Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis, si lo retenéis en los términos que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano. Porque os transmití ante todo lo que yo mismo recibí. (I Cor. 15:1-2)
Recibir y transmitir. Esa es la esencia de lo que la Iglesia católica entiende por ‘Tradición’ con una t mayúscula. No somos un pueblo del Libro, como el Islam, cuya fe está basada por completo en el Corán. Y están los cristianos protestantes que también son gente del Libro, pero su libro es la Biblia. Y para ellos toda la fe está contenida en la Biblia y el propósito de estudio es leer constantemente, examinar y analizar el texto de la Biblia. Que este fundamento es inestable debería ser obvio: ya que los idiomas originales de la Biblia son el hebreo y el griego, y por lo tanto cada traducción está sujeta a ese dictamen fundamental de que la traducción siempre implica en cierto sentido una traición, ya que cada traducción lleva las marcas y los prejuicios de las personas particulares y de una cultura particular. No hay una total objetividad en la traducción y en una fe como el cristianismo que insiste en que la verdad última se encuentra en la persona de Jesucristo, cuyas palabras se registran en los evangelios, este problema es agudo. Pero nosotros, los católicos siempre hemos creído desde el principio que lo que ha sido transmitido, la ‘Tradición’, no es simplemente lo que se registra fielmente en la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, sino que también incluye la tradición oral transmitida de Jesús a los Apóstoles y a la Iglesia.
Pero es algo más profundo que esto. Para el católico, la ‘Tradición’ es una entidad viviente. Crece y se desarrolla bajo el poder y la protección del Espíritu Santo. Si esto no fuera cierto, entonces la Iglesia nunca se podría enfrentar de una manera real y fiel a los nuevos retos de todas las edades. Y es al magisterio de la Iglesia, al Papa y los obispos, a quienes se ha confiado la transmisión de la ‘Tradición’. Pero esto no es magia. No es el caso de que los obispos y el Papa puedan ser inspirados personalmente, aparte de la ‘Tradición’ auténtica y declarar cosas que dicen ser ciertas que estén, evidentemente, en contradicción con lo que ha sido transmitido orgánicamente durante dos mil años. De acuerdo con la definición limitada de la infalibilidad papal definida por el Concilio Vaticano I, el Papa puede definir sólo lo que se ha creído y se cree por la Iglesia. Nunca puede definir nada como verdadero y que deba ser creído, que no tenga su raíz y fundamento en la ‘Tradición de la Iglesia’ que siempre le precede.
El desarrollo de la doctrina siempre tiene lugar en un determinado momento y lugar, una cultura particular. La doctrina de la plena humanidad y divinidad de Cristo y la doctrina de la Santa Trinidad, se debatieron y desarrollaron en un momento determinado de la historia. Y estas verdades se definieron en un momento y lugar determinados, y sin embargo, trascendieron ese tiempo y lugar en particular, debido a que el desarrollo de la verdad no está en última instancia en el poder del hombre, -aunque el ejercicio del intelecto del hombre, aún empañado por el pecado, puede trabajar hacia la verdad-.
Ahora vivimos en un tiempo y lugar en que los que se llaman católicos apoyan abiertamente a los que declaman posiciones morales que son la antítesis de las enseñanzas de la Iglesia católica. No podemos hablar con los de Europa que han volteado deliberadamente la espalda a la esencia misma de su cultura, que es la esencia del cristianismo. Sólo podemos hablar con nuestra propia situación en este país. Que ambas situaciones están relacionadas no hay duda. Pero sólo podemos hablar de la situación peculiar que es la cultura americana. Desde el principio hubo aquellos obispos en este país que vieron que ser católico en este país es una cosa diferente que ser católico en Europa. Y tenían razón, porque los americanos no cargaban el equipaje de una larga historia en la que la Iglesia católica desempeñó un papel central y un papel a menudo ambiguo. Pero estos obispos confunden a menudo lo que los americanos entendían como libertad y liberalismo con lo que la Iglesia entiende como libertad – que se define por la Cruz de Jesucristo. Ellos estaban felices de que el gobierno americano tolerara el catolicismo y que, a pesar de algunos brotes reales de anti-catolicismo en este país, los americanos son un pueblo tolerante – siempre y cuando mantengan su religión para sí mismos y no traten de declarar verdades morales como absolutas.
Yo era el subdiácono el pasado sábado en la misa solemne en la iglesia santuario de nuestra Señora del Monte Carmelo en Harlem. Esa parroquia era el hogar de los inmigrantes italianos que llegaron a este país a principios del siglo XX para escapar de la pobreza del sur de Italia. El arzobispo de Nueva York en ese momento estaba furioso de que estas personas en este día de fiesta que significaba tanto para los que trajeron su religión a las calles y llevaron a la imagen de la Virgen del Carmen en procesión y tenían una granfesta diseñada para recordarles lo que dejaron en Italia. Estaba furioso, porque había hecho las paces con el individualismo radical del americanismo que relega la fe cristiana a las puertas cerradas de la iglesia y el hogar.
Pero ya ven, ese punto de vista ha triunfado en este país en muchos sentidos, donde el catolicismo ha sido domesticado, de ser un oloroso león amenazante, a ser más un oso de peluche de denominaciones. ¿Cómo más explicar a Tim Kaine, el ex gobernador de Virginia, ahora senador y candidato a la vicepresidencia con Hillary Clinton, que es la candidata demócrata para Presidente? Kaine es un católico practicante que dice que personalmente se opone al aborto, pero apoya el derecho al aborto, que es la ley de la tierra. Hillary es el producto del protestantismo liberal, que, desde el punto de vista del cristianismo tradicional, está casi muerto. Kaine no ve ninguna contradicción moral en lo que está haciendo. Y puede hacerlo porque ha comprado la visión americana de la religión como puramente individualista y, al hacerlo, ha negado la base misma de la fe cristiana que es el hombre, Jesucristo, que también es Dios de Dios. Y tiene el apoyo de muchos de esos iconos de Cristo, que son los obispos de la Iglesia. Muchos de estos hombres no sólo han comprado los peores aspectos del americanismo, sino que se han convertido en los fariseos de nuestro tiempo.
Ellos usan sus sombreros puntiagudos y lleva sus báculos y son los sucesores de los Apóstoles, pero lo que predican no se acerca a la afirmación radical de Jesucristo, de ser el único camino, la verdad y la vida. En nombre de la misericordia y la inclusión niegan la necesidad de arrepentimiento y volverse al Señor, y en su lugar dicen cosas como: yo nunca usaría la Eucaristía como un arma contra la conciencia de alguien. ¿Pero qué significa eso? Acaso alguna vez temen que cuando mueran el Señor les preguntará: ¿por qué permitieron que muchas personas reciban mi cuerpo y sangre indignamente en el nombre de mi misericordia y amor?
Las palabras de san Pablo: Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis, si lo retenéis en los términos que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano. Porque os transmití ante todo lo que yo mismo recibí.
Debemos amar a nuestros obispos, debemos orar por ellos. Su tarea es tan difícil en esta época actual.
Padre Richard G. Cipola
Fuente: RORATE CÆLI
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