La virtud del orden “se comporta de acuerdo a unas normas lógicas, necesarias para el logro de algún objetivo deseado y previsto, en la organización de las cosas, en la distribución del tiempo y en la realización de las actividades, por iniciativa propia, sin que sea necesario recordárselo”. (1)
Dicho en otras palabras, el orden es la recta disposición de las cosas y es la virtud que nos lleva a poner cada cosa en su lugar, a distribuir correctamente el tiempo y nuestras actividades.
El orden es además, reducir la multiplicidad a la unidad. Si tengo una cantidad de libros dispersos (multiplicidad) y los ordeno, tendré como fin y como resultado una biblioteca. Si hay muchos alumnos jugando en el patio del recreo y toco la campana formando una fila de menor a mayor según la altura (reduzco la multiplicidad a la unidad). Los alumnos podrán entrar en el aula como personas que son, sin golpearse y con el debido espacio que cada uno necesita. De ahí deducimos que esta virtud es un principio de orden natural que colabora al bien de todos. Toda buena organización tiene como principio y base el orden.
Para poder actuar de un modo ordenado hará falta cierta estructura mental ordenada que se reflejará en todos los aspectos de nuestras vidas.
En primer lugar el orden en las ideas y en los valores será imprescindible para poder sostener una línea de conducta en la vida. Empecemos por ordenar la cabeza. Saber qué es lo que habremos de sostener y defender a través de nuestras vidas exige claridad de principios. Para que nuestras decisiones sean las correctas, tendremos que saber qué es lo más importante para elegir bien. Si no tenemos una prioridad, nuestra cabeza será un caos y nos conduciremos como una hoja al viento. Primeramente debemos conocer lo que enseña la religión católica para poder defenderla y cumplir con el mandato de Dios: “Me amarás con tu mente”. Si somos católicos no podemos ser liberales, masones, racionalistas, relativistas, hedonistas, agnósticos, socialistas o comunistas porque sus principios se contradicen con la doctrina de la Iglesia. Lo malo en todas ellas es que se oponen al orden natural dado por Dios en la Creación. Únicamente la doctrina católica se apoya sobre ese orden natural, demostrando que es la válida para todas las personas.
De ahí que, de una cabeza ordenada “católicamente”, saldrá una argumentación en la conversación ordenada y clara, que nos iluminará en todos los temas. Esto demuestra la importancia de valorar el estudio con el lícito afán de saber y conocer lo nuestro. Si no conocemos no amaremos el esplendor de lo nuestro y nos dejaremos convencer por todas las teorías falsas que rondan por ahí.
El orden en la relación con las personas comienza con la familia. Según la importancia y jerarquía que tiene cada uno, será el lugar debido que habrá que darle dentro de la misma. El padre y la madre serán los primeros responsables de la educación de los hijos. Y es para eso que Dios les ha dado la autoridad para poder mandar sobre ellos y a los hijos la obligación moral de obedecerles. Los padres tendremos que rendir cuentas ante Dios de la educación transmitida a los hijos y de nuestros actos. De ahí que no debamos pretender jugar el papel de “amigos y cómplices” de los hijos con la misma inmadurez. Los niños tienen el derecho de saber y de ser enseñados y esta obligación corresponde primero a los padres y después a todos los adultos que los rodean, porque todos los adultos forman o deforman. El deber de los padres es “educar”, “dirigir” por el buen camino a los hijos, explicar con razones claras y objetivas, dar argumentos de peso para las obligaciones, señalarles la diferencia entre viajar por la ruta y andar por la banquina, Enseñarles a mirar las consecuencias de sus actos con luces largas y no con luces bajas.No “ganárselos” ni “comprárselos”.
El orden en el ámbito del trabajo significa que el empleado del banco no puede atender desde el despacho del gerente. El gerente no puede estar barriendo la vereda del banco porque no le corresponde y tendrá otras responsabilidades. El patrón de la empresa o el general de división no pueden salir de “farra” con los empleados o los soldados porque estas actitudes desordenadas erosionan y desmerecen la imagen de la autoridad.
