“Jesús es un sol de santidad que quiere prodigar sus esplendores. Su santidad es para nosotros principio universal de todas las gracias, gracias de luz, de atracción, de fortaleza. No es un vaso o un arroyo, es un río de santidad, es la fuente viva.
San Juan nos dice: “Pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia” 1Jn 1, 16. Contemplamos este resplandor en la vida de los santos, en la de los Apóstoles, en la de los mártires, los confesores, las vírgenes de todos los tiempos comprendido el nuestro.
Digamos que en nuestro bautismo hemos recibido del Salvador el mismo resplandor de vida sobrenatural. Si volvemos a caer en la muerte del pecado, la absolución, el perdón de Cristo, nos resucita espiritualmente y nos devuelve las aguas vivas de la gracia, el río de las misericordias divinas. Si encontramos la prueba, la gracia que nos ofrece es proporcional a los sacrificios pedidos. Dejémonos atraer por el Salvador, iluminar, calentar, vivificar por Él. Dejémonos amar por su amor purísimo y fortísimo, amor que nos purificará cada vez más. Si nos hace sufrir, es para hacernos parecidos a Él y asociarnos al misterio de la Redención por el sufrimiento. Pidámosle gracias siempre nuevas, hasta la de la perseverancia final, y sin resistencia, dejemos que estas gracias nos conduzcan a actos de generosidad creciente, para nuestra salvación y para la del prójimo, por la gloria de Cristo. Roguemos también para que haya santos que digan a los hombres de nuestro tiempo lo que tienen más necesidad de oír y que por medio de su vida les revelen el amor de Cristo por nosotros.
Ya en el Antiguo Testamento el Señor decía a sus ministros: “Santos seréis vosotros, porque santo soy yo” Lv 11, 44. Ahora que hemos recibido al Santo de los santos, digámosle: Señor, santifícanos, para que santifiquemos vuestro nombre, para que reconozcamos vuestra bondad, y que vuestro reino se establezca más profundamente en nosotros. Es la primera oración que el niño aprende de su madre, son las primeras palabras del Padre nuestro: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, que sea reconocido santo no sólo por nuestras palabras, sino por nuestros actos, por toda nuestra vida, que debería ser un canto de gloria al Creador para reconocer su bondad”.
(Fr Reginald Garrigou-Lagrange OP“El Salvador y su amor por nosotros”, parte I, cap 11).
(Imagen: Detalle de “Jesús rodeado de enfermos” por Rembrandt Harmensz van Rijn).
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