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La Familia Dominicana como foco vocacional y de misión
Fr. Delfín Castañón, O.P.



Nacemos en familia, nos formamos en familia y somos misión en familia". Estas hermosas palabras del capítulo general de 1992 quizás sean expresión más de un deseo que de una realidad. Sintetizan, sin duda, orientaciones y esfuerzos realizados a nivel de cúpula de la Orden; pero en modo alguno se puede pensar que reflejen un objetivo plenamente logrado y consolidado.
Desde hace ya más de treinta años se viene hablando cada vez con más insistencia de la familia dominicana. No hay capítulos, tanto generales como provinciales, ni congresos dominicanos, que no dediquen una buena parte de su tiempo y de sus esfuerzos, con mayor o menor convicción, al examen del tema.


Por familia dominicana se entiende una familia particular e íntima dentro de la gran familia cristiana, que ha optado por el espíritu y la tradición transmitidos desde santo Domingo. Santo Domingo es para todos y cada uno de los miembros y ramas de la familia un modelo y una inspiración que les impulsa a anunciar juntos la buena nueva de Jesucristo en sintonía con su vocación dominicana.


Las Constituciones de la Orden han acogido oficialmente a la familia dominicana, si bien los capítulos generales aún no han hallado la fórmula legislativa que defina y determine todo lo relacionado con ella, particularmente por lo que se refiere a las hermanas de vida apostólica y a los dominicos seglares.


Para las constituciones "la familia dominicana consta de frailes clérigos y cooperadores, de monjas, de hermanas, de miembros de institutos seculares y de fraternidades sacerdotales y laicales (CFO, IX.).


Esta inquietud creciente en favor de la familia dominicana viene determinada, sin duda, por dos condicionamientos de suma actualidad como son el descenso de vocaciones a la Orden y la urgente necesidad de buscar y potenciar nuevas formas de evangelización en el mundo de hoy.
Por lo que respecta al descenso de vocaciones a la Orden se piensa que una colaboración sincera de todos los miembros y ramas de la familia dominicana en un clima de fraternidad y espíritu dominicanos generaría un clima vocacional más ilusionante y estimulante. No se puede olvidar, por otra parte, que en los siglos pasados surgieron numerosas vocaciones, tanto para frailes como para monjas, desde las fraternidades laicales. Ciertamente allí donde se forme una familia dominicana viva se crearán muy posiblemente condiciones más propicias de cara a la promoción vocacional.


Por lo que se refiere a la evangelización en el mundo actual fácilmente se comprende la importancia de una familia dominicana que conscientemente trabaje unida. A esto se pretende llegar. Son muchas las dificultades, pero es necesario ir mentalizándose y tomar conciencia de que si todos los miembros de la Orden son predicadores por vocación, han de realizar juntos, como grupos, su vocación. Se dice que la Orden nació como familia. Esta familia, aunque integrada por diversas ramas, tiene una sola y misma misión, que todos sus miembros debieran compartir conjuntamente.


La historia de la familia dominicana hunde sus raíces en el propio santo Domingo. En efecto, santo Domingo fundó las monjas en 1207, que posteriormente hizo dominicas en 1217; y los frailes, en 1215. Ambas fundaciones vivieron en mutua colaboración. Algo más tarde fueron admitidos a la Orden algunos seglares, que eran atendidos espiritualmente por los frailes, con quienes, a su vez, cooperaban en la santa predicación. Así pues, ya desde los primeros tiempos la familia dominicana parece englobar a frailes, monjas y seglares en una misma y única pertenencia para una sola y misma misión (ACG, l.c. n. 116.).


La familia dominicana no nació, sin embargo, como fruto de un proyecto preconcebido, sino que se fue perfeccionando, especialmente por lo que se refiere a los seglares dominicos. Munio de Zamora fue quien en 1285 promulgó la regla de Orden Tercera y le dio forma jurídica dentro de la propia Orden.


Hoy la familia dominicana cuenta además con congregaciones de hermanas de vida apostólica, que comenzaron a aflorar en el siglo XIX y que actualmente se hallan extendidas por casi todo el mundo, dedicadas a la enseñanza, a misiones, a hospitales y a todo tipo de obras de caridad y de beneficencia. Estas hermanas son hoy uno de los principales potenciales de la Orden.
Todas las ramas de la Orden hoy existentes se precian de tener a santo Domingo por padre; pero más bien habría que decir que han nacido del tronco secular de la Orden. Ningún fundador puede prever las variadas derivaciones a las que pueda dar origen su fundación. Sin embargo, todas gozan del carisma y de la misión de la Orden.


