0. Introducción. Sus retratos.
Toda reflexión sobre la vida de santo Domingo conviene que se realice teniéndole presente, ante una imagen que nosotros hayamos formado en nuestra mente. Se consigue así evitar una reflexión, tal vez profunda y piadosa, pero que pierda de vista a la persona que nos interesa. Sin esa referencia cognoscitiva nos costaría conseguir lo que es intención de estas reflexiones: acercarnos a la persona de Domingo de Guzmán, sentirle cerca para sentir el estímulo de su misma presencia.
Tenemos la suerte de contar con descripciones plenamente creíbles de su perfil humano y religioso: una debida a la sensibilidad femenina de una amiga suya, Sor Cecilia, monja que le conoció bien y escribió ampliamente sobre él; y otra de quien fue por él recibido en la Orden y luego le sucedería en el cargo de Maestro de la Orden, Jordán de Sajonia. No por proceder de personas que se sintieron subyugadas por la personalidad de Domingo de Guzmán merecen menos crédito
Un retrato siempre es el modo de ver de una persona a otra. El retrato no tiene por qué ser una simple fotografía de carnet. Ni debe serlo. Unos para los otros no somos simples fotografías: nos vemos a nuestro modo. El retrato real es el que está en la mente de quien conoce a la persona. Porque de acuerdo con ese conocimiento se diseña la presencia en su vida.
1. Domingo seductor
Domingo es hombre que emerge de la seca y árida Castilla. Conocer Caleruega es esperar ver en Domingo al curtido labrador, o al aguerrido guerrero, de principios claros, de honradez a cualquier precio, de mirada clara y franqueza en el hablar. Es un retrato tópico de lo mejor de un castellano. Por eso nos sorprende el retrato que hace de él la Beata Cecilia. Físicamente, "el color bermejo de sus cabellos y barba suavemente rubios", no corresponde a la descripción que se puede esperar de un hombre de la meseta. Pero es su psicología lo más peculiar: su carácter alborozado y risueño; su capacidad de seducción, que conducía no tanto a sus ideas como a su amor y respeto. También el beato Jordán habla de su poder de atracción. Él mismo lo experimentó. Poder de atracción que lo cifra en gran parte en la alegría que brotaba de él, en su rostro risueño. Dice así el beato Jordán: Y como la alegría brillase siempre en su cara, fiel testimonio de su buena conciencia…con ella se atraía fácilmente el afecto de todos; cuantos le miraban quedaban de él prendados.
2. La alegría de Domingo
Esta alegría es subrayada tanto por el beato Jordán como por sor Cecilia: alegría de su mismo semblante, expresión, como dice el beato Jordán, de su mundo interior; y que subraya también sor Cecilia. Y como el corazón alegre alegra el semblante, la hilaridad y la benignidad del suyo trasparentaban la placidez y el equilibrio del hombre interior. Y ciertamente no le faltaron motivos en la vida a santo Domingo para turbar esa alegría. No se puede decir que su predicación hubiera sido plena de éxitos, ni que sus frailes y monjas no le dieran motivos de preocupación, que su Orden no fuera rechazada en diversos lugares. Incluso su sensibilidad le hacía reconocerse pecador y sufrir interiormente por su proprio pecado. Por eso, el ver que mantenía esa alegría tan manifiesta, y, por ello, tan resaltada en quienes le conocieron, constituye una peculiaridad relevante de su carácter.
3. La ecuanimidad
El beato Jordán de Sajonia destaca en Domingo la ecuanimidad, el equilibrio, que brotaban de una profunda vida interior. Su centro de gravedad estaba en el interior de su ser. No era persona que le trastornaran los acontecimiento de cada momento, como cuando se vive en un equilibrio inestable. Por el contrario, lo que se desprendía de su semblante era la placidez. Sin duda que los frailes apreciaron ese equilibrio para que, a pesar de la insistencia del santo en dejar de ser Maestro de la Orden, le obligaran a continuar siéndolo.
4. El santo del abrazo
La leyenda habla del encuentro entre santo Domingo y san Francisco. Es verosímil, aunque no haya comprobación histórica. Lo importante es que quienes le conocieron y se impregnaron de su estilo de vida vieron algo lógico el abrazo entre los dos patriarcas. Veían en ellos hombres de abrazo. Son muchos los testigos de canonización y otros biógrafos que en santo Domingo destacan el cariño que tenía a los religiosos de otras órdenes. Hay que subrayar no sólo su fidelidad a la Iglesia, fidelidad que se realiza en el intento de reformar y dar nuevo impulso a la predicación, sino también esas relaciones cordiales con otros miembros significados de la Iglesia. Santo Domingo fundó una Orden, no una secta. No necesitaba cerrarse en sí misma, dedicar tiempo a defenderse o a valorarse frente a otras instancias, sino abrazarse a ellas, colaborar con ellas, mantener cordiales relaciones entre los miembros de distintas órdenes o grupos de Iglesia. La historia nos dice que es necesario destacar este hecho porque más de una vez han surgido entre los institutos, movimientos, organizaciones eclesiásticas disputas poco evangélicas, celotipia y, sobre todo, propósitos poco eclesiales en la pastoral, en el intento de cultivar cada uno su huerto. ¡Qué lejos todo eso del estilo de santo Domingo!
