"La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquel que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios trino y uno se comunica con los hombres construyendo en ellos la fuente de vida eterna" (Juan Pablo 11, Ene. Dominum et vivificantem, n. 2).
En nuestra santificación intervienen las tres Personas divinas, porque el principio de las operaciones es la naturaleza y en Dios no hay más que una sola Esencia o Naturaleza. Por ser el Espíritu Santo, Amor, y por ser la santificación obra fundamentalmente del Amor de Dios, es por lo que la obra de la santificación de los hombres se atribuye al Espíritu Santo (cfr. Decr. Apostolicam actuositatem, n. 3).
Esta santificación la realiza principalmente a través de los sacramentos, que son signos sensibles instituidos por Jesucristo, que no sólo significan sino que confieren la gracia.
La vida divina que nos santifica, nace, crece y sana por medio de los sacramentos. Son, pues, los medios de salvación a través de los cuales nos santifica, principalmente, el Espíritu Santo.
Así, el Espíritu Santo inhabita en el alma del justo y distribuye sus dones, pues "no es un artista que dibuja en nosotros la divina substancia, como si El fuera ajeno a ella, no es de esa forma como nos conduce a la semejanza divina, sino que El mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios" (San Cirilo de Alejandría, Thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate 34: PG 75, 609).
En efecto, cuando el alma corresponde con docilidad a sus -inspiraciones, va produciendo actos de virtud y frutos innumerables -San Pablo enumera algunos como ejemplo: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, modestia, continencia, castidad (cfr. Gal. 5, 22)-, derramando abundantemente su gracia en nuestros corazones:
-habita en el alma y la convierte en templo suyo;
-la ilumina en lo referente al conocimiento de Dios;
-la santifica con la abundancia de sus virtudes, gracias y dones;
-la fortalece en el bien y reprime sus malas inclinaciones;
-la consuela (por eso es llamado "Espíritu Consolador").
Son muy expresivos los textos de la Sagrada Escritura en este sentido. Entre ellos se pueden entresacar algunos:
-"Cuando venga el Espíritu Santo os enseñará todas las verdades" (Jn. 14, 26).
-"Fuisteis santificados, fuisteis justificados por el Espíritu Santo" (I Cor. 6, 11).
-"El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo qué hemos de pedir, él mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rom. 8, 26)
Fuente: encuentra.com
-
A. L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario