“Guía Políticamente Incorrecta del Islam”
de Robert Spencer
Capítulo 10
De acuerdo con lo expresado por el periodista Amin Maalouf en The Crusades Through Arab Eyes [Las Cruzadas vistas por los árabes], el saqueo de Jerusalén realizado por los cruzados en 1099 fue «el comienzo de una hostilidad milenaria entre el islam y Occidente». El experto y apologista del islam John Esposito es algo más expresivo y culpa a las Cruzadas («las denominadas guerras santas») en forma generalizada de interrumpir el desarrollo de una civilización pluralista: «Habían transcurrido cinco siglos de coexistencia pacífica antes de que ciertos acontecimientos políticos y un poder papal imperial condujeran a una serie de las llamadas guerras santas, que durante siglos enfrentaron al cristianismo con el islam, dejando un persistente legado de incomprensión y desconfianza». Maalouf parece no tomar en consideración el hecho de que la «hostilidad milenaria» pudo haber comenzado con la velada amenaza del profeta Mahoma dirigida a los líderes vecinos no musulmanes, y proferida más de 450 años antes de que los cruzados entraran en Jerusalén, de que «abrazaran el islam y entonces estarían a salvo». Tampoco considera la posibilidad de que los musulmanes puedan haber alimentado esa «hostilidad milenaria» al apropiarse de territorios cristianos — que alcanzaban las dos terceras partes de lo que anteriormente había sido el mundo cristiano— varios siglos antes de las Cruzadas. Los «cinco siglos de coexistencia pacífica» a los que se refiere Esposito quedaban ejemplificados, según dice, por la conquista musulmana de Jerusalén en el año 638: «Las iglesias y la población cristiana no fueron perturbadas». Pero no menciona el sermón de Sofronio en las Navidades del año 634, cuando se queja de la «espada salvaje, bárbara y sangrienta» de los musulmanes, y de lo dificultosa que se había tornado la vida de los cristianos a causa de esa espada.
Mito políticamente correcto: las Cruzadas constituyeron un ataque Europeo, sin ninguna provocación, contra el mundo islámico
Esto es un error. La conquista de Jerusalén en el año 638 marcó el comienzo de siglos de agresión musulmana, y los cristianos de Tierra Santa tuvieron que soportar una escalada creciente de persecuciones. He aquí algunos ejemplos: a comienzos del siglo VIII, sesenta peregrinos cristianos de Amorio fueron crucificados; hacia la misma época, el gobernador musulmán de Cesárea capturó a un grupo de peregrinos de Iconio y los ejecutó acusándolos de ser espías, excepto un reducido número, que se convirtió al islam, y al que los musulmanes solicitaron que hicieran entrega de dinero, con la amenaza de saquear la iglesia de la Resurrección si no pagaban. A finales del siglo VIII, un gobernante musulmán prohibió la exhibición de la cruz en Jerusalén. También aumentó el impuesto (jizyá) que debían pagar los cristianos, y les prohibió que dieran instrucción religiosa a otras personas, incluidos sus propios hijos. La brutal subordinación y la violencia pasaron a ser las normas corrientes del trato a los cristianos en Tierra Santa. En el año 772 el califa Al-Mansur ordenó que se estampara un símbolo distintivo en las manos de los cristianos y judíos de Jerusalén. Las conversiones al cristianismo estaban penadas con particular severidad. En el año 789 los musulmanes decapitaron a un monje que se había convertido del islam y saquearon el monasterio de San Teodosio en Belén, matando a muchos monjes. Otros monasterios de la región sufrieron la misma suerte. A comienzos del siglo IX, las persecuciones aumentaron en tal medida que grandes cantidades de cristianos huyeron a Constantinopla y a otras ciudades cristianas. En el año 923 nuevas persecuciones destruyeron más iglesias, y en el 937 los musulmanes generaron grandes disturbios el Domingo de Ramos en Jerusalén, saqueando y destruyendo la iglesia del Calvario y la de la Resurrección.
