Nebli, Madrid 1961.
(19) Idem. XIV, XIII.
(20) DOM LEHODEY, Vital, El Santo Abandono, Patmos, Madrid, 1977, p. 499.
(21) S. GREGORIO DE NISA, Vida de Moisés, Ed. Sígueme, Salamanca 1993, p. 102-104.
No hay comentarios:
Publicar un comentario