La autoridad bien ejercida siempre implica pagar el precio de una cuota de soledad, porque habremos de asumir la responsabilidad de muchas decisiones y dar el ejemplo a otros. Muchas veces se deseará tal vez compartir y disfrutar con ellos distintos acontecimientos, pero en virtud de no olvidarnos del lugar que ocupamos tendremos que negárnoslo. Deberemos privarnos de algo que puede ser lícito, pero que no corresponde según el cargo que ocupemos o la jerarquía que tengamos y deberemos hacerlo para cumplir mejor con nuestra responsabilidad.
Si somos los padres no podremos salir a bailar con los amigos de los hijos o si somos los jefes de la oficina no podremos estar contando nuestros problemas familiares más íntimos a los empleados. Cada uno no sólo debe ocupar el lugar que le corresponde sino comportarse como corresponde a su cargo, a su posición o a su deber de estado. El sólo hecho de erosionar las jerarquías, confundir los roles o contar nuestras intimidades a todos, exponiendo muchas veces la de otros, ya es un grave desorden.
En el orden de la sociedad es la función propia del Estado, quien debe velar para que se respete el orden natural establecido por Dios a todos los ciudadanos. Desde el derecho a nacer, a poder formar una familia y mantenerla dignamente, a tener un trabajo y sueldo digno que nos permita vivir, a tener la seguridad jurídica y poder transitar tranquilamente por las calles sin temor a que nos roben o nos maten, etc. Es función propia del Estado el asegurar el orden y el impedir la anarquía dentro de la sociedad, que es cuando se transmite que falta gobierno y reina el caos y la confusión dentro de la sociedad. La razón de ser del Estado es la de ser el activo promotor del Bien común, que es el bien de todos, y no de algunos.
Una sociedad ordenada, a su vez, se notará por los valores que reconocerá. La ciencia, el estudio, el conocimiento, la maternidad, debieran ser valores a defender de primer orden. Grecia y Roma entronaban dentro de la sociedad, dándoles un lugar destacado, a las madres de familia. Podríamos hasta decir que el pulso de una sociedad puede medirse según el valor que ella le dé a la maternidad. En una sociedad ordenada, una vocación científica debiera tener más facilidades y reconocimientos que un deportista, ya que el conocimiento es superior a la habilidad física, por más que ésta sea buena. Un profesor experimentado y sabio debiera tener privilegios acorde a sus conocimientos y una paga superior a una modelo de publicidad que promociona un champú. Pero hoy constatamos que es totalmente al revés, lo cual indica el desorden de la nuestra.
El orden en las cosas materiales tiene varias finalidades: guardar bien las cosas para que no se estropeen y se conserven bien. Por respeto a quien nos las dio y por gratitud de tener lo que otros no tienen. Para poder encontrarlas cuando las necesitamos y, (como siempre nos está mandado), por pensar en el otro, para que también las encuentre en buen estado cuando las necesite. El maltrato hacia las cosas implica desprecio hacia el trabajo ajeno. Si trabajo en un taller, es importante que guarde bien las herramientas porque si no se estropearán, se perderán y tampoco las encontraré cuando las busque porque las necesite. No las encontraré yo pero, lo que es peor, tampoco mi compañero de trabajo. Si me prestan un libro o un buzo, la actitud ordenada y justa es devolverlo en el mismo estado en que me lo prestaron, o mejor si es posible (lavado y planchado).
Para ser ordenados no sólo hace falta poner las cosas en su lugar sino que hay que utilizar bien las cosas. Si un adolescente guarda la campera húmeda en el ropero no puede decir que sea ordenado, porque aunque la cuelgue en el armario, la campera se estropeará. Si abre una lata rompiendo la hoja del cuchillo, por más que tire la lata prolijamente a la basura no actuará ordenadamente, porque habrá estropeado la hoja del cuchillo. Si no superviso con cuidado los alimentos de mi heladera algunos se echarán a perder y habrá que tirarlos (lo cual es un desorden) generando un desperdicio que es anticristiano porque hay muchas personas que nada tienen para comer.
Como todos los hábitos serán mejor empezar en la niñez, o cuanto antes, ya que un niño de 3 años tiene capacidad para comprender que cada cosa debe tener su lugar. Desde la infancia el orden se inculcará con los horarios, las comidas, los hábitos de higiene, las diversiones medidas y sus propias cosas personales.
