Con grande y unánime aplauso del pueblo cristiano, los Padres de Éfeso echaron las bases de toda la mariología o enseñanzas acerca de la Virgen, al formular la siguiente conclusión, contenida implícitamente en las definiciones relativas a Cristo de los primeros concilios de la Iglesia: "Si alguno negare que el Mesías (el Emmanuel) no es verdaderamente Dios y que la Sma. Virgen María no es la Madre de Dios, sea anatema" (Denz. 113). Más tarde, esta misma doctrina fue confirmada por los concilios de Calcedonia, Constantinopolitanos segundo y tercero (Denz. 214, 288, 290).
Una vez establecida la maternidad de María, que, sin lugar a dudas, es el fundamento de todas sus demás prerrogativas y excelencias, los Santos Padres, los Doctores de la Iglesia y los teólogos han estudiado cada uno de los privilegios de la gracia que en la Virgen se encuentran.
A nuestros tiempos parece ha reservado Dios Nuestro Señor, que todas las cosas dispone suavemente por su providencia, la definición dogmática de algunas verdades pertenecientes a la mariología, las cuales se contienen virtualmente, y por eso se deducen lógicamente, en las enseñanzas o doctrinas que los primeros concilios nos han dejado como precioso tesoro.
La doctrina de la mediación universal de la Santísima Virgen, que, principalmente en los últimos tiempos ha sido tan estudiada por los teólogos, y en muchos congresos marianos de todo el mundo examinada, y hasta pedida su definición dogmática, no envuelve, ni por asomo, las dificultades que implicaba el dogma de la Inmaculada Concepción. La cuestión, en efecto de hecho, a saber: "si todas y cada una de las gracias nos son concedidas por mediación de la Virgen María", es resuelta afirmativamente por casi todos los escritores eclesiásticos, a partir de los primeros tiempos hasta los nuestros. Tampoco es del todo nueva la cuestión que versa acerca del modo de esta mediación, movida hoy entre los teólogos; esto es: "si es a la manera de un instrumento físico o solamente moral". La novedad que los modernos han introducido tal vez sea un poco de sistematización y nada más.
Trato de exponer, según mis pocas luces me lo permitan, la doctrina de San Alberto Magno, astro refulgente del cielo dominicano, acerca de la mediación universal de la Virgen, teniendo siempre por guía al Sol de Aquino, su preclaro discípulo.
Para la mejor inteligencia de S. A. Magno, conviene hacer algunas advertencias. Se ha de tener en cuenta que este ilustre doctor, como los demás teólogos escolásticos, no trata de propósito y de lleno en sus obras de teología sistematizada de la mediación universal. Trata de ella de paso solamente, en sus sermones y en los libros de exégesis. Este, sin embargo, nada dice contra su autoridad, ni es de extrañar; porque en las escuelas por estos tiempos, se explicaban los libros de las Sentencias de P. Lombardo, que no trata de aquella cuestión mucho ni poco.
Conocida de todos es la grandísima veneración que A. Magno profesaba a la Sma. Virgen. No pierde la más insignificante ocasión para hablar en sus obras de María y mostrarle su devoción. Muchos de sus escritos aún permanecen inéditos, según dice Grabmann. Mas no sólo por el número de sus obras, sino también por la bondad y solidez de su doctrina, es para nuestro intento el más seguro guía.
El libro que contiene un verdadero cuerpo de doctrina sobre la mediación, aunque no la trate sistemáticamente, es el Mariale.
Los modernos, es verdad, han puesto en duda la autenticidad de esta obra. Mas el P. Pelster, S. J., ha disipado todas las dudas con argumentos históricos y concluyentes, probando que dicha obra es de San Alberto.
En dos partes dividiremos esta cuestión. En primer lugar expondremos los testimonios explícitos en que S. Alberto Magno afirma la mediación universal de la Virgen María en relación con todas y cada una de las gracias, que se conceden al género humano.
En segundo término, examinaremos los fundamentos de esta doctrina teológica.
Que la Sma. Virgen es Mediadora universal entre Dios y los hombres, es verdad que nos atestigua la tradición, la liturgia y muchos documentos de los últimos tiempos, emanados del ordinario magisterio o enseñanza de la Iglesia.
