1. La vocación de domínico
Alcides Lataste nació en la ciudad de Cadillac, cerca de Burdeos, el 5 de septiembre de 1832. Desde su más tierna edad desea ser sacerdote. Esta vocación naciente le lleva a entrar en el seminario menor de Burdeos en 1841, donde pasará cinco años. Allí encontrará por primera vez a un domínico, y no de los menores, el Padre Lacordaire, durante su visita al establecimiento en 1842. Prosigue su escolaridad en el colegio de Pons (Charente-Maritime) a partir de 1846. Este establecimiento comprendía una sección de "eclesiásticos" para los que se destinaban al sacerdocio, y una sección de "laicos" para los demás. Alcides llega a la escuela con una convicción interior de que un día será sacerdote, aunque tiene un sentimiento profundo de su indignidad. Sin embargo, su padre, no queriendo contrariar su vocación sino probar su solidez, obtiene del superior su inscripción en la otra categoría. El choque es rudo y Alcides quedará muy turbado por esta prueba. Las "malas compañías" y las turbaciones de la adolescencia contribuirán poco a poco a poner en duda su vocación. Revisa sus proyectos y abandona casi totalmente toda idea de sacerdocio.
Después de su bachillerato y de un año pasado en casa entra en la administración de las Contribuciones en la que trabajará de 1851 a 1857. Siendo controlador supernumerario, los traslados le llevan a Privas el 29 de marzo de 1853. Es precedido de una reputación bastante halagüeña. especialmente en el medio de las Conferencias de San Vicente de Paúl en las que había entrado dos años antes en Burdeos. La actividad caritativa y el ambiente comunitario de estos grupos fueron para él la ocasión de descubrir una nueva forma de compromiso dentro de la Iglesia. Alcides, piadoso y emprendedor, encuentra a Leonida Cecilia de Saint-Germain, joven distinguida por su piedad y por su nacimiento, que queda particularmente impresionada por la profunda inclinación del muchacho hacia la religión y por su valiente independencia frente a los espíritus fuertes que se burlaban de su conducta. La mutua atracción de los jóvenes es tan fuerte que sus padres son consultados sobre una eventual unión. Pero los padres de Alcides temen que su hijo sea todavía muy inexperimentado y poco seguro de su porvenir (no es aún titular) para permitirse considerar el matrimonio con una joven de tal rango. El padre consigue que Alcides sea trasladado rápidamente a Pau, lejos de todo peligro. Esta ruptura afectiva es vivida por el joven en una soledad que no tarda en colmar con actividades caritativas en la Conferencia de San Vicente de Paúl. Los escasos textos en que este hombre pudoroso expresa sus sentimientos muestran que su amor por Cecilia se hace más espiritual, y que su fe y su preocupación por servir a los pobres son para él poderosos factores de equilibrio.
Sin embargo las pruebas no han terminado, pues conoce sucesivamente la muerte de su hermana Rosy y la de Cecilia. Su hermana era su madrina. Entrada en la congregación de las Hijas de la Sabiduría había sido sin descanso, incluso en los años difíciles del colegio de Pons, el testigo de la vocación de su hermano, un testigo exigente, recordándole regularmente la época de la primera llamada. No dudó nunca de la vocación de su hermano, y su muerte ocurrida el 14 de octubre de 1855 parece haber sido el choque decisivo que llevó a Alcides a entregarse a Dios. En su última enfermedad, contará al joven religioso encargado de cuidarle: "Quince días después, mi decisión estaba tomada". Y como para confortarle en esta decisión, Cecilia muere súbitamente de fiebre tifoidea el 17 de noviembre. La llamará desde entonces "su hermana del cielo".
Ascendido a controlador numerario, es asignado a Nérac y, por primera vez le es preciso instalarse en una ciudad donde no existen las Conferencias de San Vicente de Paúl. Quince días después de su instalación ha remediado esta carencia. Presidente fundador de la Conferencia de Nérac despliega una importante actividad entre los pobres, especialmente con la puesta en marcha de un "horno económico". Pero su trabajo profesional y su compromiso caritativo no le hacen perder de vista su objetivo, la búsqueda de la forma que va a tomar su deseo de entregarse a Dios.
