La solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo, cierra
el año litúrgico. Un año más en el que se nos ha ofrecido la posibilidad
de caminar tras los pasos de Jesús en su seguimiento. Y yendo con el
Maestro, hallamos la oportunidad de aprender de Él, escuchar lo que
dice, ver lo que hace y procurar comprender “su lógica”–que no pocas
veces nos desborda-, como la “lógica” propia de Dios.
¿Es el final o el comienzo de una etapa? Quizás ambas cosas, porque
habrá que volver siempre a Galilea para encontrarse con el Resucitado
(cf. Mc. 16,7). Y así, el año litúrgico se transforma en una gran
metáfora del camino vital de los creyentes hacia el encuentro con Aquel
que, sin duda, es Rey, pero en su reino no se reproduce el modo de
actuar de “los reyes” de este mundo.
Si cada Eucaristía es acción de gracias, hoy expresamos nuestra
gratitud a Dios especialmente porque ha ungido con el óleo de la alegría
a su Hijo unigénito, constituyéndolo Sacerdote eterno y Rey del
universo. Él ha sido entronizado cuando, víctima inmaculada y pacífica,
se ofreció en el altar de la cruz, realizando el misterio de la
redención humana. De esta manera sometió a su poder la creación entera,
para entregarle al Padre el reino eterno y universal, reino de verdad y
de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de
paz (cf. Prefacio de la Misa).
Fr. Gabriel M. Nápole OP
Convento de San José (Buenos Aires)
Convento de San José (Buenos Aires)
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La verdad del Reinado de Dios
La festividad de Cristo Rey
cierra el año litúrgico y se pretende poner en el horizonte de nuestra
historia a Aquél que ha hecho presente en este mundo el reinado de Dios,
que no es un estado, sino una situación en la que los hombres deben
aprender a vivir en solidaridad.
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Iª Lectura: Daniel (7,13-14): El reino eterno no es de los hombres
I.1. La primera lectura de hoy, tomada
del libro de Daniel, es una visión en la que el autor de este libro
apocalíptico contempla a una figura, llamada Hijo de hombre, al que se
le confía el destino del mundo. La visión es muy particular: por una
parte se habla de “reino” y “poder”. Pero esto lo entrega a Dios a una
figura misteriosa, como un Hijo de hombre. Su “reino no será destruido
jamás”. No ha habido ni habrá sobre la tierra un imperio que permanezca
eternamente, porque los imperios de la tierra no son humanos, aunque
pretendan ser divinos. Tienen los pies de barro, de insolidaridad y de
injusticia. El sueño, la visión no es otra cosa de lo que deseamos
todos, pero ese reino tiene que venir de Dios (el Anciano en la visión),
pues de lo contrario no será eterno.
I.2. Sabemos que la tradición cristiana,
después de la resurrección, ha visto en esta figura humana a
Jesucristo. Es un poder que en aquél tiempo estaba en manos de fieras,
que representaban los imperios de este mundo. Ya sabemos que esos
imperios han desaparecido, aunque han venido otros. Pero lo importante
es saber que un día el poder estará en manos de Aquel, que hecho hombre,
ha ganado para siempre un reino de justicia y de hermandad. No usará el
poder para esclavizar como han hecho los poderosos de este mundo, sino
para liberarnos y hacernos dignos hijos de Dios.
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IIª Lectura: Apocalipsis (1,5-8): Jesucristo nos convoca al cielo
II.1. La segunda lectura, el
Apocalipsis, se enmarca en la asamblea litúrgica, reunida en nombre del
Señor, en la eucaristía, en el domingo, día de la resurrección, en que
aparece Jesucristo, el testigo fiel. Este es un texto litúrgico lleno de
matices cristológicos, en que se proclama la grandeza del que ha de ser
alabado en un himno que encontramos en el v. 7 de la lectura de hoy. El
vidente de Patmos, pues, va a escribir a las siete Iglesias de Asia, y
las saluda en nombre de Jesucristo, quien con su propia sangre ha
abierto un camino nuevo en este mundo en el que el mal parece “reinar”
con una cierta soberanía. Pero Jesucristo, el “traspasado”, vive ya para
siempre; es el alfa y la omega (las dos letras con las que comienza y
termina el alfabeto griego), porque en Jesús ha comenzado una historia
nueva y en El se consumará nuestra historia.
II.2. No deberíamos olvidar, a pesar de
lo que se cree comúnmente, que las descripciones de Ap descubren algo
que debe llegar en el futuro, sino que es algo que se cuenta como ya
sucedido, aunque en clave de futuro. Se ha escrito para hablar de
Jesucristo el “traspasado” y no de catástrofes; para hablar del triunfo
de aquél que ha puesto el amor por encima del poder y la política de la
época. Y otra cosa, es el mismo Jesús el que habla de sí mismo y de las
cosas de Dios y del cielo. ¿Para qué? Para que sigamos teniendo
esperanza en su vuelta, en el triunfo definitivo de Dios. ¿Con que
garantías? Pues con la garantía de la “muerte y resurrección” de Jesús.
En este libro se habla del cielo, no del infierno. Es el cielo el que se
presenta al vidente y el vidente a sus lectores: los cristianos que
sufren en este mundo y en esta historia. Estas con las claves de la
lectura del Apocalipsis y de este hermoso texto de la liturgia de hoy.
Todas las imágenes litúrgicas que se acumulan y los títulos
cristológicos como rosario de cuentas de zafiro es para afirmar el
triunfo de Dios y de Jesucristo sobre nuestra vida y nuestra muerte.
