Primado del Obispo de Roma: prosigue el diálogo católico-ortodoxo
Ofrecemos nuestra traducción de una entrevista al sacerdote dominico Charles Morerod, secretario de la Comisión Teológica Internacional y miembro de la Comisión para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, en la que se refiere al importante tema que se seguirá tratando en la próxima sesión: el primado del Obispo de Roma.
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Próxima reunión en Viena. Los miembros de la Comisión internacional conjunta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa se han dado cita en la capital austríaca, el próximo 20 de septiembre, para continuar la reflexión común sobre el tema que desde hace siglos representa una piedra de tropiezo en las relaciones entre catolicismo y ortodoxia: el primado universal del obispo de Roma.
La base de la discusión es el documento titulado “El rol del obispo de Roma en la comunión de la Iglesia en el primer milenio”, que ya ha estado en el centro de la precedente sesión plenaria de la Comisión mixta, desarrollada en Chipre en el pasado octubre. El texto, filtrado por los medios en los últimos meses, representa sólo un borrador de trabajo. Los nudos aún deben desatarse.
30Giorni los ha considerado en conversación con el dominico Charles Morerod, secretario general de la Comisión Teológica Internacional, rector de la Pontificia Universidad Santo Tomás y, desde el 2005, miembro de la Comisión mixta de diálogo teológico con los ortodoxos.
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¿Cuál es, en términos generales, la hoja de ruta que se sigue en vuestros trabajos? ¿Y cuáles son los pasos de acercamiento a la meta?
El primer paso, concretado en el documento firmado en Rávena tres años atrás, es verificar si existe a nivel teórico una definición de primado universal que pueda ser acogido también por los sínodos ortodoxos. Ellos habitualmente reconocen que el obispo de Roma es primus inter pares. El documento de Rávena ha hecho emerger un consenso notable sobre el sentido en que los obispos son pares, mostrando que no lo son desde todo punto de vista, tampoco dentro de las Iglesias ortodoxas. A nivel regional o “patriarcal” algunos obispos tienen un rol más importante, un primado, aún si sacramentalmente todos son igualmente obispos. A partir del encuentro realizado el pasado septiembre en Chipre, se busca verificar si este camino puede servir para entender conjuntamente el rol del obispo de Roma. En la práctica, se trata de ver si y cómo se puede aplicar a nivel universal lo que ya ha sido dicho sobre un cierto “primado” regional. Y se procede en este intento confrontando con los datos históricos y con las consideraciones teológicas registradas y surgidas en el primer milenio, durante el período anterior al cisma.
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En la práctica, el principio es claro: mirar a lo precedente y reactualizarlo en los nuevos contextos. ¿Y qué surge, en los rasgos iniciales?
Surge que en Oriente y Occidente hay, ya en el primer milenio, comprensiones diversas del rol del obispo de Roma. En el plano de los hechos, en aquel tiempo, se registra un consenso claro sobre una serie de puntos: Roma es reconocida como Prima Sedes, y la Sede Romana es percibida como una referencia para la solución de los conflictos. Todos ven que, en algunos momentos, el obispo de Roma ha intervenido de modo muy decisivo, por ejemplo con el así llamado Tomus Leonis del Papa León I al patriarca de Constantinopla, en el 449 (que abrió el camino a la definición cristológica del Concilio de Calcedonia en el 451). Es cierto que los obispos de Oriente y Occidente están en desacuerdo sobre el significado que debe atribuirse a tales intervenciones. Y esto se ve ya en el Concilio de Calcedonia: el Papa no aprueba el canon 28 del Concilio - el que define la jurisdicción de Constantinopla como Nueva Roma -, aceptado de inmediato por los griegos. Sin embargo, las diferencias no llegaban, de todos modos, a romper la comunión. Nosotros, en primer lugar, debemos examinar si tal perspectiva – la de una diversidad que no llega a romper la comunión sacramental – puede ser tomada como modelo para reencontrar hoy la unidad plena.
