Texto de la conferencia que el Maestro de la Orden pronunció en la reunión del Consejo interprovincial de USA celebrado el 30 de junio de 1982 en Providence College
F. Vincent de Couesnongle, O.P.
En mi primera carta a la orden, yo abría el siguiente interrogante:¿ Quién, entre nosotros, realmente ora?". La respuesta que cada dominico le haya dado, permanece en el secreto de Dios. A cada uno le toca formulárselo. Personalmente, creo que un cierto número de hermanos experimentan hoy un verdadero deseo, una verdadera sed de oración y de contemplación, y lo prueban todos aquellos que un poco por todas partes me preguntan qué ha sido de aquella carta que hace tiempo anunciara sobre este tema. Hay también dominicos que no conocen quizá ese deseo punzante, pero que sienten de un modo confuso que alguna cosa importante falta en sus vidas. Y se reguntan qué han de hacer. Se escucha con frecuencia: "Yo no tengo tiempo", o también, "No se me ha enseñado a orar en el noviciado".
Yo partiré,pues,de tres valores o elementos característicos de nuestra vida que santo Domingo estableció él mismo el día en que dispersó a los primeros frailes. A la pregunta que le dirigieran éstos: ¿ "Qué vamos a hacer a París, a Bolonia, a Roma?", él les respondió: "Predicar, estudiar, fundar conventos". Y sabemos que para él la predicación
debe proceder de la abundancia de la contemplación. Como esa relación viviente a Dios se imprima en lo concreto de la vida, podremos hablar de la "dimensión contemplativa de nuestra vida dominicana". Concluiremos con algunas consideraciones sobre el "ritmo de la oración".
Predicar
Se podría decir asimismo que, para predicar, debemos poseer una doble contemplación : la contemplación de la calle, que nos hace entrar en comunión con la mirada siempre actual del Cristo "que tiene compasión de la multitud,, y la contemplación de "Jesús en el misterio de su amor. Pero¿ sabemos pasar dé la una a la otra? . 0 más bien, ¿ sabemos hacer de esa doble contemplación una sola y misma mirada?.. Cuántos entre nosotros saben "rezar su periódico"?
Y sin embargo, cuando nos oyen hablar en una iglesia, en una reunión bíblica, en una reunión carismática, en la cátedra de una Universidad, raros son los oyentes que se equivocan. Saben distinguir pronto al predicador que habla del Amigo con quien vive sin cesar, del predicador que habla de él como de un extraño a quien quiere hacer pasar por un familiar. El primero sabe hablar de Dios porque está habituado a hablar con Dios. Y se comprende fácilmente que del Padre de los Predicadores se diga que él no hablaba sino a Dios o de Dios. Las dos cosas eran inseparables para él.
Si quiere ser un auténtico testigo del Evangelio, el fraile predicador debe ser ante todo un "orante". Entonces se encontrará con el Señor no solamente durante la preparación de sus sermones y conferencias, sino en el mismo momento de hablar. Su palabra le remitirá entonces, como reacción, a un nuevo encuentro con su Señor, más profundamente quizá que aquél que le ha precedido. Y así sucesivamente. Porque no hay que interpretar en un solo sentido y de modo demasiado material el célebre texto de santo Tomás: "contemplar y transmitir lo contemplado".
La contemplación no debe sólo preceder a la predicación. El anuncio del mensaje vivifica y enriquece, si sabemos estar atentos, nuestra relación vivida con Dios.¡Dichosos los que en la Orden tienen la misión de predicar la fe! Puede resultarles más fácil que a otros ser verdaderos contemplativos según santo Domingo. Ya no vivimos más en cristiandad. El mundo que habitan los hombres, las mujeres y los jóvenes con que nos encontramos viven en un mundo "post-cristiano", una manera recatada de decir que es abiertamente "anticristiano", dado que de hecho, ya no tiene nada de cristiano: negar una persona es referirse a ella; no decir nada, es lo peor.
Esa neutralidad asfixiante no procede únicamente de la ignorancia o de la malicia de los hombres. Con la ciencia, la técnica, las ciencias humanas, el progreso de la historia, las ideologías de toda clase, el mundo ha conquistado su autonomía y se desenvuelve cada día en su esfera. Secularizado de hecho, el mundo ya no remite a Dios.