I
Testimonios de S. Alberto Magno
En muchos lugares de sus obras y de muchos modos, enseña A. Magno la mediación universal de la Virgen, en cuanto a todas y cada una de las gracias divinas que se han de conceder a los hombres. Por lo cual, se tratará primero de la mediación en general; y luego, desde el punto de vista del patrocinio y dominio universales.
Mediación de la Sma. Virgen en general
Muchas veces es llamada la Sma. Virgen por A. Magno Mediadora, "Mediadora entre Dios y los hombres" (1), "Mediadora de reconciliación" (2), "Mediadora y Reconciliadora de los pecadores" (3), el cual nombre es de muy raro uso en los autores contemporáneos del Santo y no ciertamente porque les haya faltado la ocasión de usarlo. Y porque su misión consiste en unir a los pecadores con Dios, fuerza fue, dice A. Magno, que María naciese de pecadores para que de este modo se aumentara la confianza de los mismos al ver que esta celestial Mediadora tan maravillosamente unía dos extremos tan contrarios entre sí (4). De lo cual se desprende que este gran teólogo considera la mediación de la Virgen bajo dos aspectos, a saber: por razón de la cualidad y de la actividad, porque según él interpreta, el nombre María se adapta convenientísimamente a la Santísima Virgen y a designar el estado o condición de su mediación universal, por razón del cual estado es receptora inmediata de luces divinas y distribuidora universal de todas las gracias o bondades (5). En efecto,
"se llama con toda propiedad Puerta del cielo, porque por ella salió y saldrá siempre todo género de gracias, para bien de los hombres; y aún más: la misma gracia increada emanó de María y vino al mundo por Ella".
Efecto de la dispensa o distribución de esta gracia es que "esta puerta celestial está abierta a todos los que quieran entrar por ella; porque trae e introduce de todas las regiones del modo tres clases de hombres: viudos, casados y vírgenes".
Esto es considerar, sin duda alguna, la mediación de la Virgen como universal, no sólo en cuanto a las gracias, sino también en cuanto a los hombres, a los cuales se distribuyen las gracias.
Pero en los pasajes citados solamente se atribuye a la Virgen una mediación indirecta. Basta, sin embargo, para la completa inteligencia de lo dicho, decir que María en tanto distribuye a todos los mortales todas las gracias, en cuanto recibió en su seno a aquel que está lleno de toda gracia, y en tanto la deriva a todos nosotros, en cuanto dio a luz a su divino Hijo. Mas S. Alberto Magno no se queda en esta mediación indirecta y mediata, sino que avanza más, atribuyendo a la Virgen una mediación universal directa e inmediata.
Terminadas y resueltas las cuestiones que de la plenitud de la gracia de María tratan, estudia los frutos o efectos de esa abundancia en nosotros. En la cual cuestión, con tanta belleza y suavidad discurrre, que nadie que la lea dejará de experimentar grande complacencia (6). El gran Maestro de Sto. Tomás de Aquino distingue una triple plenitud de gracia, tomando la imagen del agua que puede llenar un acueducto, un vaso cualquiera o una fuente.
Pues bien, así como la capacidad o volumen de un vaso es solamente receptiva y retentiva, mas no de por sí dadora y comunicadora, del mismo modo y según esta consideración, nada nos comunica la Santísima Virgen; ella es en sí vaso admirable. De las otras plenitudes una es receptiva y comunicadora, pero no retentiva; y ésta es la plenitud del canal o acueducto. Y de este modo María está llena de la gracia de todos, en cuanto al número de las gracias, las cuales todas pasan numéricamente por sus manos. Y este acueducto es admirable, porque por él descienden todas las aguas de las gracias y a su vez suben hacia arriba...
Hay también otra plenitud receptiva, dadora y retentiva, que es la de la fuente, la cual, además de estar llena, tiene la propiedad de fluir. Y así también está llena María, porque de ella continuamente fluye la saludable agua de la gracia; mas no se agota la fuente, que está llena de toda gracia... De la fuente, pues, de esta plena plenitud mana la plenitud toda del género humano.