Alcides Lataste no parece haber pensado en la vida de sacerdote secular. La conciencia muy viva de su indignidad y de su debilidad le empuja a buscar en la vida religiosa los hermanos y la regla que le guiarán. Comienza a interesarse por los carmelitas y los premonstratenses, cuando un retiro predicado en Pau por tres domínicos le orienta hacia los predicadores. La vida dominicana había sido restaurada en Francia en 1843 por el P. Lacordaire. En la época en que Alcides toma contacto con él, el P. Lacordaire está casi al fin de su carrera. Alcides le escribe: pide a los superiores de tres órdenes (Premonstratenses, Carmelitas y Domínicos) que le envíen sus constituciones. El examen es concluyente, queda en contacto con Lacordaire y se decide a entrar en la Orden. Hace algunos días de retiro en el convento de Burdeos, a fines de octubre, para fortalecer su decisión. Desde entonces las cosas van muy de prisa y, sin haber hablado con sus padres, se presenta a la puerta del noviciado de los Frailes Predicadores en Flavigny, Borgoña, el miércoles 4 de noviembre de 1857.
Los primeros años de su vida religiosa están marcados por la enfermedad que le mantiene en un estatuto particular y le impide seguir normalmente la vida regular. Un panadizo en una mano, mal cuidado durante su noviciado, parece desembocar en una amputación del dedo, que le impediría así ser ordenado sacerdote. Más tarde, una osteomielitis en la cadera afectará todo el período de sus estudios. Como su estado de salud no le permite hacer profesión simple al final de su noviciado, es enviado al convento de Toulouse para un cambio de aires. Hace allí profesión simple un poco más tarde, el 10 de marzo de 1859. En seguida se reúne con los frailes estudiantes en el convento de Chalais, cerca de Grenoble, donde permanece algunas semanas. Parte de allí con todo el estudiantado dominicano, Lacordaire a la cabeza, para tomar posesión de nuevo del convento real de Saint-Maximin, en Provenza.
Los trabajos teológicos redactados durante sus años de formación, muestran la entrada progresiva en la reflexión teológica de un espíritu serio y cuidadoso de la salvación de sus contemporáneos. Su correspondencia era la de un joven religioso entusiasta, que enrolaría en la Orden, de buena gana, a todos sus amigos, prometiéndoles la felicidad que él mismo ha encontrado en ella; propone así a un amigo que haga un retiro en el convento: "Seríais bienvenido; pero tened cuidado, la vida aquí es buena y dulce para el alma y podríais sucumbir a la tentación de quedaros":
Su encuentro fundamental de estos años de formación no es de Santo Tomás o el de la teología, que no parece haberle apasionado aunque se haya dado a ella honestamente, sino más bien el de María-Magdalena. A partir de 1859, le es casi imposible hablar del amor de Dios, de la adhesión a Cristo, del perdón sin nombrarla. Parece fascinado por el trabajo de la gracia obrando en esta mujer.
A causa de su enfermedad será admitido, raro privilegio, a besar la venerada cabeza de María-Magdalena, cuando las grandes ceremonias que rodearon la traslación de las reliquias a un nuevo relicario, el 20 de mayo de 1860. Guardará un recuerdo muy vivo de este acontecimiento y lo relatará a menudo en su predicación: "Besando esa cabeza en otro tiempo envilecida, hoy sagrada, yo me decía: es, pues, verdad que los más grandes pecadores, las más grandes pecadoras tienen en ellos lo que hace los más grandes santos; quién sabe si un día no llegarán a serlo...". La esperanza puede renacer en las tierras más devastadas; de los mayores pecadores, Dios puede hacer los mayores santos; he aquí la maravilla de la misericordia obrando en el corazón del hombre; he aquí la maravilla que le será dado contemplar a él mismo algunos años más tarde.
