La fuerza del Espíritu Santo nos impulsa a vivir una experiencia perfecta de amor de Dios.
Recorrido este camino de 50 días por la Pascua, celebrando la Resurrección de Jesucristo, llegamos a este nuevo Pentecostés. Pero con un deseo de no terminar la Pascua, que vaya continuando en nosotros haciendo experiencia de vida compartida, abriendo nuestro corazón para dejar entrar al Espíritu que llega. Es como nos dice San Agustín, “el número 50 es el emblema de este tiempo de dicha que nadie puede arrebatarnos”. No es un Pentecostés más, es único, especial, que puede marcar y transformar nuestras vidas. Renovando y reforzando nuestra Fe.
Un nuevo Pentecostés que se hace experiencia de alegría, de amor, de unidad. Experiencia de conversión. Dejando nacer de nuevo la Iglesia, en el que todos sus miembros, así como un día los apóstoles se llenaron del Espíritu Santo y fueron enviados, a proclamar la Buena Noticia. A predicar con fuerza, con valentía, la alegría del Dios vivo. Todos estamos llamados a vivir con fuerza nuestro Pentecostés. Sabiendo que no caminamos solos, que Jesús camina a nuestro lado. Así nos lo recordaba San Juan Pablo II: “Jesús resucitado nos acompaña en nuestro camino y nos hace capaces de reconocerle, como los discípulos de Emaús en la fracción del pan. Que Él nos encuentre vigilantes, listos para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos y hermanas con la buena Nueva: Hemos visto al Señor”
A eso estamos invitados, a eso se nos llama, a estar atentos, a esa voz que nos llama a llevar la buena Noticia a los demás. Este Pentecostés se nos hace muy especial también pues junto con el, celebramos toda la Familia Dominicana la Traslación de Nuestro Padre Santo Domingo, un 24 de Mayo como el de este domingo de Pentecostés , aunque aquel día era lunes, se abría el sepulcro de Nuestro Padre ante el miedo de los frailes que lo presenciaban de que al abrir la sepultura el cuerpo de santo Domingo aparecería lleno de gusanos , desprendiendo mal olor, sin embargo de la tumba salió un maravilloso perfume que se impregnaba en todo el que lo tocaba con larga duración. No podemos dejarnos arrastrar por el miedo, así los discípulos estaban llenos de miedo encerrados en una casa , incapaces de pensar en una misión, que podrían ir por el mundo predicando la alegría de la Resurrección.
Pero Jesús entra en la habitación donde se encuentran reunidos y les da su Espíritu Santo, transformando sus vidas, dándoles el valor que romperá su miedo, el entendimiento para que toda duda desaparezca y son enviados a todas las gentes. Todos llenos del Espíritu debemos ir por el Mundo predicando cada uno desde la vocación a la que ha sido llamado a Abrazar al Mundo como nos invitaba Juan Pablo II. Abrazar a los que se han alejado, a los que no conocen, a los olvidados de la Tierra. Un Abrazo de amor, de verdad, de fraternidad.Porque es la fuerza del Espíritu Santo la que nos impulsa a vivir una experiencia perfecta de amor de Dios, y es así que el amor tiende a comunicarse, compartirlo, darlo, recibirlo, porque no sale de nosotros, sino de esa fuerza el Espíritu manifestado como fuego , una llama que se enciende en cada uno de nosotros.
Ese mismo olor de Nuestro Padre Santo Domingo que no es más que el olor de su Espíritu, olor de su santidad, olor que nos enamora, olor de su vida, de su predicación.Una llama que todos como familia tenemos que llevar hasta los lugares más recónditos, abriendo un camino de luz y esperanza para el mundo. Un mundo de guerras, de destrucción, de odios, de dolor… ese fuego de Dios , ardera y no se apagara si somos fuertes y valientes en estos tiempos que nos ha tocado vivir de persecución como vivieron nuestros apóstoles.
Y como nuestro Papa Francisco hablaba en su homilía el día de Pentecostés del 2014 diciéndonos: “el Espíritu Santo nos enseña a seguirlo…el Espíritu Santo es un maestro de vida. Y la vida es conocimiento, saber, pero en el horizonte más amplio y armonioso de nuestra existencia. Esto exige una respuesta de nosotros”.
Esa respuesta es la que hay que dar cada día. El Papa nos sigue diciendo en su homilía:”el espíritu nos recuerda, el mandamiento del amor y nos llama a vivirlo”, si no vivimos, ese amor que se nos da, mal podremos llevarlo a los demás, el Espíritu no tendrá su fuerza porque nosotros se la quitamos. Debemos amar y dejarnos amar. Sigue nuestro Papa hablando:”el Espíritu nos enseña y nos hace hablar con Dios y con los hombres” también nuestro Padre Santo Domingo nos da ese Espíritu de “hablar con Dios de los hombres y a los hombres hablarles de Dios”.
No debemos callarnos, Dios nos hace hablar, y hacerlo desde la oración, la predicación, regalos que se nos da y que tenemos que dar, desde la amistad, desde la vida, desde el amor, rompiendo los miedos, las tristezas y viviendo la alegría del Evangelio.
También en la Misa de Pentecostés del año 2013 el Papa Francisco nos decía, hablándonos del miedo a la novedad: Dios ofrece siempre novedad, trasforma y pide confianza total en Él. Los Apóstoles, temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?
¿Cuál es nuestra respuesta Hoy?
Feliz nuevo Pentecostés, y feliz día de la Traslación de Nuestro Padre Santo Domingo.
Sor Pilar Aparicio
Monasterio de Santa María la Real (Bormujos, Sevilla)/ser.dominicos.org
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