Como reacción a estas persecuciones de los cristianos, los bizantinos pasaron de una política defensiva hacia los musulmanes a una posición ofensiva que intentaba reconquistar algunos de sus territorios perdidos. En la década 960-970, el general Nicéforo Focas (futuro emperador bizantino) llevó a cabo una serie de exitosas campañas contra los musulmanes, reconquistando Creta, Cilicia, Chipre e incluso algunas zonas de Siria. En el 969 reconquistó la antigua ciudad cristiana de Antioquía. En la década de 970- 980, los bizantinos extendieron esta campaña dentro de Siria.
En la teología islámica, si un territorio ha pertenecido en algún momento a la Casa del Islam, entonces le pertenece para siempre y los musulmanes deben hacer la guerra para restablecer su control sobre el mismo. En el año 974, cuando se vio enfrentado a una serie de pérdidas frente a los bizantinos, el califa abasí (sunní) de Bagdad declaró la yihad. Esto dio origen a las primeras campañas de la yihad contra los bizantinos lanzadas por Saif al-Dawla, gobernante de la dinastía chiita hamdaní en Alepo entre los años 944 y 967. Saif al-Dawla convocó a los musulmanes a luchar contra los bizantinos con el pretexto de que éstos estaban apropiándose de tierras que pertenecían a la Casa del Islam. Este llamamiento tuvo tanto éxito que guerreros musulmanes de lugares tan lejanos como el Asia Central se unieron a las yihads.
No obstante, la desunión entre los sunníes y los chutas finalmente obstaculizó los esfuerzos de la yihad islámica, y en el año 1001 el emperador bizantino Basilio II firmó una tregua con el califa (chiita) fatimí. Sin embargo, Basilio pronto se dio cuenta de que la firma de ese tipo de treguas era algo irrelevante. En el año 1004 el sexto califa fatimí, Abu Ali al-Mansur al-Hakim (985-1021) asumió una violenta oposición a la fe de su madre cristiana y de sus tíos (dos de los cuáles eran patriarcas), ordenando la destrucción de iglesias, la quema de cruces y la apropiación de bienes eclesiásticos. A la vez, persiguió a los judíos con similar ferocidad. Durante los diez años posteriores se destruyeron treinta mil iglesias, y un número incalculable de cristianos se convirtieron al islam solamente para salvar sus vidas. En el año 1009 Al-Hakim dio su orden más espectacular contra los cristianos: decretó la destrucción de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, conjuntamente con algunas otras iglesias (incluyendo la de la Resurrección). La iglesia del Santo Sepulcro, reconstruida por los bizantinos en el siglo VII después de que los persas quemaran su versión más antigua, señala el emplazamiento tradicional de la sepultura de Cristo; también ha servido como modelo para la Mezquita de Al-Aqsa. Al-Hakim ordenó que la tumba del interior fuera reducida a escombros. También ordenó que los cristianos llevaran colgadas al cuello pesadas cruces (y los judíos, pesados bloques de madera con la forma de un becerro). Asimismo, fue acumulando otros decretos humillantes, que culminaron con la orden de que debían aceptar el islam o marcharse de sus dominios.