Ordenado sacerdote el 8 de febrero de 1863 en Marsella, es asignado al convento de Burdeos durante el verano. Curado al fin después de varias curas en las aguas termales de Barèges, puede entregarse a una vida intensa de predicación, la de los Frailes predicadores de la época. Sermones con ocasión de la Adoración perpetua en las parroquias, cuaresmas, advientos, mes de María, novenas y octavarios; los frailes eran llamados a menudo lejos de su convento para estas predicaciones que tenían lugar por la tarde y que se asemejaban más bien a conferencias. Cuatrocientos treinta y siete sermones del P. Lataste han sido conservados, la mayor parte redactados íntegramente, sobre todo los del principio de su ministerio, otros están reducidos al estado de plan o esquema. Se advierte en ellos la recurrencia frecuente de ciertos temas, como el amor de Dios, la eucaristía, la Virgen María y María-Magdalena.
2. El momento de Dios
La misericordia, la Eucaristía, María-Magdalena: todo está ya a punto para que el acontecimiento se produzca y, cuando entra en la prisión de Cadillac, en aquella mañana de septiembre de 1864, está pronto para recibir la llamada de esas mujeres a las cuales va a anunciar la misericordia y ofrecer el perdón de Dios.
Si se pregunta hoy a una hermana domínica de Betania qué es lo que constituye la originalidad de su congregación, su respuesta puede comenzar así: "Comenzó en 1864: un joven domínico, el Padre Lataste, fue enviado a predicar un retiro para mujeres detenidas en la cárcel de Cadillac-sur-Garonne". Tal es en efecto el acontecimiento fundador, el encuentro que trastornó profundamente la vida de este hombre y lo lanzó a una aventura en el curso de la cual morirá, antes de que transcurran cinco años.
La predicación de ese retiro es una etapa decisiva de su itinerario. Asombrado por las maravillas que la gracia opera en el corazón de las detenidas, y que puede contemplar en los centenares de confesiones que oye en aquellos días, convertido él mismo por las palabras de esperanza que les dirige, se inquieta por el porvenir de su auditorio. Hélas aquí perdonadas por Dios, totalmente inocentes ya a sus ojos, pero expuestas siempre al desprecio y a la desconfianza de la sociedad. En oración con ellas una tarde ante el Santísimo Sacramento entrevé a grandes rasgos un proyecto que ya nunca abandonará. Para acoger a las detenidas, cuya conversión es tan profunda que están dispuestas a dejar el mundo que las ha perdido para entregarse a Dios que las ha salvado, es preciso fundar una congregación en que religiosas contemplativas aceptarían no sólo recibirlas y albergarlas a su salida de la prisión, sino recibirlas entre ellas sin ninguna clase de distinción, después de un tiempo de prueba.
En aquella época varios establecimientos tenían la función de acoger a las mujeres que no podían volver a su familia. Las casas más célebres entonces eran los Refugios atendidos por las Hermanas del Buen Pastor de Angers o por otras congregaciones, que recibían mujeres arrepentidas que salían de la prisión, pero más todavía de la prostitución, y cuya conversión no estaba aún muy asegurada. Encontraban allí un asilo, trabajo, y un marco de oración y de penitencia propicio, en la pedagogía de la época, para un retorno real hacia Dios y la virtud. Era estatutariamente imposible, incluso para las mejores, esperar llegar a religiosas; en el mejor de los casos podían entrar en una especie de Orden Tercera. Estos establecimientos agrupaban a veces un centenar de mujeres.
La originalidad del proyecto de Betania está pues, precisamente, en la fusión de las religiosas y de las arrepentidas en una sola familia. La distinción de los orígenes se hace imposible. La entrada de las antiguas criminales en la vida religiosa, testimonia ante la sociedad la total rehabilitación que el perdón de Dios había ya realizado.
Sin perder tiempo, el P. Lataste presenta el proyecto a sus superiores y al arzobispo de Burdeos. Éste no se opone a la Obra, pero rehúsa una fundación en su diócesis para evitar dificultades con el Refugio de Burdeos que acaba de abrirse bajo su protección y se inquieta por el proyecto. Las tareas de la predicación impiden al Padre proseguir sus investigaciones, pero su corazón queda ya vuelto para siempre hacia las detenidas de Cadillac. Cada vez que pasa por la ciudad, acude a la prisión para mostrarles su fidelidad, aunque el reglamento le impide hablarles. Ante su gran sorpresa se le pide de nuevo predicar con motivo de la Adoración perpetua, en septiembre de 1865. Se enterará después que las detenidas habían estado rezando para que volviese.
