Entre las devociones con que el pueblo cristiano honra a la Virgen María sobresale el santo rosario; es la reina de las devociones marianas. Múltiples son las razones de esta afirmación. Destacamos algunas de ellas.
El rosario tiene raíces muy profundas en el alma del pueblo cristiano.
Para orar por un difunto, para pedir por una necesidad, para ejercitar
la oración en familia... los cristianos recurren al rezo de esta
devoción de manera espontánea.
El rosario tiene una base escriturística amplia y sólida: sus misterios
y sus oraciones están tomados de testos bíblicos. Esta oración es un
resumen del Nuevo testamento.
Difícilmente se puede encontrar una síntesis más armónica de oración
mental y vocal que el rosario; en él se ora con los labios, se medita
con la mente y se ama con el corazón.
La historia de la salvación está perfectamente presentada en sus momentos culminantes en los misterios del rosario.
Cuando a algún sacerdote, por dificultades especiales, hay que
dispensarle el rezo del oficio divino, frecuentemente se le conmuta por
el rezo del rosario.
La Virgen María, en apariciones tan sólidamente cimentadas por la
actitud de la Iglesia jerárquica como las de Lourdes y Fátima, ha pedido
esta práctica piadosa.
Los santos, sobre todo los de los últimos tiempos, han excitado al
pueblo cristiano, con sus exhortaciones y ejemplo, a la práctica de esta
devoción.
Los Papas, en incontables documentos de su magisterio, han recomendado insistentemente el rezo del rosario.
Prehistoria
El Rosario, como forma actual, tuvo su
prehistoria y su evolución. No fue una fórmula precisa y fija que la
Virgen le entregara a Santo Domingo, tal como se representa en la
iconografía. Ya se representaba así en dos cuadros del siglo XIII,
destruidos en la revolución francesa y en los que aparecía la Virgen
dando el rosario a santo Domingo. Con este tipo de representaciones
iconográficas se trata de expresar el dono de la obra de santo Domingo,
debida, aunque con elementos previos, a una iluminación sobrenatural,
que le hizo estructurar y extender esta devoción en sus elementos
fundamentales. Santo Domingo nace en 1170 y muere el año 1221. ¿Cuál es
su obra como fundador del rosario? ¿Con qué prehistoria se encontró?
Naturalmente se trata de la primera parte del Ave María, ya que el
“Santa María” y las partes siguientes no se generalizaron en el rosario
hasta principios del siglo XVII. Y hasta parece seguro que el nombre de
“Jesús”, añadido a la primera parte del rezo avemariano, no se
generalizó hasta mediados del siglo XIII.
El rosario, como se verá, tuvo una evolución
muy varia hasta obtener la forma actual, establecida por la autoridad
de la Iglesia. Pero antes – ya se verá la parte que santo Domingo tuvo
en ello- el caso, escribe el P. Getino, era saludar insistentemente a la
Virgen, dirigirle esa gratísima salutación que le dirigieron el Ángel y
santa Isabel, contemplar con ese dulce acorde su vida y, más aún, la de
su Hijo divino, mezclar en esas guirnaldas de rosas marianas algunos
Padrenuestros (que esos sí se rezaban completos), y entregarse al amor y
a la imitación de la Madre de Dios por medio tan sencillo.”
El rezo del Ave María en el siglo XIII
Es inútil buscar el rezo
difundido del Ave María antes del siglo XII. Sólo se encontraría en
algunas liturgias, no exentas de interpolaciones. Lo que sí se rezaba
era el Padrenuestro.
Hacia el siglo XII no
hay nada que merezca una consignación sobre el rezo del Ave María. Las
homilías de los Santos Padres y los cánones de los Concilios recomiendan
mucho la recitación del Símbolo de la fe, el Credo, y la oración
dominical; pero el Ave María no aparece recomendada hasta finales de esa
centuria, y eso una sola vez. A veces se encuentran citados casos
esporádicos, anecdóticos, del rezo del Ave María. San Pedro Damián habla
de un religioso que todos los días iba ante el altar de la Virgen y le
cantaba la salutación angélica.