El errático califa finalmente atenuó la persecución de los no musulmanes, incluso devolvió gran parte de las propiedades arrebatadas a la Iglesia. Una de las probables causas del cambio de actitud de Al-l lakim pudo haber sido el fortalecimiento de su débil conexión con la ortodoxia islámica. En el año 1021 desapareció en extrañas circunstancias; algunos de sus seguidores proclamaron su carácter divino y fundaron una secta basada en este misterio y en las enseñanzas esotéricas de un clérigo musulmán, Mohamed ibn Ismaíl al- arazi (a partir del cual surge la denominación de la secta drusa). Gracias a este cambio de política por parte de Al-Hakim, que prosiguió después de su muerte, los bizantinos pudieron reconstruir en el año 1027 la iglesia del Santo Sepulcro. No obstante, los cristianos estaban en una posición muy precaria y los peregrinos seguían siendo amenazados. En el año 1056 los musulmanes expulsaron a tres mil cristianos de Jerusalén, y prohibieron a los cristianos europeos la entrada a la iglesia del Santo Sepulcro. Cuando los feroces y fanáticos turcos seléucidas arrasaron Asia Central, tuvieron que soportar una nueva racha de rigor islamista, con lo cual la vida se fue tornando cada vez más difícil tanto para los cristianos de la zona como para los peregrinos (cuyas peregrinaciones fueron impedidas). En el año 1071, después de aplastar a los bizantinos en Manzikert y de tomar prisionero al emperador bizantino Romano IV Diógenes, toda el Asia Menor quedó a su disposición y su avance se volvió prácticamente imparable. En 1076 conquistaron Siria, y en 1077 Jerusalén. El emir seléucida Atsiz ben Uwaq prometió no hacer daño a los habitantes de Jerusalén, pero una vez que sus hombres entraron en la ciudad asesinaron a tres mil personas. Ese mismo año, los seléucidas instauraron el sultanato de Rum (Roma, con referencia a la Nueva Roma, Constantinopla) en Nicea, peligrosamente cerca de Constantinopla; desde allí continuaron amenazando a los bizantinos y acosando a los cristianos en todos sus nuevos dominios. El imperio cristiano de Bizancio, que antes de las guerras de conquista del islam había dominado vastas extensiones que incluían el sur de Italia, África del norte, Oriente Próximo y Arabia, había quedado reducido a un territorio un poco mayor que Grecia. Su desaparición a manos de los seléucidas parecía inminente. La Iglesia de Constantinopla consideraba cismáticos a los papas, y se había enfrentado con ellos durante siglos, pero el nuevo emperador Alejo I Comneno (1081-1118) se tragó su orgullo y les pidió ayuda. Así surgió la Primera Cruzada: como respuesta a la solicitud de ayuda del emperador bizantino.
Mito políticamente correcto: las Cruzadas fueron un ejemplo temprano del imperialismo depredador de Occidente
¿Imperialismo depredador? Es difícil que lo fuera. El papa Urbano II, que hizo la convocatoria a la Primera Cruzada en el Concilio de Clermont del año 1095, apeló a una acción defensiva que era necesaria desde hacía tiempo. Como explicó, convocaba la Cruzada porque si no se efectuaba algún tipo de acción defensiva, «la fe en Dios iba a ser atacada con una intensidad aún mayor» por los turcos y por otras fuerzas musulmanas. Después de haber advertido a sus fieles de que mantuvieran la paz entre ellos, centró su atención en Oriente: Puesto que vuestros hermanos que viven en el este necesitan urgentemente de vuestra ayuda, vosotros debéis apresuraros a darles la ayuda que con frecuencia se les ha prometido. Esto es así porque, como la mayoría de vosotros habéis oído, los turcos y los árabes los han atacado y han conquistado el territorio de Romania [el imperio griego], llegado en su avance hacia el oeste hasta la costa del Mediterráneo y el Helesponto, denominado el Brazo de San Jorge. Han ido ocupando extensiones cada vez mayores de los territorios cristianos, y los han vencido en siete batallas. Han matado y capturado a muchos de ellos, y han destruido las iglesias y devastado el imperio. Si les permitís que continúen así con impunidad, la fe en Dios va a ser atacada con una intensidad aún mayor. Dada esta situación, yo, o más bien el Señor, os suplica que, como heraldos de Cristo, difundáis esto por todas partes y persuadáis a toda la gente, sin distinción de rangos, ya sean soldados o caballeros, ricos o pobres, de que acudan rápidamente para ayudar a esos cristianos y para destruir esa raza vil que está en las tierras de nuestros amigos [...] Además, Cristo lo ordena.
