Considera también cómo celebró el Señor esta tan gloriosa fiesta en un monte solitario y apartado la cual pudiera É1 muy bien, si quisiera, celebrar en cualquier valle o lugar público, para que entiendas que no suelen conseguir los hombres este beneficio de la transfiguración en lo público de los negocios del mundo, sino en la soledad del recogimiento; ni en el valle lodoso de los apetitos, sino en el monte de la mortificación, que es en la victoria de las pasiones sensuales.
Pues en este monte solitario se ve Cristo transfigurado; en éste se ve la hermosura de Dios; en éste se reciben las arras del Espíritu Santo; en éste se da a probar una gota de aquel río que alegra la ciudad de Dios; en éste, finalmente, se da la cata de aquel vino precioso que embriaga los moradores del cielo.
Oh, si una vez llegases a la cumbre de este monte, cuán de verdad dirías con el apóstol San Pedro: ¡Bueno es, Señor, que estemos aquí! Como si dijera: Cambiemos, Señor, todo lo demás por este monte, cambiemos todos los otros bienes y regalos del mundo por los de este desierto.
Mas dice el evangelista que no sabía Pedro lo que decía; para que entiendas cuánta sea la grandeza de este deleite y cuánta la fuerza de este vino celestial, pues de tal manera roba los corazones de los hombres, que del todo los enajena y hace salir de sí; pues tan alienado estaba San Pedro, que no sabía lo que se decía ni se acordaba de cosa humana, por la grandeza de la suavidad y gusto que allí sentía. Ni quisiera él jamás apartarse de aquel lugar ni dejar de estar bebiendo siempre aquel suavísimo licor, por lo cual decía: Señor, bueno es que nos estemos aquí. Si os parece, hagamos aquí tres moradas: una para Vos, Y otra para Moisés, y otra para Elías.
Pues si esto decía San Pedro, no habiendo gustado más que una sola gota de aquel vino celestial, viviendo aun en este destierro y en cuerpo mortal, ¿qué hiciera si a boca llena bebiera de aquel impetuoso río de deleites que alegra la ciudad de Dios? Si una sola migajuela de aquella mesa celestial así lo hartó y enriqueció que no deseaba más que la continuación y perseverancia de este bien, ¿que hciera si gozara de aquella abundantísima mesa de los que ven a Dios y gozan de Dios, cuyo pasto es el mismo Dios?
Pues por esta maravillosa obra entenderás que no es todo cruz y tormento la vida de los justos en este desierto, porque aquel piadoso Señor y Padre, que tiene cargo de ellos, sabe a sus tiempos consolarlos, visitarlos y darles algunas veces en esta vida a probar las primicias de la otra, para que no caigan con la carga ni desmayen en la carrera.
Fray Luis de Granada O.P.
De la soledad del desierto Jesús se encamina a otra soledad, y de un monte a otro monte, es decir, del monte de la penitencia al monte de la gloria, y del monte del ayuno y oración al monte de la transfiguración pues el uno es camino para el otro. Y allí, en lo alto del monte Cristo resplandecerá mostrando su gloria, y se reconocerá en la voz al Padre y en la nube al Espíritu Santo'''.
¿Por qué se transfiguró el Señor?. La respuesta la da fray Luis en la primera consideración que hace del hecho:
"[...] considera el artificio que tuvo este suavísimo Señor para traernos a sí. Vio El que los hombres se movían más por gustos de los bienes presentes, que por las promesas de los advenideros, conforme a aquella sentencia del Sabio, que dice: 'Más vale ver lo que deseas que desear lo que no sabes'. Pues por esto, después de haberles predicado muchas veces que su galardón sería grande en el reino de los cielos [...], agora les dio a gustar una pequeña parte de estos bienes, para que, mostrando al luchador el palio de la victoria, le hiciese cobrar nuevo aliento para trabajo de la pelea" (Obras, XXVIII/229).
Jesús muestra prolépticamente el futuro, es decir, la victoria que él consiguió venciendo a la muerte, y, por la cual, ganó para los hombres la salvación, que es la gloria. Fray Luis hace un comentario respecto a esta gloria y entiende que en la transfiguración Jesús no mostró la "gloria esencial", pues excede a todo conocimiento y visión, sino parte de la gloria accidental que es la claridad y hermosura de los cuerpos gloriosos. El hecho es que con esta mostración de su gloria Jesús pretendía sacar a los hombres de barcina o indolencia y así se pusiesen prestos al trabajo de la extensión del reino de Dios. Junto a este aspecto de llamada de atención para ponerse en las labores del reino, la transfiguración posee, según Granada, un función consoladora, pues el hombre pudo degustar los bienes de la gloria:
"Por esta maravillosa obra entenderás que no es todo cruz y tormentos la vida de los justos en este destierro; porque aquel piadoso Señor y Padre que tiene a cargo de ellos, sabe a su tiempo consolarlos, y visitarlos, y darles algunas veces en esta vida a probar las primicias de la gloria advenidera, para que no caga con la carga ni desmayen en la jornada, antes se esfuercen para el trabajo que les quede" (Obras, XV/153-154).
La gloria manifestada en la transfiguración no puede ser conseguida a través de los negocios de este mundo, sino por la soledad de la oración y la mortificación (que es victoria sobre la pasiones sensuales), algo que se significa en la elección que el Señor hace del monte como lugar para transfigurarse y no el valle o cualquier lugar público:
"Pues en este monte solitario se ve Cristo transfigurado, en éste se ve la hermosura de Dios, en este se reciben las arras del Espíritu Santo, en éste se da a probar una gota de aquel río que alegra la ciudad de Dios, y en éste finalmente se da la cata de aquel vino precioso que embriaga los moradores del cielo" (Obras, I1/344).
Y, por último, fray Luis señala cómo en medio de tantos favores se descubren los muchos trabajos que se han de padecer en Jerusalén:
"Para que por aquí entiendas el fin para que hace nuestro Señor estas mercedes, y cuáles hayan de ser los propósitos y pensamientos que han de tener el siervo de Dios en este tiempo, que han de ser determinaciones y deseos de padecer y poner la vida por Aquél que tan dulce se la ha mostrado, y tan digno de que todo esto y mucho más se haga por su servicio. De manera que cuando Dios estuviere comunicando al hombre sus dulzores, entonces ha de estar él pensando en los dolores que por él ha de padecer" (Obras, XV/154).
Nicasio Martín Ramos, "Cristo, sacramento de Dios en Fray Luis de Granada", Salamanca 2005.