SÍNODO DE LOS OBISPOS
ENTREVISTA AL CARDENAL LUBOMYR HUSAR
La idea es la de celebrar un Sínodo donde estas Iglesias puedan presentarse y ser conocidas, y ver cómo las tradiciones de estas Iglesias pueden ayudar a afrontar los problemas de la Iglesia de hoy.
El cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Kiev-Halic, con su intervención en el Sínodo de octubre dio testimonio por enésima vez de que la Iglesia católica ucraniana de rito oriental desempeña un papel controvertido y ambivalente en el terreno ecuménico, que escapa a toda clasificación demasiado vaga. Si el reciente traslado de su sede metropolitana de Lvov a Kiev provocó durante el verano la ira del Patriarcado de Moscú, sus palabras en el aula del Sínodo, frente a los Estados generales de la Iglesia católica, han sido interpretadas por algunos como un llamamiento demasiado desequilibrado a la plena comunión sacramental entre católicos y ortodoxos.
El cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Kiev-Halic
Eminencia, ha propuesto usted que el próximo Sínodo trate de las Iglesias católicas orientales. ¿Para qué serviría?
LUBOMYR HUSAR: No se trata de hacer apología de nuestras Iglesias, ni tampoco de tener una tribuna desde la que quejarnos por el hecho de sentirnos olvidados, que es una tentación constante de los católicos orientales. Más bien podría ser la ocasión para prestar un servicio a la Iglesia universal. Las Iglesias católicas orientales forman parte de la Iglesia católica igual que la Iglesia latina. Ofrecen a la Iglesia entera tradiciones de gran valor. La idea es la de celebrar un Sínodo donde estas Iglesias puedan presentarse y ser conocidas, y ver cómo las tradiciones de estas Iglesias pueden ayudar a afrontar los problemas de la Iglesia de hoy.
Usted introdujo su propuesta con una pregunta algo especial.
HUSAR: Muchos temas podrían afrontarse con una luz nueva, si se tuviera en cuenta el punto de vista de las Iglesias católicas orientales. Por poner un ejemplo, he planteado una cuestión de forma interrogativa partiendo del tema tratado en el último Sínodo. Mi premisa era que no cabe duda de que la Eucaristía es fons et culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, y que la liturgia es regula fidei (lex orandi, lex credendi). Pero también para las Iglesias ortodoxas esto es verdad. Por tanto, si la divina liturgia celebrada por las Iglesias orientales en comunión con la Sede de Roma y por las Iglesias ortodoxas o apostólicas es idéntica para ambas, si es recíproco el reconocimiento de la sucesión apostólica de los obispos y, por consiguiente, de los sacerdotes que la celebran, entonces ¿qué más hace falta para lograr la unidad? ¿Es que existe en la Iglesia otra fuente u otra cumbre superior a la Eucaristía? Y, si no existe, ¿por qué no se permite la concelebración? Su pregunta no ha recibido ninguna respuesta.
El cardenal Sodano hace tiempo dijo que la búsqueda de la unidad con los ortodoxos no debe crear divisiones entre los católicos.
HUSAR: Es una opinión suya. Pero sólo para comenzar a responder a esta pregunta habría que hacer un debate minucioso en un Sínodo ad hoc. Me llamó la atención la intervención del metropolitano de Pérgamo Johannis Zizioulas, presente en el Sínodo como delegado fraterno del Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Zizioulas dijo lo mismo que yo. Y los ortodoxos lo han elegido a él como presidente de la Comisión de diálogo teológico entre católicos y ortodoxos, que el próximo año ha de continuar los trabajos afrontando el tema del primado. Su eclesiología eucarística es muy apreciada. Además, ya lo decían los Padres: si creemos que Cristo está presente en la Eucaristía, se derivan ciertas consecuencias para la vida de la Iglesia.
La prensa presentó su propuesta como la idea de un Sínodo convocado por el Papa con los ortodoxos que están llamados a participar como socios de igual derecho.
HUSAR: No era mi intención. Yo pensaba en un Sínodo dedicado a las Iglesias de rito oriental que están en comunión con la Iglesia de Roma. Aunque el malentendido de la prensa, en el fondo, me parece una felix culpa. En el sentido de que, como un paso más, obviamente si lo decide el Santo Padre, un Sínodo compartido con los hermanos ortodoxos me parece una idea estupenda. Comparando las tradiciones normativas de la Iglesia latina y de las Iglesias de Oriente, saldría a relucir inmediatamente el tema del celibato sacerdotal.