Cabe señalar que el Papa no habla de conversión ni de conquista. Un llamamiento a «destruir esa raza vil en las tierras de nuestros amigos» puede sonar duro para los oídos modernos; sin embargo, no se trataba de una exhortación a un exterminio masivo, sino a la erradicación del dominio islámico de las tierras que habían sido cristianas. Otro fragmento del discurso del Papa en Clermont informa de que Urbano hablaba de un «peligro inminente que os amenaza a vosotros y a todos los fieles que han llegado hasta aquí». Desde los confines de Jerusalén y desde la ciudad de Constantinopla ha circulado un penoso informe y ha llegado repetidamente a nuestros oídos; a saber, que una raza del imperio de los persas, una raza maldita, una raza completamente enajenada de Dios, «una generación sin firmeza en su corazón y cuyo espíritu no está con Dios», ha invadido violentamente las tierras de esos cristianos y las ha despoblado por medio del saqueo y del fuego. Han llevado consigo buena parte de los prisioneros a su propio país, y a otros los han matado en medio de crueles torturas. Han destruido las iglesias de Dios, o bien se han apropiado de ellas para utilizarlas en los ritos de su propia religión. Destruyen los altares, después de haberlos profanado con su suciedad [•••] Ahora el reino de los griegos ha sido desmembrado por ellos, y han sido privados de un territorio tan vasto en extensión que se necesita un periodo de dos meses para atravesarlo[...] Sin embargo, esta ciudad real, situada en el centro de la tierra, ahora ha sido capturada por los enemigos de Cristo, y ha sido sometida por aquellos que no conocen a Dios a la adoración de lo pagano. Por consiguiente, ésta busca y desea ser liberada, y no deja de imploraros que acudáis en su ayuda. Os pide ayuda especialmente a vosotros, porque, como ya hemos dicho, Dios os ha conferido, por encima de otras naciones, la gran gloria de las armas.
El llamamiento del Papa invocaba la destrucción por parte de los musulmanes de la iglesia del Santo Sepulcro: «Que el santo sepulcro de nuestro Señor y Salvador, que ha sido poseído por las naciones impuras, os haga despertar, y también los lugares santos que ahora son objeto de un trato ignominioso, y que son irreverentemente contaminados con la suciedad de los impuros».
En las Cruzadas confluyeron los distintos peregrinajes: los cristianos de Europa se encaminaron hacia la Tierra Santa por motivos religiosos, con la intención de defenderse si su camino era bloqueado y eran atacados. Muchos de ellos hicieron votos religiosos. Especialmente al comienzo, muchos soldados fueron a Tierra Santa; la mayoría de los participantes en esta «Cruzada de la gente» fueron ignominiosamente masacrados por los turcos en el Asia Menor occidental en agosto de 1096.
Mito políticamente correcto: las Cruzadas fueron realizadas por occidentales ávidos de dinero
Desde luego, no todas las motivaciones de los cruzados eran puras. En más de una ocasión, muchos de ellos claudicaron de los elevados ideales de los peregrinos cristianos. Pero el dogma políticamente correcto de que las Cruzadas constituyeron acciones no provocadas e imperialistas contra una población musulmana pacífica es, sin más, históricamente inexacto y refleja un disgusto por la civilización occidental en vez ser el resultado de una genuina investigación.
El papa Urbano no consideró las Cruzadas como una oportunidad para obtener ganancias, y decretó que las tierras recuperadas a los musulmanes fueran entregadas a Alejo Comneno y al Imperio bizantino. El Papa veía las Cruzadas como un acto de sacrificio más que como una ocasión de botín.
De hecho, la empresa de las Cruzadas fue extremadamente onerosa. Los cruzados vendieron sus propiedades con objeto de reunir dinero para su largo viaje a Tierra Santa, y lo hicieron sabiendo que quizás nunca regresarían. Un ejemplo típico de cruzado fue Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena y uno de los más prominentes señores europeos que «tomaron la cruz» (tal como se conocía el hecho de unirse a las Cruzadas). Vendió muchas propiedades para financiar su viaje, pero tenía firmemente decidido regresar a su hogar en vez de establecerse en Oriente Próximo, porque no renunció a su título ni a la totalidad de sus propiedades. Estudios recientes de documentos de los cruzados revelan que la gran mayoría de ellos no eran «segundones» que iban buscando ganancias y patrimonio en Oriente Próximo. La mayoría eran como Godofredo, señores con fincas propias y hombres que tenían mucho que perder. Evidentemente, algunos cruzados resultaron personalmente beneficiados después de la Primera Cruzada. Fulquerio de Chartres escribe: «Aquellos que allí eran pobres, aquí Dios los hace ricos. Aquellos que tenían pocas monedas, aquí poseen incontables besantes [moneda de oro del Imperio bizantino], y aquellos que no han tenido una villa, aquí, por gracia de Dios, ya poseen una ciudad». Pero la mayor parte de los que regresaron a Europa volvieron sin bienes materiales que recompensaran sus esfuerzos.
