Jesús
fue un gran predicador,no cabe duda, que cautivaba: su palabra revelaba
la autenticidad de un hombre íntegro y sin falsedad.
Primera semana de Cuaresma
Jesús fue un gran predicador: sus
palabras, sus relatos, sus sencillas y audaces comparaciones para
explicar la buena noticia no dejaron indiferentes a las gentes de su
tiempo. De él se decía, además, que enseñaba con autoridad, no como
otros que, aunque fueran maestros o titulados reconocidos, nunca se
ganaron la confianza del pueblo con sus peroratas o sermones. Había algo
especial en el hablar del Nazareno, no cabe duda, que cautivaba: su
palabra revelaba la autenticidad de un hombre íntegro y sin falsedad.
Jesús fue un gran predicador, pero el Nuevo Testamento nos ha dejado también el recuerdo de momentos en los que el Maestro de Nazaret calla o guarda silencio. Por ejemplo, si seguimos la narración lucana, se pueden leer en esa clave todos los instantes de oración que acompañan episodios relevantes del itinerario vital de Jesús: el bautismo, la elección de los Doce, la declaración solemne de Pedro y el primer anuncio de la Pasión, la transfiguración, la enseñanza del Padrenuestro o la agonía en Getsemaní; igualmente, en otro contexto, es significativo el silencio de Jesús ante los acusadores de la mujer adúltera, que le exigen una respuesta a su tramposa pregunta. Con todo, hay un silencio de Jesús más elocuente todavía y sobre el que quisiéramos fijar nuestra atención: el silencio de Jesús durante el proceso de su juicio ante el Sumo Sacerdote y ante Pilato. Los evangelistas se detienen en él: Jesús, ante las autoridades que le juzgan y que le piden explicaciones, se calla.
Mucho se ha escrito sobre el silencio del Nazareno en un momento vital tan crítico como el de su proceso. Es un dato que, sin duda, hace pensar. Desde luego, no cabe imaginar en el que calla una desconexión frente a lo que ocurre y, menos, una estrategia defensiva recomendada por su abogado. Este permanecer callado, más bien, es revelador; sobre todo, creemos, dice algo a propósito del mismo Jesús.
¿Cuál es la razón exacta por la que Jesús es condenado a muerte y ejecutado (la causa mortis)? El mejor camino para averiguar la causa de la muerte de Jesús lo constituye el hecho de la crucifixión. Y ello por una simple razón: la muerte en la cruz, en aquellos tiempos, tenía siempre motivos políticos. El título de la cruz, confirma la idea del móvil político: se le acusó de haberse abrogado la condición de rey. Esto suponía un atentado contra el poder imperial de Roma, en una línea de agitación popular cercana a la reivindicación celota. Sin embargo, aunque la razón final de la condena fuese de índole política, no se puede obviar el hecho del doble proceso que sufrió Jesús. El primero ante el Sanedrín (religioso) y el segundo, a consecuencia del cual será ejecutado, ante Pilato (político). Para conocer el motivo exacto de la muerte de Jesús, por tanto, es necesario analizar el proceso judío y sus conexiones con el proceso romano, que finalmente lo condena.
Continúa siendo una cuestión misteriosa el desarrollo exacto de los
hechos (y su calificación precisa) que recubren el llamado proceso ante
el Sanedrín. Para unos hubo una doble sesión del Sanedrín tal como
insinúa Marcos. Para otros, sólo hubo una sesión del Sanedrín por la
mañana y un interrogatorio nocturno en casa del Sumo Sacerdote. No
faltan los que piensan que la sesión del Sanedrín tuvo lugar antes del
arresto de Jesús y que, después, sólo existió un interrogatorio. El
proceso de Jesús ante el Sanedrín está centrado en la acusación
(religiosa) de embaucador (y en este sentido blasfemo). Acusación
denunciada por el judaísmo tardío a tenor del texto de Dt.17,12 (alguno
procede insolentemente, no escuchando ni al sacerdote que se encuentra
allí al servicio de Yahveh tu Dios, ni al juez, ese hombre morirá) e
interpretada en el sentido de que el sumo sacerdote es el que tiene la
potestad de juzgar la ortodoxia de la fe de los miembros del pueblo de
Dios. Jesús detenido por la audacia de su mensaje y praxis del reino,
que le ha llevado a manifestar una actitud crítica con respecto a los
dirigentes del judaísmo (cf. su actitud frente a la ley o al templo, es
juzgado por el Sanedrín de acuerdo al texto de Dt.17,12).
Con todo, el Sanedrín no llegó a una postura unánime. Quizás alguno de sus miembros tuviese algún problema de conciencia. Por eso, finalmente, informa Mc.15, 1, el Sanedrín toma la resolución de enviarlo a Pilato.
En efecto, en una segunda fase de la reunión del Sanedrín, sus miembros llegaron a un acuerdo unánime: Jesús debía ser entregado a Pilato. En la hipótesis de nuestro autor, «por motivos muy distintos, herodianos, saduceos y fariseos de diversas tendencias llegaron a un consenso, partiendo cada cual de sus propias objeciones contra el “fenómeno Jesús” en Israel. Todos los grupos del Sanedrín estuvieron de acuerdo en que, considerando los rumores que corrían entre el pueblo, el “fenómeno Jesús” era un peligro potencial para los romanos. Teniendo en cuenta la situación concreta (todavía estaba fresco el recuerdo de la ejecución de Juan Bautista), lo era en realidad. El grito no histórico del pueblo judío “a la cruz con él” (Mc.15,14) -que Jn.19,15b reelabora en la respuesta (históricamente inconcebible) “no tenemos más rey que el César”- refleja de forma no histórica, pero en definitiva conforme a la verdad, una realidad histórica: que el Sanedrín no encontró motivos jurídicos suficientes para condenar a muerte a Jesús y no pudo llegar a un acuerdo unánime al respecto». Y, de este modo, llegamos al principio de las reflexiones del apartado. Finalmente, Jesús es condenado y ejecutado por los romanos por motivos políticos, pero, teniendo en cuenta el trasfondo del proceso en el Sanedrín, puede decirse también que Jesús fue condenado por mantenerse fiel a la misión profética que había recibido de Dios y por negarse a responder de ella ante cualquier autoridad que no fuera Dios mismo. Lo religioso y lo político se entremezcla en el doble proceso que precede al final violento de Jesús.
A este respecto, y como última reflexión de este apartado, cabe hacer una interpretación simbólica del proceso religioso y político de los que fue objeto Jesús. Jesús tuvo que vérselas con los representantes del poder religioso de su tiempo y con el representante del imperio político más grande y universal de entonces (¿no hay en este hecho un signo de la universalidad del significado de la vida de Jesús?). Hay una alianza de poderes contra Jesús que es más que significativa. El poder busca el poder aunque eso supone el sacrificio de un ser humano. Como cristianos que somos deberíamos aprender mucho sobre la condena de Jesús a fin de evitar condenar y causar daño a los demás, al prójimo a causa de intereses personales.
Fr. Jesús Molongua Bayi
Real Convento de Predicadores, Valencia