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“Soy un Fraile predicador: ¡por eso escribo…!”

Crónica de fr Héctor Muñoz OP
(de la Provincia argentina de San Agustín)

Ya no soy un niño. Nací en 1935 e ingresé a la Orden de Predicadores en 1958.
Siempre me gustó escribir: crónicas de viajes realizados con mi familia, narrar algún acontecimiento que creía de importancia… Cuando tenía 19 años (y hasta los 21), fui crítico en la Revista “Buenos Aires musical”, comentando óperas y conciertos que se daban en la Capital argentina.

Pero fue en la Orden donde “aprendí a escribir, como un don y una obligación vocacional”. Me pregunté -muchas veces…- cómo llegar a aquellos que están lejos y a quienes mi voz no puede alcanzar; cómo hablar al oído de quienes nunca me han visto y entablar diálogo con aquellos con quienes yo jamás hubiera imaginado hablar.

En mi Noviciado (lo hice en Santiago de Chile), fr Generoso Ezcura OP tenía la responsabilidad de una modesta revista sobre el Rosario. Una vez me pidió una breve meditación sobre “el 3er Misterio de gozo”: ¡y escribí sobre la Navidad! Otra vez tocó adentrarme en temas desconocidos, haciendo un pantallazo a la Encíclica Mater et Magistra. Más adelante me animó a informar sobre los primeros balbuceos de la preparación del Concilio Vaticano II. Y seguí caminando… y escribiendo…

Pero fue recién en 1970, ya ordenado sacerdote, que vi nacer mi primer libro (del cual, después, me sentí bastante avergonzado, porque era la pobre labor de un principiante…). Fue escrito “en colaboración” con otros frailes.

Han pasado ya casi cuarenta años de ese hecho y, distintas Editoriales, me han hecho llegar, hasta hoy, a mi libro Nº 76. Y digo “hasta hoy”, porque en un par de semanas -si Dios quiere nacerá el Nº 77 y, porque hace unos días finalicé uno nuevo. Además, hay dos más, ya entregados a Editoriales, que están esperando su nacimiento, demorado sólo por motivos “técnicos”.

¿Por qué, desde esa fecha dedico muchas horas de mi semana a escribir? En primer lugar -y repitiendo lo que ya dije-, porque soy un predicador dominico, y tanto “la palabra hablada” como “la palabra escrita”, son la realidad a la que debo servir, como ministro de la Palabra viva del Dios vivo, que no es mudo y que nos ha hablado y nos habla, en la Iglesia y fuera de ella. Y, más allá de “servir a la Palabra”, debo partir el Pan de la Palabra a todo el que tenga hambre de ella.

No puedo conformarme con las cien o ciento cincuenta personas que me escuchen en una misa dominical, si bien en el ámbito litúrgico la Palabra de Dios y las palabras de los creyentes resuenan de un modo singularísimo y eficaz.

Charlando con editores de Argentina, les pregunté cómo hacían el seguimiento de un libro. Me respondieron que, según encuestas, cada libro editado era leído por tres personas. Por lo tanto, en una primera edición de tres mil ejemplares, mi voz llegaba a nueve mil personas (cosa difícil de lograr en un templo...). Si el libro tenía éxito y llegaba a cinco o seis ediciones, los lectores que “me habían visto y escuchado” llegaban a cincuenta mil personas, o más aún. En ese momento caí en cuenta de que no podía dejar pasar por alto esta oportunidad de llegar a mis hermanos, partiéndoles , repartiéndoles y compartiendo con ellos la Palabra de Dios.

¿Cuáles han sido mis temas más frecuentes? La Liturgia, la vida espiritual, lo que la Palabra de Dios hace con un hombre o una mujer para cambiarles la vida… También -como inclinación particular- he incursionado por el campo de la poesía y el cuento, para mostrarlos como instrumentos de los que Dios se sirve para hablar a los hombres y mujeres de nuestros días.

Es verdad que es de gran necesidad la existencia y el servicio que filósofos y teólogos “profesionales” puedan dar al mundo, como vocación de un dominico, dejando que la Palabra penetre la razón y provoque de ella respuestas de fe. Pero, no es ésta mi vocación particular… Lo mío es “narrar” la experiencia espiritual de hombres y mujeres que no tienen tan altas inquietudes ni capacidades (que tampoco tengo yo), pero que necesitan datos para creer, esperar y amar… La Voz de Dios y las voces de los hombres entran el diálogo y se debe producir un fruto.