¿Qué le pareció el debate sobre esta cuestión en el Sínodo de octubre?
HUSAR: No intervine sobre esta cuestión. No sabía qué decir. No tengo una opinión experimentada sobre esto. Mi abuelo era sacerdote y lo eran también otros muchos miembros de mi familia, casados y no casados. Pero en nuestra Iglesia los sacerdotes casados tienen ya la idea de casarse desde los años del seminario. Los viri probati, sin embargo, son hombres que son ordenados sacerdotes después de haber vivido treinta o cuarenta años de vida “normal”, luchando todos los días para sobrevivir con sus hijos y su familia. En teoría un sacerdote debería concebir su vida como servicio total a la Iglesia. No sé si este habitus mental puede ser adquirido en edad madura, por un hombre que ha vivido mucho tiempo totalmente sumido en su condición seglar. Pero si esto pudiera ocurrir mediante una adecuada preparación espiritual, dicha condición podría incluso resultar ventajosa.
¿De qué manera?
HUSAR: Ese sacerdote quizá puede comprender desde dentro los problemas concretos de sus parroquianos. Una actitud que a menudo les falta a nuestros sacerdotes, que a veces parecen vivir en un mundo a parte.
Otra cuestión debatida en el Sínodo fue la posibilidad de administrar la comunión a cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales.
HUSAR: En nuestro caso fueron los dramáticos hechos históricos los que crearon el estado de necesidad que justifica dicha práctica. Muchos de nosotros, durante la época soviética, eran deportados a Siberia. Pero sucedía también que los ortodoxos eran deportados a Ucrania, a zonas donde no había parroquias ortodoxas. En los años treinta el metropolitano Andrzej Septyckyj había dado disposición de administrar los sacramentos a los ortodoxos que con recta intención venían a pedirlos a nuestras parroquias. Lo único que había que evitar era el escándalo.
Ahora, en Ucrania, también la Iglesia ortodoxa parece dividida en tres partes. Pero el Gobierno nacionalista quiere una Iglesia nacional unida y hace presiones para unificarla.
HUSAR: La Iglesia en Kiev comenzó hace mil años. Primero nos dividimos ente católicos y ortodoxos. Luego, en los últimos decenios, los ortodoxos se han dividido en tres ramas. Ahora el presidente Yushchenko, como ya había hecho su predecesor Kuchma, ha reafirmado en varias ocasiones que al Gobierno le gustaría ver una única Iglesia ucraniana ortodoxa unida.
¿Qué piensa usted de esta presión presidencial?
HUSAR: Me parece bien. Ya he dicho que queremos entrar nosotros también en esta única Iglesia ucraniana, con una sola condición: que el patriarca de esta Iglesia unida esté en comunión con el sucesor de Pedro. Como Sínodo, hemos pedido que el Gobierno no entregue a ninguna de las Iglesias actualmente divididas la Catedral de Santa Sofía, en Kiev. Que sigan teniéndola ellos como un museo, hasta que no haya en Kiev una única Iglesia y un solo patriarca. El Gobierno ha aceptado nuestra propuesta.
Por ahora, su insistencia de que se reconozca su Iglesia como Patriarcado sigue alimentando tensiones con el Patriarcado de Moscú.
HUSAR: Nuestra petición de Patriarcado no sirve para cerrar la posibilidad de comunión con los ortodoxos, sino para dialogar con ellos como socios iguales. Si en Ucrania hubiera tres patriarcas, estoy convencido de que podrían trabajar mejor para recomponer la unidad que había al principio. Ha declarado usted que la unidad de la Iglesia en Ucrania deben buscarla los propios ucranianos, porque no va a venir «ni de Moscú ni de Roma».
Una eventual Iglesia ucraniana unida y en comunión con el sucesor de Pedro ¿cómo se relacionaría con la Iglesia de Roma?
HUSAR: Este sería otro tema para tratar en el Sínodo: poner en claro qué quiere decir para una Iglesia oriental estar en comunión con la Sede de Pedro. Así los ortodoxos podrían ver por adelantado cuál sería su destino, una vez recompuesta la unidad. ¿Ve?, se trata también de cosas muy prácticas. Cuando nuestro Sínodo elige a los candidatos para el episcopado, yo debo esperar un año antes de que Roma los acepte. Estoy seguro de que ni el patriarca Bartolomé ni el patriarca Alexis aceptarían algo así. Y es una práctica que puede muy bien cambiarse: no toca verdades esenciales de la fe.
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