Por aquella época es nombrado por el capítulo provincial superior del convento de Flavigny y maestro de los novicios profesos, es decir de los estudiantes profesos. Recibe este cargo con aprensión, pero también con alegría. Realizará seriamente su tarea de formador del 1 de octubre de 1865 al 28 de julio de 1866, feliz de volverse a encontrar en el clima tranquilo de un convento de formación después de una primera experiencia de vida apostólica. Es entonces cuando toma de nuevo la palabra en la prisión de Cadillac. La experiencia del año precedente le ha mostrado la importancia de los contactos personales con las detenidas, así esta vez no hace más que una predicación por día, para consagrarse a oírlas en confesión. El estilo de su predicación es más directo, se siente "en familia". En el primer sermón hace alusión a sus visitas: "He venido aquí tan a menudo como me ha sido posible; no podía deciros nada pues la regla estaba ahí, pero pensaba que mi sola presencia sería un signo de amistad y os consolaría, y leía en vuestros rostros que así era". La última noche del retiro, es propuesta a las detenidas la adoración del Santísimo Sacramento. El predicador esperaba verlas turnarse por cortos períodos, como en las parroquias: ¡cuál no es su sorpresa al verlas dividirse la noche en dos grupos de ciento cincuenta detenidas, cuyo fervor hubiese honrado a los mejores conventos!. La predicación que les dirige al día siguiente para concluir el retiro es un canto a la misericordia de Dios, redactado allí mismo, rápidamente, como un grito de felicidad: "¡He visto maravillas!".
Esta experiencia lo conforta en su idea de fundación. Desde entonces las cosas van muy de prisa. Somete a sus superiores y después a los obispos un informe de su proyecto. Situando a guisa de preámbulo las respuestas más favorables que recibe, lanza para el gran público, en mayo de 1866, Las Rehabilitadas, folleto de presentación del grave problema de la salida de prisión de las detenidas profundamente convertidas. La solución que propone es la fundación de una congregación que se haga testigo de la plena rehabilitación de la cual se han beneficiado a los ojos de Dios, permitiéndoles el pleno acceso a la vida religiosa. Esta publicación recibe una acogida bastante buena y le proporciona los primeros donativos destinados a la fundación. El Padre Saudreau, su antiguo prior en Burdeos, le envía dos religiosas de la Presentación, de Tours, que desean consagrar su vida más directamente a los más pobres. El joven fundador las acoge con alegría; ellas creían unirse a una fundación en curso y descubren que son sus primeras piedras. No obstante, aceptan el desafío, y una de ellas, la futura Madre Henri-Dominique, es designada como primera superiora. En la espera de un lugar para abrir la fundación, y de hermanas para constituir una verdadera comunidad, son acogidas muy fraternalmente por las hermanas de Nancy, que se encargan de su formación dominicana. Se encuentra una casa el día de la fiesta de Santa María-Magdalena, requerida por el P. Lataste para que ponga manos a la obra. La compra puede llevarse a cabo rápidamente gracias a una rica bienhechora...! que se había instalado imprudentemente en el mismo compartimiento de tren que él. La Casa de Betania es fundada el 14 de agosto de 1866, en Frasnesle-Château, cerca de Besançon.
Los cuidados de fundador de una obra delicada, unidos a las obligaciones de la vida de predicador, son una pesada responsabilidad para el P. Lataste: el provincial le descarga de su tarea de padre maestro y los asigna al Convento de Dijon, a fin de acercarlo más a Betania. Lo deja libre para ocuparse de la fundación, a condición de asumir normalmente su parte de predicación especialmente en adviento y cuaresma.
La pequeña comunidad comienza a crecer poco a poco. La primera rehabilitada que entra en Betania, el 4 de septiembre, es una antigua pensionista del Refugio de Metz. Progresivamente, otras candidatas se presentan para ser hermanas o rehabilitadas, y la primera liberada de una prisión llega en febrero. El fundador es autorizado para hacer breves permanencias en Betania, pero mantiene una correspondencia casi diaria con M. Henri-Dominique.