En
la crónica de san Bartolomé de Carpineto, se lee que el monje Oliverio
murió recitando la salutación angélica, lo que también consta de otro
monje, Reinaldo de Clairvaux, en tiempo de san Bernardo, que tenía sus
delicias en repetirla. San Ayberto, que murió en la primera mitad del
siglo XII, recitaba cada día cincuenta Avemarías; el monje Josión, algo
posterior, cinco; una cierta Eulalia, de la que habla el Menologio
cisterciense –aunque no es seguro que sea del siglo XII- también rezaba
ciento cincuenta veces la salutación angélica. También recitaba un
abundante número de Avemarías, Cesario Heisterbach que vivió en tiempos
de Alejandro III y murió en 1240. Se cuenta asimismo de una señora, sin
indicación de nombre, que recitaba la salutación angélica al ir a la
iglesia y al encontrarse con alguna imagen de la Virgen, según refiere
el Belvacenses. Del monje Bertoldo, benedictino del siglo XII, se dice
que aprendió a recitar el Padrenuestro, el Símbolo y la salutación
angélica. Hay que advertir que de san Ayberto consta que a las
Avemarías “añadía las palabras de santa Isabel.”
Las vidas de san
Norberto, san Bruno, san Bernardo, santa Hildegarda y demás
bienaventurados del siglo XII nada nos ofrecen de recitaciones
avemarianas a pesar de su devoción a la Virgen. Las Constituciones de
sus Órdenes respectivas guardan silencio en este siglo, lo mismo que las
Constituciones de Concilios, Sínodos y Pontífices. No sólo no aparece
prescrito el rezo avemariano a los clérigos, sino que ni siquiera a
los legos que no sabían reza el Oficio divino. Solamente en los
estatutos de Guigués se preceptúa a los legos rezar trescientos
Padrenuestros por cada difunto. (Mabillón)
Solamente hay una
disposición de carácter general en que se manda por Eudes de Sully,
obispo de París, en 1298, que los presbíteros enseñen y se aprenda por
los fieles el rezo del Padrenuestro, el Credo y la “Salutación a la
Bienaventurada Virgen” No se sabe el efecto que esto tuvo en la diócesis
de París, pero se diría que el terreno se iba haciendo propicio al rezo
avemariano. Como se ve, el rezo del Ave María no era usual, sino
esporádico y anecdótico. Pero en adelante cambiaría.
Santo Domingo y el rezo del Ave María
¿Qué se sabe de santo Domingo en relación
con el rezo de las Ave María? No abundan los documentos pues consta que
muchos han desaparecido. Sin embargo, hay datos de interés para saber
su acción en la estructura fundamental, en el modo de hacerlo y el
influjo que esto tuvo en otros. Desde primera hora se registra el modo
de orar tan peculiar que él tenía: en los caminos, en las posadas, en
las iglesias y en las salas capitulares. Unas veces oraba en silencio,
otras en voz alta perfectamente perceptible. Así lo narra el pequeño
libro “Modos de orar de Santo Domingo”, escrito probablemente por Fr.
Gerardo de Teutona. Este fraile asistió al capítulo general de Luca en
1288 y entregó allí el documento en que recogía todo lo que había podido
saber de él de labios de Sor Cecilia, discípula predilecta del santo.
En él se dice que santo Domingo oraba moviéndose “con gran agilidad,
levantándose y arrodillándose...” “A veces hablaba en su corazón y
apenas se le oía y quedaba en genuflexión como en éxtasis” (stupefactus
diu valde) Con este ejemplo, haciendo más que diciendo, enseñaba a los
frailes de este modo. Estos modos de orar los practicaba en todas
partes.
¿Qué oraciones tenía en este acompasado
rezar con innumerables genuflexiones? En la obra citada se dice que con
ello “enseñaba a los frailes”. Lo que éstos hacían se sabe por Galvano
de la Fiamma: “Además hechas (por los frailes) las dichas devociones a
la Virgen bienaventurada, unos se arrodillaban cien, otros doscientas
veces entre día y noche y decían otras tantas veces el Ave María.”