Entiende, por consiguiente, S. Alberto Magno por mediación universal de la Sma. Virgen la distribución continua de todas y cada una de las gracias, que por un efecto de la divina bondad, se conceden al género humano. Esto ciertamente implica un influjo inmediato y una directa participación en la dispensación de las gracias. De esta manera inmediatamente transmite la plenitud de su gracia a los demás (7), de tal modo, sin embargo, que nunca faltan en ella estos dos signos de plenitud: exuberancia o riqueza de gracia e imposibilidad absoluta de que en María pueda caber mancha alguna. Lo primero, porque de ella se deriva la gracia a todos nosotros (8) sin mengua ni menoscabo de esta maravillosa fuente, puesto que en ella se halla siempre todo cuanto se desea (9). Efectivamente, el ángel anunció a la Virgen la plenitud de las gracias, la cual plenitud es ciertamente el origen, el principio y el medio de toda gracia y también la causa de que ésta se comunique a los hombres, no sólo según la condición de viadores, sino también de bienaventurados (10). Por estas palabras puede verse la universalidad de la mediación de María, que se extiende a los que viven en este valle de lágrimas y a los que gozan de la visión beatífica en el cielo. De este particular trataremos más adelante.
Esta difusiva plenitud de gracias de que goza María, es expuesta y explicada muchas veces en las obras de S. Alberto Magno, bajo la imagen de la fuente, a la cual pertenece enviar a otros sus benéficas aguas, sin que ella padezca por eso detrimento alguno; aunque a su vez, de otro y no de sí misma saque esa riqueza o plenitud fontal. Y por convenirle estas dotes a la fuente, por eso se la toma para explicar la mediación universal de la Sma. Virgen, por la cual esta Madre amorosa comunica a los hombres las gracias y no como se quiera, sino como suyas, las cuales ellas recibe a su vez de su Divino Hijo. De este modo es también María fuente perenne, a causa de la plenitud de su gracia, por la que el pecador consigue el perdón, el justo la pureza de la gracia; consuelo el tentado, y apaga su sed el devoto con dulces sorbos de sabiduría consoladora (11). Nótese otra vez la universalidad de esta mediación, puesto que, según las diversas condiciones de cada uno, a todos abundantemente, hasta lo sumo, comunica sus gracias. Hemos dicho que la Virgen recibe de su Hijo estas gracias. A. Magno, para designar esta recepción y luego la comunicación a los mortales por la Sma. Virgen, usa la metáfora del canal, pues Ella, como un maravilloso canal, lleva hasta nuestras pobres almas el agua de la gracia. Lo mismo enseña en sus sermones: que María es fuente que mana para regar copiosamente toda la Iglesia.
Digna de notarse es la comparación que establece A. Magno entre la mediación de la Virgen y la de los demás santos, destacando de este modo mucho más la universalidad de la primera. A los otros santos, dice, se les han dado muchas gracias, pero a la Virgen se concedió la fuente misma de todas ellas.
Mediación universal de la Sma. Virgen, desde el punto de vista del patrocinio.
Porque los hombres, por quienes la Virgen ejerce el oficio de Mediadora, pueden encontrarse en muchas y variadas necesidades y peligros, es conveniente considerar los auxilios que ella les presta bajo el aspecto de protección, de defensa, de auxilio y de patrocinio. Protectora nuestra es llamada muchas veces por S. Alberto Magno. De dos partes nos amenaza el peligro: por parte del demonio, que siente envidia de nuestro bien, y de Dios, irritado a causa de nuestros pecados. Mas no hay que temer, porque María defiende de ambos peligros al pecador miserable. De lo cual se sigue la grande excelencia, sobre cualesquiera otra, de su protección; puesto que además de protegernos con eficaces auxilios de los lazos que nos tiende nuestro común enemigo, nos libra también, mediante su ejemplo y favor, de la indignación de su divino Hijo (12). Esta protección es, por consiguiente, universal y continuada, aun cuando el hombre no se acuerde de pedirla, porque la Sma. Virgen siempre está presente y nunca falta al hombre en la necesidad (13). Sin embargo, experimenta sus auxilios, como es justo y razonable, el que la invoca; pues ella socorre en los peligros a los que la llaman.