3. La Fundación sostenida por Dios
Poco a poco se despiertan reticencias cada vez más fuertes en los superiores, así como en numerosos frailes domínicos, en relación con Betania. Las reticencias que proceden de la provincia de Francia habían comenzado desde el proyecto de publicación de Las Rehabilitadas, que comprendía un petición de sostén financiero. Un cierto número de frailes temieron una confusión con las cuestaciones hechas por la provincia, y por ello una concurrencia en el espíritu de los bienhechores de la Orden. Es por lo que la publicación fue autorizada solamente si iba precedida de una nota explicando la ausencia de un vínculo orgánico de la Obra con la Orden y manteniendo el anonimato sobre su autor. Poco tiempo antes de la fundación, creyendo que uno de sus amigos va a abandonarle, el P. Lataste deja entender que el apoyo de sus hermanos no ha sido tan vivo como él podía esperar: "Si os retiráis, mi pena será viva, pero estoy dispuesto a todo. He visto retirarse a aquellos con los que más contaba y he recibido las más cálidas y eficaces simpatías de los que no conocía. Será lo que Dios quiera: él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos y no nos fallará".
En octubre de 1866, el consejo provincial examina la cuestión de la fundación de Betania. Los informes de los debates muestran claramente que la unanimidad está lejos de conseguirse. A la pregunta: "¿Se debe dejar al P. Lataste proseguir su obra comenzada o se le debe prohibir que se ocupe en adelante de la rehabilitadas?", el Consejo responde favorablemente, pero con esta fórmula: "El Consejo soporta la necesidad creada por el hecho consumado y autoriza al P. Lataste a proseguir su obra instándole a exonerarse de ella lo más pronto posible". En la sesión siguiente, la palabra "autoriza" es borrada del acta para ser reemplazada por la palabra "deja".
¿Cómo explicar tal distancia y tal rigor? La cuestión de la autorización de la fundación es delicada. Los documentos dejan pensar que una cierta ambigüedad ha reinado en las autorizaciones concedidas por los superiores del P. Lataste, el provincial de Francia y el P. Jandel, Maestro de la Orden, a propósito de la publicación del folleto o de la fundación de Betania. Por el contrario, es más fácil precisar uno de los argumentos mayores de quienes "veían esta fundación con desagrado"; es el que recae directamente sobre la originalidad de la intuición del P. Lataste: la rehabilitación total de las almas perdidas, por su asimilación completa a las religiosas domínicas. Uno de los ataques más abiertos ha venido de las hermanas domínicas de enseñanza que temían que esta asimilación recayera sobre el conjunto de la Orden e hiciera temer a algunos padres, que las domínicas a las cuales confiaban sus hijos eran antiguas criminales. El provincial redacta una nota para los archivos, que comienza así: "Habiéndome escrito las religiosas de la Tercera Orden enseñante para pedirme en nombre de cuatro de sus conventos, que fuese prohibido a personas reputadas infames como son las rehabilitadas de Betania, llevar el hábito de Santo Domingo..."
El P. Lataste trata siempre de vivir en la confianza y la obediencia a sus superiores, a pesar de las dificultades que no hacen sino aumentar. Los ataques, sin embargo, van a enrarecer y perturbar sus relaciones con algunos hermanos. El capítulo provincial, reunido en septiembre de 1867, recibe peticiones procedentes de los adversarios de la fundación, "para que sea desligada la solidaridad de la provincia con la Obra de la Rehabilitadas". Los capitulares conceden al P. Lataste dos años con la condición expresa de dejar la dirección de la Obra después de este plazo. El nuevo provincial, poco favorable a la Casa de Betania, no cesará de recordar este vencimiento al fundador... que morirá seis meses antes de tener que dejar, por obediencia, a sus hijas.