5. Hombre compasivo
5.1. Pero esa ecuanimidad, dice Jordán, se turbaba ante el dolor ajeno. La compasión, la misericordia se apoderaban de él. Entonces podíamos decir que la angustia ante el dolor le podía. Su ecuanimidad era inalterada, a no ser cuando se turbaba por la compasión y la misericordia hacia el prójimo.
5.2. Sólo las penas del prójimo quebraban ese carácter risueño. El hacer suyo el dolor del otro es algo que sobresale en las descripciones de sus contemporáneos. Deberíamos detenernos en esa, llamemos, sensibilidad de Domingo hacia el otro: sensibilidad que le llevaba a padecer con él y a alegrarse con él, a disfrutar de la presencia de los suyos, frailes y monjas.
5.3. Domingo lloró mucho, dicen sus biógrafos. Siempre en el silencio y en la soledad de la oración, oración espiada por sus frailes. Quizás también esto rompa el tópico del duro castellano, acostumbrado en su tiempo a la lucha contra una naturaleza, tantas veces ingrata, y a saber de guerras y privaciones. Las lágrimas, que se encuentra en personas de alta sensibilidad espiritualidad, son para muchos tratadistas de la mística un don de Dios. Cuando Domingo llora, manifiesta, efectivamente, su sensibilidad exquisita por el motivo de sus lágrimas: los pecados de los demás y sus propios pecados. Y, en efecto, tener esa delicadeza interior de quien se duele de la falta de fidelidad, propia y la de los demás, al plan amoroso de Dios hacia los hombres, retrata un modo de ser. Nada humano le es ajeno, y, lo menos de todo, aquello que degrada la condición humana, el pecado.
6. La delicadeza.
Podíamos hablar, también, de la humanidad de Domingo, que se deduce de lo que acabamos de decir: de su espíritu compasivo. Jordán de Sajonia habla de la afabilidad de trato: "durante el día nadie más accesible y afable que él en el trato con los frailes y los acompañantes". Esa cercanía a todos brotaba, testigo el mismo Jordán, de su sencillez. Algo que le hacía ser amado por todos. Domingo recorre el dormitorio de su frailes cubriendo a los que se habían destapado durante la noche, dicen las primeras leyendas de la Orden. Viene de España cargando con cucharas de ciprés para regalárselas a sus monjas del convento romano de San Sixto. A veces tiene que amonestar a los frailes, incluso aplicarles alguna de las penas que entonces estaban previstas para las diferentes infracciones de las constituciones, "sin embargo les imponía las penas con tanta amabilidad y dulzura de palabras, que los frailes las sobrellevaban con paciencia", dice uno de los testigos del proceso de canonización. "Concedía fácilmente dispensas a los frailes - de las constituciones -, pero él no se dispensaba nada", dice otro testigo. Juan de Navarra, en sus declaraciones en el proceso de canonización, apunta algo que es ejemplo de delicadeza: "Igualmente dijo que siempre le vio estar alegre en presencia de los hombres, pero en sus oraciones con frecuencia lloraba. Y esto lo sabe porque lo vio, y oyó llorar".
7. Decidido
El repaso que vengo haciendo de los rasgos del carácter de Domingo podía dar a entender que sólo brillaban en él los rasgos que, de manera incorrecta, podríamos calificar de pasivos. En realidad, si los he destacado es porque Domingo ha pasado más bien a la historia como hombre emprendedor, predicador infatigable, fundador y organizador de una Orden, que pronto se extendió por el mundo. Y ciertamente fue un hombre decidido: rompió con la digna vida de canónigo en Osma para lanzarse al campo enemigo e incorporarse a la "santa predicación". Arrebató a los cátaros las jóvenes que tenían sometidas y se encargó de atenderlas; intervino decididamente ante el papa para que fuera aprobada su Orden, a pesar de la prohibición de fundar órdenes nuevas del reciente concilio IV de Letrán. En contra del parecer de personas como el conde Monfort o el obispo de Tolosa y el arzobispo de Narbona, disolvió la primera comunidad de frailes dispersándolos por los centros universitarios de entonces. Se opuso decididamente a que los frailes mantuvieran posesiones en el sur de Francia o en Bolonia, haciendo frente a la generosidad de quienes se las ofrecían. Jordán dice "tal constancia mostraba en aquellas cosas que entendía ser del agrado divino que, una vez deliberada y dada la orden, apenas se conocerá un caso en que se retractase"
Conclusión: hombre de profundos afectos
Domingo se muestra como persona de una gran riqueza afectiva. Se desprende de lo dicho, de los rasgos que he destacado. A título de resumen y para finalizar, recojo dos textos del Beato Jordán:
"Consideraba un deber suyo alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran y, llevado de su piedad, se dedicaba al cuidado de los pobres y desgraciados"
"Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón y, amándolos a todos, de todos era amado."
Juan José de León Lastra, OP
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