Nuestros frailes trabajan cada vez más en sectores puramente profanos. Se ven tentados a veces a pensar que son predicadores "de segunda clase" puesto que el compromiso apostólico que les es propio -ellos se encuentran allí por cumplir con su deber de dominicos -no les permite encontrar directamente a Dios ni hablar directamente del
Evangelio. Y no obstante ellos anuncian también una parte absolutamente indispensable del Evangelio, pues el Evangelio o es integral, o no existe. De la primera a la última página de la Biblia, en efecto,la Escritura ordena librar al hombre de las injusticias que le impiden vivir, y explotar la tierra y los talentos que Dios le ha dado para descubrir la Verdad.
El peligro presente es especialmente el secularizarse en el pensamiento y en el corazón. Lo que hace falta entonces, es poseer una visión del mundo suficientemente amplia para no reducir las exigencias evangélicas a un intimismo demasiado fácil con Dios ("Jesús y yo en un frasco", se ha dicho) y a relaciones interpersonales más sentimentales que constructivas con sus semejantes. Es en esa "visión sapiencial" que todo objeto, toda investigación, todo descubrimiento encuentra su lugar en el designio de Dios sobre el universo del que Cristo es la piedra angular.
por librar a la humanidad de los sortilegios del mundo presente. La misericordia, compasión activa, nos emparenta con santo Domingo Como en él, ésta debe suscitar en nosotros la oración. Un sacerdote que he conocido y que era párroco en una parroquia rural completamente descristianizada recordó muy bien lo que puede -y debe -tener lugar en un corazón apostólico frente al mundo post-cristiano: "Con los ojos fijos sobre la Eucaristía donde se expresa y se construye la Iglesia, debemos aceptar que la gente de que somos responsables permanezca mucho tiempo (siempre, quizá) en camino, sin llegar jamás; pero cuidadosos de proponerles siempre que caminen y sin poder siquiera decirles la meta".
Conocí a dos dominicos que consagraron su vida a la "investigación pura", uno en economía, otro en ciencias naturales. Ambos han sido verdaderos contemplativos. Me acuerdo en particular de una homilía, sobre el Rosario, muy sencilla pero muy vivida que uno de ellos pronunció el día de esta fiesta. No era un "funcionario", sino un hombre de fe.
De noche: "Dios mío, Misericordia mía, ¿ qué será de los pecadores?". De día, a sus compañeros itinerantes, les exhortaba saludablemente al perdón: "Vayan más adelante, guardemos silencio, y pensemos en nuestro Salvador".
Santo Domingo nos enseña así lo que es la "oración de petición por la liberación de los pecadores, de los pobres y de los afligidos". He aquí otra vía que, partiendo de las necesidades espirituales y materiales, sociales y personales de los hombres nos incita a reunirnos con santo Domingo a los pies de Cristo en la Cruz que tantas veces pintara fray Angélico.
Estudiar
Mi propósito no es decirles que es menester estudiar. Tampoco les pregunto cuántas horas consagran por semana a un estudio verdaderamente serio. Quisiera solamente mostrarles cómo en la Orden el trabajo intelectual nos abre a la oración y a la contemplación.
Las Constituciones, cuando quieren situar nuestro estudio en el conjunto de nuestra vida religiosa, comienzan por estas palabras: "El estudio asiduo nutre la contemplación" (LCO. n.83) t Cómo debe ser hoy nuestro estudio para que resulte así?.
En tal caso, el riesgo de caer en un cierto "fundamentalismo" no es quimérico. No confundamos la oración con cualquier clase de repeticiones de fórmulas. Nuestra predicación corre entonces el riesgo de resultar demasiado fácil. No presenta a los fieles que tienen hambre de verdad lo que ellos tienen derecho de esperar de nosotros.
