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La Familia Dominicana en el Siglo XXI
fr. Lino Dolan Kelly, O.P.


Sin pensarlo estamos tomando los primeros pasos hacia un nuevo siglo que comienza pronto y que nos llevarán hacia la aventura de la nueva evangelización en el tercer milenio.


Con esto en mente, quisiera plantear una pregunta: y, ahora, ¿qué haremos? A mi modo de entender, la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, nos pedía que retomáramos el Carisma de Domingo de Guzmán, nuestro Fundador, no para volver al momento histórico que él vivía sino para que su Orden tenga vigencia hoy y que sea siempre orientando hacia el futuro. La Orden de Predicadores fue fundada para anunciar el Evangelio de Jesucristo, para que este Evangelio fuera "buena nueva" de salvación en todos los tiempos y para todos los pueblos y culturas. Renovación siempre requiere adaptación conforme a las necesidades de cada época.


?Por eso, sin temor a equivocarme, puedo decir que no tendría sentido recordar la historia de los primeros frailes en este continente o de recordar los acontecimientos de los siglos que ya pasaron - por más que hayan sido luminosos e importantes para la vida de la Iglesia y la Orden en el Perú - si no nos inspiren para profundizar y continuar la obra que ellos iniciaron. Esto no quiere decir que no estamos agradecidos, sinceramente, a todos aquellos que nos han precedido, haciendo posible que llegásemos a este momento. Sin su perseverancia y fidelidad al Evangelio y al Carisma de Domingo de Guzmán, es evidente que no estaríamos aquí, en estos momentos. Pero no estaríamos sinceramente agradecidos si intentáramos vivir simplemente de "sus rentas".
Ahora nos queda mirar hacia el futuro. Y, creo yo, que en las palabras del P. Timoteo Radcliffe, actual Maestro de la Orden, dirigidas a todos los dominicos del Perú últimamente, podemos inspirarnos y motivarnos, como Familia que somos, hacia ese futuro. Nos dice el P. Timothy: "No sabemos cómo será el futuro de la Orden en el Perú de aquí a 20 o 30 anos. Pero podemos, desde ahora, enfrentarlo juntos."


Para mí, estas palabras del P. Maestro captan profundamente el espíritu de nuestra tradición, expresada bella y escuetamente en la Constitución Fundamental de los frailes:
«Esta continua renovación es necesaria no sólo como exigencia del espíritu de perenne conversión cristiana, sino también como postulado de la vocación propia de la Orden que la impulsa a una presencia en el mundo adaptada a cada generación ..... La finalidad fundamental de la Orden y el género de vida de que de ella deriva, conservan su valor en todos los tiempos de la Iglesia. Pero su comprensión y estima, como sabemos por nuestra tradición, urgen sobre manera cuando se dan situaciones de mayor cambio y evolución. En tales circunstancias, la Orden ha de tener la fortaleza de ánimo de renovarse a sí misma y de adaptarse a ellas, discerniendo y probando lo que es bueno en los anhelos de los hombres, y asimilándolo en la inmutable armonía de los elementos fundamentales de su propia vida. »


Por eso, con respecto a la presencia dominicana en el presente y su proyección hacia el futuro inmediato, hay la oportunidad y la obligación de responder, como Familia dominicana, a algunas de las preguntas presentadas a toda la Orden por el mismo Maestro en su Carta sobre La Libertad y Responsabilidad Dominicanas. Nos dice en esa carta:


"La Provincia debe preguntarse a sí misma qué es lo que quiere hacer realmente. ¿Cuál es su misión hoy? ¿Qué nuevos retos tiene que afrontar? ¿Qué nuevas formas de predicación puede llevar a cabo?


Intentar responder con seriedad a estas preguntas sería un signo muy positivo de que hayamos captado y asimilado el significado profundo de las palabras de otro Maestro de la Orden, Fray Vicente de Cousnongle, cuando, hace unos años, nos habló del "coraje del futuro". Promover vocaciones a la vida dominicana tiene sentido solamente si va acompañado de una renovación continuada, en cada época y conforme a las necesidades y exigencias de la realidad en la cual nos encontramos viviendo nuestra fe y nuestra vocación de Predicadores de la Palabra.


