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Inefable provecho de meditar en la pasión del Señor


(Diálogo del Siervo, fray Enrique, con la Eterna Sabiduría, Cristo.)



EL SIERVO: Señor, creo que nadie sabe bien cuántos beneficios podrían obtenerse de tu pasión y cuán inmensos son los frutos que en ella se encuentran, si uno quisiera consagrarle su espacio y tiempo.
¡Qué senda tan segura es el camino de tu pasión, que lleva al hombre por la vía de la verdad hasta la cumbre más alta de toda perfección!
¡Qué razón tenias tú, bienaventurado Pablo, luz eximia entre todos los astros del cielo, cuando hablaste! Tú, aunque fuiste raptado a las alturas y abismado en los ocultos misterios de la desnuda divinidad hasta el punto de oír palabras misteriosas que ningún hombre puede pronunciar (2 Cor 12,4), sin embargo, abrazaste sobre todas las cosas la amadísima pasión de Cristo con tanto amor y dulzura de tu corazón, que no dudaste en decir: Nada he creído saber entre vosotros, sino a Cristo Jesús, y éste crucificado (1 Cor 2,2).
Bienaventurado seas tú también entre todos los doctores, dulce Bernardo, cuya alma fue admirablemente iluminada por los rayos del Verbo eterno, pues con la dulce elocuencia que mana de la exuberancia de tu corazón predicaste y ensalzaste la pasión de la humanidad de Cristo, diciendo entre otras cosas:
«Hermanos, desde el principio de mi conversión y como acervo de los méritos que sabía que me faltaban, procuré juntar y colocar entre mis pechos este pequeño haz hecho de todas las angustias y amarguras de mi Señor. A meditar estas cosas llamé sabiduría; en ellas he descubierto la perfección de la justicia, la plenitud de la ciencia, las riquezas de la salvación y el tesoro de los méritos. De ellas me viene la saludable bebida de la amargura y el dulce bálsamo del consuelo. Ellas me sostienen en la adversidad, y en la prosperidad me ponen freno; ellas al que camina por la vía regia entre la alegría y la tristeza de la vida presente, le ofrecen una guía segura, alejando los males que le amenazan...»
Y poco después: «Esta es mi más sublime filosofía: conocer a Jesús, y a éste crucificado. Yo no busco, como la esposa, dónde reposa al mediodía aquel a quien abrazo gozoso entre mis pechos. No pregunto dónde pastorea al mediodía aquel a quien veo como Salvador en la cruz. Aquello es más elevado, esto más dulce y conveniente para mí. Aquello es pan, esto leche...» No es casualidad, padre san Bernardo, que tu lengua destilara palabras tan dulces, pues la dulce pasión de Cristo había endulzado tu corazón.
Eterna Sabiduría, de todo lo dicho deduzco fácilmente que todo el que desee grandes premios, la salvación eterna, una ciencia excelente y una sabiduría superior, y quiera gozar de un alma equilibrada en la adversidad y en la prosperidad y estar completamente seguro frente a todo mal, ése debe llevarte a Ti, su Señor crucificado, ante los ojos del alma dondequiera que vaya.



ETERNA SABIDURIA: No creas haber entendido cuán útil es esto y qué premios reporta. Créeme, el recuerdo continuo de mi bondadosísima pasión convierte a un ignorante en sabio doctor. Y no es de extrañar, pues mi pasión es en sí misma un libro de vida en el que puede encontrarse todo. ¡Sea tres y cuatro veces bienaventurado aquel que la tiene siempre ante sus ojos y a ella se consagra! ¡Qué sabiduría y gracia, qué consuelo y dulzura, qué superación de todos los vicios y qué sentido de mi continua presencia puede obtener! Escucha un ejemplo de esto:
Hace muchos años, un hermano predicador, al principio de su conversión, sufría horriblemente por una melancolía desordenada, la cual le resultaba a veces tan molesta que sólo quien la hubiera experimentado sería capaz de comprenderla. En cierta ocasión, estando sentado en su celda después de la comida, le oprimió tanto esa tentación, que no le apetecía ni estudiar, ni orar, ni hacer nada bueno, y se quedaba triste en su celda, con las manos recogidas en su regazo, como si quisiera al menos guardar su celda en alabanza de su Señor, pues se sentía completamente imposibilitado para cualquier otro ejercicio espiritual. Viviendo en ese estado, privado de todo consuelo, le pareció oír en su interior una voz que le decía: «¿Por qué estás sentado aquí? Levántate y recuerda todo lo que yo he sufrido: así olvidarás toda tu aflicción». El, levantándose al punto (pues entendió que la voz venía del cielo), empezó a meditar la pasión del Señor Jesús y se sintió de tal modo liberado de su sufrimiento, que jamás volvió a experimentar algo así.