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Evangelio: Juan (18,33-37): La verdad del reinado de Jesús
III.1. El evangelio de hoy forma parte
del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el
evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio
de Juan tiene casi los mismos personajes de la tradición sinóptica,
entre otras cosas, porque arraigó fuerte la pasión de su Señor en el
cristianismo primitivo. La resurrección que celebraban los primeros
cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por qué murió, cuándo
murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue
pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma
como representante de la autoridad imperial. En esto no cabe hoy
discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la
tradición y el evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están
cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El juicio de
Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio
en casa de Anás y Caifás. En ese interrogatorio a penas se dice nada de
la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus
discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un
vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al “pretorio”, el lugar
oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos
los llevaron allí con toda intención.
III.2. El juicio ante Pilato, de Juan,
es histórico y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial,
como ya hemos dicho. Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio
que va más allá de lo anecdótico. El marco es dramático: los judíos no
quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía
conceder: “tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no
quieren manchar “su ley” con la sangre de un profeta maldito. Pilato
tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la
insignificancia de un profeta judío galileo que no había hecho nada
contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la mentira.
Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero los
autores del evangelio de Juan van consiguiendo lo que quieren con su
teología. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una
marioneta. En realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del
representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces,
de las leyes injustas e inhumanas.
III.3. Al final de toda esta escena, el
verdadero juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no
quisieron entrar en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir
con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin
corazón. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero
Dios. Esto ha sido una constante en todo el evangelio joánico. Pilato
entra y sale, no como dueño y señor, lo que debería ser o lo que fue
históricamente (además de haber sido un prefecto venal y ambicioso). El
“pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra
de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando
cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está
bajo el “ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos,
sino verdades existenciales para vivir y vivir de verdad. Es verdad que
al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción,
como muchas veces se ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa
es la mentira del mundo con la que solemos convivir en muchas
circunstancias de la vida.
III.4. Jesús aparece como dueño y señor
de una situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la
luz y las tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo,
entre la vida y la muerte. La acusación contra Jesús de que era rey,
mesías, la aprovecha Juan teológicamente para un diálogo sobre el
sentido de su reinado. Este no es como los reinos de este mundo, ni se
asienta sobre la injusticia y la mentira, ni sobre el poder de este
mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la justicia, la paz,
allí es donde reina Jesús. No se construye por la fuerza, ni se
fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el
corazón de los hombres que es la forma de reconstruir esta historia. Es
un reino que está fundamentado en la verdad, de tal manera que Jesús
dedica su reinado a dar testimonio de esta verdad; la verdad que procede
de Dios, del Padre. Sólo cuando los hombres no quieren escuchar la
verdad se explica que Jesús sea juzgado como lo fue y sea condenado a la
cruz. Esa es la verdad que en aquél momento no quiso escuchar Pilato,
pues cuando le pregunta a Jesús qué es la verdad sale raudo de su
presencia para que poder justificar su condena posterior. Juan nos
quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren
escuchar la verdad de Dios.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
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“Tú lo dices: soy Rey”
“Mi reino no es de este mundo”, responde Jesús a Pilato. Pero enseguida reafirma: “Tú lo dices: soy rey”. Pero su reino no es de este mundo. Entonces ¿De dónde es? Si Él es rey ¿En qué consiste su realeza?
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El rey
Sin embargo, es en la escena del proceso ante Pilato donde se afirma solemnemente la realeza de Jesús, especialmente en su primera comparecencia ante él (Jn 18,33-37). Luego de un diálogo cuyo punto de discusión es el título“rey de los judíos”, tanto Pilato como Jesús dan a entender que ese título es inadecuado para identificarlo (vv. 33-35). Luego, el mismo Jesús define la naturaleza de su realeza (tres veces emplea la expresión “mi reino”), sugiriendo un origen que no es terreno: “mi reino no es de este mundo” (v. 36). Se abre, a continuación, un nuevo interrogatorio sobre esa realeza de Jesús, ahora sin la referencia judía. Parece haberse encontrado la respuesta: Jesús es rey y su misión es dar testimonio de la verdad, reuniendo bajo su autoridad a todos los que son de la verdad (v. 37).
La inscripción trilingüe sobre la Cruz (Jn 19,19-20) afirma la realeza de aquel que no es de este mundo y al que los judíos no supieron reconocer como su propio rey. A pesar de su irónica pregunta “¿Qué es la verdad?” (Jn 18,38), Pilato termina sellando con su autoridad imperial la entronización del Mesías (Jn 19,22). Su trono: la Cruz. Con ello termina, precisamente, el proceso de entronización real que se había abierto con la primera pregunta de representante del emperador.
Rechazada por unos y reconocida por otro, la realeza de Jesús finalmente es atestiguada por el discípulo: “El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” (Jn 19,35).
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Su Reino
El sentido profundo de los milagros realizados por Jesús será, justamente, indicar que la soberanía de Dios ya está abriéndose camino. La misericordia para con los pecadores, la restitución de la salud a los enfermos, la vuelta a la vida a los muertos, el devolver la dignidad a los excluidos y la libertad a los oprimidos, y el dar de comer a los hambrientos, son signos reales de la irrupción de ese reinado de Dios en la historia humana. “Y su Reino no acabará” (Dn 7,14), porque el Dios de Jesús nunca se arrepiente de sus promesas.
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La Iglesia
Toda otra comprensión del “Reino de Dios” y de Jesucristo “Rey del Universo”, toda tentación de asociarlo a los “reinos” de este mundo, distorsiona sobremanera el sentido de esta solemnidad y nos aleja del proyecto de Dios. La Iglesia adora a Jesucristo, Hijo de Dios y Rey eterno, llamado en el libro del Apocalipsis “Testigo digno de fe” (gr. ho mártys ho pistós): Él nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados con su sangre (Ap 1,5). La Cruz ha sido y sigue siendo su trono.
Fr. Gabriel M. Nápole OP
Convento de San José (Buenos Aires)
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