Cuando pienso en los destinatarios de mis libros, apunto a los que participan en cualquier misa dominical de nuestras iglesias. No son ni tontos ni genios especulativos, sino sólo creyentes que necesitan alimentar su fe.

Y también me di cuenta, en la edición de mis libros, que hay una base común para los hombres y mujeres de cualquier parte del mundo. Varias de mis obras han aparecido en Colombia, México y Venezuela. Dos libros, en los Estados Unidos. Otros, en las Filipinas. Uno de ellos -que tuvo buen éxito en la Argentina, con varias ediciones- fue traducido al portugués (en dos versiones diferentes), para Portugal y Brasil, apareciendo también el mismo, en Edizione Paoline, de Italia. Seis, al polaco en la Editorial “Cor Unum”, de Polonia. Uno sobre los elementos del Ritual de “Iniciación cristiana para los adultos”, en la Editorial “Verdad y Vida”, que dirigía fr Alexander Kmielnitski OP, cuando estuve en Moscú entre 1996 y 1998. Por supuesto, fue “en ruso”. Meses más tarde aparecería, en español, editado por el “Centro de Pastoral litúrgica”, de Barcelona.

También sentí gran alegría porque una Editorial argentina me pidió que escribiera un libro testimonial sobre mis dos años y medio de experiencia en Rusia. Vio la luz del día, con un hermoso Prólogo del buen fr Timothy Radcliffe OP, que estuvo entre bambalinas gestando mi estadía en Rusia.

¿Qué me demostró esto? Que hay problemáticas comunes para todos los hombres, “de cualquier
raza, pueblo y nación”.

Y vaya una pequeña y graciosa anécdota. En una ocasión, envié uno de mis libros -“Oraciones para la Tercera edad”- al Rev. Louis Weil, buen amigo y presbítero anglicano de los Estados Unidos, que dominaba muy bien el español. En esa época vivía su madre, una texana anciana, muy simpática. Louis le leyó a su madre algunos capítulos, traduciéndoselos del español al inglés. Al término de dicha lectura, la anciana madre dijo a su hijo:

-Louis… ¡A las viejas de Argentina les pasa lo mismo que a las viejas de Texas!
No hay “lágrimas yanquis” ni “alegrías germanas”: hay dolor y gozo padecidos en todo el mundo
por todos los capaces de llorar y de reír…

Mi intento como “predicador con la palabra escrita” es: * llegar a muchos a quienes mi voz no llega * mostrarles la existencia de un Dios-Amor que no se desentiende de la vida de sus hijos * manifestar a todos que nuestro Dios se ha metido en la historia de los hombres para convertirla en Historia de Dios * gritar a los cuatro vientos, como servidor en la Iglesia y como dominico, que no ha desaparecido la misericordia, y que ella está enraizada en lo más íntimo del mensaje de salvación que hoy debemos predicar * probar que el Señor no habla a algunos y deja de hablar a otros, sino que su voz quiere resonar en todos los ámbitos y para todos los que necesitan de la compasión de Dios y de los hermanos.

Fue una experiencia interesante ir a dar cursos de varios días a sacerdote de muchas Diócesis de Argentina, en las que nunca había estado y a las que -a muchas de ellas- jamás volví. Cuando me presentaba, los sacerdotes presentes me decía: ¿Vos sos Muñoz…, “el de los libros”? Nunca me habían visto la cara, pero me había hecho presente en medio de ellos, por la predicación de mis libros.

Además de “los servicios” que mis escritos puedan brindar, son para mi vida personal, motivo de profunda alegría, al saber que -más allá de los años que pasan, inexorablemente- sigo siendo útil para los que necesitan palabras de consuelo y vida, más que de condenación y muerte, por el simple hecho de que Cristo venció a la Muerte y a “las muertes”.

Además de “libros”, he aprovechado para hacer conocido a Cristo-Palabra, por mis palabras: artículos en Revistas de espiritualidad y catequesis, de literatura y divulgación cristiana, no teniendo tampoco dificultad para escribir en Boletines parroquiales. Durante tres años, escribí “La columna de fray Héctor”, en un Boletín de Liturgia editado por un sacerdote diocesano de Buenos Aires.

Estas palabras mías quieren ser un testimonio que ofrezco , como muestra de los múltiples modos que “el ingenio de la caridad” de la Iglesia ofrece para hacer que lo oculto de la vida de Dios, se haga manifiesto para el mundo, con las palabras humanas que un predicador
usa en sus escritos (Fr Héctor Muñoz OP)

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