María Magdalena llegó al sepulcro
«María Magdalena llegó al sepulcro» y buscaba a Nuestro Señor Jesucristo y «se acercó y miró adentro. Vio a dos ángeles» al lado del sepulcro, y «ellos dijeron: “Mujer, ¿a quién buscas?” —“A Jesús de Nazareth”. —“Ha resucitado, no está aquí”». Y ella se calló y no les contestó «y miró hacia atrás y hacia adelante y por encima del hombro y vio a Jesús y Él dijo: “Mujer ¿a quién estás buscando?” —“Oh señor, si lo has llevado, muéstrame dónde lo has puesto, lo quiero sacar de ahí”. Y Él dijo: “¡María!”» Y como ella a menudo había oído que Él pronunciara esta palabra con gran ternura, lo reconoció y se echó a sus pies y quiso tocarlo. Y Él dio un paso hacia atrás «y dijo: “¡No me toques! Aún no he llegado a mi Padre”» (Cfr. Juan 20, 1 y
¿Por qué dijo: «Aún no he llegado a mi Padre»? ¡Si nunca se alejó del Padre! Él quiso decir: «Todavía no he resucitado de veras dentro de ti»… ¿Por qué dijo ella: «Muéstrame adónde lo has llevado; lo sacaré de ahí»? Si él lo hubiera llevado a la casa del juez ¿ella lo habría retirado también de allí? «Ah sí», dijo un maestro, «ella lo habría retirado del castillo del juez».
Ahora se podría preguntar por qué ella se acercaba tanto siendo mujer, mientras los varones —uno que amaba a Dios y el otro que era amado por Dios— sentían miedo. Y aquel maestro dice: «La razón era que ella no podía perder nada porque se había entregado a Él; y como era suya, no sentía miedo». Es como si yo hubiera regalado mi capote a una persona y alguien quisiera quitárselo, entonces no sería obligación mía impedírselo ya que pertenecía a quien se lo había dado, según he afirmado varias veces. Ella no sintió miedo por tres razones: primero, porque pertenecía a Él. Segundo, porque se hallaba muy alejada de la puerta de los sentidos y estaba ensimismada. Tercero, porque su corazón estaba junto a Él. Su corazón se hallaba donde estaba Él. Por eso, no tuvo miedo… La segunda razón por la cual ella se hallaba tan cerca — explica el maestro— era la siguiente: ella anhelaba que vinieran a matarla para que su alma —ya que no podía encontrar a Dios con vida en ninguna parte— hallara a Dios en algún lugar… La tercera razón por la cual estaba tan cerca, era esta: como ella sabía bien que nadie podía ir al cielo antes de que Él mismo hubiera ascendido, y como su alma debía tener algún sostén, entonces, si hubieran venido a matarla, habrían cumplido su deseo para que su alma se hallara en el sepulcro y su cuerpo cerca de la tumba: es decir su alma adentro y su cuerpo al lado; porque abrigaba la esperanza de que Dios [= la divinidad de Cristo] hubiera atravesado la humanidad [de Cristo] y que de esa manera algo divino hubiera permanecido en el sepulcro. Es como si yo hubiera tenido una manzana en la mano durante algún tiempo; cuando yo soltara [la fruta], algo de ella —tanto como un aroma— perduraría en [la mano]. Así abrigaba ella la esperanza de que algo divino hubiera permanecido en la tumba… La cuarta razón por la cual se hallaba muy cerca del sepulcro era la siguiente: como ella dos veces había perdido a Dios, vivo en la cruz y muerto en el sepulcro, temía que si ella se alejara del sepulcro, perdería también la tumba. Pues, si hubiera perdido la tumba, ya no tendría absolutamente nada.