Nuestra lectura bíblica, ¿no es quizá con demasiada frecuencia una lectura ocasional o de circunstancias? Sin embargo, según el texto citado de las Constituciones, es el estudio asiduo el que nutre la contemplación. Cuando tenemos que preparar un sermón, L no nos sucede alguna vez buscar a la ligera algunos textos en que apoyar, con frecuencia artificialmente, lo que queremos decir? Como decía un profesor de teología de otros tiempos: "Una vez que ya he demostrado mi tesis, abro mi Biblia y espolvoreo mi texto con citas". Si la Escritura debe encontrarse en el corazón de nuestra vida intelectual como dominicos -pues es la salvación lo que anunciamos -un estudio ocasional no puede bastar. Debemos llevar a cabo un estudio sistemático, profundo, perseverante. El Padre Aniceto Fernández, me acuerdo, insistía mucho sobre la importancia del oficio de lecturas, porque nos hace releer y meditar cada día los textos sagrados. Además es necesario prolongar esa lectura con un verdadero estudio. Los programas de formación permanente deben reservarle un lugar de primordial importancia.
Pero el estudio del dominico no se detiene en la Biblia, no obstante la importancia que tiene su papel de inspiración.
Es conocida la antífona de la fiesta de san Alberto Magno, sacada de sus obras: "La teología está más cerca de la oración que del estudio". En otras palabras, es más contemplativa que especulativa. Algunos dirán que al hablar así san Alberto parece aproximarse más a san Buenaventura que a Santo Tomás. Puede ser. Pero en todo caso, es un modo feliz de subrayar la dimensión contemplativa que debe hallarse impresa en toda reflexión teológica.
¿Qué hay hoy de todo ello?
Lejos de mí la idea de juzgar o de condenar a priori los esfuerzos de muchos de los teólogos actuales. Su tarea es tremenda, dado que una especialización a ultranza no puede dar, en el campo de cualquier realidad -y eso vale también para una reflexión sobre el Misterio de Dios -más que "flashes" muy diversos e inconexos. La enseñanzade la teología como la de la filosofía se reduce, con demasiada frecuencia, a una acumulación de estudios fragmentarios. Muy escasos son los teólogos que osan presentar un conjunto que mereciera hoy ser llamado "una teología".
Todo esto se explica por el período de transición en que nos encontramos. Dios quiera que se prepare un porvenir que asegure, quizá mejor que antes, la dimensión contemplativa del estudio dominicano y de toda nuestra vida.
Me dirán quizá que hablando como lo he hecho a propósito del estudio, he escogido la parte más hermosa: "Lo que dice vale para aquellos que tienen un trabajo propiamente pastoral,que anuncian la fe y el Evangelio. Pero,¿y los otros, los que trabajan por la justicia, los que enseñan las ciencias profanas en la Orden o fuera de ella, los sacerdotes obreros, los sacerdotes profesionales, etc. ?,,.Responderé insistiendo en que todo compromiso apostólico, por más secularizado que sea, exige una parte de estudio propiamente eclesial. Si no fuera así, la asfixia espiritual nos acecharía. La experiencia de cada uno de nosotros lo demuestra suficientemente.
Creen que hay que trabajar así. De donde se sigue una vida desequilibrada.Será necesario que vuelva a encontrar el equilibrio insistiendo más sobre el platillo de un estudio a la vez serio y orante. Volveré otra vez sobre este problema al hablar del "ritmo de la oración".
Conozco hermanos que luchan con éxito para lograr este equilibrio. Conozco también a los que tienen compromisos que no pueden ser más profanos, y en ambientes extremadamente secularizados. Ellos encuentran el modo de predicar en ciertas circunstancias o en ciertos momentos, por ejemplo durante las vacaciones. Es para ellos un verdadero baño de rejuvenecimiento espiritual. Y junto a la cabecera de sus lechos se encuentran libros que los nutren espiritualmente y en profundidad.
Fundar conventos
Es éste uno de los aspectos de la vida religiosa del que más se ha hablado desde hace veinte años. Yo no conozco bastante cuanto haya al respecto en vuestras Provincias. Pero si contemplo el conjunto de la Orden, constato muchos esfuerzos y progresos en ese sentido. En general me parecen ser con todo bastante modestos, cuando lo comparo con lo que dicen ciertos generales religiosos en roma.