En estos últimos años del siglo que termina, es evidente que el Señor nos está bendiciendo con el envío de muchos jóvenes a nuestras puertas, quienes expresan el deseo de seguir de cerca a Cristo en el hábito de Domingo de Guzmán. La presencia de esta juventud es, sin duda alguna, un signo de esperanza para el futuro. Serán ellos los que tendrán que asumir los retos que se presenten a la Iglesia y a la Orden al iniciar este nuevo milenio del cristianismo en nuestra América Latina. Por eso, quisiera recordar las palabras dirigidas a los Padres capitulares en Calaruega por el P. Gilbert Markus, de la Provincia de Inglaterra y citadas por el Maestro en su Carta a la Orden:


"Si estos jóvenes vienen a la Orden para seguir a Cristo, hay que orientarles en el arte de morir. Se han entregados a sí mismos a la Orden, y parte de la responsabilidad que aceptamos al recibir su profesión consiste en enseñarles ese arte. No hay esperanza para un joven dominico que no es capaz de darse cuenta progresivamente, durante su formación, de cómo debe perderse a sí mismo, morir a sí mismo. No es una excusa para los hermanos mayores aferrarse defensivamente a su propia postura para resistir al cambio. En vez de ello, necesitan conducir a los jóvenes por el camino de sacrificio, lo cual significa recorrer con ellos ese camino, dar un ejemplo de generosidad".


Estamos viviendo, al interior de la Familia dominicana del Perú un nuevo e importante momento de transición que, según el mismo Maestro, podría llenar de inquietud a los mayores y a los jóvenes: a los mayores por temer que "las aspiraciones de los jóvenes" pongan en tela de juicio todo lo que hicieron a través de tanto años; a los jóvenes que "se preguntan si serán capaces de realizar sus sueños de una vida dominicana plena."


Hay un refrán chino que dice: Maldito a quien le toca vivir en tiempos de transición. Personalmente, no creo que sea una maldición; más bien, es un reto que se nos presenta en este plan maravilloso de Dios que sigue revelándose en la historia. No tenemos derecho de ser pesimistas si somos, de verdad, hijos e hijas de Domingo de Guzmán. Con su ejemplo y su intercesión no debemos temer aceptar este reto histórico.


Pero este reto, al interior de nuestra Familia, no es tan grande, a mi modo de ver, si lo comparamos a los desafíos que surgen para la Iglesia y, en forma especial, para nuestra Orden en el mundo actual. El Concilio Vaticano II nos advertía que es necesario tomar en cuenta "los signos de los tiempos" para poder anunciar con fidelidad el Reino de Dios. Y estos tiempos en que vivimos no son precisamente "tiempos cristianos".


El Capítulo General de Calaruega lo expresa así: "El reto universal que encontramos en nuestro ministerio de predicación es el mismo que encontró Jesús: la cultura de un "corazón de piedra", es decir, todo lo contrario a la parábola del buen samaritano. Sus características son: un concepto falso de ‘lo bueno’ (el sábado es más importante que el hombre); un espíritu de discriminación y marginalización (la parábola del fariseo y el publicano); una actitud de imponer en lugar de dialogar (preparan cargas pesadas y las echan sobre la gente); dando más importancia al adjetivo que al sustantivo (parábola del fariseo y publicano)."


¿Cómo predicar los valores del evangelio - solidaridad; comunidad; compasión; fraternidad; en una sola palabra - el amor mutuo que respeta la dignidad de cada persona y busca el bien de todos - en una sociedad impregnada con criterios totalmente opuestos y elogiados por el sistema socio - político y económico vigente: el individualismo y el éxito personal como valor absoluto; la violencia y el temor como instrumentos de control social; el nacionalismo exagerado como principio de unión nacional; el mercado como único criterio de todos los demás valores. Este es el reto fundamental y seríamos infieles a nuestra vocación si no lo aceptáramos, porque es nuestra razón de ser como Predicadores del Evangelio de Jesucristo.