En cualquiera que, sintiéndose necesitado y miserable acude a refugiarse en este bien defendido campamento, se cumplen las palabras del salmo, que dice: Por millares verá caer a su lado a los enemigos; mas a él ni siquiera se le acercarán (14). De análoga manera se interpreta la salutación torre de David: porque los fieles hallan en ella seguro refugio... Mil escudos, es decir, la ayuda de todos los ángeles, penden de ese baluarte, para defender a todos los que acuden a María (15). Por aquí podemos ver la universalidad y, principalmente, la eficacia de la defensión mariana. La primera, sin embargo, de un modo muy especial se pone aún más de relieve comparando la protección que nos dispensan los ángeles custodios con la que nos otorga María. Propio es de los ángeles, dice este santo doctor, guardar a los hombres, lo cual en muy más alto grado compete a la Virgen; porque cada ángel está al cuidado de un solo hombre, mas la custodia universal de María se extiende universalmente a cada uno de los hombres y a todos en particular (16). Por donde puede, suficientemente, verse que la mediación de la Virgen es universal, aun considerada desde el punto de vista de protección, porque se refiere a todas y a cada una de las gracias de todos y cada uno de los hombres.
Lo mismo enseña Alberto Magno por medio de la metáfora estrella del mar. Así como esta estrella está situada en lo más alto del polo, con relación a todas las cosas, así mismo la Sma. Virgen está por encima de todos los santos... Y del mismo modo que esta estrella atrae al hierro, difunde luz y dirige en su ruta al navegante, así también María por su infinita misericordia, atrae suavemente, al modo del hierro, a los pecadores empedernidos, ilumina a los arrepentidos, y a los que navegan por el mar proceloso de este mundo los conduce al puerto de la salvación eterna; en suma, ella preserva de la culpa, ilumina en los caminos de la justicia y lleva, finalmente, a la gloria (17).
María es norte y guía cuando se agitan las olas de la tentación, que parecen hacernos zozobrar, puesto que ella es estrella del mar. Ella es luz, que esclarece la mente de los que la contemplan, protectora y Señora de los atribulados (18) y de los que gimen.
Obsérvese que la mediación de la Virgen se extiende también al Antiguo Testamento, por lo mismo que a él llega la de Cristo. Por tanto, siempre se observa la misma proporción entre ambas mediaciones. Así lo enseña S. Alberto Magno, por estas palabras:
"La Sma. Virgen siempre ha sido la estrella del mar y ha iluminado con su benéfica luz tanto a los que la han precedido, como a los que han existido después de ella. La razón es, porque solamente por la fe en el Verbo hecho carne o que había de encarnar de la Virgen, ha sido dada la salud al mundo. Por consiguiente María fue siempre Señora y Reina de las creaturas, porque Dios la eligió y confirmó en estos oficios y porque los miserables hijos de Adán tienen en ella puestas sus esperanzas y sus miradas todas" (19).
En estas palabras se establece el más alto, el último fundamento o base en que se apoya la mediación de la Virgen, a saber: la predestinación de María para Madre de Cristo y la asociación de la Madre a la obra del Hijo, predestinado, a su vez, como Hijo de Dios en fuerza y virtud para dar cima a la redención del género humano. De todo lo cual se sigue una consecuencia, y es que la Sma. Virgen María es Señora y Soberana de todas las criaturas con Cristo, Señor del universo, y bajo El, conviniéndole por ende a Ella cierta custodia y providencia también universales (20). Digamos algo de este aspecto de la mediación universal.
Mediación universal de la Virgen María bajo el punto de vista del dominio.
Con los títulos de Señora y Reina, y también de Emperatriz, designa muchas veces S. Alberto Magno a la Sma. Virgen. Señora de todos los bienes, Señora de todas las criaturas, dulcemente la llama, agregando que por este señorío es también Emperatriz del mundo entero. Y al comparar estos títulos entre sí para ver cuál de ellos es más propio para significar el modo y la calidad de este dominio universal, concluye que es el de Reina de la misericordia, que se le aplica a la Virgen con mayor exactitud que el título de Emperatriz.
