Santo Tomás de Aquino
De la prolífica producción tomista mencionaré tan sólo sus dos “Sumas”:
1°) la “Suma de Teología”: obra cumbre de santo Tomás donde se muestra como el elaborador de una filosofía nueva, inspirada en Aristóteles pero integrada con aportes platónicos, agustinienses, estoicos, neoplatónicos, árabes y judíos.
Escribe Ricardo Fraga desde Panorama Catolico
Paradójicamente la filosofía tomista halla su expresión más perfecta en un tratado teológico, cuyo esquema descendente sigue. Comienza con Dios, realidad suprema y principio de todo lo real; desciende luego a los seres creados y asciende nuevamente a Dios a través de la actividad humana, por ser el hombre síntesis de la creación. De esta doble línea descendente y ascendente se abre a la historia para estudiar la acción salvífica de Jesucristo.
2°) la “Suma contra Gentiles”: obra redactada para servir de base a los predicadores que se preparaban a ir a convertir a los musulmanes. Como el pensamiento árabe estaba inspirado en algunas líneas de la filosofía aristotélica cada cuestión es tratada filosóficamente, basándose en Aristóteles, para concluir en un texto bíblico que muestra la correspondencia entre razón y fe.
En relación expresa al pensamiento filosófico de Tomás deben consignarse aquí como punto de partida los dos axiomas básicos en que se apoya y que son: a) la afirmación de la realidad objetiva del universo y b) la confianza en los sentidos y en la inteligencia humana como instrumentos del conocimiento.
En dicha realidad Tomás distingue los cuatro órdenes universales que conforman, en sus diversos planos analógicos, la realidad plena que el hombre está llamado a contemplar.
Tal como lo señala el cardenal Ceferino González puede fundarse en esa distinción una conveniente división de las disciplinas filosóficas con sus respectivos y estrictos objetos formales y a la cual puede denominarse como propia del Angélico doctor:
1°) orden natural: el que la razón humana no hace sino que considera (objeto de la física y la metafísica); 2°) orden racional: el que la razón humana hace en sus propios actos, ordenando entre sí los conceptos y sus signos que son las palabras (objeto de la lógica y disciplinas auxiliares); 3°) orden moral: el que la razón humana hace en las operaciones de la voluntad (objeto de la ética) y 4°) orden técnico: el que la razón introduce en las cosas exteriores construidas por el hombre (objeto de las artes mecánicas).
El conocimiento humano está planteado en su doble vertiente: sensible e intelectual, que son dos aspectos que se distinguen pero no se separan ya que es el mismo hombre el que ve, siente, entiende, piensa, etc. Tomás nota con claridad que de la concepción que se tenga en esta materia se siguen importantes consecuencias no sólo en el orden cognoscitivo sino también en el metafísico (plano especulativo) y aún en el moral (plano práctico).
Propio de santo Tomás (y en la más certera línea del pensamiento clásico) es advertir la facultad potencial en que radica la inteligencia humana que sólo pasa al acto frente a la presencia de su objeto: lo inteligible.
Ahora bien, esta única facultad tiene dos funciones distintas y complementarias: la intelectiva o intuitiva a la que llama “intellectus” y la discursiva o raciocinante a la cual denomina “ratio”. La primera función supone inmediatez y presencia del objeto. La segunda, por el contrario, supone multiplicidad, discurso y movimiento y por ella pensamos, es decir, relacionamos y analizamos nuestros conocimientos para poder ver más claro.
La existencia de ambas funciones en la inteligencia es una natural consecuencia de la unión sustancial de cuerpo y alma. La primacía del “intellectus” (“al principio y al fin de la razón está el intelecto” enseña el Santo) caracteriza a una auténtica filosofía realista, frente a cualquier clase de racionalismos e idealismos.
Es evidente que no razonamos por razonar sino para ver mejor y conocer no nuestros pensamientos sino las cosas mismas en su ser. Como dirá en el siglo XX E. Gilson en su “realismo metódico” (en perfecta resonancia con Tomás): “primero es el ser, luego es el conocer, después es el pensar”.
Los actos propios del “intellectus” son dos: la simple aprehensión y, básicamente, el juicio por medio del cual conocemos realmente los entes, su esencia y su existencia, esto es, la esencia con su acto de existir (al que llama “esse”), vale decir, lo real existente. El acto propio de la “ratio” es el razonamiento, función específica del hombre que no sólo lo distingue de las bestias sino también de Dios y de los ángeles y que se sigue de la finitud del ser humano. Con todo, la vida humana no es primordialmente saber razonar sino conocer, ver y entender la realidad y para ello es imprescindible saber aprehender y juzgar.
Con respecto a la analogía Tomás de Aquino notó que el ser es análogo con ambos tipos de la analogía aristotélica (de atribución y de proporción) pero, en punto a la primera, introdujo una variante fundamental (no prevista por Aristóteles) basada en la noción platónica de participación (y sobre la cual se ha explayado en nuestro tiempo Cornelio Fabbro): todo ser participa, en grado diverso, del acto de existir, esto es, del “esse” y, por ello, la realización del ser se da verdaderamente en todo lo que existe, aunque en diverso modo y que establece la analogía exclusiva del ser.
