Que la Virgen del Rosario nos lleve a todos a poner nuestra mirada en Jesús para hablar de Él en el mundo que hoy nos toca vivir.
Fiesta de la Virgen del Rosario
Una experiencia: las madres
Hay una cosa que siempre me llamó la
atención cuando iba de voluntario a las prisiones y era la presencia de
las madres a las puertas de la prisión esperando para ver a sus hijos.
Daba igual lo que el hijo o hija hubiese hecho, ellas seguían estando a
su lado acompañándolos, ayudándolos e intentado que dejasen su pasado de
drogas, robos…
Esta presencia me recordaba mucho la
parábola del Hijo Pródigo, en la cual, el padre sale todos los días a la
puerta para ver si el hijo llega y cuando le ve llegar sale corriendo a
abrazarle y darle una fiesta de bienvenida porque “este hijo mío que estaba muerto ha vuelto a la vida”.
Junto a esto siempre es una gran
experiencia el ir a un parque y ver como las madres están pendientes de
los hijos, muchas veces sin que estos se den cuenta. Están ahí si el
niño o la niña se caen, si se pelean, si hay algo que les da miedo.
La experiencia de María
Esta figura de la madre, que muchos de
nosotros conocemos, nos la encontramos en María, la madre de Jesús,
aunque con algún cambio. Para María su hijo ya no es sólo Jesús sino que
somos cada uno de nosotros. Esa son las palabras que Jesús dice a su
madre y a uno de sus discípulos: “Juan ahí tienes a tu madre, María ahí tienes a tu hijo”. Y esa es la actitud que tiene María con la primera comunidad cristiana y anteriormente antes de la muerte de Jesús.
A María en la anunciación la vemos
fiándose de Dios y respondiéndole con un sí. Esto hace que lleve a Jesús
a su propia vida, no sólo porque lo lleve físicamente en su seno sino
porque vive como el vivió y nos invita a nosotros a mirar y a seguir al
maestro: “haced lo que el os diga”.
Esto a María le lleva a olvidarse de su
propio embarazo para ir a cuidar a su prima Isabel, que siendo anciana
había tenido un hijo. Le lleva también a hacer de mediadora entre los
demás y Jesús como cuando en las bodas de Caná se termina el vino,
símbolo de la alegría, una alegría que todos necesitamos en nuestra
vida. Vemos a María junto a la cruz, un crucificado que continúa
presente en los crucificados de nuestra historia. Nos encontramos a
María entre la primera comunidad cristiana como seguidora de Jesús y
como modelo en su seguimiento.
Podríamos decir que María, con su vida, nos muestra a su Hijo y nos invita a llevar a su Hijo a nuestra propia vida.
El Rosario: oportunidad para mirar a Jesús y hablar de ÉL.
La Virgen del Rosario es una advocación
muy dominicana. Nos invita a mirar lo fundamental del misterio de Cristo
y nos invita a hablar de él, es decir a anunciar la Buena Nueva desde
nuestra experiencia de Dios.
La misión de los dominicos y dominicas
(monjas contemplativas, frailes, laicos y hermanas de vida activa) es la
predicación, el anuncio del evangelio. El rosario a lo largo de la
historia ha sido una forma de predicación ya que ayudaba a la gente a
fijarse en lo que era lo fundamental del mensaje cristiano.
El Rosario nos invita a vivir la alegría cada vez que recordamos los misterios gozosos.
Celebrar que Dios se encarna y es como uno de nosotros, excepto en el
pecado, es celebrar a un Dios cercano que no se queda alegremente en “su cielo” sino
que se hace hombre y vive nuestras mismas alegrías y tristezas,
haciéndose presente en nuestra historia y acercándonos a todos nosotros
un poquito más a Dios.
Igualmente el Rosario nos invita a vivir
el dolor cada vez que recordamos los misterios dolorosos. No porque
Dios quiera que suframos ya que el Dios que se manifiesta en Jesús no
quiere el sufrimiento. Dios lo que quiere es que seamos felices.
Los misterios dolorosos lo que
nos hablan es de un Dios que se pone al servicio del ser humano. Un Dios
que lucha por la justicia, por la paz, por la libertad. Un Dios que es
solidario y que quiere que todos nosotros seamos solidarios. Y es por
todo esto por lo que Jesús muere crucificado. Muere por ponerse al lado
de los que sufren denunciando las injusticias que los hombres y mujeres
sufrían a nivel social, político, económico y religioso.
Y junto a la alegría y el dolor, el Rosario también nos recuerda que el Dios de Jesús es un Dios salvador. Esto lo vemos en los misterios gloriosos.
La lucha de Jesús por un Reino de justicia, de paz, de amor… llega
hasta sus últimas consecuencias con su resurrección. Con su muerte vence
nuestra muerte y con su resurrección nos da vida plena. La última
barrera de vida, que es nuestra muerte, queda vencida y nos reserva un
sitio a su lado.
Por último, en los misterios luminosos, se nos invita a anunciar a todas las gentes la Buena Nueva del Evangelio: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio” (Lc 10,1.9).
Se nos invita a vivir como vivió Jesús: sintiéndonos hijos de Dios,
luchando por hacer de este mundo un mundo mejor (denunciando las
injusticias y ofreciendo nuevos caminos) y viviendo las tristezas y las
alegrías de nuestro mundo, haciéndonos cercanos con los crucificados de
nuestra historia.
Que la Virgen del Rosario nos lleve a
todos a poner nuestra mirada en Jesús para hablar de Él en el mundo que
hoy nos toca vivir. Para hablar de Él en nuestras familias, grupos de
amigos, en el trabajo, en nuestros barrios. Cada vez que luchamos por
la justicia, por la paz y la libertad hablamos de Jesús porque esto es
lo que Jesús quiere que hagamos (Mt 5, 1-12; 25, 31-40; Lc 4, 16-21).