Ahora se podría preguntar por qué estaba parada y no se sentaba. Si hubiera estado cerca de Él lo mismo sentada que parada. Hay quienes piensan que si estuvieran en un campo llano extenso, donde no existiese nada para estorbar la vista, ellos verían tan lejos sentados como parados. Pero, las cosas no son como se imaginan. María estaba de pie para poder mirar más lejos en torno suyo por si hubiese acaso un arbusto por debajo del cual estuviera escondido Dios para que ella lo buscara allí… Por otra parte, interiormente estaba tan orientada, con todas sus potencias, hacia Dios, que exteriormente permanecía de pie… En tercer lugar: ella se hallaba enteramente invadida por el dolor. Pues bien, hay personas que, cuando se les muere su querido superior, se sienten invadidos por el dolor de modo que no son capaces de mantenerse de pie y les hace falta sentarse. Pero como su dolor se refería a Dios y se fundaba en la constancia, ella no necesitaba sentarse… En cuarto término, estaba de pie para poder aprehender a Dios con mayor rapidez en caso de que lo viera. Algunas veces he dicho que el hombre, estando de pie, es más susceptible de Dios. Mas ahora digo otra cosa: Uno, cuando está sentado con verdadera humildad, recibe más que cuando está de pie, así como dije anteayer que el cielo no puede operar sino en el fondo de la tierra. Así también Dios no puede obrar sino en el fondo de la humildad; pues, cuanto más hondo en la humildad, tanto más susceptible de Dios. Dicen nuestros maestros: Si alguien tomara una copa y la colocara por debajo de la tierra, aquélla podría recibir más que si se hallara sobre la tierra; aun cuando fuera tan poco que uno apenas lo percibiera, sin embargo, algo sería. Cuanto más es hundido el hombre en el fondo de la verdadera humildad, tanto más se hunde en el fondo del ser divino.
Un maestro dice: Señor ¿qué es lo que has pensado al eludir por tanto tiempo a esa mujer; cuál era su culpa o qué hizo? Desde aquella vez que tú le perdonaras sus pecados, no hizo nada sino amarte (Lucas 7, 47). Mas si hubiera hecho algo, perdónaselo en tu bondad… Si ella amaba tu cuerpo, sabía, sin embargo, muy bien que la divinidad se hallaba presente. Señor, apelo a tu verdad divina, de que le dijiste que nunca le serías quitado. Tienes razón porque nunca abandonaste su corazón y dijiste: «A quien te ama, lo amarás a tu vez, y te revelarás a quien se levanta temprano» (Prov. 8, 17). Pues bien, San Gregorio dice: Si Cristo hubiera sido mortal y si hubiera tenido que rehuirla tanto tiempo, se le habría destrozado completamente el corazón.
Ahora se plantea el interrogante de ¿por qué ella no vio al Señor cuando se hallaba tan cerca de ella? Acaso podría ser que el llanto hubiera perturbado su vista de modo que no podía verlo con suficiente rapidez. Segundo: que el amor la había cegado de manera que no creía que Él se encontrara tan cerca de ella. Tercero: ella miraba continuamente hacia más allá de donde Él se encontraba; por eso no lo vio. Buscaba un cadáver y encontró ángeles vivos. Un «ángel» significa lo mismo que un «mensajero», y un «mensajero» lo mismo que «alguien que ha sido enviado». Así notamos que el Hijo ha sido enviado y el Espíritu Santo también; mas ellos son iguales. Es, empero, la cualidad de Dios —como dice un maestro— que nada se le iguala. Ella buscaba lo que era igual y encontró lo desigual: «Uno a la cabecera, otro a los pies» (Juan 20, 12). Mas, el maestro dice: El ser uno es la cualidad de Dios. Como ella buscaba allí a uno y encontró a dos no hubo consuelo para ella, según he dicho varias veces. Nuestro Señor dice: «En esto consiste la vida eterna, en que conozcan a ti, un solo Dios verdadero» (Juan 17, 3).
Que Dios nos ayude para que lo busquemos así y lo encontremos también. Amén.
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