Para enfrentar estas dificultades, los mismos Padres capitulares, en Caleruega, insistieron que la respuesta dominicana tenía que tener 3 dimensiones:


1. una predicación en las fronteras desde la pobreza:


Es decir, volver al espíritu de Domingo de Guzmán quien, imitando a Cristo mismo y a los Apóstoles, se hizo pobre y salió del monasterio para acercarse al pueblo hostil a la Palabra de Dios, dando un ejemplo concreto y práctico del Evangelio. Vale preguntarnos si hemos tomado en serio las opciones fundamentales de nuestra Orden en estos últimos tiempos: opción por los pobres, por la justicia y por los medios de comunicaciones. En otras palabras: ¿para quiénes y para qué predicamos?


2. disponibilidad.


Domingo fundó una Orden "itinerante" porque respondía a las necesidades de sus tiempos. Ser itinerante es ser disponible para satisfacer la urgencia de predicar y servir donde existe necesidad. El auténtico espíritu de disponibilidad, exigida por Domingo a sus frailes, tiene sus raíces profundas en la vida comunitaria y en la espiritualidad dominicana. Con el individualismo, enemigo letal de la vida religiosa, corremos el riesgo de "atrincherarnos" en la comodidad de nuestros conventos, contentos con nuestros títulos académicos y nuestras obras personales.


3. diálogo


Nos gusta mucho hablar de la democracia como elemento fundamental del régimen estructural de la Orden. Para que haya diálogo hay que evitar toda tentación a maneras sectarias de pensar -sea esto dentro de nuestras comunidades, sea en nuestro contacto con el mundo que nos toca servir con la Palabra de Dios. Hoy en día se oye hablar mucho del ecumenismo, de inculturación, de secularismo y, aún, de la postmodernidad. Para encontrarnos con estas realidades, ¿cuán abiertos somos en nuestra forma de pensar? ¿Somos capaces de entrar en verdadero diálogo con el mundo, respetando las diferencias que hay? Quizás nos ayude si recordamos los ejemplos de nuestros ilustres predecesores quienes dieron unos ejemplos maravillosos de dialogar con los de sus tiempos, sin temor, porque estaban convencidos que la búsqueda de la verdad requería una mente abierta a los demás. Me refiero, por supuesto, a San Alberto Magno y a Santo Tomás de Aquino.


El guante está lanzado; ¿quién lo recogerá?


Hay mucho que agradecer en nuestra historia: el ejemplo de nuestros hermanos y hermanas; el coraje de generaciones de hombres y mujeres que fueron fieles al Carisma de Domingo de Guzmán, fieles al Evangelio y al Espíritu de Jesús. Nos toca ahora pedir que este mismo Espíritu de Jesús, siempre presente en nuestras vidas, nos dé las fuerzas y el coraje de continuar la obra iniciada hace tanto tiempo por nuestro Padre, Domingo de Guzmán. Es su carisma que hemos heredado y solamente en fidelidad a este carisma tendremos la certeza de que estamos bien encaminados hacia un futuro mejor, que todos deseamos.


Hay mucho que agradecer. Hay, también, mucho que hacer. La nuestra es una vida de fe en el poder de Cristo de convertir nuestras debilidades en instrumentos de salvación. Muchas veces, un falso triunfalismo - producto quizás de aparentes éxitos apostólicos o una sobrevaloración de las técnicas modernas - nos hace olvidar que nuestra tarea es la de anunciar a Cristo y no a nosotros mismos. ?


Como todos los santos y santas de nuestra Orden, aprendamos que el verdadero triunfo es él de la Cruz de Cristo. En vano es nuestra presencia como Orden y como Familia si no haya una renovación continua de nuestras comunidades, de nuestra vida de oración, y de nuestra predicación según las necesidades del momento que vivimos. De esta manera, la Familia dominicana se prepara para entrar en el próximo milenio, haciendo que el Carisma de Santo Domingo de Guzmán vive y vibra en medio del mundo. El mundo es nuestro claustro.

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