Este nombre implica la idea de majestad, temor y rigor; mas el de Reina dice providencia y equidad. Además, con mayor propiedad se dice Reina de misericordia que Señora, Reina de señoras, o Diosa de las diosas; porque estos nombres incluyen dignidad y excelencia, respecto de cualquiera; pero la misericordia, potestad universal, con relación a los mayores y a los menores. Tampoco se llama propiamente Reina de paz y de amor, puesto que eso no es universalmente común a todos los de su reino. La misericordia, por el contrario, se encuentra tanto en el cielo como en la tierra, en el purgatorio como en el mismo infierno.
Inmenso es, por lo tanto, el reino de la misericordia, ella sola abarca o comprende a todo el reino de Dios. Pero la Santísima Virgen por derecho, verdadera y propiamente es Señora de todas las cosas que en la misericordia infinita de Dios se contienen. Por eso nadie puede negarle que sea con toda propiedad Reina de misericordia (21).
Por estos y otros pasajes semejantes, puede verse bien la universalidad de la mediación de la Virgen, cuyo dominio y cuyo reinado se extienden a todas las cosas que bajo la providencia divina caen. Ella es Señora, dice Alberto Magno, de todo aquello de que Dios es Señor (22).
Pero estas denominaciones de reina y señora pueden significar lo que se pretende de diversas maneras. Pueden, en efecto, convenir a una persona sólo por su dignidad intrínseca; por razón de esta excelencia a la cual se junta además una potestad que le corresponde; o finalmente, por participación, esto es, a causa de una relación o asociación con Aquel que es por sí mismo, primariamente o antes que nada, Rey y Señor. A fin de aducir un verdadero y sólido argumento en favor de la mediación universal de la Virgen María, según que se expone en los citados testimonios acerca del dominio y del reino universal de la misericordia, conviene estudiar qué es lo que para ello se requiere, y en qué forma lo hace S. Alberto Magno.
En la primera acepción, pues, señora y reina son nombres de dignidad y excelencia; pero no implican, sin embargo, propiamente dominio sobre otros que al mismo género pertenecen, por ejemplo: rosa se llama a la reina de las flores, porque supera por su belleza y suave fragancia a todas las demás flores. Según esto, con razón es llamada la Santísima Virgen Señora y Reina de las creaturas, en cuanto que a causa de la maternidad divina, que la eleva inmensamente sobre todas las cosas creadas (23), las aventaja también infinitamente. Ciertamente que María, por ser Madre de Dios, recibe una dignidad infinita, de algún modo, del bien infinito que es Dios (24). Lo cual también se esclarece por aquello que se dice en Metafísica, a saber: que la relación, así como tiene o toma su especie (que es su ser) del término a que se ordena, así mismo también saca su dignidad más del término, que de su fundamento; pues el ser de la relación, como el del movimiento, depende del fin o del término a que se endereza (25).
Así pues, la relación de la maternidad divina se termina, como la de la humana, en el ser mismo de la persona divina, que se unió hipostáticamente a la naturaleza humana. Esa persona es poseída por la madre como hijo, puesto que la relación de filiación mira directamente a la persona (26). Es, por consiguiente, la maternidad divina del mismo orden hipostático, porque es el instrumento que ha de obrar la Encarnación; y la Madre de Dios es, en cierto modo, affinis ad totam Trinitatem (27), en cuanto la naturaleza humana alcanza o toca los fines de la Deidad en el tálamo virginal del vientre del María, aún cuando esto no sea más que ab extra. Por eso la Madre de Dios se dice que es affinis Deo; o lo que es lo mismo: por razón de la unidad del ser actual de la existencia en Cristo (28). Y aunque la gracia santificante y la visión beatífica tengan cierta dignidad infinita, son, sin embargo, de orden inferior a la maternidad divina, porque unen con Dios por el amor y la fruición solamente; mas no según el ser personal, en el cual viene a terminarse la relación de la maternidad divina.
Para expresar tan alta dignidad, como es la de ser Madre de Dios, acude también S. Alberto Magno a los títulos de Señora y de Reina. Confirma, además, terminantemente que estos nombres se le atribuyen a la Virgen por su excelencia y dignidad. El nombre más propio de María es Reina de misericordia (29).
