(1522-1590)
Memoria obligatoria para la Família Dominicana
Nace
de noble familia en 1522 y recibe el nombre de Alejandrina (Sandrina).
Ya de muy niña, huérfana de madre, tenía una gran pasión por Cristo
crucificado. A los doce años entra en el monasterio de San Vicente de
las Hermanas de la tercera regla del santo Padre Domingo en la ciuda de
Prato (Florencia) y, recibiendo el hábito de manos de su tío Timoteo
Ricci, tomó el nombre de Catalina. Allí pudo finalmente perderse en la
contemplación de Jesús crucificado. Durante doce años (1542-1554)
revivió en su cuerpo, martizado por las llagas del Crucificado,la pasión
del Salvador.
Llena del fuego del Espíritu Santo, buscando incansablemente la
gloria del Señor, promovió la reforma de la vida regular, inspirada
especialmente por fray Jerónimo Savonarola, a quien veneraba con
agradecido afecto. Su amor la pasión del Señor la llevó a componer con
versículos la sagrada Escritura una meditación reposada sobre los
sufrimientos de Cristo, que los libros corales dominican han transmitido
y que se canta cada viernes de cuaresma. La extraordinaria abundancia
de carismas celestiales, junto con una exquisita prudencia y especial
sentido práctico, hicieron de ella la superiora ideal y fue dos veces
priora, repetidamente maestra de novicias. Al monasterio de San Vicente
llegaron buscando consejo príncipes y prelados. Tuvo gran amistad con
san Carlos Borromeo, san Felipe Neri, san Pío V y santa María Magdalena
de' Pazzi. De ella se conserva un abundante epistolario. Murió en Prato
el 2 febrero de 1590. Fue beatificada por Clemente XII el 23 noviembre
de 1732 y canonizada por Benedicto XIV el 29 junio de 1746. El cuerpo de
la santa se venera en la basílica dedicada a san Vicente Ferrer en
Prato.
Fuente: Liturgia de las Horas propio O.P., p. 588.
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Al servicio de la Comunidad
Su único afán fue amar a Dios y servirlo, muy especialmente, en la
ayuda incondicional al prójimo, comenzando por sus hermanas de
comunidad; a ellas procuró todo tipo de bien espiritual y temporal.
Cuando alguna enfermaba, la visitaba de día y de noche, consolándola y
haciendo el buen oficio de madre.
Fue subpriora y priora del monasterio de San Vicente, a partir de
1548; aceptó y ejerció siempre el cargo con profunda humildad y por
obediencia, aconsejándose de otros en los momentos difíciles. No
aceptaba alabanzas, en especial las que se referían a su santidad. Pedía
y hacía pedir en sus oraciones a otras personas que el Señor le quitara
aquellos raptos y éxtasis, porque aborrecía toda ostentación y toda
alabanza humana. Mereció ser oída después de doce años, pues tanto
tiempo y no más duraron aquellos raptos públicos, es decir, del año 1540
al 1552. Por entonces la Iglesia estaba empeñada en la celebración del
Concilio de Trento.
Tenía un gran dominio de sí misma, y así era afable en el trato con
las hermanas; escuchaba pacientemente, corregía con gran bondad y
compasión, amando a las personas y odiando los vicios. Defendía
valientemente los intereses y derechos de su monasterio, y promovió
cuanto pudo su progreso; durante su mandato se construyó una nueva
iglesia.
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Celo Apostólico
Fue muy consciente de la problemática que afectaba a la Iglesia y a
la sociedad de su tiempo, y hasta se ofreció como víctima expiatoria
para conseguir un remedio, en particular, para alcanzar la unidad de fe
gravemente desgarrada. Su gran recurso era la oración y la penitencia.
Apoyó a las jóvenes para que pudieran contraer honesto matrimonio o
ingresar en la vida religiosa; socorrió, sólo en el territorio de Prato,
en torno a cien; nobles florentinos se encargaron de proporcionarle
medios para este fin.
Ejercitó también su celo apostólico por medio de numerosas cartas que
escribió a diferentes personas, al Maestro de la orden Serafino
Cavalli, a San Felipe Neri (" 26 de mayo), a Francesco de Médicis, gran
duque de Toscana, a Blanca Capello, gran duquesa de Toscana, al cardenal
Julio de la Róvere, a Pierfrancesco de Gagliano, al obispo de Pistoya,
Filippo Salviati, a Bonaccorso Bonaccorsi... A San Felipe Neri le decía
que se sentía confundida porque un hombre tan ocupado en tan grandes
tareas por la gloria de Dios se dignara escribirle; aplicaba sus
sufrimientos por él, ya que la santa Iglesia le necesitaba muy de veras.
A un novicio del convento de Santo Domingo de Fiésole le animaba a
entregarse verdaderamente a Dios. A Blanca Capello le escribe con
frecuencia asegurándole su oración y la de las hermanas; el 24 de agosto
de 1587 le pedía que se dignara obtener del nuncio y del obispo de
Pistoya la gracia de que tuvieran misa y sermón en el interior del
monasterio, para poder seguirlo mejor, cosa que en las actuales
circunstancias no conseguían por la amplitud de la iglesia. A Filippo
Salviati le hablaba de su hija Cassandra; la veían inclinada a la vida
religiosa, pero no querían en modo alguno presionarla. Estaba segura de
que Cristo la quería para él y animaba a su padre a que no se opusiera.
Fr. Vito T. Gómez O.P.