El P. Lataste está muy cargado durante los breves años que separan la apertura de Betania de su muerte: correspondencia con los bienhechores, los proveedores, las hermanas y las eventuales postulantes; predicación de retiros y estaciones que le son confiados. Así se ve llevado a predicar la cuaresma en Grenoble en 1867, y en la catedral de Nîmes en 1868. A despecho de sus numerosas ocupaciones, despliega toda su energía en predicar, durante estas estaciones de cuaresma y adviento, sobre los temas que le son caros: el amor de Dios, la eucaristía. Algunas predicaciones son destinadas a los hombres en particular, y consagradas a temas apologéticos; trata de llevar a la práctica sacramental, renovando las nociones de Iglesia y de fe, a los ciudadanos afectados por la secularización y el racionalismo.
Antes de que lleguen las primeras betanianas, el P. Lataste había propuesto un contrato amistoso a su mejor colaborador en la fundación: San José. Escribe a la M. Henri-Dominique: "El 19 de marzo he visto con pena que no teníamos misa propia para San José y he notado con más pena todavía que su nombre no figura en el canon. He hecho voto de emplearme con todas mis fuerzas en obtener del Santo Padre estas dos cosas para su gloria, si él, San José, lleva a buen fin la fundación de Betania de aquí a dos años. De aquí a dos años. Ya veis, no estaba muy seguro de mí ni del éxito de mis proyectos. Por eso le he dado tiempo a San José, pero él no ha querido más que cinco meses para hacerla".
Su salud comienza a deteriorarse durante el invierno 1867-68. Poco tiempo antes de su marcha a Nîmes, en Betania, una erisipela se declara. Escribe al provincial para preguntarle si no sería prudente retrasar su salida con el fin de reposar un poco. La respuesta es negativa. Aunque su estado de fatiga no haya mejorado, parte al día siguiente, por obediencia. El cansancio suplementario de una estación de cuaresma le hace más frágil, y cae enfermo después de haber tenido que confesar en una sacristía húmeda, después de predicar. La tuberculosis ya no lo dejará. Vuelve a Betania para recibir algunas profesiones unos días después de Pascua y, es entonces, el 13 de mayo de 1868, cuando hace la ofrenda de su vida en favor de San José: éste había sostenido los primeros pasos de Betania, pero su ayuda parece muy útil de nuevo: los adversarios de la joven fundación se hacen cada vez más apremiantes, y el plazo fijado por el capítulo provincial se aproxima. El P. Lataste sabe que no tiene más que un año y medio como máximo para dedicarse a Betania, le es preciso preparar el porvenir dejándola en buenas manos. El P. Jandel revelará, después de una visita al P. Lataste, que éste ha hecho don de su vida para obtener que San José sea declarado patrón de la Iglesia universal, a cambio de su protección sobre la Obra. Retengamos con atención este don total de sí mismo hecho por el P. Lataste en favor de Betania, este precio que está dispuesto a pagar por la salvación de "sus hijas".
En agosto de 1868, el provincial, que no parece inquietarse por el estado de salud de su religioso, piensa que es llegado el momento de recordarle de nuevo el plazo que se aproxima: según las decisiones del capítulo, deberá dejar Betania en septiembre de 1869. "No tengo en absoluto la intención de escatimaros las semanas y los meses que os ha concedido el capítulo provincial, mi querido Padre, estad seguro. ¡Pero no perdáis de vista el 15 de septiembre 1869! Tanto peor para vos y para vuestra Obra si ella no puede pasarse sin vos: de buen o de mal grado os será preciso separaros de ella, y solamente conservaréis las relaciones de buena amistad y de dirección epistolar que no entrañan ninguna responsabilidad".
La respuesta del P. Lataste, aún manteniéndose respetuosa, muestra bien a las claras que ha puesto toda su confianza en Dios, y que Aquél a quien considera como el verdadero fundador de Betania, será capaz sin duda de hacer cambiar de opinión a un superior si eso fuera necesario...
"No es la primera vez, Rvdmo. Padre, que me recordáis la fecha del primero de septiembre de 1869. No la he olvidado y no la pierdo de vista. Unicamente que yo no puedo hacer lo imposible: he puesto mi confianza en Dios, y estoy seguro que su protección no nos faltará. Si me veo en la necesidad de dejar que la Obra se hunda, por obedecer a mis superiores, no dudo que la Providencia intervendrá como ya lo ha hecho. Dios sabe cambiar los corazones como a él le place. Esta confianza no impide que haga todo lo que me es posible para realizar el voto del Capítulo y el vuestro".