Si esto copiaron los discípulos de él es que
era una manera predilecta y usual de orar de santo Domingo- Galvano de
la Fiamma dice que Fray Teutónico “en todas sus alabanzas a la Virgen
decía el Ave María de rodillas.” Y en el citado libro de los “Modos de
orar”, en el códice de Bolonia, de principios del siglo XV, pone dibujos
en los que aparece santo Domingo orando en las características formas
que él tenía; en el frontal del altar ante el que reza, se pone dos
veces el Ave María, y en otro de los grabados pone el “Gratia”
El "Ave María" y la Orden
El beato Jordán de Sajonia, sucesor
inmediato de santo Domingo de Guzmán en el gobierno de la Orden, después
de unas prescripciones litúrgicas, manda que, al final de cada uno de
los salmos prescritos, se rece el Ave María “con genuflexión”. Y Gerardo
de Frachetto en su obra “Vitae Fratrum, obra del siglo XIII, en la que
recogió todos los datos que se sabían de los primeros días de la Orden,
por precepto de su Maestro General, que asimismo dio orden a los
conventos que se le informase de todo lo que se supiese, cuenta de un
fraile que ante una tentación, se fue delante de una imagen de la Virgen
y le rezó la “salutación angélica arrodillándose según costumbre”. Este
tipo del frecuentísimo uso del Ave María con genuflexiones vino a ser,
en el siglo XIII, ordinario en la Orden. Lo mismo sucedió con las
religiosas. Así, entre las informaciones realizadas en 1270 en Ruan,
acerca de los milagros de santo Domingo, se lee de una joven monja de
aquella población, llamada Perrette, sobrina del P. Beaulieu, confesor
del rey san Luis, que mientras rezó cien Avemarías, arrodillándose, se
curó de una enfermedad. De otra dominica llamada Estefanía Ferrete, del
convento de Unterlinden, durante cincuenta años recitó diariamente
ciento cincuenta Avemarías, arrodillándose otras tantas veces o
poniéndose “en venia” o postración. Santa Margarita de Hungría, hija del
rey Bela, recibida en la Orden por el beato Humberto, y la beata
Benvenuta Boyani, también dominica del siglo XIII, rezaban diariamente
mil veces el Ave María, acompañándola la primera de rodillas y la
segunda de postraciones o “venias”. El propio san Luis, rey de Francia,
recitaba cada día cincuenta Avemarías, arrodillándose a cada una.
La formulación del rezo
El rezo arrodillado del
Ave María era una práctica en la Orden dominicana legislada por el
propio fundador. El beato Raimundo de Capua, sucesor de santo Domingo,
escribe que fundó una milicia de seglares – “Milicia de Jesucristo”-
vinculada a la Orden. A sus miembros les mandó “rezar a diario un cierto
número de Padrenuestros y de Avemarías que rezarían en lugar de las
horas canónicas”. Gregorio IX, en la bula que aprueba esta Milicia,
establece que por cada hora canónica digan siete padrenuestros y por
cada hora del oficio de la Virgen siete Avemarías. Esos cuarenta y nueve
Padrenuestros y cuarenta y nueve Avemarías se diría que son la
confirmación pontificia a lo establecido por santo Domingo. Empieza a
aparecer el primer elemento del Rosario. Era alabanza a María y
protesta también contra los albigenses que negaban que María fuese madre
de Cristo. Así lo atestigua el escritor Moneta de Cremona.
En las Beguinas de
Gante- un pueblo entero de mujeres piadosas dirigido por dominicos- y
cuya Regla data de 1234, se lee: “Cada Beguina...debe rezar cada día
tres guirnaldas, orando, que se llaman “Salterio de la bienaventurada
Virgen.” En un documento del año 1227 se manda rezar por los difuntos el
“Psalterium beatae Mariae Virginis”. Si las “guirnaldas” constan de
cuarenta y nueve Ave Marías – por imitar al salterio de oficio divino
diario, las tres “guirnaldas” son ciento cuarenta y siete Ave Marías. El
Rosario avemariano empieza prácticamente a constituirse en estos
momentos.
En la “Regla de San Sixto” del convento de
las dominicas de San Sixto en Roma y, dada por Santo Domingo, mientras
las monjas de coro tiene que rezar el Oficio divino, a las “legas” les
impuso el rezo de “una guirnalda”. Y en el convento de dominicas de
Santo Domingo el Real de Madrid – el único de monjas que fundó
personalmente Santo Domingo en España- hay un códice en pergamino que
dice: “copiado del antiguo que se usaba cuando el Santo fundó el
convento.” En él se reglamentan los rezos; y el número de Ave Marías es
numeroso y lo han de hacer muchas veces. Así, por ejemplo, al levantarse
dirán “en los días feriales 28 Pater noster y otras tantas Ave Marías”.
La regulación de los rezos para los novicios, en el
Oficio de la Virgen, es muy interesante como consta en un códice del
siglo XIII. Después de los maitines de la Virgen, el novicio “meditará”
“cum ardore” los beneficios de Dios: “la Encarnación, Nacimiento,
Pasión y orar cosas generales semejantes....” y terminando la meditación
de todo ello con el “Pater noster et Ave María”.
El rezo del Ave María, que se encuentra en
el siglo XII rezado circunstancialmente por alguna que otra persona, en
el siglo XIII, ya en sus principios, se recita al lado de Santo Domingo
con una generalidad asombrosa; sus frailes lo hacen objeto de sus amores
después de Completas; lo tienen en lugar de Oficio divino los socios de
la Milicia de Jesucristo; lo reciben las monjas y novicios y forma
parte del rezo obligatorio de los legos, de lo que pudiéramos llamar su
Oficio divino.
