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LOS LAICOS DOMINICOS EN MAS DE CIEN PAISES
Hasta hace poco tiempo, a causa de una piadosa tradición que se remonta al siglo catorce, se atribuía a santo Domingo la organización de una tercera Orden de laicos, como si su intuición apostólica le llevase a englobar a todo el pueblo de Dios. En siglo XIX Lacordaire escribía en su “Vida de santo Domingo”,( c.16) :
“la milicia de Jesucristo era la tercera Orden instituida por santo Domingo, o mejor la tercera rama de una Orden que abrazaba en su plenitud los hombres, las mujeres y la gente del mundo.... Domingo introdujo la vida religiosa en el seno del hogar y en la cabecera del lecho nupcial. El mundo se pobló de muchachas jóvenes, de viudas, de casados, de hombres de todo estado que llevaban públicamente las insignias de una Orden religiosa, y se ajustaban a sus prácticas en el secreto de sus casas".
La descripción sería válida para finales del siglo XIII, época a la que los historiadores hacen remontar las sociedades laicas propiamente dominicanas. Nos quedamos con que la Orden dominicana desde sus orígenes está unida a los laicos de un modo muy natural; dada su instalación en las ciudades, habría lugar para ellos. Se encuentran vestigios de esto en los relatos del comienzo de la Orden: por ejemplo en Colonia en el tiempo que en que Fray Enrique era prior (Libellus 79 a 85); o en Bolonia en torno al monasterio de Santa Inés, pues Jordán, en una de sus cartas a Diana d’Andalo saluda a “las señoras y amigas de la casa”.
En su misión apostólica la Orden de Predicadores hubo de cruzarse con el movimiento evangélico de laicos que en Italia se organiza en Orden de la Penitencia. Estos grupos de laicos, divididos en fraternidades, acuden para sus necesidades espirituales, a los nuevos mendicantes, sus contemporáneos. Más tarde, de acuerdo con la diversa espiritualidad o afinidad, los miembros llevarán un manto gris si utilizaban los servicio de los Frailes Menores o negro si frecuentaban a los Dominicos.
Es en 1285 cuando el Maestro General de los Predicadores, Munio de Zamora, propone a los penitentes de negro quedar bajo su jurisdicción. Munio de Zamora redactará la legislación, según la cual el director de la fraternidad, un dominico, será también el prior de ella. La Orden pretende, al tomar la responsabilidad de la rama laica, alcanzar la gran esperanza, hasta entonces fallida, de los grupos laicos: la predicación evangélica.
Con este objetivo los penitentes que hasta entonces, por humildad y ejemplaridad, tomaban el género de vida de los pecadores públicos arrepentidos, y se entregaban a obras de caridad, deberían testimoniar el gusto por la verdad, propio de la Orden De Predicadores en el s.XIII. La regla del Maestro de la Orden Munio de Zamora lo indica con toda precisión: “Ellos han de ser de costumbres perfectas y de buena fama. En modo alguno sospechosos de herejía, sino que, al contrario, sean en el Señor hijos singulares de santo Domingo: estando llenos en grado máximo de un celo ardiente, según su propio modo de vida, por la verdad católica”.
De este modo los laicos quedan incorporados a una misión de Iglesia y puestos al servicio de la predicación de la verdad, “según su propio modo”. Estas actividades tomarán a lo largo de los siglos formas muy variadas, se llamarán cofradías, milicias o sociedades. Ciertas comunidades vivirán bajo una regla sin estar obligadas a la clausura. Tal será el caso en Sena de la mantellata mística Catalina Benincasa. Estas Terceras-Ordenes lograrán en el curso de los siglos entrar en la “gracia de la predicación” dominicana por las obras de caridad y, en casos singulares, por la enseñanza.
No nos cuesta admitir que santo Domingo no pudo prever en su vida todas las formas que desarrollarían su intuición fundadora de una Orden de Predicadores. Ningún antepasado puede adivinar cómo será su descendencia. Su amigo Gregorio IX en la bula de canonización de Domingo, preveía claramente que después de la Orden del Cister y de Flore, que tenían por jefe a san Bernardo, los Menores y los Predicadores arrastrarían a “legiones de frailes”. Predicando el evangelio de Cristo, entregado enteramente a la Palabra de Dios, “Domingo ha engendrado un gran número de hijos”.(ICor 4,15).
La fecundidad de la gracia de la predicación ha hecho surgir en la historia innumerables ramas, uniendo a todas, en razón del servicio de la misión apostólica, en el centro de la Iglesia. Con sus hermanos, hermanas, los laicos, la familia dominicana, cuyo nombre tiene una dimensión plural, responde a la amplia invitación del Apóstol: “debemos acoger tales personas para ser colaboradores en la obra de la Verdad” ( 3 Jn 8).
(Fuente: Bedoulle, Guy. Domingo o la gracia de la Palabra. Fayard-Mame. 1982) (Leer los artículos de J: G. Dousse sobre “Las fraternidades laicas” y “ “Las grandes figuras del laicado dominicano”).
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