Jesús en el desierto nos lanza el
grito de confiar en aquello(s) que amamos y entregarnos a lo(s) que amamos.
El
pasado miércoles comenzó el tiempo de Cuaresma. Un tiempo cargado de perdón y
misericordia; de esperanza y amor. La Cuaresma es un tiempo propicio para
quienes necesitamos escuchar una llamada nueva que toque nuestro corazón.
Durante estos cuarenta días seremos invitados, con una visión pascual, a
revivir y tomar conciencia de nuestra realidad de bautizados en la Iglesia, es
decir, volver a las raíces, a lo esencial; centrarnos con más verdad y
fidelidad en la persona de Jesús.
Confiar para vencer las dificultad
Este tiempo de Cuaresma es un
tiempo de conversión donde hemos de abandonar, ya, una lectura del momento
actual en términos de crisis, secularización, desaparición de la fe…e
introducir en nuestro horizonte la perspectiva de que, quizá, estemos
recibiendo alguna llamada para transformar nuestra manera tradicional de
pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe. Es tiempo de ayuno, pero no solo el
de sustituir un alimento por otro o simplemente dejar de comer; ese ayuno
legalista sólo sirve para la auto-justificación, o seguir una vieja costumbre.
Nuestro ayuno tiene que ser desde la solidaridad, gritando la injusticia en que
vivimos, y compartiendo nuestro pan con el que no lo tiene. Hoy sólo se puede
ayunar voluntariamente luchando para que otros no ayunen contra su voluntad;
ayunamos para la libertad y el amor, para liberarnos de las cosas y
compartirlas.
En este primer domingo de
Cuaresma, nos encontramos con el episodio de las tentaciones en el desierto (Mt
4,1-11). Las palabras de Jesús en la primera de las tentaciones, “no sólo de
pan vive el hombre”, no son una exhortación devota para creyentes, sino que
encierran una verdad que necesitamos escuchar todos. Tenemos que despertar el
hambre de justicia y de amor en este mundo nuestro tan deshumanizado. Tenemos
que estar a la cabeza de quienes quieren cambiar la sociedad, la vida…alentando
lo mejor del espíritu humano.amar para vencer la dificultad
En la segunda de las tentaciones
las palabras de Jesús “no tentarás al Señor, tu Dios”, nos alertan a no poner a
Dios a prueba inútilmente. Estamos equivocados si pensamos que el mundo se hace
cada vez más humano si nos refugiamos únicamente en nuestra religión; si somos
infieles a la misión cayendo prisioneros de idolatrías ridículas. A veces es
necesario asumir riesgos, asumir compromisos arriesgados. Pero eso sí,
confiando en Dios y agarrados a Él, como lo hizo Jesús.
Las palabras de Jesús en la
tercera de las tentaciones, “al Señor, tu Dios, adorarás”, son una llamada a no
aceptar los reinos que puedan poner a nuestros pies; es una llamada a que no
nos contentemos con el mundo y nos olvidemos de la verdad. Rechazar y huir del
poder, no es una victoria que humille, no; es lo que verdaderamente nos puede
mantener unidos a Dios y al resto de la humanidad. Si pretendemos ser dioses y
que nos adoren, cada vez estaremos más lejos de la realidad y tendremos todas
las papeletas para quedaremos solos para siempre.
El evangelio de este primer
domingo de Cuaresma nos indica por qué misteriosos y originales caminos
realizará Jesús su vocación, mostrándonos que la salvación que nos trae no
llega bajo las especies de la fuerza, el poder y la riqueza. El demonio
esperaba milagros, y los encontró; pero mucho más serios que la ridiculez de
transformar piedras en pan. El gran milagro es el preferir el servicio y el amor
a la victoria fácil y al poder. Jesús en el desierto nos lanza el grito de
confiar en aquello(s) que amamos y entregarnos a lo(s) que amamos. Aunque, a
veces, como los buenos trapecistas, tengamos que dar un triple salto mortal en
el vacío, en la seguridad de que, al otro lado, otras manos nos sostendrán con
fuerza, y evitarán la caída.
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez. Real Convento de Predicadores, Valencia/ ser.dominicos.org/
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