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Santa Brígida de Suecia

Santa Brígida de Suecia


Madre de familia, patrona de Europa,
fundadora de la Orden del Salvador
Finstad (Suecia), 1303 - Roma, 23-julio-1373

Brígida de Suecia había nacido en Finstad, cerca de Upsala, en el seno de una familia aristocrática y tuvo que casarse a los 14 años, por imposición de su padre con un militar fuerte y elegante, Ulf Gudmarsson, con quien vivió feliz y tuvo ocho hijos, a los que dio una esmerada educación, y entre ellos esta Santa Catalina de Suecia. Además de cuidar de todos ellos, todavía le quedaba tiempo para dedicarse a las obras de caridad con los necesitados en un hospital que había erigido con su marido cerca de su casa, fiel a su espíritu de terciaria franciscana.

En peregrinación a Compostela

Con motivo de sus bodas de plata matrimoniales (1341), Brígida y su esposo Ulf decidieron celebrar esta fecha con toda solemnidad y para ello nada mejor que hacer una peregrinación a Santiago de Compostela (España), peregrinación, por otra parte, no era nada novedosa, pues en la familia constituía una tradición ya adquirida. La iniciaron a principios de junio de 1341, y caminaron de santuario en santuario, visitando cuantos pudieron encontrar en el camino, especialmente los de Renania, los de Provenza y los de España hasta llegar finalmente a Galicia, al sepulcro del apóstol Santiago. […] Esta peregrinación a Compostela para Santa Brígida tuvo una importancia excepcional, pues marcó un hito en su vida, Ya que, después de esta peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago, Brígida decidió dar una respuesta incondicional a la llamada de Dios a la santidad, haciendo voto de castidad junto con su marido con la intención de fundar un convento donde Pudieran retirarse y vivir entregados a la oración y a la contemplación. Pero su marido murió en 1344, y entonces, Brígida abandonó su casa, entregó a los pobres todos su bienes y se fue a vivir cerca del monasterio cisterciense de Alvastra, donde ya se había retirado poco antes su marido y donde había muerto. Allí comenzó a tener revelaciones de Cristo y de la Virgen María, que ella iba escribiendo en sueco y que, luego, sus confesores y consejeros, traducían al latín, cuyo texto ella misma revisaba.


Fundación del Convento de Vadstena

En 1346, comenzó a ocuparse del más íntimo anhelo de sus aspiraciones espirituales: la construcción del convento de Vadstena (Suecia) para 25 hombres y 60 mujeres, un total de 85 personas, que representaban a los 12 apóstoles, a los 72 discípulos y al apóstol San Pablo. Vivirían en edificios separados, por supuesto, pero con una única iglesia para orar juntos, regidos por una misma abadesa, que reflejara la maternidad de la Virgen María y orientados por la regla de San Agustín.

Así y allí nacía la orden del Salvador, cuya espiritualidad mariana, que Brígida inculcó a sus hijas, componiendo ella misma himnos y lecturas para recitar en el oficio mariano cada día, tuvo una gran difusión en los siglos siguientes, sobre todo, en el Norte de Europa. Pero como no acababa de recibir el reconocimiento papal para su fundación, la Orden del Salvador, Brígida decidió ir a Roma (1349), aprovechando la convocatoria del jubileo de 1350, hecha por el papa Clemente VI desde Aviñón mediante la bula Unigenitus Dei Filius que se publicó en agosto de 1349. Sólo en 1370, después de muchas correcciones sobre la pobreza común en el monasterio. el papa Urbano V aprobó la Regula Salvatoris, que ella decía que había recibido por revelación, mientras que la aprobación del monasterio mixto sólo llegó, cinco años después de su muerte, en 1378, cuando su hija Catalina era la abadesa del monasterio. Pero estos contratiempos no mermaron en ningún momento su convicción de que estaba realizando la voluntad de Dios ni la esperanza de que su obra saldría adelante, a pesar de los fracasos y de los obstáculos encontrados en el camino.

Las revelaciones de Santa Brígida

Santa Brigida de Suecia se sintió inspirada por Cristo y por la Virgen, que le hablaban y ella, por escrito o de palabra, expresaba lo que le iban diciendo. Después, los confesores y secretarios recogían sus escritos y sus palabras y las traducían del sueco antiguo al latín. De ahí que no sea posible precisar, en este trasiego, hasta que punto las Revelaciones reproducen con exactitud las palabras inspiradas a la vidente. Es más, dada la índole polémica de muchas de ellas y el contenido puramente teológica de otras, se puede suponer que sus confesores modificaron el texto para limar expresiones demasiado fuertes o para corregir imprecisiones teológicas.

De todas formas, las Revelaciones fueron recogidas en ocho libros (más un noveno en el que se recogen otras revelaciones que no habían sido incorporadas a los primeros) y están divididas en cuatro ciclos: el sueco entre 1344-13/119; el romano entre 1350-1363; el de las peregrinaciones a diversos santuarios de Italia entre 1364-1370, y el de Tierra Santa entre 1372-1373. Entre otras cosas, Brígida, a través de sus Revelaciones, transmite las órdenes recibidas de Dios para remediar las diversas miserias de la vida cortesana y para reformar el estado religioso y el desorden de la Iglesia y deja en ellas una espiritualidad marcada por los acontecimientos políticos y religiosos de su época, que refleja el ardor de un alma que se sabe instrumento en la mano de Dios para realizar una renovación espiritual en la Iglesia de su tiempo.

Además, las Revelaciones reflejan la fuerte personalidad de una santa que, por su carácter dinámico y práctico, supo conjugar perfectamente contemplación y acción, ser Marta y María al mismo tiempo. Y de esta unión le nació la perseverancia y la severidad de su mensaje, que, como trompeta sonora, clamaba pidiendo la «reforma de la cabeza y de los miembros de la Iglesia». que, por otra parte, era el clamor que se había levantado por doquier. Su mística, tan mariana como cristocéntrica, le llevó a la profunda convicción de que sólo los sufrimientos, que Dios le había reservado o significado a través de las vicisitudes exteriores, eran el medio para llevarla a la unión con Dios. Esta comprensión del sufrimiento la presentó de todo sentimentalismo y le ayudó a adquirir un fuerte sentido realista, que determinó todo su dinamismo interior. Las visiones que recibió en éxtasis reflejan también la misma nota personal y realista que se traduce en imágenes naturalistas, a menudo drásticas y altamente dramáticas, En especial sus visiones de Cristo en la Cruz y de la Dolorosa se consideran como obras maestras de la literatura sueca antigua.

Rafael del Olmo, O.S.A.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.