El ambientalismo
Hoy en día es cotidiano escuchar palabras como “ecológico”, “verde”, “reciclable”, “orgánico”, etc. Nos encontramos con vehículos híbridos que aseguran generar menos emisiones y así evitar el calentamiento global. En el supermercado nos ofrecen bolsas re-utilizables de tela en lugar de las típicas fundas plásticas. Incluso en las universidades estudiamos materias como Ecología o Impacto Ambiental sin importar si cursamos ingeniería civil o un MBA. Pero ¿de dónde surge todo esto?
El término ecología fue acuñado por el evolucionista alemán Ernst Haeckel en el siglo XIX, quien, en 1866, afirmó que la ecología era la “economía de la naturaleza”. Sin embargo no fue hasta principios de los 70 en que libros como Primavera Silenciosa, de Rachel Carson, comenzaron a denunciar el perjuicio de la contaminación sobre la naturaleza y, en consecuencia, sobre el ser humano. Desde entonces, muchos grupos han ido desarrollando distintas aproximaciones a la crisis ecológica, así como alternativas para su solución.
Los prístinos
Para ellos la naturaleza tiene valor intrínseco, vale por sí misma, por el sólo hecho de existir. Dicho grupo se opone radicalmente a la explotación de los recursos naturales, enfocando su acción a preservar zonas de la naturaleza intactas (o a restaurar las afectadas) así como al cuidado de la especies en peligro de extinción. Sus logros han sido muchos, por ejemplo, fomentar la creación de áreas naturales protegidas en todo el mundo (en Ecuador se las conoce como el SNAP), así como leyes que protegen la biodiversidad.
Sin embargo su aproximación al hombre, en ocasiones, es negativo; viéndolo como una plaga que depreda la naturaleza. Su propuesta para contrarrestar el crecimiento poblacional incluye la legalización del aborto. Así mismo, algunos grupos consideran que todos los seres vivos tienen igual dignidad, no viendo diferencia entre el holocausto nazi y la cría de ganado para alimento.
Los ecoeficientes
De acuerdo a esta concepción, la naturaleza no tiene un valor intrínseco sino sólo en relación con la forma en que los seres humanos se sirven de ella. Es decir, tiene valor económico y tiene valor por sus consecuencias en la salud humana y otros “servicios ambientales”. Por lo mismo, procuran el “manejo sostenible” de los recursos a fin de que puedan seguir siendo explotados indefinidamente. Se preocupan por el control de la contaminación, el tratamiento de desechos y el reciclaje. Sus logros incluyen desde leyes locales que restringen o multan la carga contaminante hasta acuerdos internacionales como el famoso Protocolo de Kyoto. También han desarrollado un sinnúmero de tecnologías limpias y eco-eficientes: empaques biodegradables, celdas solares, control biológico de plagas, sanitarios secos, riego por goteo, etc.
Uno de sus defectos es su “creencia en la ciencia”, es decir, creen en el progreso indefinido y tienen fe en que, para cada problema que presente la socied humana, la ciencia tendrá una solución. Sin embargo esto no es cierto pues la ciencia puede ser utilizada con fines destructivos como la guerra, la sobre-explotación de recursos naturales, etc. Por otra parte se los acusa de ser un “ambientalismo de ricos”. Nomás pensemos en los autos-híbridos. ¿Cuántas personas están en capacidad de adquirirlos? ¿Son en realidad una ayuda para el planeta o una estrategia de marketing?
Ecologismo social
Esta corriente incluye todas aquellas manifestaciones ambientalistas donde lo principal no es la “naturaleza prístina” o la “obtención de recursos” sino las implicaciones sociales que tiene nuestra relación, como civilización, con la naturaleza. Para la ecología social, es necesario llevar a cabo una transformación económica radical para que la relación de la especie humana con la naturaleza sea armónica. Esto conlleva a que existan muchas vertientes de este tipo de ecologismo, pues hay tantas como propuestas ideológicas hay en el mundo. De esta forma encontramos ecologistas socialistas (llamados sandías: verdes por fuera, rojos por dentro), ecologistas anarquistas, ecologismo de los pobres, ecofeminismo, etc.
Los defectos de cada una de estas vertientes son los mismos de los defectos de las ideologías que los impulsan. Un caso patético fue el del grupo terrorista ETA (Euskadi ta Askatasuna) que bajo el argumento de estar defendiendo al País Vasco de la energía nuclear, detonó bombas, secuestró y asesinó personas. Finalmente triunfó, impidiendo no sólo la construcción de una planta nuclear en Lemóniz sino deteniendo casi por completo el programa nuclear en España. Lastimosamente sus acciones fueron aplaudidas por varios grupos ambientalistas en distintas partes del mundo.
Reconciliación con la Creación
Los católicos, no creemos en un valor intrínseco de la naturaleza como los prístinos ni en un valor económico como los ecoeficientes. Mucho menos fomentamos el ecologismo bajo la bandera de alguna ideología política. Los católicos creemos que la naturaleza vale (y vale mucho) por ser creación de Dios; por ser una manifestación del amor de Dios hacia los hombres. Creemos que la naturaleza ha sido creada buena y que nosotros tenemos el mandato divino de administrarla responsablemente.
Al revisar el primer capítulo del Génesis descubrimos a un Dios amoroso que crea todo en orden y en armonía. Antes de concluir cada día ve que todo cuanto ha creado es “bueno” y cuando ve al hombre lo describe como “muy bueno” (el hombre es la única creatura que ha sido creada a Imagen y Semejanza de Dios). Él le da la potestad de “ponerle nombre a los animales” y de “dominar y someter” la Creación.
Aunque estas palabras parecieran enviar un mensaje de abuso contra naturaleza, el término “someter” viene del hebreo KABA que tiene varios significados, incluyendo tomar posesión, amparar y proteger (Sal 8, 7; Jos 18, 1). Lo mismo sucede con la palabra “dominar” del hebreo RADAH que se emplea para describir la acción de un pastor bueno y justo hacia su rebaño. Esta interpretación guarda coherencia con el segundo relato de la creación donde los seres humanos son creados a partir de la tierra. La tarea del ser humano es “cultivar” y “guardar” el mundo que va siendo creado por Dios (Gn 2, 15).
De ahí que como católicos creemos que Dios nos ha dado el legítimo derecho de utilizar los recursos naturales en beneficio de la humanidad pero con responsabilidad, transformarlo para que sea un lugar habitable para todos. Más allá de los métodos o técnicas que se empleen, lo más importante es reconciliar el pecado que se esconde en el corazón del hombre. ¿Acaso la crisis ambiental no tiene nada que ver con la avaricia, la envidia, la soberbia, el egoísmo, la mentira, la vanidad, la gula, etc?
Hace poco el Papa Francisco publicó la Enclíclica Laudato Si’, en la cual considera a la Tierra como nuestra casa común y exhorta a toda la humanidad a cuidarla. El Papa pide recordar el modelo de San Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado como una dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias contra la naturaleza y los demás hermanos; arrepentirse de corazón, cambiar desde adentro.
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