La batalla del orden habría que ganarla antes de la adolescencia con infinidad de hábitos como apagar las luces si dejamos el cuarto, cerrar con cuidado los cajones, tapar el dentífrico para que no se seque y el que viene lo pueda usar. Utilizar agenda para distribuir mejor nuestro tiempo, planificar el tiempo libre. Incorporar hábitos básicos de higiene personal, (como lavarse la cara y los dientes al levantarse y no después que se ha circulado por toda la casa). Tener puntualidad en los horarios. Fijarse que lo que se tira no sirva para nada ni para nadie. Dejar la ropa doblada para que no se arrugue y se estropee de tanto lavado y planchado, etc. El orden está muy emparentado con otras virtudes y especialmente con el respeto al prójimo, la justicia, con lo que es debido al otro, con la austeridad y la gratitud.
Dejar bien apoyada la bicicleta en su lugar para que no se caiga y se estropee o cuidar los útiles del colegio implicará, además de orden, respeto por quien trabajó para comprárnosla. No dejar la ropa hecha un bollo en el piso implicará, además de orden, respeto por quien acaba de limpiar nuestro cuarto y por quien se supone que tendrá que agacharse a levantarla del suelo. Doblar bien el diario después de haberlo leído o dejar el baño como nos gustaría encontrarlo implicará no sólo orden, sino respeto por quien vendrá después que nosotros.
Escribir claro y bien (para que no sea un verdadero sacrificio para los demás entender nuestra letra) es no sólo un principio de orden, sino de justicia hacia quien lee. Comprar lo que nos hace falta, pensándolo y con criterio (ya sea en la ropa, los alimentos, o la música) es no sólo orden sino austeridad, respeto y gratitud hacia quien nos proporciona los medios para hacerlo.
El orden en la administración y el uso del dinero y en la administración de los bienes propios y ajenos toca muy de cerca el mundo de la justicia. Irme a veranear si no he pagado mis cuentas al verdulero o poner el cable en vez de pagar la cuota del colegio es un gran acto de injusticia hacia ambos porque les estoy robando el dinero que de hecho les pertenece. Si cambio la moto antes de pagarle a mi amigo el dinero que le debo es un acto de injusticia porque estoy utilizando (en algo superfluo) un dinero que ya no me pertenece.
Así como la transparencia en el manejo del dinero ajeno, no sólo me quita responsabilidad ante el prójimo, sino que es un derecho que tiene el prójimo de saber cómo se maneja su dinero (aunque sea un simple vuelto de una entrada al cine). Administrar bien nuestros gastos (independientemente de que sean grandes o chicos según nuestro estado) siempre implicará no sólo el respeto debido a quien ha trabajado por nosotros, sino a quienes carecen hasta de lo elemental para vivir. El orden en la administración de los alimentos es fundamental, porque la comida es un don de Dios que debemos agradecer, y hay quienes, por carecer de ella se mueren de hambre.
En todos los órdenes el desperdicio es anticristiano. Debemos usar de las cosas en actitud de gratitud por poder tenerlas y conscientes de que la gran mayoría de las personas carece hasta de lo necesario para subsistir no sólo en comida sino medicamentos, electricidad, calefacción, etc. En toda administración pública o privada la transparencia en el manejo de los fondos no sólo nos está moralmente exigida porque nos quita responsabilidad, sino que es un acto de justicia hacia los demás, ya que el dinero a administrar es producto del trabajo, el esfuerzo y las privaciones de muchos. No es verdad que los fondos públicos no son de nadie en especial. Los fondos públicos son productos de las privaciones de millones con nombre y apellido y deberían ser administrados con esa conciencia.