¿No encontraríamos en este punto más dificultades que los otros religiosos? Sin duda que el individualismo es una tara que todos experimentan hoy. Antaño el tipo de vida común estaba muy organizado, con estructuras que era difícil eludir. En la hora actual, por todas partes las personas tienen mayor libertad, son más abiertas y más espontáneas. Lo mismo sucede entre nosotros. Añadamos que el espíritu, la mentalidad, la formación dominicanas desarrollan -es uno de los aspectos de nuestro carisma -los gérmenes de originalidad de cada uno, por tanto la personalidad. De lo que se sigue el riesgo de ver acrecentarse el individualismo y la no-participación, que es el enemigo número uno de toda vida comunitaria.
No existe vida comunitaria sin las cuatro condiciones consabidas:
1) Ante todo nuestras relaciones fraternales deben poner en tela de juicio lo que afecta a nuestra vida personal, nuestras preocupaciones, lo que nos interesa -dado que con facilidad permanecemos superficiales en este dominio.
2) No hay vida común sin relaciones interpersonales e intercambios profundos. A veces me pregunto: ¿no somos con facilidad reservados, en el sentido peyorativo del término?.¿ No ocultamos espontáneamente lo que somos, lo que pensamos, lo que vivimos en nosotros mismos? Si existen tiempos y lugares que puedan facilitar los intercambios -y los superiores deben vigilar sobre esto -¿no practicamos el arte de evitarlos?; nos encastillamos, recluimos y evitamos las preguntas comprometedoras.
3) No hay vida comunitaria sin participación: sin abrirse a los demás, sin entrega, sin exponerse, sin correr riesgos.
4) Por fin, no hay vida común sin participación en la vida y la marcha de la comunidad, y esto es tanto más exigente cuanto que ella se encuentra en constante evolución. Cada uno debe sentirse responsable. Escuchar, acoger y comprender aun aquello que a primera vista nos contraría. Exponerse al peligro...
Al hablar como acabo de hacerlo, no olvido mi propósito: poner de relieve la "dimensión contemplativa" de nuestra vida comunitaria. Pero ella depende del material humano, tan complejo en este caso y de tal modo decisivo para la edificación de una persona y de una comunidad. El aspecto místico se injerta en la realidad humana, y tan humana
en este caso..., que es, sin duda, el caso extremo.
Ahora bien, esta mística la encontramos en el Evangelio con la enseñanza y el ejemplo de Cristo. Las exigencias cotidianas de la vida común son demasiado fuertes, exigen demasiados esfuerzos de nuestra parte para que no posean la gracia de poder abrirnos al Evangelio y a la oración, si al menos no lo obstaculizamos.
Es pues la persona y la vida de Cristo -el ejemplo "de su más grande amor" -lo que ofrece cuanto la vida común espera de nosotros. Sería interesante revisar a la luz del Evangelio y aun del sólo sermón de la montaña las discusiones de uno de nuestros capítulos o consejos. Descubriríamos fácilmente el porqué de los éxitos y de los fracasos de nuestros intercambios y discusiones. La transposición resultaría fácil.
Las bienaventuranzas nos hablan de los pobres, de los mansos, de los afligidos, de los sedientos de justicia, de los misericordiosos, de los artesanos de la paz, etc. ¿No nos encontramos en nuestros diálogos con hermanos que, no queriendo imponerse, saben hacerse escuchar mejor, con los incomprendidos que guardan silencio, con los que tratan de convencernos acerca de la brizna de verdad que han descubierto, con los que perdonan los excesos del lenguaje con los que buscan siempre por encima de las observaciones más o menos interesantes lo que hay de positivo y que procuran incansablemente el mayor acuerdo posible?
Y, siempre en el mismo discurso de la montaña, encontramos lo que Cristo demanda -y que vale para nuestras relaciones mutuas: "El que se enoja con su hermano..."; "Ve primero a reconciliarte"; "No resistas al malvado";
"Vuestro Padre hace llover sobre malos y buenos..."; "Que tu mano izquierda ignore..."; "Perdonen"; "Donde está tu tesoro allí también está tu corazón"; "Nadie puede servir a dos señores..."; "No se inquieten..."; "Busquen primero el Reino de Dios..."; "No quieran juzgar..." {Cuánto se podría extraer de esas "palabras de oro" de Cristo para nuestra
vida comunitaria! Cuántas exigencias. Z Y de todo el resto del Evangelio? (¿No encontraríamos allí como el "vade mecum" del perfecto capitular?).
