“¿Padece Cristo de verdad actualmente por los pecados que actualmente se cometen, o es sólo una ficción cuando así se presenta a las almas, para indicarles lo que padeció durante el tiempo de su vida mortal? Y si padece, ¿cómo padece, siendo así que en la Resurrección, magníficamente glorificó a su sagrado cuerpo, tornándolo inmortal e impasible? ¿Cómo puede padecer el Rey de la gloria, que por sí mismo la ha conquistado, y ya la posee indefectiblemente y como por juro de propiedad, para sí y para darla en su tiempo a todos los que le sigan? (…)
Para Dios no hay pasado ni futuro, sino que todo le es presente. Así, pues, para Cristo, por razón de su Persona Divina, eran presentes todos y cada uno de nuestros pecados en el momento mismo en que por ellos padecía, como si actualmente los estuviéramos cometiendo. Es verdad que Cristo no padeció en cuanto Dios, sino en cuanto Hombre, y su Humanidad santísima estaba sometida a la sucesión de los tiempos. En este sentido, los padecimientos de Cristo duraron un tiempo determinado, transcurrido el cual absolutamente quedaron terminados para no reproducirse jamás. Mas el que padecía era Cristo, Persona Divina, y en tanto sus padecimientos son causa efectiva de nuestra justificación y salvación, en cuanto de tal Persona proceden. Por eso, en el tiempo de su Pasión Él tuvo presentes todos y cada uno de los pecados que hasta el fin del mundo se habían de cometer.
En este sentido, la Pasión de Cristo es siempre presente, y cuando Él se manifiesta a las almas como padeciendo en la actualidad, esta representación no es ficticia o engañosa, sino que corresponde a una realidad viviente.
Aun sin estas manifestaciones sobrenaturales, se aconseja a las almas piadosas que, cuando consideran la Pasión y Muerte de nuestro Señor, no la miren como cosa pasada, pues en ese caso perdería mucho de su fuerza para mover el corazón; sino como cosa presente, que así tiene mayor virtud y eficacia para despertar nuestros afectos. Y no es una ficción lo que con esto se les aconseja, pues corresponde a una verdad palpitante, en la forma que dicho queda. Mis pecados fueron causa de la Pasión y Muerte de Cristo; Él los tuvo presentes todos y cada uno de ellos, y por to dos ofreció su sacrificio, cuya virtud me libra de los mismos pecados. (…)
No sólo padece actualmente Cristo en su iglesia considerada en su conjunto y como sociedad por El establecida, sino también en algunos de sus miembros considerados en particular. Siendo la Iglesia el cuerpo místico de Cristo, los fieles, que son miembros de ese cuerpo, son también miembros de Cristo y forman con El como una sola persona: “La cabeza y los miembros, escribe el Angélico, son como una persona mística” (III, q. 48, a. 2, ad. 1).
De esta vida de Cristo, reproduciéndose incesantemente en sus miembros que forman con El una sola persona mística, tenemos abundantes testimonios en la doctrina del Apóstol San Pablo. Como cuando dice: «Mi vivir es Cristo, (Fil 1, 21); «Ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí (Ga 2, 20).
A algunas almas que han muerto totalmente a sí mismas para vivir plena mente la vida de Cristo, escoge el mismo Señor para asociarlas en algún modo a su obra redentora y continuar padeciendo en ellas por la salud del mundo. A unas imprimirá sus sagradas llagas, bien de un modo visible como a San Francisco de Asís, o bien de un modo invisible como a Santa Catalina de Sena.
Otras almas les experimentaran alguno de los tormentos de su Pasión sin esa ostentación sensible; a otras, finalmente, percibirán de mil maneras de dolores y trabajos en el cuerpo y en el espíritu, que sin ser materialmente los mismos sufrimiento estos que Cristo padeció durante su vida mortal, son, no obstante, padecimientos de Cristo, que vive en ellas y en ellas padece.
El Apóstol nos lo dice también bien claramente: “Abundan en nosotros los padecimientos de Cristo” (2Co 1, 5); “Yo llevo en mí las llagas del Señor Jesús” (Gal 6, 17)”.