Una mejoría pasajera le permite predicar el retiro en Betania a principios del mes de octubre y recibir a una nueva postulante. El provincial que parece muy lejos de darse cuenta de la gravedad de su estado de salud, le anuncia ya, con un año casi de antelación. su próxima asignación. El 16 de septiembre, al expirar el plazo de dos años acordados por el capítulo, deberá acudir al convento de Abbeville, sin duda el convento de la provincia más alejado de Betania. Le será ya imposible volver allí. El P. Lataste prosigue como puede la redacción de las constituciones de Betania, con la ayuda de M. Henri-Dominique. El día de Navidad, celebra con dificultad y por última vez la misa. Ese mismo día había tenido la gran alegría de dar por primera vez, el hábito de hermanita a una rehabilitada: la que de ahora en adelante será Sor Nöel había sido disuadida del suicidio por el joven predicador de Cadillac, cuatro años antes.
Los meses que siguen son los de un lento descenso hacia la muerte. Los períodos de lucidez sobre su estado se alternan con momentos de confianza en el porvenir. Consagra todas las fuerzas que le quedan a Betania, tratando de hacer avanzar lo más posible el trabajo de las constituciones. El convento de Flavigny le envía un hermano estudiante que lo había conocido como padre maestro, y cuya hermana era religiosa en Betania: Fray Dominique Rolland lo asistirá hasta su muerte. La angustia crece en Betania, y especialmente en M. Henri-Dominique, al ver desaparecer al fundador mientras que la aventura no hace sino comenzar y el provincial da a comprender claramente que la joven comunidad no debe esperar ningún socorro de la provincia después de la desaparición del P. Lataste. El P. Jandel, Maestro de la Orden, que había visitado Betania durante el verano, se inquieta por el estado de salud del joven fundador, a quien había animado sin poder sostenerlo de manera oficial. La crónica de Betania relata que una semana antes de su muerte, el P. Lataste, ante sus hijas, expresó públicamente su perdón a quienes no lo habían tratado bien durante los últimos meses, y su gratitud hacia su provincia: "Doy gracias a la Orden de Santo Domingo entera por haberme dado el Santo Hábito: doy gracias en particular a nuestra querida provincia de Francia. Doy gracias y bendigo, al morir, a todas las personas que han aprobado mi empresa y me han ayudado con su oraciones y consejos, con su influencia y sus donativos... Perdono a todos los que me han desaprobado, contradecido, combatido, en particular al Rvdmo. P. X. Pido a Dios que los bendiga a todos. Bendigo también a los religiosos del noviciado que me han tenido por padre maestro. Bendigo a toda mi familia y sobre todo a aquél de mis hermanos que me ha sostenido tanto en la fundación de la Obra. ¡Ah!, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Como el ciervo sediento suspira por el agua de las fuentes, así mi alma suspira por Ti, ¡oh Dios mío!."
Es el 10 de marzo de 1869 cuando Fray Marie-Jean Joseph Lataste exhala su último suspiro, rodeado de sus amadas hijas. La crónica de sus funerales en El Año Dominicano, boletín de la Tercera Orden, es la primera alusión a Betania aparecida en este periódico: "Domínicas y Rehabilitadas mezclan en un común abrazo sus lágrimas.. realización elocuente y quizá hasta aquí desconocida, del ideal supremo del P. Lataste: la Rehabilitación de la falta expiada, hasta la fusión más íntima con las puras Esposas de Jesucristo". Los tiempos que siguieron fueron extremadamente difíciles para M. Henri-Dominique, que vio cómo el provincial le rehusaba todo socorro; después de múltiples intercambios de cartas, obtuvo que el P. Raymond Boulanger, gran amigo del P. Lataste, y defensor de Betania desde su origen, fuese autorizado a terminar la redacción de las constituciones. En 1870, la comunidad deja la que ha sido su primera casa, para trasladarse a una propiedad más cerca de Besançon, llevando con ellas el cuerpo de su Padre. Hoy continúan llevando su vida de oración y de misericordia en torno a su tumba, en Montferrand-leCháteau.
Trad. Dominicas de Santorin
Grecia
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