El significado de esta conducta dentro de la Iglesia ha sido bien puesta de relieve en una "nota de trabajo" para la última asamblea de religiosos canadienses celebrada en Montréal.
social deben ser gobernadas por el primado absoluto de una vida conforme a la de Jesús, el Señor de las bienaventuranzas. Tal género de vida da testimonio no de una relativización de las exigencias evangélicas para
todos los cristianos, sino que, gracias a la radicalidad que define la vida de los religiosos, recuerda a todos los cristianos, habida cuenta de su situación propia, la primacía de Dios. Como lo dice el autor, "la vida comunitaria consiste en tener radicalmente presente la crítica profética de los compromisos peligrosos" (a los que todo cristiano corre el riesgo de ceder).
He hablado anteriormente del capítulo. Se podría también tomar otro ejemplo: el de la "obediencia" tal como hoy se la comprende cada vez más. Como ayer, como siempre, ella debe permitir al religioso conocer la voluntad de Dios sobre sí y conformarse a ella. Pero mientras que antes el superior era el único que debía encargarse de esta búsqueda, hoy ella pasa cada vez más a través de la puesta en común y la discusión de los miembros de la comunidad, frecuentemente en presencia del religioso en cuestión. Como dice el padre Tillard, el religioso "obedecerá a una voluntad de Dios que él no habrá sido el solo en percibir, pero que alcanzará gracias a otros, y que muchas veces no corresponderá a lo que él solo había creído percibir. Esta búsqueda común será vivida gracias a un "discernimiento comunitario" que tratará de descubrir como a tientas la verdad, a través de las luces y las preguntas que cada uno aportará a la discusión. Del Espíritu Santo se ha de esperar en cada instante la luz y la certidumbre que no puede proceder más que de El. Y la presencia, durante el transcurso de esta búsqueda, de los nueve aspectos del fruto del Espíritu según la epístola de san Pablo a los Gálatas (cap. V, 22-23): caridad, gozo, paz, etc., podrá representar como el signo de la presencia del Espíritu Santo mientras se espera que el Superior, puesto al tanto de todo el proceso al que habrá participado, diga la última palabra.
En esta charla, si yo no he querido hablar de la misma oración privada no he hecho sino pensar en ella. Pues todo lo que dije no tenía otra finalidad: ayudar a mis hermanos -esos hermanos de que Uds. y yo somos responsables a encontrar e intensificar el camino de la oración personal o, si fuere el caso, volver a darle el lugar que le corresponde en nuestra vida dominicana.
Al término de nuestras reflexiones, vemos mejor, espero, cómo nuestros tres elementos fundamentales tienen una "dimensión contemplativa" que nos abre a Dios. En el corazón de esta presencia de Dios más o menos difusa que ellos nos proporcionan, se abre una puerta que nos pone ya en una relación más viva con el Señor. Sin duda la vida litúrgica es el lugar por excelencia para llegar a ella. Pero porque la predicación, el estudio y la vida común ocupan la mayor parte de nuestras jornadas, debemos estar muy atentos a su contribución.
Una verdadera vida cristiana, y cuanto más la religiosa y dominicana, debe sentir la necesidad vital de la oración interior y silenciosa. Ella debe ser nuestra respiración espiritual. Ella debe ser una oración gratuita: porque Dios ES.
Los diferentes aspectos de nuestra vida nos ayudan a ello si los vivimos como valores humanos pero también dentro de su connotación mística. Sin embargo, esta relación viva con Dios a nivel de las realidades sería tanto más verdadera e intensa si reserváramos cada día para Dios sólo, lo que nuestras Constituciones nos piden... Existiría entonces a lo largo de nuestras jornadas un intercambio armonioso entre la vida concreta que conduce a Dios y a la "oración pura" que se intensifica y se encarna en la vida misma.