"Esta es la Reina que resplandece con toda clase de virtudes, en traje que reluce por el brillo y hermosura de la Deidad, que quiso venir a Ella y hacerla Señora de todos" (30).
Pero también procede S. Alberto en orden inverso: arguye de la universalidad de su reino para venir a su dignidad suprema.
"Por razón del mismo reino, -enseña- se llama a Cristo Rey de los cielos, y Reina de los cielos a María; pero su dignidad real está por encima de todos los coros y jerarquías angélicas. Asimismo, una es la majestad del reino de los cielos, por el cual reino Dios Trino es Rey y María se llama Reina. Está, pues, su dignidad sobre toda creatura" (31).
Del nombre o título de reino así tomado, no podemos, sin embargo, deducir la mediación universal de la Virgen María en la dispensación de todas las gracias. Aunque sea verdadero que el que participa de alguna dignidad o excelencia, participa también de las prerrogativas de la misma, sin embargo, esta consecuencia no parece que deba seguirse del concepto mismo de dignidad, conforme aquí lo tomamos, que es formalmente hablando, sino que más parece mera conveniencia extrínseca. Por lo tanto, se ha de sostener que el concepto o idea de Madre de Dios, en cuanto que en sí mismo no implica más que una singular excelencia y dignidad de María, por la que se llama Señora y Reina, no es equivalente al concepto de la dispensación de todas las gracias y ni siquiera pertenece a su inteligencia. Sólo analógicamente y mediante el raciocinio se puede deducir, de la dignidad y alteza de Madre de Dios, su dominio universal en la distribución de las gracias.
La Madre de Dios puede también ser llamada Reina y Señora por razón de su altísima dignidad, y de la potestad materna juntamente es el segundo sentido. De esta potestad goza María y mucho puede, por medio de ella, sobre su Hijo Rey y, por ende, sobre su Reino.
La Madre del Rey, superior a todos los demás, y en el mismo orden que el Hijo, debe participar según el ser natural de las cosas, del Reino y del dominio universal, que el Verbo encarnado puede ejercer en toda la creación, y, consiguientemente, en la distribución de todas las gracias. Compete, pues, a la Sma. Virgen el influjo de la virtud más alta, sobre el Rey mismo de todo el universo; y esto hasta tal punto, que todas las gracias que Ella quiera alcanzar de su Hijo, ciertamente que las obtendrá.
También deduce el ilustre santo domínico de esta excelencia materna, que la Virgen debe ser llamada Reina y tener una potestad universal. Naturalmente, dice, la madre del rey es reina; y ésta está, por la justicia y las mercedes que puede hacer y alcanzar, sobre todos los que en su reino viven (32). De este modo, agrega, la Virgen María es Señora de todas las criaturas; y en cuanto que es Madre del Creador, Reina es de la creación (33). Por lo tanto, por parte del mismo dominio y del mismo reino, del cual saca o toma su Hijo el nombre de Rey, Ella se denomina Reina; y porque es Madre del Artífice de todas las cosas, es Señora con toda propiedad. Finalmente, dice el Santo Doctor, es muy conforme a razón que el Hijo, para honrar a su Madre, a quien ama con tierno afecto, le dé potestad plena sobre todos sus bienes (34) y vasallos.
Sin embargo, conviene repetir, por segunda vez, que de esta excelencia y potestad de la Madre de Dios no se sigue necesariamente que Ella, de hecho, distribuya a todos los que están en el reino de su divino Hijo todas las gracias numéricamente tomadas. Además, por razón del título de Reina que le atribuimos, es necesario notar que este nombre le conviene solamente en cuanto que es Madre del Rey Cristo. Es verdad que este parentesco le da un gran ascendiente sobre su Hijo, mas no por eso rige y gobierna directamente los negocios del reino de Aquél.
Y aunque virtualmente el concepto o idea de dominio, según se implica en el título de Reina, y según la presente acepción pueda significar la mediación universal de la Virgen, no puede sin embargo designarla formal e implícitamente, al menos eso no se ve. Por consiguiente, el argumento que de aquí se suele sacar no obliga al asentimiento, y es de conveniencia solamente.
