No herir sentimientos se ha convertido en una enfermedad, en el 'dogma' más brutal y violento de la vida religiosa norteamericana, incluso de buena parte de la vida católica", dice Dale Vree, un converso del ateísmo que dirige la revista New Oxford Review. "Es justamente el dogma de 'no hacer que nadie se sienta mal' el que está en la base del omnipresente "políticamente correcto" y el que ha influido de manera determinante en la vida de la Iglesia", agrega.
Según Vree, esta omnipresencia del sentimiento "va hasta la raíz misma de la vida parroquial, donde las imágenes de los santos han sido reemplazadas por globos, pancartas y cartillas expresando buenos sentimientos". "Es virtualmente imposible rezar antes o después de Misa porque las conversaciones gentiles y las palmaditas en la espalda inundan el ambiente. El Credo no se dice y las homilías se han convertido en una secuencia de chistes y frases de pseudo-psicología 'pop'. Las palabras de la liturgia son improvisadas y cambiadas según el gusto de clérigos políticamente correctos", dice Vree.
El intelectual converso señala además que "en muchas parroquias, el primer objetivo de la Misa ha sido cambiado de recibir a Jesús y alabar al Altísimo por 'celebrar la comunidad', es decir, celebrar nuestros 'maravillosos' egos"; y no sin ironía, cita a un "experto" liturgista según el cual "la Misa no debería transmitir un sentimiento de infinitud o eternidad del mundo de más allá, sino más bien sensibilidad comunitaria entre los feligreses".
Decadencia. "Lamentablemente", continúa Vree, "este catolicismo sensiblero, donde el saludo de la paz parece ser el punto culminante de la Misa, no tiene ningún magnetismo: no mucha gente sale de la cama el domingo en busca de un abracito tibio". Y cita, al respecto, escalofriantes estadísticas: en 35 años, la asistencia a Misa entre los católicos de Estados Unidos descendió del 70% al 25%, mientras que solamente uno de cada cuatro católicos comprende lo que significa la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
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