Para meternos por este camino que nos permite hablar "ex abundantia contemplationis", me parece que nos faltan sobre todo dos cosas.
Junto con esta experiencia, lo que también nos falta es tiempo. ¿Quién no se lamenta, y encuentra en esto una excusa fácil? Sabemos cómo los historiadores se asombran ante la actividad de santo Domingo durante los últimos años de su vida: viajes a pie a Roma y a través de Europa, organización de la Orden, ayuda a los frailes, redacción de las Constituciones: todo eso no le impedía predicar, y menos orar de día y de noche. ¿Cómo podía hacerlo? Al lado de esto, ¿qué representan los pequeños cuartos de hora de oración común y privada que encontramos tan difícil de asegurar cada día?
Aprovechemos esas distensiones para un descanso interior. Día de desierto, retiros anuales renovados (un desafío a nuestra creatividad), encerrarnos en nuestra habitación, pasar algunos días en un monasterio, son otras tantas exigencias para nuestra atormentada vida contemplativa. Walberberg contiene algunas sugerencias interesantes al respecto (nn. 52,53,54). Solos, o en comunidad, tengamos el coraje de enfrentar ese problema. Y después: "Hacer lo que El les dirá".
Algunas reflexiones acerca del ritmo de nuestra oración
Después de releer las páginas precedentes, experimento la necesidad de añadir algunas reflexiones. Reflexiones que "peguen" con el tipo de vida que, de un modo u otro, la complejidad del mundo actual hace pesar sobre
nuestras espaldas y condiciona cada instante de nuestra vida.
Entre todos los obstáculos que encontramos en el camino que conduce a la oración, el mayor es la imposibilidad que experimentamos con frecuencia para tener en nuestras manos algunos momentos en que seamos libres de hacer lo que queremos. En tales condiciones, ¿qué queda para la oración? Desde este. punto de vista, interroguemos nuestro modo de vivir cotidiano. ¿Oración pública? Lo más frecuente, es rezar Laudes y Vísperas; de vez en cuando la hora media. ¿ Y el oficio de Lecturas? Walberberg insistió sobre ello (n. 53 c), pero hay que confesar que todavía existen demasiadas comunidades que se abstienen del mismo casi sistemáticamente. Cuanto a las Completas que deben ser la última oración de la jornada,¿ no se encuentra en ese principio, excelente en sí, un motivo demasiado fácil para recitarlas juntos? Sin duda, todo eso no es así por todas partes. En este lugar, o en aquel, apenas si hay tiempo para Laudes y vísperas, mientras que en otras partes los frailes experimentan juntos el gozo vivencial de reunirse delante de Dios, de cantarle, de darle gracias, de alabarle no formando con sus hermanos más que un corazón, un alma, una oración. Una oración rica en verdad, aunque sin esplendor en su simplicidad.
Ante la mediocridad de nuestra oración, cuanto al tiempo y a la calidad, se podrá alegar siempre que nos falta tiempo. Y es verdad cuando se piensa en los trabajos, los encuentros, los cursos, las entrevistas que nos acaparan y nos impiden tantas veces tomar aliento, hasta físicamente. Y no hablemos de la radio, de la televisión, de los diarios, revistas y otras ocupaciones devoradores de tiempo a los que es tan difícil hacer soltar la presa. Y por todo eso, ¿en qué va a quedar la media hora cotidiana de meditación y el Rosario previstos por las Constituciones? Lo
que éstas nos piden es bien poca cosa comparado con lo que conocía la Orden no hace todavía cincuenta años. Lo que me crea un mayor problema, permítanme decirlo, es que no pudiendo hacer algo mejor, aceptemos, sin dificultad ese modo de ser. Particularmente hoy en que lo que la orden espera de nosotros nos acosa de mil maneras, a cual más imprevisibles, que nos reclaman por todas partes. Nos encontramos como sumergidos. Y entonces, ¿en qué va a parar ese magnífico equilibrio entre los diferentes elementos de nuestro carisma que ha conocido santo Domingo,ese equilibrio que, con su rostro sonriente por la presencia de Dios y lleno de compasión por la miseria del mundo, nos sedujo para siempre?. Tenemos derecho de presentarnos como religiosos cuya palabra procede de la abundancia de la contemplación?.¿O es una simple expresión de otros tiempos?