El orden en el uso del tiempo merece una consideración. Dios nos ha dado un tiempo limitado de vida en esta tierra y, aunque no sepamos cuando será el día y la hora, sabemos que no somos inmortales. El tiempo que nos fue dado debe ser utilizado como un tesoro a administrar para salvarnos y debiera ser utilizado según la parábola de los talentos. Algún día deberemos rendir cuenta de cómo lo hemos invertido. Levantarnos todos los días a cualquier hora, pasarnos horas delante del televisor, hablar pavadas de manera desmedida por teléfono, mandar y recibir innumerables mensajitos en el celular (que quitan el sabor del encuentro y la expectativa de contarse las cosas personalmente, invadiendo continuamente la intimidad ajena para informar al otro no solo que “estamos comiendo en lo de la abuela” sino que volvemos a mandar otro a los cinco minutos para decirle que “estamos comiendo pollo”…) Elegir durante días un par de zapatillas, quedarse gastando tontamente el tiempo al salir del colegio sin tener el día planificado para nada, pasar horas interminables delante del espejo mirándonos las cejas, navegando por internet o chateando, no son actitudes de provecho que nos harán sentir bien el día que nos presentemos ante Dios para rendir cuentas sobre nuestras vidas. Este desorden del tiempo tampoco nos hará sentir bien al final del día. Esa insatisfacción que nos irrita, que nos deja disconformes con nosotros mismos y los demás, tiene mucho que ver con constatar al final del día que no hemos hecho nada de provecho en la jornada, ni para nosotros mismos, ni para el prójimo.
Todos tendemos a tener algunas áreas ordenadas y otras en las cuales aflojamos. Podemos ser muy ordenados en los gastos y no en los horarios, o muy ordenados en las ideas y no en los horarios ni en los placares. Pero el orden nos ayudará a tener más tiempo libre y, si lo tenemos, a utilizarlo mejor. Nos dará tranquilidad, nos evitará disgustos y contratiempos y le sacaremos mayor fruto a nuestros días. Si dejamos nuestro auto a la sombra se estropeará menos, si no lo conducimos a máxima velocidad el motor nos rendirá más tiempo. Los horarios, el uso correcto del tiempo, los presupuestos familiares, las diversiones, la convivencia con los demás, el cuidado de las cosas materiales (que a alguien habrá costado comprar) en todas las facetas de la vida, necesitamos poner cada cosa en su lugar.
Fruto del orden en las prioridades respecto al manejo del tiempo, en el ser parejo en los afectos, en el trato cálido, en la capacidad de escucharnos, en el no interrumpir continuamente las conversaciones, debiera convertirse la convivencia familiar en más pacífica y agradable. Lo importante es generar y fructificar en un ambiente donde se vuelva a cultivar el trato personal y nos interese lo que le pasa al prójimo (empezando por los de nuestra familia). Un oasis de armonía y buen gusto, que convoque a estar en él, ya que naturalmente el orden, la agradable convivencia y la calidez atraen y el desorden expulsa y genera rechazo. Nunca será tarde para empezar a ordenarnos si contamos con la voluntad de hacerlo. El orden se encuentra prácticamente en la base de todos los valores cristianos a quienes sirve de apoyo, ya que el mismo pecado es un desorden que alteró el plan original de Dios.
Pensemos simplemente que a Dios le gusta el orden. Basta con mirar la Creación para entender que es así. La armonía de la naturaleza entera, el cuerpo humano y su maravilloso funcionamiento, el instinto dado a los animales para que se condujeran ordenadamente y los 10 Mandamientos dados al hombre para su bien nos hablan de una composición total de orden. La naturaleza entera desde el microcosmos al macrocosmos es un canto al orden del creador.
Los vicios contrarios al orden por lo tanto, son: el desorden por un lado (que si es muy acentuado dentro de la sociedad pueden degenerar hasta en la anarquía) y el exceso de orden o la manía del orden por el otro (que parecerá virtud pero no lo es, y que siempre tendrá como origen desviaciones psicológicas o espirituales).
El exceso de orden, lo sabemos, será convertir a nuestras casas en museos de exposición. Ya no serán hogares en donde nos dará placer vivir sino fríos muestrarios de decoración para los demás o para nuestra propia desordenada satisfacción estética. Así no se podrá vivir ni disfrutar porque habrá que cuidar las cosas desordenadamente. Esto ya no será virtud sino lo contrario, es un desorden, porque los valores estarán invertidos. Las cosas son para el hombre y no el hombre para las cosas.
Notas
(1) “Teología de la perfección cristiana”. A. Royo Marín. Pág.578 Ed BAC
Marta Arrechea Harriet de Olivero
Publicado por SSA
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