EL SIERVO: Eterna Sabiduría, Tú que conoces todos los corazones, sabes, sin duda, que nada hay para mí más deseable que sentir tu acerbadisima pasión con más vehemencia que los demás hombres, y de tal modo que de mis ojos mane noche y día una fuente de tristes lágrimas. Y por eso me quejo amargamente ante Ti porque tu pasión no logra traspasar profundamente mi alma en cada momento y yo no puedo meditarla con tanta devoción como Tú te mereces, amadísimo Señor. Enséñame cómo debo comportarme.



ETERNA SABIDURIA: La meditación de mi pasión no debe ser superflua sino que debe hacerse con íntimo amor del corazón y con sentida reflexión. De otro modo, el corazón no sentirá más devoción que la que siente el paladar por una comida dulce, pero sin masticar. Y si, a pesar de recordar la inefable angustia y el dolor que me causó, no puedes rememorar mi pasión con los ojos humedecidos, hazlo al menos con ánimo alegre por los bienes inmensos que de ella recibes. Si tampoco eso alcanzas, si no puedes meditarla ni con alegría ni con llanto, medítala entonces con el corazón árido en alabanza a Mí, pues de ese modo me haces un obsequio más grato que si te derritieras entero a causa de las lágrimas y la dulzura, ya que de este modo actúas por amor a la virtud, no buscándote a ti mismo.
Y para que mi pasión penetre cada vez más en tu corazón, escucha ¡o que te voy a decir... Si un gran pecador ... ha de cumplir en el ardiente horno del terrible purgatorio las penas que aquí no pagó, ... todo lo que él debe pagar puede expiarlo y borrarlo por la economía de mi inocente pasión. Y, en verdad, aquella pobre alma podrá refugiarse y agarrarse de tal modo al ilustre tesoro de mi pasión, que, aunque tuviera que sufrir mil años ¡os tormentos del purgatorio, en un instante quedará libre de toda culpa y pena, y, abandonando el purgatorio, volará libre al cielo.



EL SIERVO: Señor, enséñame cómo puede ser esto. ¡Cómo me gustaría conquistar de ese modo el tesoro de tu pasión!



ETERNA SABIDURIA: Debe hacerse como sigue:
1. Con corazón contrito, examine y pondere el hombre seria y frecuentemente la gravedad y cantidad de sus grandes pecados, pues con ellos ha ofendido tan irreverentemente los ojos de su Padre celestiaL
2. Después, tenga en nada sus obras de penitencia, pues, comparadas con los pecados, no son más que una gota en el océano.
3. Considere la admirable inmensidad de mi expiación, puesto que una gotita de la sangre preciosa que mana en abundancia por todo mi cuerpo bastaría para borrar los pecados de mil mundos; aunque tanto se beneficia uno de mi expiación cuanto se conforma a Mí por compasión.
4. Finalmente, debe sumergir y fijar humilde y encarecidamente la pequeñez de su expiación en la infinidad de la mía.
En resumen, ni los aritméticos, ni los geómetras, ni todos los maestros juntos son capaces de enumerar la inmensidad de los bienes que permanecen ocultos en la asidua meditación de mi pasión.



EL SIERVO: Siendo esto así, Señor, te pido que pongas fin a todo lo que me ha alejado de tí y me introduzcas profundamente en las riquezas ocultas de tu amadísima pasión.

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