Los historiadores no comprenden cómo, durante los últimos años de su vida, santo Domingo pudo ser a la vez predicador, viajero, fundador, legislador, organizador de su Orden y... orante. Uno de los más grandes contemplativos de toda la historia de la Iglesia.. Es que había encontrado un ritmo de vida que le permitía ser todo eso al mismo tiempo.
Resulta clarísimo que el ritmo de vida de nuestro mundo poco tiene que ver con el de santo Domingo Antes -y esto era verdad hasta no hace mucho tiempo -, el ritmo de la vida en Occidente era cotidiano, siguiendo el ritmo solar.
Ahora el ritmo de trabajo es cada día mucho más intensivo y exigente. Hay que acomodarse al ritmo de la máquina.
Me cuidaré muy bien de decir que debemos abandonar definitivamente el tiempo cotidiano de la oración que se nos pide y que es verdaderamente un mínimo necesario para sobrevivir espiritualmente. Justamente porque ese tiempo es un mínimo, porque jamás santo Domingo conoció este término cuando se trataba de la oración, porque como frailes predicadores no podemos contentarnos sólo con lo que la misericordia de la Iglesia y de la Orden nos piden; por tanto, debemos hacer más, pero al modo hodierno. En definitiva, nuestro ritmo de oración debe tener cuenta del
tiempo en que vivimos.
Insisto sobre la responsabilidad de los superiores sobre este punto. Hace algunos años yo felicitaba con frecuencia en el curso de mis visitas a los hermanos por sus trabajos. Ya no lo hago más. Demasiado trabajo desvirtúa la sal que debe impregnar todo apostolado y también toda vida dominicana. Como el equilibrio entre la oración y la predicación, y el equilibrio entre la predicación a los fieles y a los no-cristianos debe improntar toda nuestra vida; en ambos casos, el tiempo en que vivimos nos arroja un desafío que debemos recoger.
¿Qué hacemos de nuestros domingos? Este es un asunto importante, aun cuando el domingo pueda llegar a ser un simple día de la semana. ¿Tenemos un día o al menos algunas horas por semana en que podamos respirar?. ¿Qué hacemos entonces?.¿Sabemos consagrar un tiempo, al menos una vez por mes, en nuestra celda o en un lugar tranquilo, para reaprovisionarnos, Biblia en mano, en la soledad y el silencio de Dios? La palabra 'desierto' se ha convertido en una palabra de moda, y esto es una suerte. ¿Sabemos reservarnos uno o varios días en otro convento, en una abadía, en la campaña, con el mismo propósito? Al final de nuestras vacaciones,,nos encontramos más calmos, más en paz ante Dios; o aspiramos a regresar a casa para poder descansar por fin.,.?
Desde hace tiempo, al menos la semana del retiro anual debe tener tal objetivo, y espero que sea hecho en compañía de nuestros hermanos. Este es un punto de nuestra vida respecto del cual desde el Vaticano II hemos
carecido con frecuencia de imaginación y creatividad.
Algunos llegarán quizás a la conclusión que no tenemos necesidad de todo eso dado que, según lo que he dicho al hablar de la "Dimensión contemplativa de nuestra vida", la predicación, el estudio, la vida común pueden y deben reemplazar a la oración. Hablar así, seria no haber comprendido nada. Lo que he dicho, es que esos puntos cardinales de nuestra vida nos abren, si queremos, a un encuentro con Dios al reavivar, al nivel mismo de lo que hace la trama de nuestra vida, el deseo de unirnos a Dios. Pero ese "trampolín" no puede desempeñar su papel si
por otra parte la súplica de la Iglesia, el deseo de nuestro corazón, el hábito de encontrar a Dios en el silencio de la soledad no habitan en nuestro corazón en momentos privilegiados de nuestra vida.
Hace falta tiempo para orar... Sepamos encontralo y ofrecerlo a Dios, sin duda a gran distancia de santo Domingo Pero con él, no obstante. Que él inspire a cada uno, a cada una de sus discípulos y discípulas que me han leído, lo que él espera de ellos.
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