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“Donde está la Eucaristía, está la Iglesia”, decía el teólogo ruso Nicolai Afanasieff. Los ortodoxos repiten que, para afrontar correctamente la controversia sobre el primado, es necesario primero reconocer que toda Iglesia particular que se reúne en torno al propio obispo para celebrar válidamente la Eucaristía, es Iglesia en sentido pleno. Pero de parte católica, ¿hay tal vez un rechazo de este criterio?
Ciertamente, donde está la Eucaristía, está la Iglesia. Pero, desde el punto de vista católico, falta algo a la comunión cuando no hay plena comunión con el obispo de Roma. El Concilio Vaticano II dice: “Uno es constituido miembro del Cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio” (Constitución Lumen gentium, § 22). Uno se convierte en obispo con la ordenación episcopal, no con el nombramiento papal: la dimensión sacramental es la más fundamental y la única indispensable. Pero sin comunión con el obispo de Roma, la inserción del obispo en el colegio episcopal – y, por lo tanto, su rol en la Iglesia universal – es incompleta.
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El documento señala que la creciente insistencia de la Sede romana en definir el propio primado en virtud del vínculo propio con san Pedro, que vivió, murió y fue sepultado en la Urbe, nunca fue compartida, pero al inicio tampoco fue explícitamente rechazada o refutada por las Iglesias de Oriente. Se repite que allí prevalecía la concepción según la cual todos los obispos son sucesores de Pedro, y participan de su primado en la medida en que ejercen el propio ministerio en la fe común de los apóstoles. ¿Pero es correcto decir que esta concepción es extraña a la doctrina católica?
Los ortodoxos reconocen que el Papa es el obispo de una Iglesia fundada por Pedro, y esto es importante para ellos. Reconocen también que el obispo de la Iglesia petrina de Roma es superior por rol al patriarca de Antioquia, a pesar de que aquella Iglesia fue fundada por Pedro antes que la Iglesia de Roma. Pero ven el rol de la Iglesia de Roma más bien a la luz del rol político de la ciudad en el Imperio romano: por el mismo motivo justifican el rol de Constantinopla, si bien añadiendo la referencia a la figura de san Andrés (por lo tanto, mantienen al mismo tiempo la importancia de la ciudad y el papel de un apóstol). Para los católicos, el vínculo entre los dos aspectos se articula de otro modo. El obispo de Roma tiene un primado porque es de un modo único el sucesor del príncipe de los apóstoles, cuya figura es única entre los apóstoles en el Nuevo Testamento. La importancia política de Roma en el siglo I es probablemente el motivo por el cual Pedro y Pablo han venido, pero no es el motivo del rol actual del obispo de Roma entre todos los obispos.
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El obispo ruso Hilarión, en un discurso del 2004, cita a Simeón de Tesalónica: “Que el Papa demuestre sólo que es fiel a la fe de Pedro, y de los sucesores de Pedro; en tal caso, que tenga también todas las prerrogativas de Pedro, que sea el primero, la cabeza y el pontífice de todos”. ¿Pero esto no es válido también desde el punto de vista católico?
Esto vale para todos los cristianos, y sobre esto de algún modo estamos todos de acuerdo. El punto de partida de la fe de todo cristiano no es el hecho de estar con el Papa. El punto de partida es el encuentro con Jesús, como escribe Benedicto XVI al inicio de la encíclica Spe salvi. Y todo cristiano, si es realmente tal, no hace más que permanecer en la misma fe de Pedro y de los apóstoles. Pero como católicos se puede agregar una pregunta: ¿cómo saber si se comparte la misma fe de los apóstoles? Hay criterios “experimentales”, como el de verificar la correspondencia entre lo que alguien dice hoy y lo que está escrito en el Nuevo Testamento, o lo que decían los primeros Concilios, los Padres de la Iglesia, y así sucesivamente. Pero a veces tal correspondencia es objeto de discusión. Precisamente en tales casos, los católicos consideran que estar con el Papa es “una gran fortuna y consolación”, como dijo Pablo VI.