(“De dirección espiritual” de Fray Ignacio Menendez-Reigada OP).
(Imagen: “Cordero Pascual”, detalle de un bordado patrimonio de la Catedral de Mdina, Malta. Foto Fray Lawrence Lew, OP).
Para Dios no hay pasado ni futuro, sino que todo le es presente. Así, pues, para Cristo, por razón de su Persona Divina, eran presentes todos y cada uno de nuestros pecados en el momento mismo en que por ellos padecía, como si actualmente los estuviéramos cometiendo. Es verdad que Cristo no padeció en cuanto Dios, sino en cuanto Hombre, y su Humanidad santísima estaba sometida a la sucesión de los tiempos. En este sentido, los padecimientos de Cristo duraron un tiempo determinado, transcurrido el cual absolutamente quedaron terminados para no reproducirse jamás. Mas el que padecía era Cristo, Persona Divina, y en tanto sus padecimientos son causa efectiva de nuestra justificación y salvación, en cuanto de tal Persona proceden. Por eso, en el tiempo de su Pasión Él tuvo presentes todos y cada uno de los pecados que hasta el fin del mundo se habían de cometer.
En este sentido, la Pasión de Cristo es siempre presente, y cuando Él se manifiesta a las almas como padeciendo en la actualidad, esta representación no es ficticia o engañosa, sino que corresponde a una realidad viviente.
Aun sin estas manifestaciones sobrenaturales, se aconseja a las almas piadosas que, cuando consideran la Pasión y Muerte de nuestro Señor, no la miren como cosa pasada, pues en ese caso perdería mucho de su fuerza para mover el corazón; sino como cosa presente, que así tiene mayor virtud y eficacia para despertar nuestros afectos. Y no es una ficción lo que con esto se les aconseja, pues corresponde a una verdad palpitante, en la forma que dicho queda. Mis pecados fueron causa de la Pasión y Muerte de Cristo; Él los tuvo presentes todos y cada uno de ellos, y por to dos ofreció su sacrificio, cuya virtud me libra de los mismos pecados. (…)
No sólo padece actualmente Cristo en su iglesia considerada en su conjunto y como sociedad por El establecida, sino también en algunos de sus miembros considerados en particular. Siendo la Iglesia el cuerpo místico de Cristo, los fieles, que son miembros de ese cuerpo, son también miembros de Cristo y forman con El como una sola persona: “La cabeza y los miembros, escribe el Angélico, son como una persona mística” (III, q. 48, a. 2, ad. 1).
De esta vida de Cristo, reproduciéndose incesantemente en sus miembros que forman con El una sola persona mística, tenemos abundantes testimonios en la doctrina del Apóstol San Pablo. Como cuando dice: «Mi vivir es Cristo, (Fil 1, 21); «Ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí (Ga 2, 20).
A algunas almas que han muerto totalmente a sí mismas para vivir plena mente la vida de Cristo, escoge el mismo Señor para asociarlas en algún modo a su obra redentora y continuar padeciendo en ellas por la salud del mundo. A unas imprimirá sus sagradas llagas, bien de un modo visible como a San Francisco de Asís, o bien de un modo invisible como a Santa Catalina de Sena.
Otras almas les experimentaran alguno de los tormentos de su Pasión sin esa ostentación sensible; a otras, finalmente, percibirán de mil maneras de dolores y trabajos en el cuerpo y en el espíritu, que sin ser materialmente los mismos sufrimiento estos que Cristo padeció durante su vida mortal, son, no obstante, padecimientos de Cristo, que vive en ellas y en ellas padece.
El Apóstol nos lo dice también bien claramente: “Abundan en nosotros los padecimientos de Cristo” (2Co 1, 5); “Yo llevo en mí las llagas del Señor Jesús” (Gal 6, 17)”.
(“De dirección espiritual” de Fray Ignacio Menendez-Reigada OP).
(Imagen: “Cordero Pascual”, detalle de un bordado patrimonio de la Catedral de Mdina, Malta. Foto Fray Lawrence Lew, OP).
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