Pero no sólo con Santo Domingo florece y se
extiende el rezo del Ave María, sino que va a florecer en forma de
“quincuagenas”, que es el número del Rosario, ya en su primera época.
Las genuflexiones que se hacían, y a las que acompañaba por regla
general el rezo avemariano, era normalmente el de 50 o múltiplos de este
número. Como antes se ha visto, los frailes “imitaban” a Santo Domingo
en sus rezos que era “recitar con genuflexiones” el Ave María, lo que
hacían “unos, cien y otros, doscientas veces.
El rezo del Avemaría en algunos países de la Europa medieval
En Bélgica tenía esta costumbre santa María
de Oignies, discípula predilecta de dos grandes amigos de Santo Domingo.
También se señalan los nombres de Beatriz de Florival, Ida de Jesús,
Margarita de Iprés y, sobre todas, las Beguinas de Gante que rezaban las
150 avemarías.
En Alemania se cita a Cristina Ebnerim,
célebre mística dominica del convento de Engelthal que diariamente
saludaba a la Virgen con 100 avemarías, y Estefanía Ferretti, dominica
de Comar que, durante cincuenta años recitó a diario las 150 avemarías.
En Italia la beata Benvenuta Boyani recitaba el Ave María centenares de veces al día; ya en el siglo XIII.
En Suiza, las dominicas de Toesz, en la primera mitad del siglo XIV recitaban también las 150 avemarías.
Resumen del primer período de la historia del rosario
El Ave María en forma de
cincuentenas no tiene, en este período, una estabilización fija, como se
comprueba en la consulta que María de Tarascón, hermana de Clemente IV y
favorecedora de los dominicos, hace al Capítulo General preguntando
“qyé número de Padrenuestros y de Avemaría” sería el más conveniente
para rezar por dicha reunión capitular. Así lo contó su hermanos al
historiador Gerardo de Frachet que lo narra en su “Vitae Fratrum”. Si
quisiéramos resumir la obra de Santo Domingo con respecto al Avemaría,
reflejada en su obra y en las costumbres de sus discípulos, se puede
afirmar que su preocupación fue introducir el rezo avemariano : a) en el
Oficio de la Virgen para los clérigos. B) en lugar del Oficio divino
para los hermanos cooperadores y para los cofrades de la Milicia de
Jesucristo, hoy Dominicos Seglares y c) fuera del Oficio prefiriendo en
este caso las cincuenta avemarías.
El Rosario como objeto devocional o “contador de cuentas”
Es obvio que en tiempo de Santo Domingo no
existía el rosario-objeto devocional tal y como lo conocemos hoy.
Existía, no obstante, un tipo de “contador” para el rezo múltiple del
Paternóster y se llevaba a la vista. Cuando el beato dominico Marcolino
de Forli, siglo XIV, rezaba a diario cine Padrenuestros y cien
Avemarías, llevaba las cuentas a la vista –en palabras del beato Juan
Domínici- y lo hacía “siguiendo la costumbre de los hermanos conversos”.
Tal contador de Padrenuestros era muy usado por los dominicos pero es
de uso anterior a ellos y figura en estatuas y en sepulcros, aunque con
diez o doce cuentas solamente. Estas cuentas eran corredizas y otras
estaban formadas por nudos; ambas fueron usadas también para el rezo del
Rosario, ya que éste no lo tuvo propio al principio hasta que se
estableció ya la fórmula rosariana. En la primera época es difícil
identificarlos como contadores de Padrenuestros o de Avenarías. Aparecen
frecuentemente como “hilos de cuentas”.
Se imponen los contadores de cuentas rosarianas
En las actas del Capítulo Provincial de
Orvieto, año 1261, se mencionan los contadores de Padrenuestros del tipo
de “hilos” que usaban los hermanos conversos. Del mismo género eran, al
parecer, los que usaban Santa Inés de Montepulciano, 1317, y otras
dominicas de los siglos XIII, XIV y XV. El historiador P. Mezard examina
dieciocho casos de dominicos anteriores a Alano de la Roche que
llevaban “corona, rosario o paternóster”, como más generalmente se le
llamaba. El que Santa Catalina de Siena regaló al padre de su amiga
Alesia tenía cien cuentas. Igual que el del beato Marcolino de Forli,
dominico de la misma época. Hasta en esos”hilos” prendió el lujo. En
uno de 1333, el “hilo” tenía tres cuentas de ámbar, dos de cristal, dos
de coral, etc. El Capítulo provincial de Orvieto de 1261 manda a los
hermanos conversos traer un paternóster que no sea de ámbar ni de coral.
Pero no indica el número de cuentas ni de avemarías que agregaba a los
Padrenuestros.
Fuente: Dominicos.org