“La misericordia es la compasión que experimenta nuestro corazón ante la miseria de otro, sentimiento que nos obliga, en realidad, a socorrer, si podemos” [II-II, 30,1].
La miseria ajena provoca la experiencia de la compasión que afecta al “corazón”, al símbolo del amor entrañable; la compasión no es una “convicción intelectual” sin más, sino que altera a toda la persona, tanto que la “obliga” a realizar un gesto solidario con la persona sufriente. Se refiere a una “obligación” llevadera, no impuesta sino sugerida, suscitada por el amor y la ternura hacia la persona herida.
“La misericordia es una especie de tristeza” [II-II, 30,1] “por el mal presente que arruina y entristece” [II-II, 30, 1].
Hasta tal punto la miseria ajena, asumida como propia, afecta a la persona compasiva, que la induce a “estar triste”. Esta tristeza es garantía de la veracidad de la compasión; de que no es una ficción, ni un sentimiento de lástima sin raíz. Las mujeres y varones compasivos padecen esta suerte de tristeza generosa y sufrida, que no los desalienta ni destruye sino que les permite estar cercanos, vivir en comunión con el que sufre. A veces, no se puede hacer nada por la persona herida; pero al menos, -eso, sí- se está junto a ella, sumidos en un silencio que habla de impotencia y de cariño.
“Son aún más dignos de compasión los males que contradicen en todo a la voluntad. Por eso dice el Filósofo en el mismo libro que la misericordia llega a su extremo en los males que alguien sufre sin merecerlo” [II-II, 30, 1].
Es muy importante esta advertencia de Aristóteles y de Tomás. Al misericordioso le conmueven “hasta el extremo” los males que mucha gente sufre sin merecerlos. ¡Son tantas estas gentes! Son las víctimas de las injusticias cometidas por los otros (que, a menudo, las disfrutan a su costa); las víctimas de sistemas económicos que excluyen a los pobres, a los que –por las malas artes del destino- padecen “las malas suertes” motivadas por sistemas económicos, políticos, sociales y religiosos excluyentes.
La compasión -decía Santo Tomás, citando a San Agustín- nos "obliga, en realidad, a socorrer, si podemos".
La compasión, siempre nos urge a realizar un gesto solidario, concreto y eficaz para ser fieles, leales y honrados con el otro. Este gesto es la garantía de la veracidad de la misericordia porque “obras son amores y no buenas razones”.
“Y de ella [la misericordia] hay que decir:
a) que es una acción o, más exactamente, una re-acción ante el sufrimiento ajeno interiorizado, que ha llegado hasta las entrañas y el corazón propios (sufrimiento, en este caso, de todo un pueblo, infligido injustamente y a los niveles básicos de su existencia)
b) que esta acción es motivada solo por ese sufrimiento”.
Bernal, Luis Carlos; Elogio de la Misericordia, Editorial San Esteban, Salamanca 2015
Con motivo del año extraordinario de la Misericordia, fr. Luis Carlos Bernal nos ofrece estas reflexiones sobre la misericordia, con especial atención a autores dominicanos, desde la misma experiencia de compasión de Santo Domingo, a Santo Tomás y la propia experiencia personal del autor en su labor pastoral.
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