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¿Cuándo lo dijo?
El 22 de enero de 1964, precisamente durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos: “si vosotros tenéis la inteligencia de este gran problema de la recomposición de los cristianos en la unidad querida por Cristo, si tenéis la percepción de su importancia y de su maduración histórica, sentiréis subir desde las profundidades de vuestra alma un maravilloso y preciso testimonio de aquella seguridad católica, que os dirá interiormente: yo ya estoy en la unidad querida por Cristo, ya estoy dentro de su redil, porque soy católico, porque estoy con Pedro. Es una gran fortuna, es una gran consolación; católicos, sabed gozarla. Fieles, tened conciencia de esta privilegiada posición, ciertamente debida no al mérito de uno sino a la bondad de Dios, que nos ha llamado a un destino tan feliz”.
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Hilarión, en el mismo discurso, hacía notar que precisamente la unidad sustancial de fe custodiada por las Iglesias ortodoxas, en ausencia de una estructura jurídica piramidal, hace todavía más evidente que tal unidad es un milagro del Señor.
Es bello ver la permanencia de la fe como ocurre en la Iglesia ortodoxa. Pero no se puede decir que las ortodoxas sean Iglesias sin estructura. Esto tal vez lo pueden decir los pentecostales, no los ortodoxos, que tienen una estructura muy robusta que mantienen como tal desde hace siglos. Por otro lado, tampoco la Iglesia católica justifica su permanencia en razón de la propia estructura. Nadie puede creer que la fuente de la unidad es el “poder central” del Papa. En realidad, también los católicos podemos decir lo que pueden decir los ortodoxos sobre la estructura y sobre el aspecto milagroso de la transmisión de la fe en la Iglesia a través de los siglos. No sirve contraponer dialécticamente las estructuras y los milagros obrados por el Espíritu Santo. Y, en cambio, es esencial reconocer que ninguna autoridad en la Iglesia se auto-establece. La Iglesia misma no se auto-establece. No la establecen en la historia ni siquiera los apóstoles, en virtud de su testimonio. Ella comienza con los apóstoles porque ellos han visto a Cristo, lo han encontrado y han vivido con Él resucitado.
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Siempre Hilarión (y con él, los ortodoxos) sostiene que la infalibilidad, como fue formulada por el Concilio Vaticano I, pone al Papa sobre la Iglesia. Con la infalibilidad, los actos papales se consideran como actos inmodificables “a causa de la autoridad propia e independientemente de la aprobación eclesial”. ¿Realmente es así?
Entiendo por qué se expresa así: se refiere al Concilio Vaticano I, según el cual una definición del Papa – cuando habla infaliblemente – es válida por autoridad propia y no a causa del consenso de la Iglesia. Pero cuando esto ocurre, el Papa se limita a expresar de este modo la fe de la Iglesia. Y esta fe nunca es el resultado de un sondeo de opiniones para hacer prevalecer la mayoría. Tampoco los ortodoxos, cuando hagan su Concilio Panortodoxo, pretenderán hacer coincidir la fe con la opinión de la mayoría. Expresiones muy claras y comprensibles sobre este punto han sido escritas en el documento sobre el don de la autoridad, elaborado por la Comisión de diálogo entre católicos y anglicanos en 1998.
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Nada menos.
En ese documento está escrito que “toda definición solemne pronunciada por la cátedra de Pedro en la Iglesia de Pedro y Pablo puede expresar sólo la fe de la Iglesia”. Se reconoce que “el obispo de Roma en determinadas circunstancias tiene el deber de discernir y de hacer explícita la fe de todos los bautizados en comunión, y sólo esta”, y que este específico ministerio suyo de primado universal es un “don” que debería ser “acogido por todas las Iglesias”.
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Diversos sectores de la ortodoxia todavía representan el ejercicio histórico del primado del obispo de Roma como una forma de dominio. Pero un primado ejercido como dominio, ¿sería justificable según la doctrina y el criterio católicos?