La existencia es el fundamento unificador de todos los seres, no como sustrato difuso en ellos, sino como el acto constitutivo de cada ser, presente en cada uno de ellos en forma diversa según su propio tipo de ser (esencia).
Esa participación en el “esse” se presenta en la finitud analógica de los seres concretos con las denominadas propiedades trascendentales del ser (modalidades diversas del ser mismo visto desde diferentes perspectivas): unidad, verdad, bondad y belleza, todas las cuales son recíprocas y convertibles entre sí, constituyendo el basamento óntico de la unidad matemática, la verdad lógica, la bondad moral y la belleza estética.
Este existir participado supone un ser (más allá de toda categoría) que sea el existir mismo, en el que no haya composición, sino identidad entre el sujeto y el acto de existir siendo, por ello, infinito y, por lo tanto, único.
Tomás arriba así, desde un punto de vista puramente racional, a la existencia de Dios planteando para una tal hipotética demostración sus celebérrimas cinco vías cuya estructura común es la siguiente: 1°) un punto de partida: consignación de un hecho de experiencia; 2°) un primer grado: este hecho de experiencia es algo necesariamente causado; 3°) segundo grado: en una subordinación “per se” de causas es preciso llegar a una primera y 4°) término final: esa causa primera es Dios; luego, Dios existe.
De las cinco vías la primera se funda en la constatación universal del movimiento y conduce a la noción de primer motor inmóvil y acto puro. La segunda está dada por la sucesión de causas eficientes y arriba a la primera causa incausada. La tercera se sostiene en la distinción entre seres necesarios y contingentes y lleva a un primer ser absolutamente necesario. La cuarta se basa en la jerarquía de perfecciones existentes o reales y desemboca en el ser plenamente perfecto y, por último, la quinta tiene por eje el orden universal de los seres (visibles e invisibles) y se dirige a mostrar la primera y universal inteligencia.
Para describir el orden práctico de las conductas humanas (la “recta ratio agibilium” o recta razón de las cosas agibles) Tomás se hace eco de la definición de Manlio Severino Boecio sobre la persona humana: “sustancia individual de naturaleza racional”.
Esta persona está dotada de inteligencia y voluntad libre y es un sujeto racional responsable de sus actos en el sentido moral de la palabra, capaz, por ende, de deberes y derechos que están determinados por la situación concreta en que se encuentra y que se ordenan, en último término, a su fin último trascendente y sobrenatural: la verdad y el bien absolutos, Dios, la visión beatífica.
Toda problemática iusfilosófica o política pende siempre de una determinada antropología filosófica, implícita o explícitamente y, por ello, en el sistema de Tomás, el estudio de la moral no puede separarse de la metafísica. A su vez, la ética tomista (tal como la nicomaquea sobre la cual se asienta) está determinada por el ejercicio de las virtudes: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
De modo particular la prudencia es hábito del intelecto práctico inmediatamente ordenado a regular y dirigir todas las acciones humanas a su recto fin no de un modo indeterminado sino de manera individual, concreta y circunstanciada.
La justicia es definida como un hábito por el cual con perpetua y constante voluntad es dado a cada uno lo suyo, advirtiéndose notablemente que este “lo suyo” es el objeto de dicha virtud, vale decir, el derecho (“res iusta”) en sentido estricto.
Las relaciones humanas vienen reguladas por la ley justa ya que para Tomás la ley injusta es “cadáver de ley” y, en ciertos casos, es hasta obligatoria su desobediencia y, sin duda, el santo doctor al señalar los límites de su resistencia estableció las bases para la moderna “objeción de conciencia”.
Pero la ley es “algo de la inteligencia” (“aliqualis ratio iuris”) o también “cierta ordenación de la razón práctica ordenada al bien común y promulgada por quien tiene a su cargo el cuidado de la comunidad”. Su origen y fundamento es la ley eterna o “razón de la divina Sabiduría” que dirige a todos los seres al bien común universal y, en definitiva, a Dios mismo (“Bien Comunísimo”) y que, promulgada al hombre, recibe el nombre de ley divino-natural, con su doble vertiente moral y jurídica, raíz y nervio de un derecho natural realista signado, antes que nada, por la “misma cosa justa”.
Es sintomática en santo Tomás la afirmación del orden causal, subordinado necesariamente (pero, a la vez, de modo libre en el hombre) a la suprema Causa, aseveración que alguna vez se manifestó en esta intuición poética:
“Somos causas causadas y segundas, causas, al fin, en el divino Fuego, que pueden procrear, con las coyundas sujetas siempre, para bien del Juego. Tal las palabras de Tomás, rotundas, -clarividentes como su sosiego- que atraviesan el tiempo, por fecundastambién en este siglo de trasiego. Existen, sí, las cosas; y profunda la inteligencia puede penetrarlascon la luz del sentido, que la inunda.No sólo ver en ellas, sino amarlas; conocer su belleza, que redundaen la gloria más bella de gozarlas”
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