Jean Monsterleet, en su libro sobre la historia de la Iglesia en Japón, narra un hecho tan sorprendente como poco conocido. Los protagonistas son los clásicos héroes samuráis; pero samuráis cristianos.
Jean Monsterleet, en su libro sobre la historia de la Iglesia en Japón, narra un hecho tan sorprendente como poco conocido. Los protagonistas son los clásicos héroes samuráis; pero samuráis cristianos. 1577: desafiando las leyes imperiales, todos los ciudadanos del pueblo de Shimabara piden el bautismo. Tras veinte años de persecución y matanzas, la población fue entregada al general Matsukara con el fin de que controlara los rescoldos cristianos. La persecución se centró sobre todo en los ronin: samuráis que no tenían ningún señor por quien combatir. Los samuráis de Shimabara, a diferencia del resto de los ronin del país, habían dejado las armas al abrazar la fe cristiana. Los años pasaron y en 1637, animados por un prodigio sucedido ante una imagen de la Virgen, la piedad popular de los cristianos del lugar se intensificó. La noticia cundió tanto que la guardia imperial fue enviada para sofocar de inmediato la “rebelión”. Todos los involucrados fueron ajusticiados. Esto fue la gota que derramó el vaso. Doscientos ronin y algunos shoya (samuráis retirados) retomaron las armas e iniciaron una revuelta para alcanzar el derecho de poder profesar su fe. El emperador envió sus tropas al mando de Itakura Shigemasa. 50,000 católicos, con mujeres y niños, se instalaron en la fortaleza de Hara esperando a las tropas imperiales. Cien mil soldados asediaron Hara durante tres meses. De modo increíble, los católicos rechazaron los fuertes ataques, incluida una incursión nocturna en la fortaleza de cien soldados invisibles (ninjas). Los ronin, por su parte, con salidas esporádicas, trajeron el pánico en el campo adversario. La situación era ridícula: un ejército imperial no lograba dominar a unos campesinos prácticamente desarmados, que sólo buscaban profesar libremente su fe. Fue entonces cuando el emperador echó mano de mercaderes holandeses. Una nave cañoneó la fortaleza de Hara durante dos semanas consecutivas. Cuando los muros fueron derribados, inició el asalto final, que duró dos días y dos noches. No sobrevivió ningún católico. La playa se llenó de 11,000 palos con otras tantas cabezas clavadas. Los cuerpos restantes fueron llevados como trofeo al emperador Edo. Los imperiales habían perdido 70,000 de sus mejores hombres y la península fue colonizada por confucianos y budistas. Desde ese momento, Japón entró en el sakoku, la clausura de dos siglos al mundo externo. Cuando el hombre se vive su vida bajo el prisma de la eternidad es capaz de realizar los actos más heroicos. A los ojos del mundo, los cristianos fueron derrotados, pero bajo los de Dios triunfaron, pues testimoniaron con su sangre la esperanza en la Resurrección futura. Toda una historia digna para guión de película épica.
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