Puede tomarse también el título de Señora y de Reina adecuadamente, en cuanto significa la esposa del rey, la cual participa del gobierno y de la potestad reales. Incluye, por lo tanto, algo más que la mera dignidad y excelencia de ser Madre del rey, y más que una pura posibilidad de interceder universal y eficazmente ante Cristo Rey de todas las cosas.
Queda de manifiesto que esta dignidad real de María pende esencialmente de la condición de Rey de su Hijo y que se funda en la asociación de Ella a toda la obra de la Redención, de que trataremos en la segunda parte.
Ninguno tal vez, según Bittremieure, con mayor claridad ha expuesto este dominio de la Virgen bajo la imagen o el modo de unión, asociación al oficio de Cristo, que Alberto Magno. Expresamente declara que la Virgen no es vicaria de Cristo, sino ayudadora y compañera; participa del reino, la que participó de todos los dolores y amarguras que su Hijo padeció para redimirnos (35). Y en otro lugar agrega:
"La Virgen María es Señora de todas las creaturas, porque fue ayudadora de Cristo en la Redención de los hombres" (36).
Rehúso aducir otros testimonios, porque, como ya dijimos, en la segunda parte se trata de un modo particular de la mediación universal.
Nos basta, para asentar bien la doctrina de S. Alberto Magno, consignar que él concede a la Virgen, bajo el título de Reina, una participación verdaderamente activa en el oficio o dignidad real de su Hijo. Todo lo cual nos sirve para confeccionar, basados en el dominio universal que este Santo Doctor atribuye a María, un sólido argumento encaminado a probar la mediación universal de todas las gracias. María, dice, fue también asociada como igual a la persona de Cristo, esto es, como de igual poder o potencia en general; pues Ella es, en efecto, Reina del mismo reino de que su divino Hijo es Rey y Soberano (37).
El reino de Cristo, primariamente, comprende todas las gracias que se han de conceder a los hombres. De donde se sigue que el oficio o dignidad de Reina de misericordia, que universalmente y sin restricción alguna participa del reino de Cristo, consiste en la dispensación de todas y cada una de las gracias; en otros términos, es la misma mediación universal. Por consiguiente, en esta tercera acepción el título de Reina equivale a Mediadora y el concepto de dominio universal contiene, formal e implícitamente, la idea de la mediación directa en la distribución de todas las gracias.
Por todo lo anteriormente dicho, se puede ver con cuánta solicitud y diligencia procede S. Alberto Magno en la exposición de cada uno de los términos, en los cuales expone su doctrina acerca de la mediación universal de María en cuanto a la distribución de las gracias, las cuales pasan todas, numéricamente, por sus bienhechoras manos.
NOTAS
(1) Mariale, q. 31, § IV.
(2) Mariale, q. 154.
(3) L. c. q. 191.
(4) L. c. q. 24, § 3.
(5) Mariale, q. 29, § 2.
(6) Bittremieure, De Mediatone univ. B. M. V.
(7) Mariale, q. 177.
(8) Com. in Luc. 1, 28.
(9) Com. in Luc. 10, 40.
(10) Mariale, q. 33, § 2º.
(11) In Luc. 10, 38.
(12) Mariale, q. 185.
(13) Com. in Luc. 10, 40.
(14) Salmo, 90, 7-8.
(15) Sermo in Assumpt. II, 5.
(16) Mariale, q. 153.
(17) Mariale, q. 146.
(18) Com. in. Luc. 2, 17.
(19) Mariale, q. 28.
(20) Mariale, q. 153.
(21) Mariale, q. 162.
(22) Mariale, q. 29, § 2.
(23) Sto. Tomás, Com. in Math, 4, 13.
(24) I, q. 25, a. 6, ad 4.
(25) III, q. 2, a. 7, ad 2.
(26) III, q. 35, a. 5, ad 1.
(27) II-II, q. 103, a. 4, ad 2.
(28) Caj. in 1. c.
(29) Mariale, q. 162.
(30) Com. in Mth., 1, 18.
(31) Mariale, q. 151.
(32) Mariale, q. 154.
(33) Mariale, q. 166.
(34) Sermo II in Annunt., 1.
(35) Mariale, q. 42.
(36) Mariale, q. 166.
(37) Mariale, q. 165.
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