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Ecumenismo y falso irenismo


El “irenismo” define una actitud pacífica y conciliadora. Nada hay de malo en ello. Pero una cosa es “irenismo” y otra “falso” irenismo. El irenismo falso finge la paz y la conciliación, no la busca. Vive en el simulacro, en la falta de verdad, en el engaño.

El concilio Vaticano II dice, en el número 11 del Decreto Unitatis redintegratio, que “no hay nada tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo que daña la pureza de la doctrina católica y oscurece su sentido genuino y cierto”. La pureza doctrinal, la exposición clara de “toda la doctrina”, es esencial para la causa ecuménica, para la relación entre las comunidades cristianas. Relación que tiene como meta “el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los cristianos” (Juan Pablo II, Ut unum sint, 77).

Un catolicismo doctrinalmente aguado no sirve a la unidad. Realmente, no sirve para nada, más que para generar confusión y ruptura. Sería más fácil, pienso, comprender a un protestante que fuese coherente con el patrimonio doctrinal de su confesión que a un católico que negase, o reinterpretase a su capricho, todos o casi todos los artículos del Credo.

Los teólogos tienen, en el campo del ecumenismo, un importante papel que jugar. A ellos corresponde, como también pedía el Concilio, explicar “con mayor profundidad y exactitud” la fe católica, con “una forma y un lenguaje que los hermanos separados puedan comprender también rectamente”.

Tres actitudes deben animar el trabajo de los teólogos: el amor a la verdad, la caridad y la humildad. La revelación divina, y, en cierto modo, la doctrina que la expresa e interpreta, no son una propiedad del teólogo, de la que pueda disponer libremente. La verdad de la fe viene de Dios, es una participación en la misma Verdad que es Dios. Y esa verdad divina es salvación para el hombre. El amor a la verdad es, pues, expresión del amor a Dios y del amor a los hombres. Es signo de caridad. De ahí que jamás deban separarse verdad y amor, verdad y caridad.

La conciencia de ser destinatarios de una verdad que es don de Dios a su pueblo ayudará a los teólogos, y a los demás creyentes, a vivir en la humildad al desempeñar su tarea de profundizar en las insondables riquezas de Cristo.

Guillermo Juan Morado
Doctor en Teología

Publicado por SSA.


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