Nos hallamos, sin duda, ante un potencial extraordinario distribuido por todas las ramas de la familia dominicana y que no es debidamente aprovechado por falta de cohesión y de corresponsabilidad dentro de la propia familia. Los promotores oficiales de la familia dominicana piensan que ya ha sonado la hora de trabajar juntos para poder afrontar unidos los retos del mundo actual, e invitan a acentuar más los elementos de identidad que los de diversidad, si bien respetando el carácter propio de cada rama, su status particular y su autonomía; pero viviendo en complementariedad y colaboración recíprocas, puesto que se participa de la misma vocación y misión.


En el siglo XX fue el P. Jacinto Cormier (1904-1916), recientemente beatificado, quien revivió la idea de corresponsabilidad en la familia dominicana. Posteriormente el P. Buenaventura García de Paredes (1916-1929) dio un gran impulso a la familia dominicana, realzó el espíritu de fraternidad, autorizó a las hermanas de vida apostólica a usar las siglas O.P. tras sus nombres, y promovió la unión íntima entre las diversas ramas.


En 1968 el P. Aniceto Fernández invitó a abrazar juntos el espíritu y la tradición transmitidos desde santo Domingo, a buscar juntos el mejor modo de realizar el apostolado dominicano, a construir juntos las comunidades en servicio de la Iglesia.


Este impulso dinamizador de la familia dominicana no sólo no se ha detenido, sino que cada vez va adquiriendo nuevos bríos. En el Capítulo de Tallagh (1971) se equipararon las denominaciones "Orden de Predicadores" y "Familia Dominicana". En el de Madonna dell'Arco (1974) se dio un paso más y se abolieron los términos de Primera, Segunda y Tercera Orden. En adelante todos serán Predicadores. En el de Quezon City (1977) se declara que "los miembros no clericales de la Orden no son menos dominicos, ni participan de modo deficiente de la vocación dominicana". En todos los capítulos y congresos se habla de colaboración en familia y de complementariedad y se denuesta el sentido de competición. Se exhiben algunos logros alcanzados y se sugieren posibles campos de colaboración, tales como: noviciados, equipos de predicación, formación permanente, justicia y paz, ejercicios espirituales, centros de conferencias y promoción vocacional.
El principio y signo de unidad de toda la familia dominicana lo personifica el Maestro de la Orden. Los últimos Maestros, a fin de dar más realce a la familia, han invitado personalmente a miembros de todas y cada una de las ramas a participar en los capítulos generales, dando a entender que ninguna rama de la familia dominicana es ajena a las solicitudes de la Orden y que todas ellas están llamadas a aportar en un gesto de corresponsabilidad aquello que estimen que pueda redundar en beneficio de toda la Orden.


Pese al impulso dado en los últimos años a la idea de familia dominicana, se puede decir, sin embargo, que aún se está en los comienzos. La colaboración afectiva, en el sentido expuesto, es un proceso lento que hay que aprender. La experiencia habida hasta ahora demuestra que, en líneas generales, no resulta fácil ni la aceptación ni la adaptación por buena parte de los miembros y sectores de la familia dominicana. Los capítulos se quejan de forma subliminal de esta realidad y, a su vez, no disimulan cierta falta de interés por parte de las bases. Se invita nada menos que a revisar el sentido de identidad dominicana y de pertenencia a la Orden por parte de todos; lo que no deja de ser una manera de poner el dedo en la llaga.


Muchos son los interrogantes que se acumulan ante la perspectiva de dar vida a una familia dominicana verdaderamente dinámica. Son interrogantes que afectan a los frailes, a las monjas, a las congregaciones de vida apostólica y a los dominicos seglares. Interrogantes que afectan ciertamente al sentido de identidad y de pertenencia a la Orden; pero también a otras cuestiones internas de cada una de las ramas. Bueno es que se hayan descubierto las ventajas de una colaboración conjunta de toda la familia dominicana; bueno sería que se aclarasen las dificultades subjetivas y objetivas más sobresalientes; y es muy bueno que se haya iniciado un proceso de mentalización. Principio requieren las cosas. El futuro está abierto a la esperanza.

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