Mito políticamente correcto: las Cruzadas se hicieron para convertir por la fuerza a los musulmanes al cristianismo
Según versiones políticamente correctas, los cruzados barrieron Oriente Próximo espada en mano y se dedicaron a matar a todos los «infieles» que encontraban a su paso, excepto a aquellos que fueron obligados a convertirse al cristianismo. Pero esto es una fantasía escabrosa derivada de motivaciones políticas. En los informes acerca del discurso del papa Urbano en el Concilio de Claremont no hay el menor indicio de orden alguna de convertir a los musulmanes. La única preocupación del Papa era defender a los peregrinos cristianos y recobrar las tierras cristianas. Los cristianos europeos no hicieron ningún intento de convertir a los musulmanes al cristianismo hasta más de cien años después de la Primera Cruzada (en el siglo XIII), cuando los franciscanos comenzaron su labor misionera entre los musulmanes en las tierras dominadas por los cruzados. Este esfuerzo resultó totalmente infructuoso.
Cuando los cruzados consiguieron la victoria y establecieron reinos y principados en Oriente Próximo, por lo general dejaron que los musulmanes vivieran en paz en sus dominios, que practicaran libremente su religión, que construyeran nuevas mezquitas y escuelas y que mantuvieran sus propios tribunales religiosos. Algunos han comparado su estatus con el de los dimmíes en tierras musulmanas; conservaban cierto grado de autonomía, pero estaban sujetos al pago de cargas impositivas desfavorables y a otras restricciones. Es posible que los cruzados adoptaran algunas de las leyes dimmíes vigentes, pero no sometieron a los judíos o a los musulmanes a códigos de vestimenta. Por consiguiente, tanto los judíos como los musulmanes evitaron ser objeto de acoso y de discriminaciones cotidianas.
Esto era lo opuesto a las prácticas musulmanas. La diferencia esencial es que la dimma nunca formó parte de la doctrina y la ley cristianas, como lo ha sido, y sigue siéndolo, en el islam. Además, el musulmán español Ibn Jubair (1145-1217), que a comienzos de los años 1180 atravesó el Mediterráneo en su camino a La Meca, vio que los musulmanes estaban mejor en las tierras controladas por los cruzados que en los territorios islámicos. En esas tierras había más orden y estaban mejor gestionadas que las que tenían gobierno musulmán, por lo cual incluso los mismos musulmanes preferían vivir en los reinos cruzados: Después de dejar Tibnin (cerca de Tiro), atravesamos un abigarrado conjunto de granjas y pueblos cuyas tierras estaban cultivadas de manera eficiente. Los habitantes eran todos musulmanes, pero convivían cómodamente con los francos [o cruzados], ¡que Dios los libre de la tentación! Sus viviendas les pertenecen, y sus propiedades no les son arrebatadas. Todas las regiones controladas por los francos en Siria responden al mismo sistema: los dominios de tierras, los pueblos y granjas han quedado en manos de los musulmanes. Ahora bien, en el corazón de gran parte de estos hombres se alberga la duda cuando comparan su parte con la de sus hermanos que viven en territorio musulmán. En realidad, estos últimos padecen la injusticia de sus correligionarios, mientras que los francos actúan con equidad.
Todo esto viene a cuento de la discusión de la idea de que los cruzados eran bárbaros que atacaron una civilización muy superior y mucho más avanzada.
Tomado de Radio Convicción
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