El primado, como cualquier autoridad en la Iglesia, no puede ser interpretado y ejercido sino según el criterio de la caritas, que se expresa también en forma jurídica. Para santo Tomás de Aquino, las virtudes son como reasumidas en la caridad, la única virtud que permanece en el cielo. Y el primado, por su naturaleza intrínseca, debe ser ejercitado según la caritas. El título de Servus servorum Dei asumido por el Papa Gregorio Magno expresa esto. No se trata de una definición ritual, circunstancial, de cortesía ecuménica. El Papa sirve porque ama. Y esto se ve cada vez más, en las actuales circunstancias históricas. Si en el pasado el papado tenía un prestigio y un poder social evidentes, hoy está sobre todo expuesto a las críticas.
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En las reflexiones sobre el ecumenismo se cita con frecuencia la así llamada “fórmula Ratzinger”: en lo que respecta al primado del Papa, Roma debe exigir de las Iglesias ortodoxas nada más que aquello que en el primer milenio fue establecido y vivido. ¿Y qué sucede con las definiciones dogmáticas surgidas en el segundo milenio?
Los dogmas definidos por la Iglesia católica durante el segundo milenio los reconocemos como parte de la fe. Y no se puede imaginar una comunidad en plena comunión en la cual algunos creen que la Asunción y la Inmaculada Concepción de María forman parte de la fe, y otros no. Obviamente, lo que causa problema es, sobre todo, la definición sobre la infalibilidad del sucesor de Pedro. Pero si el diálogo teológico prosigue, se hablará también de esto.
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¿Qué camino es mejor tomar, en este punto controvertido, para no quedar estancados?
El documento del diálogo católico-anglicano que cité reconoce que el obispo de Roma, en particulares circunstancias, puede expresar también por sí solo la fe de toda la Iglesia y reconoce esta posibilidad como un don que todas las Iglesias deberían acoger. A los ortodoxos, como punto de partida, sería necesario mostrarles que precisamente el Concilio Vaticano I ha sido un paso importancia hacia una correcta recepción de la infalibilidad, limitando drásticamente su ámbito de aplicación. Antes algunos pensaban que el Papa era infalible en muchos de sus pronunciamientos.
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¿Y para otras definiciones dogmáticas?
También en esto puede ayudar la confrontación con la situación del primer milenio, cuando había diferencias e incluso tensiones entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente, que sin embargo no llevaban a la división. Es necesario reconocer que hay modos diversos de expresar la misma fe apostólica. Tomemos el ejemplo del Filioque: también el Papa ha dicho a veces el Credo sin el Filioque, lo mismo hacen los católicos de rito latino en Grecia desde hace algunos décadas y los católicos de rito griego de la Italia meridional, según una práctica reconocida por el Papa Benedicto XIV en 1742. Esto quiere decir que la misma fe trinitaria se puede confesar con o sin Filioque. Y que, por lo tanto, la adición del Filioque no comporta una ruptura de la comunión en la fe confesada conjuntamente.
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A propósito de Benedicto XVI, está quien tiende a subrayar una particular simpatía y atención por parte ortodoxa hacia Benedicto XVI. ¿Puede confirmarlo?
También yo lo he notado, encontrando a representantes de diversas Iglesias ortodoxas. Tienen gran estima por él, también tal vez porque ven en él una figura de tipo monástico, y todos los obispos ortodoxos son monjes. Además, entre los otros cristianos está difundida la idea errónea de que, para los católicos, el Papa es todo. Si el Papa no se pone a sí mismo delante, si repite sólo aquello que ha recibido, si permanece un poco escondido detrás de su ministerio, esto de por sí ayuda al ecumenismo. Un Papa que, ejerciendo el propio ministerio, pone “lo menos posible” de lo suyo y se concentra en lo esencial, está destinado a agradar más a los ortodoxos.
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Fuente: 30Giorni
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